Por Yenny Cáceres / Fotos: Mariajosé Catalán Noviembre 20, 2015

“Hoy el Teatro del Lago es una marca país. Demasiado grande para una familia”. Las palabras de Ulrich Bader-Schiess, en uno de los intermedios de la gala con que el Teatro del Lago celebró sus cinco años de vida, fueron claras y directas, sin lugar a equívocos.

La gala del sábado pasado tuvo dos caras. Por un lado, la del virtuosismo y la excelencia del violinista ruso Maxim Vengerov, que fue la estrella de la noche, y una perfecta síntesis de lo que ha sido la apuesta artística del teatro: traer figuras internacionales de primera línea, como el cellista Yo-Yo Ma. Artistas que nunca habían venido a Chile y que sin detenerse ni actuar en Santiago, pasaron de largo para viajar hasta Frutillar y debutar a orillas del lago Llanquihue, en un espacio único en términos de acústica y arquitectura en el país.

El otro rostro de la noche, más que un artista o invitado, fue una palabra: sustentabilidad. Fue el concepto más repetido en el discurso de Ulrich Bader-Schiess. Con su castellano imperfecto que delata su origen alemán, Ulrich —o Uli, como le dicen quienes trabajan en el teatro— ha sido el motor del teatro desde su apertura, desde los cargos de director ejecutivo, director artístico o su puesto actual, como Creative Director.

“Le tengo cariño a mi paso por el Consejo. No quise hablar porque lo que salió en los medios era bastante cercano a la realidad. Efectivamente, hubo diferencias de opinión, de enfoque”, dice, al recordar su bullada salida como subsecretario de Cultura.

Con firmeza, por si a alguien no le había quedado claro, hacia el final de su discurso Bader-Schiess dijo: “Este proyecto no puede ser sustentable con una familia”. De los seis millones de dólares anuales de presupuesto del Teatro del Lago, dos tercios son aportados por la familia Schiess, que además contribuyó con una inversión de 44 millones de dólares para su puesta en marcha que, entre otras cosas, implicó construir el espléndido teatro de 11 mil metros cuadrados.

La familia también participa en el directorio del Teatro, representada por Uli y por su esposa, Nicola Bader-Schiess, y también por Cristoph Schiess, presidente de empresas Transoceánica, el holding familiar que tiene inversiones en proyectos inmobiliarios, industriales y turísticos.

El Teatro del Lago no sólo es una joyita arquitectónica y una sala de conciertos de postal. También ha echado a andar una serie de programas educativos que han derribado en parte esa barrera entre el Frutillar bajo, más rico y rubio, poblado de inmigrantes alemanes y turistas, y el Frutillar alto, ese que no tiene vista al lago, más pobre y moreno, donde viven muchos de los niños que se han visto beneficiados con programas para aprender a tocar instrumentos o para asistir a clases de ballet. Algo impensado en el Frutillar de hace una década.

Pero después de esta exitosa primera etapa de instalación, vienen cambios y el teatro se enfrenta a una encrucijada: cómo sumar a otros privados a un proyecto ambicioso, que quiere seguir teniendo en su cartelera a estrellas internacionales sin dejar de lado su mayor orgullo, su proyecto educativo, que hasta ahora ha becado a casi 33 mil niños y jóvenes.

Ulrich y Nicola Bader-Schiess, los rostros más reconocidos del Teatro del Lago, desde el próximo año se instalarán en Europa con el objetivo de buscar nuevos socios en el extranjero. Incluso Uli está haciendo un curso en Harvard sobre fundraising.

Y aunque seguirán conectados, viajando a Chile y apoyando la programación artística, con los Bader-Schiess en Europa la misión de sacar adelante esta nueva etapa del teatro recaerá en Nicolás Bär, que desde hace tres meses asumió el liderazgo del recinto con el cargo de gerente general, en reemplazo de Carolina Schmidt, que tenía el puesto de directora ejecutiva, y que sólo alcanzó a estar un año en este espacio.

Por eso, la gala del sábado pasado también tuvo una carga simbólica: fue el debut en sociedad de Nicolás Bär como cabeza del Teatro del Teatro.

DEL CONSEJO A WASHINGTON

Nicolás-BärrEl nombre de Nicolás Bär (38) saltó a la polémica en 2010, cuando se convirtió en la primera baja del gabinete del presidente Sebastián Piñera. Alcanzó a estar apenas tres meses en el cargo de subsecretario de Cultura, después que el ministro de Cultura de ese entonces, Luciano Cruz-Coke, le pidiera la renuncia tras las pugnas de poder y diferencias de enfoque entre ambos.

Bär en ese entonces guardó silencio, y al poco tiempo fue nombrado agregado cultural en la embajada de Chile en Washington. Allí se mantuvo durante todo el gobierno de Piñera, y se quedó un año más en EE.UU. para hacer un MBA en Wharton, en Filadelfia.

En mayo volvió a Chile y, a diferencia de Carolina Schmidt, para asumir su nuevo cargo Bär se instaló en Frutillar junto a su familia, matriculó a sus hijos en el colegio Kopernikus, a pocos pasos del Teatro del Lago, y su mujer acaba de tener su tercer hijo en Puerto Varas. Se podría decir que Bär es un frutillarino más.

—¿Era parte de las exigencias del cargo instalarse en Frutillar?
—A mí me lo plantearon como alternativa, pero yo dije “si no me voy a Frutillar, no acepto el cargo”. No veo cómo es posible entender la dinámica del teatro si uno no vive acá.

Bär responde esta entrevista instalado en el cuarto piso del Teatro del Lago, donde están las oficinas administrativas, horas antes de subirse al Espacio Tronador —la sala más grande del recinto, con capacidad para cerca de 1.200 personas— vestido de smoking y humita, como uno de los anfitriones de la gala. A un costado de su escritorio guarda un estuche con su flauta traversa, una vieja afición que retomó apenas se instaló en Frutillar.

Dice que le gusta mantener un bajo perfil, pero ahora se verá obligado a estar frente a los focos. Asegura que prefirió guardar silencio tras su bullada salida del Consejo de la Cultura porque nunca tuvo aspiraciones políticas:

—Le tengo cariño a mi paso por el Consejo. No quise hablar porque lo que salió en los medios era bastante cercano a la realidad. Efectivamente, hubo diferencias de opinión, de enfoque. No era fácil instalarse. Era un nuevo gobierno de una coalición que nunca había estado en el gobierno. También se inventaron muchas cosas de mí. Yo nunca milité en la UDI ni en Renovación Nacional, nunca he sido Opus Dei, sí estuve en un colegio Opus Dei.

—Pero tu perfil más conservador provocaba sorpresa en el mundo de la cultura: ingeniero civil industrial, con fuertes vínculos con la Iglesia Católica.
—Sí, pero el proyecto en el que estuve metido, Por el Alma de Chile, en que hicimos escritura de textos bíblicos, era superliberal desde el punto de vista religioso, era todo lo contrario a un proyecto conservador, yo trabajé con la comunidad judía, con distintas iglesias evangélicas y con la comunidad ortodoxa.

Tras su abrupta salida del Consejo de la Cultura, Bär fue nombrado agregado cultural en Washington, donde tuvo que lidiar con la eterna falta de recursos de los agregados culturales. “Yo sé trabajar con poca plata, soy un gestor”, asegura, mientras cuenta que el proyecto más importante que realizó en Estados Unidos fue una exposición en el museo Smithsonian sobre el rescate de los mineros, la primera exposición bilingüe que se realiza en ese espacio.

LA CULTURA Y LOS EMPRESARIOS

Mientras estaba en Washington, un amigo le presentó a Ulrich Bader-Schiess en 2013. Y aunque no conocía el teatro —se inauguró después de que había partido a Washington— ni sus proyectos educativos, quedaron de retomar contacto.

Así llegó a un cargo que define como un sueño hecho realidad, acorde con su perfil, que también incluye un máster en políticas culturales realizado en Inglaterra: “Para mí, si tuviera que definir el Teatro del Lago en una palabra, sería sueño. Es tan loco esto, que en Chile, en el sur, en Frutillar, haya un lugar como este, donde mis hijos tienen más posibilidades de desarrollarse artísticamente que en Santiago”.

—Carolina Schmidt era directora ejecutiva, tú asumes como gerente general. ¿Tu gestión tendrá un énfasis distinto?
—Coincide con una nueva etapa. Este es un teatro que tuvo una primera etapa de construcción larga, que fueron 12 años, después vino una etapa de 5 años de posicionamiento, y ahora empieza una etapa que inició Carolina Schmidt. Ella fortaleció el área corporativa, de hacer eventos y eso se posicionó internamente como algo importante. También hay un énfasis estratégico de pensar en el modelo óptimo para proyectar esto en las próximas décadas, en el ámbito del levantamiento de fondos.

—¿A qué se refieren con darle sustentabilidad al proyecto?
—Hay que afinar el modelo, de tal manera que logre tener un impacto, y también logre comunicar ese impacto de manera efectiva. Y que empiecen a caer solos los aportantes, los donantes, los fondos públicos, porque es demasiado claro que este es un proyecto de una potencia y un impacto grande. Eso requiere innovar en la evaluación de los proyectos educacionales para poder mostrar eso. Así como el Guggenheim de Bilbao es un gran ícono de cómo un proyecto cultural puede potenciar una ciudad, yo creo que el Teatro del Lago es uno de los pocos ejemplos en el mundo donde el entorno se transforma por un centro cultural.

“El Teatro del Lago es un proyecto que es tan importante para Chile, que es esencial que otra gente también asuma el compromiso. Queremos que la gente entienda que esto no puede seguir siendo un proyecto de los Schiess. Esto es un proyecto de Chile”, dice Bär.

Un tercio de los ingresos del Teatro del Lago proviene de ingresos propios (venta de tickets y eventos corporativos, desde matrimonios hasta congresos médicos), más los apoyos de la Fundación Mustakis y la Fundación Ibáñez Atkinson. También crearon un círculo mundial de amigos, “que todavía es pequeño, pero lo estamos haciendo crecer”, dice Bär. Tal como dirá Ulrich Bader-Schiess en su discurso, en el Teatro del Lago están empeñados en que este proyecto no sea sólo de los Schies.

—Cuando uno tiene un donante principal, también existe un riesgo. Si queremos que este proyecto siga en los próximos 100 años, hay qué pensar qué pasa si a la empresa le empieza a ir mal, o si los nietos no quieren seguir. Este es un proyecto que es tan importante para Chile, que es esencial que otra gente también asuma el compromiso. Queremos que la gente entienda que esto no puede seguir siendo un proyecto de los Schiess. Esto es un proyecto de Chile —dice Bär.

—¿Por qué el empresario chileno no invierte más en cultura?
—Tengo una visión crítica al respecto, estoy convencido de que en la elite empresarial en Chile hay poca sensibilidad por el arte y la cultura, y poco entendimiento de la importancia que esto tiene para la calidad de vida y el desarrollo del pueblo. Si uno compara lo que pasa en Estados Unidos o en Europa, la realidad de Chile es muy distinta.

—¿Y qué se hace para cambiar esto?
—Creo que está cambiando. Cada vez tenemos más gente que viaja, que vuelve con una mirada distinta, que es lo que me pasó a mí. Mis papás preferían gastar la plata en que nosotros viajáramos a cambiar el auto de la casa.

—Pero la elite siempre ha tenido más acceso para viajar. ¿Dónde debería estar el cambio?
—Yo creo que los hijos y los nietos de estos empresarios que hicieron fortuna en Chile han tenido ese acceso desde siempre. Eso marca una diferencia muy grande. Mi esperanza es que el cambio llegue con las nuevas generaciones, que han estudiado afuera, que han conocido a familias que son grandes filántropos. Soy optimista, el mundo tiende hacia allá, cada vez hay más conciencia de la importancia del give back, de devolverle a tu país lo que te ha dado y de la responsabilidad social de las empresas.

—Y como teatro, ¿qué estrategia van a aplicar para encantar a los empresarios con este proyecto?
—Estamos preparando una estrategia. Uli y Nicole se van vivir a Europa a probar si es posible conseguir fondos internacionales, y fondos de familias de afuera. Eso es algo superconcreto. Internamente soy un convencido de que es tan increíble este proyecto, que nosotros tenemos un rol bien importante en educar en cómo desarrollar la filantropía en Chile. Si no lo hacemos nosotros, quién lo hace.

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