Por Evelyn Erlij, desde París Abril 22, 2015

“Eddy Bellegueule era el nombre que tenía cuando era niño y que detestaba -explica hoy, convertido legalmente en Édouard Louis desde 2013-. Lo odiaba porque era el nombre de una infancia que aborrecí; porque no sólo eran sonidos, sino una historia, algo que me decía ‘maricón’ y ‘pobre’”.

De niño, Eddy Bellegueule tenía un ritual. Cada mañana, frente a un espejo, repetía esta frase como un mantra: “Hoy voy a ser un tipo duro”. Eso implicaba reprimir los ademanes femeninos, fingir voz grave, forzarse a jugar fútbol, obligarse a besar a niñas en la boca. Significaba abrazar la única definición de masculinidad posible en la Francia subproletaria de Hallencourt, un pueblo perdido en el norte del país. Significaba dejar de ser él mismo para poder existir. Significaba, también, odiar la lectura, ya que leer no era el gesto digno de un macho. Por eso, en su casa no había libros. Por eso, nunca leyó. Y, por eso, jamás pensó que a los 21 años sería un escritor que huiría de ese mundo gracias a una novela de título suicida: Para acabar con Eddy Bellegueule.
-Eddy Bellegueule era el nombre que tenía cuando era niño y que detestaba -explica hoy, convertido legalmente en Édouard Louis desde 2013-. Lo odiaba porque era el nombre de una infancia que aborrecí; porque no sólo eran sonidos, sino una historia, algo que me decía “maricón” y “pobre”. El hecho de estamparlo en la portada del libro me aterraba, pero la verdad tiene un impacto mucho más poderoso. Decir “ésta es una novela autobiográfica” implica que hablo de nosotros, que hago un diagnóstico del presente de forma más fuerte. Y esa verdad tenía que contarla a cualquier precio.
Para acabar con Eddy Bellegueule (Ed. Salamandra/Océano) -que llega a Chile el 4 de mayo- es la historia del calvario de la infancia de Édouard Louis (1992), es el relato de la violencia cotidiana de una Francia invisible, de esa población blanca reaccionaria que vive en la miseria, que vota por la extrema derecha y que no existe en los relatos burgueses de la literatura francesa. Eso explica que la novela, escrita en el lenguaje popular del lumpemproletariado, haya sido uno de los éxitos editoriales más vendidos (200 mil ejemplares), traducidos y comentados de 2014: nadie había escrito desde la marginalidad extrema con tanta honestidad y, menos aún, desde el lugar de la homosexualidad.
-Escribí este libro a partir de un sentimiento de ausencia. Tenía la impresión de que el mundo de mi infancia estaba excluido de la literatura. Era como si la condición de la literatura para ser literatura era excluir ese lenguaje. Ni siquiera lo encontré en los textos de escritores que, como Céline o (William) Faulkner, intentaron un acercamiento a ese mundo. Por eso quise gritar. Por eso lancé un grito que sólo podía ser uno de realidad -afirma Louis en el living de su departamento, en el barrio parisino de Le Marais, a unos doscientos kilómetros de los paisajes pesadillescos de su niñez.
Eddy nació de un padre que se partió la espalda trabajando en una fábrica y de una madre dueña de casa. El alcoholismo y la cesantía eran parte de la vida -“mi madre decía que los obreros son burgueses porque tienen sueldo cada mes; nosotros sobrevivíamos gracias a las ayudas sociales”, recuerda hoy-. Rechazar a homosexuales, negros y árabes fue parte de su adiestramiento moral. En el colegio, le parecía normal ser humillado por su falta de virilidad. En la casa, comprendía que su papá le dijera que era “la vergüenza de la familia”.
Contra la tradición de dejar el colegio para trabajar en una fábrica, partió a la ciudad de Amiens a estudiar. Tres años más tarde, en 2011, fue aceptado para hacer estudios de Sociología en la escuela más exigente de la elite intelectual francesa, la École Normale Supérieure (ENS), lugar de formación de grandes pensadores como Sartre, Derrida, Bourdieu y Foucault. Las ganas de escribir las tuvo al leer la novela autobiográfica Regreso a Reims, de Didier Eribon, sobre un niño de clase popular que se convirtió en un filósofo de renombre mundial. Ahí murió Eddy y nació Édouard: fue en ese momento, a los 18 años, cuando decidió escribir la historia de su niñez sin piedad ni nostalgia. Queda claro en la primera línea del libro: “De mi infancia no me queda ningún recuerdo feliz”.
Esa frase explica por qué su familia no volvió a hablarle más. Peor aún: su éxito derivó en un escándalo de farándula que tuvo a periodistas en la casa de los Bellegueule, en Hallencourt, entrevistando a sus parientes y publicando cuñas lacrimosas de su madre: “Eddy era mi orgullo, era mi hijo preferido. No logro entender”. Algunos lo acusaron de exagerar la realidad. Para Louis, en cambio, inmolarse con su verdad era un acto político:
-El discurso sobre las clases populares suele estar entre dos alternativas: o es un discurso despectivo o es un discurso de mitificación, de elogio, como el de (el cineasta Pier Paolo) Pasolini, quien consideraba a las clases populares como las más auténticas. Eso es un racismo invertido, es el mito del buen salvaje. Hacerle justicia al mundo de mi infancia era escribir contra esas dos posibilidades. Uno puede ser justo sin amor. El elogio es un error. Es dejar a la gente como mi familia en el mismo lugar y no cambiar nada.

***

Tras los atentados de Charlie Hebdo, en enero, la calle donde vive Édouard Louis se llenó de camiones de policía. Le Marais es el barrio judío de París y el centro gay de la ciudad, por lo que fue uno de los lugares más susceptibles de sufrir ataques terroristas. Por esos días, recuerda, estaba aterrado. Y la única forma de superar el miedo fue volver a los motivos por los que escribió su novela.
-Concebí Eddy Bellegueule como un libro que consistiría en buscar las causas de la violencia. Creo en la literatura como un arte de las causas. En el caso de Charlie Hebdo, se reaccionó ante los efectos de la violencia y no ante sus causas. Por eso la política tiene mucho que aprender de la literatura -afirma Louis, quien ahora está terminando de escribir su segunda novela. Se trata de un relato sobre su encuentro con un joven argelino, a través del cual desmenuza la realidad dura de los inmigrantes en Francia.
-Cuando vemos las vidas de los culpables de los atentados -dos de ellos de ascendencia argelina y uno de padres malienses-, vemos que sólo podían conducir a ese nivel de violencia terrible. A mí me han atacado porque en el libro excuso la violencia del padre de Eddy o de los niños que escupen sobre él. Me dicen “eso no justifica nada”. ¿Pero quién ha dicho “justificar”? Excusar quiere decir encontrar las causas que están al exterior de los individuos. Si no se comprenden esas causas, la violencia se reproducirá sin cesar.
Ya egresado de la ENS, Louis recuerda que ahí miraron con sospecha la popularidad de su novela. Le dijeron que hay que escribir en revistas académicas y no para la gente. Y le recordaron una y otra vez que no pertenecía a ese lugar:
-Eso me dio fuerzas para escribir. Cuando volvía triste de la ENS, me decía: “Tienes que escribir y encontrar tu lugar en otra parte”. De golpe, gracias a la literatura, me di cuenta que mi vida era posible, que había una guirnalda de ancestros, de gente que, como yo, luchó por existir. Reconocí una filiación. Hay una frase de Nietzsche que adoro y que él decía con toda su modestia: “La filiación es algo absurdo, me siento más el hijo de Julio César que el hijo de mi padre”. Y yo me siento mucho más el hijo de Pedro Almodóvar y de Proust que de mi padre -asegura. De hecho, de las murallas de su departamento no cuelgan fotos familiares, sino una fotografía de Sartre junto a Foucault.
-Quise escribir contra la idea de que los relatos de tránsfugas, de aquellos que se fugan de un mundo para ir a otro, están siempre protagonizados por héroes, por gente “distinta”. Desde los relatos de Pierre Bourdieu o Peter Handke, hasta Billy Elliot, siempre se muestra al tránsfuga como un héroe que lucha por escapar. Eso me parecía falso. Eddy era un niño que no quería fugarse, que tenía un solo sueño: no ser diferente. A nivel político, me parecía importante decirlo. Y fue difícil. Era una tentación escribir que yo era distinto. Pero es más duro decir que era un niño banal, que mi gran sueño era la conformidad.
El éxito de Para acabar con Eddy Bellegueule -que ha sido traducida a 18 idiomas y que será adaptada al cine por el director André Téchiné- radica en esa honestidad, cree Louis, quien aún continúa lidiando con prejuicios en torno a su origen social:
-Cuando mi libro salió, un periodista dijo: “¿Qué hubiera escrito él si hubiera tejido sobre las rodillas de su madre?”, en referencia a Proust y a su mundo aristocrático. Y pensé: “¿Le hubiera preguntado a Proust qué hubiese escrito si su padre hubiera sido un obrero desempleado?”. Jamás. Porque ese mundo versallesco es considerado un tema mucho más literario. Yo quise hacer literatura con lo que no es literario. Y cuando se hace eso, se corre el riesgo de ser enviado al ámbito del testimonio y no del arte -advierte. La pregunta del periodista lo demuestra. Y él lo tiene claro: Puede que Édouard Louis haya acabado con Eddy Bellegueule. Pero Eddy Bellegueule no ha acabado aún con Édouard Louis.

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