Por Diego Zúñiga Abril 9, 2015

© Ari

“A mí me conmueve mucho tomar fotos. Me remece, me vitaliza también. Me gusta trabajar en el mundo del otro. Creo que si me he interesado por esos temas más silenciosos es porque estoy buscando dónde estoy, dónde me veo. Es la búsqueda de la identidad”.

Tenía poco menos de 30 años y trabajaba en un colegio particular, bilingüe, haciendo clases. Era profesora primaria, le gustaban los niños. Había estudiado Educación en la Universidad Católica y luego había partido a Inglaterra, en los 60, donde se había comprado una cámara fotográfica. Una Nikon. Siempre fueron y han sido Nikon las cámaras que ha utilizado Paz Errázuriz (1944), aunque en aquel tiempo su vínculo con aquel objeto era más bien desde la afición. Le gustaba sacar fotografías, pero estaba dedicada al tema de la enseñanza. Era comienzos de los 70, y hacía clases y, a veces, les tomaba fotos a los niños. Hasta que vino el golpe militar y la despidieron.

-Al principio no sabía qué hacer, y luego me puse a tomar fotos -recuerda Paz Errázuriz, sentada en el escritorio de su casa, en Providencia, mientras toma un té. Han pasado más de 40 años desde aquella época, pero no olvida esos comienzos: sin trabajo, algunos padres de los que habían sido sus alumnos le empezaron a pedir fotos de sus hijos, que fuera a sus casas y los retratara.

-Era difícil en esos años la fotografía. No había cámaras, no había películas, todo era complicado, pero la gente quería fotos de sus niños, de su familia, así que estuve un buen tiempo haciendo eso -cuenta Errázuriz, quien además se ha reencontrado en estos meses con aquellos primeros retratos: Andrea Aguad, curadora del Centro del Patrimonio Fotográfico (Cenfoto), obtuvo un Fondart para ordenar su archivo fotográfico, así que Errázuriz ha estado revisando los miles de negativos que tiene guardados en casa, entre los que fue descubriendo aquellos primeros retratos de esos niños que hoy son adultos.

Pero no sólo ese proyecto la tiene revisando lo que ha sido su obra. También terminó de preparar en estos días lo que será Poéticas de la disidencia, el proyecto que la llevará, junto a Lotty Rosenfeld y la curaduría de Nelly Richard, a representar a Chile en la Bienal de Venecia, a inicios de mayo. Ahí, Errázuriz mostrará un extracto de tres de sus obras más importantes: La manzana de Adán (1990), El infarto del alma (1994) y La luz que me ciega (2010).

Es 2015 y parece que será el año de Paz Errázuriz: no sólo participará en la bienal más importante del mundo, sino que también se prepara una gran retrospectiva suya en Madrid y una nueva exposición en Santiago.

Es 2015 y uno se pregunta si esos niños que fotografió hace tantas décadas sabrán que fueron retratados por una de las fotógrafas más importantes de Chile.

 

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Primero fueron los niños, y luego la calle: las protestas, las marchas, las lacrimógenas, la represión. Primero fueron los retratos, todo muy tranquilo, todo muy planificado; y luego, la improvisación, la urgencia, lo político. Porque Paz Errázuriz dejó de dar clases en el colegio y nunca más abandonó la fotografía, nunca más dejó de mirar el mundo desde aquel rectángulo que la acompañaba a todos lados. Así, fue aprendiendo en el camino, de forma autodidacta, a ser fotógrafa. Pero eran tiempos complejos, y ella no le iba a hacer el quite a aquella realidad. Al contrario. Saldría a la calle y retrataría ese Chile de los 80, no sólo para medios nacionales -revistas como Apsi, Cauce-, sino también para publicaciones extranjeras, que pedían más y más imágenes.

-La calle fue un aprendizaje fascinante, porque tenías que probar otro tipo de reflejos, tenías que estar muy atenta, muy alerta y muy predispuesta a lo que viniera -dice Errázuriz, quien en esos años cofunda la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI), y va descubriendo cuáles son los mundos que quiere retratar, aquellos territorios en los que decide instalarse para hablar de lo que nadie habla, para mostrar a los que nadie quiere ver.

Es en esa época, de hecho, en 1982, cuando empieza a preparar lo que será La manzana de Adán, un retrato del mundo homosexual y travesti en plena dictadura. El mundo de los prostíbulos en provincia. La mirada de Errázuriz -y la escritura de Claudia Donoso- ingresando a un lugar prohibido, con imágenes que hasta hoy siguen siendo desconcertantes e hipnóticas. El retrato de un mundo desconocido desde sus entrañas y que no sólo será el primer trabajo importante de Errázuriz -en 2011, la galería Tate Modern de Londres adquirió una serie de 12 fotos de la obra y, el año pasado, la Fundación AMA, de Juan Yarur, quien ha sido uno de los más entusiastas con la obra de Errázuriz en los últimos años, la reeditó en una edición de lujo, con fotografías inéditas y algunas a color-, sino que también marcará una pauta en su forma de trabajar: proyectos en los que se embarcará por años, mundos marginales -aunque a ella no le gusta esa palabra-, relegados, lejos de las luces, en los que ella se inmiscuirá hasta ser una más: el circo, los boxeadores, los enfermos del psiquiátrico y los ancianos serán algunos de los protagonistas de sus trabajos. Personas a las que Paz Errázuriz les dará la visibilidad que el mundo les ha quitado. Imágenes que logran captar una belleza imponente, que muchas veces ha sido ignorada.

-A mí me conmueve mucho tomar fotos. Me remece, me vitaliza también. Me gusta trabajar en el mundo del otro. Creo que si me he interesado por esos temas es porque estoy buscando dónde estoy, dónde me veo. Es la búsqueda de la identidad -dice Errázuriz, quien mientras preparaba La manzana de Adán obtuvo una Beca Guggenheim, con la que viajó a Estados Unidos. Ese viaje, junto al que haría a inicios de los 90, luego de obtener una Beca Fulbright, serían fundamentales en su carrera como fotógrafa.

-En Chile había muy poca información sobre fotografía. Así que en esos viajes me dediqué a ir a bibliotecas, tomé un curso de fotografía documental en la Universidad de Nueva York, revisé muchos libros. Nosotros teníamos pocos referentes. Yo había conocido a Sergio Larraín, y en algunas revistas había visto fotos de Cartier-Bresson y de Capa, pero no mucho más -cuenta Errázuriz.

En el primer viaje que hace a Estados Unidos, en 1986, gracias al contacto de José Donoso, Paz Errázuriz conoce a Susan Sontag. La va a visitar a su departamento en el Village y le muestra algunas fotografías de La manzana de Adán y de la serie de boxeadores, en la que recién había empezado a trabajar.

Susan Sontag sólo tendría elogios para el trabajo de Errázuriz.

-Fue impresionante, porque yo había leído sus libros, sabía lo importante que era. Fue muy estimulante, porque me dijo cosas bellas. Y también una queda bien obnubilada por alguien que has admirado tanto -dice Errázuriz, quien no ha dejado de sonreír mientras recuerda aquella tarde que pasó en el departamento de Sontag. Toma un poco de té y vuelve al presente, a ése que la tiene pensando en la Bienal de Venecia y en la retrospectiva de su trabajo que montará la Fundación Mapfre, en Madrid, durante el segundo semestre de este año.

 

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-Van a ser 26 fotografías las que vamos a llevar -dice Errázuriz acerca de las obras que presentará en la Bienal de Venecia. Imágenes de La manzana de Adán, El infarto del alma y de su última exposición, La luz que me ciega, que montó en 2010 en el MAC del Parque Forestal: un trabajo que involucra fotografía, video y poesía, que desarrolló con la poeta Malú Urriola. Una serie de imágenes que muestran  a personas que sufren de acromatopsia, una enfermedad a la vista que consiste en que sólo puedes ver en blanco y negro. Lo particular, además, es que es el primer trabajo de Errázuriz en color.

-Cuando tuve que cambiarme de cámara análoga a digital, estuve un montón de tiempo sin tomar fotos. Yo sabía que no había otra que cambiarse, pero me sentía llena de dudas, encontraba muy complicado aprender esta nueva tecnología. Cambió todo, las cámaras, y tuve que aprender a trabajar en Photoshop, que es el laboratorio digital que reemplazó a la pieza oscura. Me sigue horrorizando el hecho de que se puedan tomar tantas fotos para quedarse sólo con una -dice Errázuriz-. Pero sí me ayudó a incorporar el color en mi trabajo.

En su escritorio hay dos Mac -uno nuevo y otro más antiguo- en los que trabaja ahora, en esa misma casa donde hay una pieza oscura en la que revelaba sus fotos, años atrás. Hoy, ese cuarto oscuro casi no se utiliza, pero ella recuerda con nostalgia toda el tiempo que pasaba encerrada en ese lugar.

-Uno estaba ahí horas y horas, viviendo en otro mundo. Era algo mágico. Ahora estás aquí, a la intemperie -dice y luego recuerda, también, cuando había que hacer durar todo lo que pudiera los rollos fotográficos que conseguía.

-Había que hacer cundir mucho esas 36 fotos -dice-. Ahora que los he estado revisando, de repente te encuentras con unas fotos de una protesta y entremedio aparece mi hijo, y después sale otra cosa… y todo eso pasaba simultáneamente.

Los rollos fotográficos como si fueran un diario de vida involuntario. Con eso se ha encontrado Paz Errázuriz, que además de preparar estas dos muestras grandes en el extranjero, por primera vez exhibirá, en la Galería D21, una serie de fotos a luchadores, de las que sólo se conocía un par, y que se montará a fin de año. Mientras, además, trabaja en un proyecto largo sobre la ceguera.

-Parece que el 2015 es su año.
-Tengo ganas de hacer muchas cosas, todavía. El estar haciendo algo es lo que me motiva, no el haberlo hecho.

-¿Siente que esta invitación a participar en la Bienal de Venecia es un reconocimiento a toda su obra?
-Es un reconocimiento de la curadora por habernos elegido. De nadie más. Desde luego la plataforma de Venecia es una cosa importante, porque están las miradas de todo el mundo puestas en esta bienal, pero vamos a ver cómo resulta.

Paz Errázuriz se termina de tomar su té. Es cerca del mediodía. Frente a su escritorio, una repisa llena de libros, algunos de ella, algunos de sus amigos, como Pedro Lemebel, a quien le tomó tantas fotos y que los unió una amistad intensa de muchos años.

-Todavía no puedo creer que ya no esté -dice ella.
Alguna vez, Enrique Lihn escribió sobre Errázuriz: "Ha conseguido, otra vez, su objetivo: no separarse irónicamente de su objeto ni confundirse sentimentalmente con él". No sé si existe una mejor definición del trabajo de Paz Errázuriz.

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