Por Marcela Escobar Julio 22, 2015

© Jorge Sánchez

Ha pasado el tiempo –mucho cambió– desde que en 1979 el Colectivo Acciones de Arte, conocido como CADA, realizó su primera intervención en las poblaciones de Santiago. Diamela Eltit, Raúl Zurita, Lotty Rosenfeld, Fernando Balcells y Juan Castillo, los miembros del grupo, entregaron cien bolsas de medio litro de leche a pobladores de La Granja, y esas mismas bolsas, luego, se transformaron en obras de arte. Ese año, también, dispusieron diez camiones de Soprole en frente del principal museo de Santiago, el que cubrieron con un lienzo blanco. Dos años después, bombardearon la ciudad con 400 mil panfletos que lanzaron desde seis avionetas. La idea era provocar. En años en los que los artistas eran perseguidos, como muchos de los que pensaban distinto al gobierno dictatorial.

Lo que hacían, “el primer ejemplo histórico de un arte chileno de vanguardia”, como lo definió Nelly Richard, era tan raro para el Chile de entonces, que quizás por lo mismo los organismos de seguridad minimizaron su impacto. Pero el CADA pasó a la historia.

Juan Castillo fue –sigue siendo, de algún modo– uno de los cinco CADA. Nacido en Antofagasta en 1952, se instaló en Santiago luego de estudiar Arquitectura en Valparaíso. Ha trabajado con distintos soportes y medios, desde el grafiti al video, desde el grabado a la fotografía. En paralelo a las acciones que organizaban con el colectivo, Castillo intervino la ciudad con la frase Te devuelvo tu imagen. Eran años de movimiento. Inquieto, en 1982 partió a Suecia por primera vez: había ganado una beca y quería irse de Chile. En 1986 se instaló allá, y desde entonces, como él dice, entra y sale.

Ahora, integra la muestra colectiva Cruces líquidos en el Museo Nacional de Bellas Artes, en la que también participan los españoles Juan-Ramón Barbancho, Francis Naranjo y el paraguayo Joaquín Sánchez. “Esta historia (la muestra) viene de hace mucho tiempo y es un diálogo bastante horizontal el que hay entre nosotros”, reconoce Castillo, el único chileno de los exponentes que trabaja la instalación, el video y el cine, entre otras técnicas. 

Su parte de la exhibición se llama “Huacherías”, y lo tendrá en Santiago hasta comienzos de agosto. Una instalación multimedial en la que Castillo dispuso pinturas experimentales (lienzos de lino pintados con té) y videos, uno de los cuales proyecta un rostro femenino y la repetición constante de la palabra “idea”.

–Este es un ejercicio generoso, entendiendo que no a todos los artistas les sienta cómodo trabajar en colectivo. 

–Yo tengo más bien una tendencia. Me da lata el arte en solitario. Creo que todo tipo de trabajo que es explícito hacia fuera es un diálogo con otro. El mejor artista del mundo cuando expone está mostrando el diálogo que ha tenido con otro, puede ser explícito o no.

–¿Te intriga también lo que le pueda pasar al espectador?

–Yo creo –no sólo yo– que la obra es la mirada del espectador. Ni siquiera es el objeto que yo hago. Las obras toman diferentes sentidos de acuerdo a la mirada de los distintos espectadores. Y también el mismo espectador es alguien que está en movimiento. Si mira una determinada obra en un momento de su vida, tiene una traducción, le da un sentido; si la mira en otro instante le encuentra otra traducción y otro sentido. El centro de gravedad se ha desplazado desde el objeto a la mirada, y ahora todos somos conscientes de que, de alguna manera, las obras las hacen los que miran.

–Por eso resulta inútil la crítica de arte.

–Hay un arquitecto chileno que lo ilustra muy bien: dice que puede haber críticos buenos y bienintencionados, pero si uno quiere saber de la obra, la única respuesta la encuentra en la obra misma. El otro discurso está de más, si es que es un discurso que pretende darme claves o los sentidos de la obra. 

***

Si bien partió a Suecia en 1982, Castillo regresó a Chile tantas veces como pudo y continuó perteneciendo al CADA hasta que el colectivo dejó de trabajar como tal. La última acción de arte registrada bajo el nombre del grupo –Viuda, realizada en 1985– sólo contó con la participación de Diamela Eltit y Lotty Rosenfeld. Castillo, sin embargo, ha mantenido un estrecho contacto con Lotty y en los últimos años ha vuelto a trabajar con el poeta Raúl Zurita. “Todo nace de la amistad y la admiración mutua. Conversando con Raúl quisimos desarrollar una publicación basada en poemas inéditos suyos, con puesta visual mía. A medida que desarrollamos este proyecto, se une Fernando Balcells. Realicé una suerte de lectura de este proceso, que será editado en Canarias por la editorial española APM”, explica. De algún modo, parte del CADA vuelve a reunirse en ese proyecto. 

–¿Cuánto queda del CADA en el arte chileno actual? 

–Eso habría que preguntárselo a los jóvenes, pero a veces veo, con alegría, a muchos de ellos desarrollando trabajos que creo fueron impulsados por las ideas del CADA.

–En su momento, el colectivo tuvo un rol sumamente protagónico y había una prensa sensible y cómplice con ese trabajo.

–Ese tipo de prensa hoy no existe. Vivimos otro panorama. Si bien vengo todos los años a Chile, no me manejo como pez en el agua, no conozco en profundidad todas las redes. Entro y salgo de acá por temporadas cortas. Me gusta, tal como me gusta entrar y salir del arte. Ser artista a tiempo completo es fome, además de inútil. Para mí el arte no es una profesión, sino que una vocación. Y como toda vocación, uno tiene dudas.

–Y cuando sale del arte, ¿qué hace?

–Recorro los bosques y junto setas, callampas; las seco, las conservo, se las regalo a todos mis amigos. Y me alimento. Hace años compré una casa muy bonita en un campo. El pueblo donde vivo en Suecia tiene una calle de tierra y unas quince casas desparramadas. Todo es bosque y lago. Desde el punto de vista de la naturaleza es muy ideal, me gusta mucho para trabajar, no es una mansión pero es un espacio generoso y, como vivo solo, es perfecto. Hago muchas residencias con artistas jóvenes. Y está a 20 kilómetros de un aeropuerto. No es tan difícil salir de ese seudoparaíso. 

Dice que no alcanza a aburrirse y que no puede, tampoco: Castillo vive de lo que hace y cuando logra acumular cierta cantidad de dinero, vive dos o tres años sin la presión de generar ingresos en lo inmediato. 

–Hago unos paréntesis grandes, me dedico a leer mucho, a pensar. Para mí es fundamental. De hecho ahora tengo muchas ganas de pasar un par de años en mi casa. Va mucha gente a verme, pero también puedo pasar tres meses encerrado, sin hablar con nadie. 

***

Este año, Castillo publicó el libro Ritos de paso, un registro gráfico de más de treinta años en los que ha ocupado distintos paisajes con su obra Te devuelvo tu imagen, un cartel que tan pronto se instala, arde en llamas a orillas de una playa en Chiloé o en medio del desierto de Atacama. Vivió parte de su infancia en la oficina salitrera de Pedro de Valdivia. Siente ese entorno como propio.

–¿Sigue el norte, el desierto, siendo parte del paisaje de tu obra? 

–El desierto es parte de mi formación y no me abandonará nunca. Es una forma de pensar y relacionarse con las cosas desde una relatividad absoluta, es tan evidente que sobre esos extraños y misteriosos paisajes uno proyecta su cabeza, su propio cuerpo.

–Cuando vuelves a Chile, ¿vuelves a Antofagasta?

–Generalmente. Hace poco estuve hablando de cuánto ha cambiado. En la época en que yo me crié, Antofagasta era un paraíso. Había escuelas de arte: yo empecé a hacer exposiciones a los 12 años. Ese panorama privilegiado ya no existe. No sólo había escuelas de arte, estaba el teatro Pedro de la Barra, la orquesta sinfónica creada por Joaquín Taulis. Había un nivel de discusión y efervescencia importante. Hoy los artistas están solos, no tienen mucho espacio para dialogar.

Castillo reconoce que el arte nunca ha sido masivo. Sin embargo, sus temas abordan preocupaciones comunes, un territorio que podría ser recorrido por cualquiera: ahí aparecen la patria, la identidad y las “huacherías”, la palabra que da título a la serie que ahora exhibe en el Bellas Artes. “ ‘Huacherías’ es un intento de replicar esa habla chilena que es inventada. Es esa manera de buscar otro significante a partir de palabras dadas”, dice.

–Una palabra con un montón de interpretaciones. Como cuando prefieres hablar de ocupación en vez de instalación.

–Instalación está tan usada. Es un poco el sentido que tiene la poesía, volver a sacarles brillo a las palabras. El lenguaje las va desgastando. También me gusta la idea del huacho como la cosa del solo, de lo solitario. Pero vamos a ver qué le sucede a la gente. Yo parto siguiendo mi idea y vamos viendo. Por eso te hablaba de la importancia de la mirada. Las obras son elementos catalizadores que con mayor o menor eficacia despiertan posibilidades de lectura. Algunas pareciera que no tuvieran nunca fondo y en ese sentido son superricas porque despliegan múltiples lecturas. Ahí está su atractivo.

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