Por Diego Zúñiga, desde Antofagasta // Fotos: Sebastián Rojas Septiembre 11, 2015

Una mujer de tez blanca y pelo rojo camina por el desierto. Lo hace en silencio, quizá qué cosas está pensando. Avanza y contempla el lugar, que más que el desierto de Atacama parece un pedazo de la Luna o de un planeta desconocido.

Ahí, en ese paisaje, ella encontró un camino.

***

—Ahí sí que no hay nada. Nada —le decían sus amigos a la artista polaca Dagmara Wyskiel (1974), pero ella no podía saber qué significaba eso realmente.

Era 1997, había venido a Chile desde Cracovia por un intercambio universitario, se había instalado un semestre en La Serena y todos sus cercanos le preguntaban si iba a ir al norte. Y le repetían eso: “Ahí sí que no hay nada”. Entonces para ella decir nada era decir un pastito, una vaquita, un riachuelo, unas ovejas; el paisaje que una persona ve si es que viaja por tierra entre países europeos. En eso pensaba Wyskiel cuando se subió al bus que la llevaría a Antofagasta. Era de noche, así que cerró los ojos, durmió y cuando estaba amaneciendo, abrió las cortinas y entendió, realmente, a qué se referían sus amigos: el desierto en su máxima expresión, grandes extensiones de tierra en las que no había nada —nada—.

—Quedé impresionada… Después recorrería todo Chile y descubriría muchos paisajes impresionantes, pero el desierto es algo de lo que nadie puede sospechar —dice Wyskiel, en un español que aprendió muy joven, cuando su madre veía películas de Carlos Saura. Un español que perfeccionaría en Chile, pues luego de ese encuentro con el desierto volvería para instalarse con su hija. Wyskiel, entonces, viajó por un par de meses y terminó quedándose, luego de que le ofrecieran hacer clases en la Universidad Católica del Norte.

Hoy lleva 14 años viviendo en Antofagasta, ciudad desde la cual ha desarrollado la mayor parte de su carrera artística y donde se ha transformado en una gestora cultural clave de la zona norte, al organizar —junto al colectivo SE VENDE— la Semana de Arte Contemporáneo SACO, que lleva cuatro ediciones y que se puede visitar hasta el 15 de septiembre en el Parque Cultural Ruinas de Huanchaca, en Antofagasta.

Cuando Dagmara vio el desierto, más que ver la nada vio una posibilidad: un lugar donde había mucho por hacer.

***

Viernes 28 de agosto, 19:00 h: las ruinas de Huanchaca —ese lugar icónico de Antofagasta en el que quedan los vestigios de una antigua fundición de plata del siglo XIX— están llenas de gente. Es la inauguración de SACO4 —presentada por Minera Escondida y apoyada por el Consejo de la Cultura y las Artes— y todas esas personas esperan ver la exposición Entre la forma y el molde: siete domos instalados en el parque cultural, donde podrán observar los trabajos de 84 estudiantes de tercero y cuarto medio. Alumnos de colegios municipales del Norte Grande —Arica, Calama, Tocopilla, Antofagasta, entre otros lugares— que fueron seleccionados por el equipo de SACO4 para trabajar durante una semana con siete artistas latinoamericanos y crear las obras que se muestran en la exposición: esculturas, grabados, fotografías, dibujos y videos.

—Este año buscamos personas que cumplieran con el perfil que necesitábamos: artistas con una obra interesante, pero que además representaran espacios de enseñanza alternativos a la academia tradicional —cuenta Wyskiel sobre la forma en que escogieron a los siete artistas invitados, entre ellos el fotógrafo peruano Roberto Huarcaya (Centro de la Imagen), el chileno Tomás Rivas (Taller Bloc) y el cubano Luis Gómez (Instituto Superior de Arte).

—La idea es que los niños aprendan haciendo —dice Wyskiel—, y que a través del arte pudieran entender mejor el lugar donde viven, sus necesidades, sus problemas.

Esculturas de sus propios rostros; fotografías de la plaza y del centro de la ciudad; dibujos y mapas que muestran los lugares que recorrieron, los problemas ambientales de la ciudad; grabados enigmáticos y bellos hechos con materiales que estaban ahí, en las mismas ruinas de Huanchaca.

dJustamente el tema de la enseñanza es una de las obsesiones de Dagmara Wyskiel. Se quedó en Chile porque le prometieron que volverían a abrir la Escuela de Bellas Artes de Antofagasta de la Universidad Católica del Norte. —cerrada después del golpe—, pero aquella promesa no se cumplió. Así que en 2004 creó, junto a Christian Núñez, su actual pareja, el colectivo SE VENDE Plataforma Móvil de Arte Contemporáneo, con el que han realizado diversas intervenciones artísticas en la ciudad. En 2012 organizaron la primera SACO, con apoyo de la galería que representa la obra de Wyskiel en Estados Unidos. En esa primera muestra, trajeron obras de artistas de México, Argentina, Egipto y Chile, y estuvo enfocada en la política y el medioambiente. Así, descubrieron que a la gente de la ciudad sí le interesaban estas muestras y que una forma de atraerlas era tratando temas cercanos al público.

—Desde Santiago nos han propuesto convertir SACO en una bienal, pero no nos interesa compararnos con las grandes bienales, porque no contamos con la infraestructura. Hemos inventado nuestro propio formato y nos interesa la vinculación de los artistas que vienen con la gente que está en la región —explica Wyskiel.

***

Describir el desierto es, a veces, imposible: kilómetros y kilómetros de tierra, de nada, sin un horizonte fijo. El suelo cambia, a ratos es arena, a ratos se asemeja a pedazos de cerámica, tierra salinizada que parece resquebrajarse. No hay nada, realmente. Cuando uno deja Antofagasta y se dirige hacia el interior, de pronto ve los cerros y unos geoglifos, pero no mucho más. El cielo celeste, abierto, el sol y la tierra. Eso es lo que vemos una tarde de sábado cuando recorremos, junto a Dagmara Wyskiel, el colectivo SE VENDE y los siete artistas invitados a SACO4, un lugar llamado “Valle de los Meteoritos”, a unos pocos kilómetros de Quillagua, el lugar más seco del mundo: el desierto y, de pronto, dos hoyos gigantes de 200 metros de profundidad que nos hacen imaginar que ahí cayeron dos meteoritos, aunque no hay pruebas.

“Desde Santiago nos han propuesto convertir SACO en una bienal, pero no contamos con la infraestructura. Hemos inventado nuestro propio formato y nos interesa la vinculación de los artistas que vienen con la gente que está en la región”.

Estamos ahí porque Wyskiel decidió mostrarles a los artistas Quillagua, el lugar donde empezó a organizar residencias artísticas desde 2012.

—Un día estaba viendo National Geographic y vi que decían que Quillagua era el lugar más seco del mundo. No lo pude creer. Viajé y fue amor a primera vista. Es un lugar perfecto no sólo para la creación de artes visuales, sino para un trabajo de reflexión, de investigación.

El primero que estuvo en la residencia fue Fernando Prats —quien representó a Chile en la Bienal de Venecia 2011—, y este año, con apoyo del CNCA, son ocho los artistas que están viviendo entre el 6 y el 13 de septiembre en Quillagua, un pueblo donde habitan poco más de 100 personas, un oasis frágil en medio del desierto, un pueblito al lado del río Loa que las mineras han intentado hacer desaparecer. Por eso también Wyskiel ha instalado la residencia ahí, para darle un valor cultural al pueblo, que además cuenta con un museo muy valioso, en el que se pueden ver momias que datan de hace miles de años.

Fue tanto el enamoramiento con el lugar, que Dagmara Wyskiel no dudó en que su nueva obra iba a comenzar ahí. Durante un buen tiempo investigó sobre la época de las salitreras en el norte y se convenció de que lo que hubo en aquellos años fue una suerte de esclavitud encubierta: trabajadores sometidos a extenuantes jornadas, donde además les pagaban con fichas. De ahí, entonces, nació Juego Mixto, una intervención que consiste en una pelota de golf de 12 metros de diámetro —una pelota que refleja, en parte, a esa clase privilegiada y explotadora— que recorre distintos lugares de Chile. El primer lugar que recorrió, en noviembre de 2013, fue Quillagua y el “Valle de los Meteoritos”, y luego, en junio de este año, Wyskiel decidió llevarla a un lugar más complejo: en medio del observatorio ALMA, a más de 5 mil metros de altura.

—Fue una gestión complicada, porque ALMA es como un claustro medieval. Personajes que no tienen contacto natural con lo cotidiano. Están conectados con otra realidad, por lo que es difícil establecer diálogo con ellos —explica Wyskiel.

Un artista francés había logrado hacer unas proyecciones sobre las antenas, y Christian Boltanski intentó, el año pasado, realizar una intervención, pero no consiguió los permisos. Así que Wyskiel sabía lo difícil que iba a ser. Al final le dieron tres días para cinco personas, con horas restringidas y sin la certeza de que pudieran subir siempre, pues dependía del tiempo. Por suerte, les tocó nieve, pero con sol, y pudieron realizar la intervención: la pelota de golf al lado de las antenas, a cinco mil metros de altura, todo nevado. Una imagen hermosa y enigmática.

—Trabajamos con botellas de oxígeno en la espalda. Éramos como deportistas de alto rendimiento, tuvimos que pasar muchos exámenes de salud —cuenta Wyskiel, sonriendo, pues sabe que logró algo muy difícil.

Hoy, termina de editar el video de la intervención y se prepara para llevar Juego Mixto al glaciar Grey, los primeros días de octubre, y luego en noviembre a Valparaíso, en el marco de Puerto de Ideas, para terminar el recorrido el próximo año en el MAC de Santiago, donde se mostrarán los videos de las intervenciones.

—Siempre se me ocurren cosas difíciles de realizar, pero no imposibles —explica Wyskiel y luego agrega—: Antes pensaba que sería indispensable irme a Santiago para desarrollarme como artista, pero ahora tengo clarísimo que no me iré. Lo que tenemos en el norte es único y hay que aprovecharlo.

Relacionados