Por Esteban Catalán, desde Texas Marzo 11, 2015

“Algunos de los personajes que no están muertos en los libros van a morir en pantalla”, se limita a repetir Martin, con una sonrisa campechana, sobre la nueva temporada de ‘Game of Thrones’.

-Nadie está a salvo- dice George R. R. Martin. Inclina un poco la cabeza en medio de un auditorio de Texas lleno de periodistas que esperan cada palabra suya como una pequeña revelación. El hombre que creó los Siete Reinos de Poniente contenidos en la saga Canción de hielo y fuego, Game of Thrones en la adaptación de HBO para la televisión, concede algunos adelantos, pequeños titulares para alimentar la espera de la quinta temporada, que se estrena el próximo 12 de abril.

-Algunos de los personajes que no están muertos en los libros van a morir en pantalla- se limita a repetir con una sonrisa campechana.

No es lo único sobre lo que no quiere extenderse. Al llegar, los periodistas fueron advertidos de que no podrán indagar en dos temas: la salud de Martin, de 66 años, y el próximo libro de la saga. Recluido la mayor parte del tiempo en su casa de Nuevo México -“modesta y pequeña”, a juicio de la prensa rosa hollywoodense-, Martin siempre ha evitado entregar una fecha para el esperado sexto tomo, The Winds of Winter. La última entrega publicada, A Dance with Dragons, es de 2011. Ese año se casó por segunda vez con su antigua amante, Parris McBride. Ambos se dejan ver en pequeños restoranes especializados en tacos y enchiladas, viajando a bordo de un viejo Mazda RX-7.

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La presentación ante los estudiantes está fijada para las once de la mañana en el auditorio principal de la Texas A&M University, enclavada exactamente en medio de la nada en el corazón del sur estadounidense. Esta universidad acogió la primera convención para fanáticos y autores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos en 1969 -incluso antes que la célebre Comic-Con de San Diego-, con Martin como uno de sus primeros invitados. En señal de retribución, ante un millar de asistentes sentados en cómodos asientos marrones, el autor regalará a la universidad una de las 1.500 copias de la primera edición de El Hobbit, el clásico de J.R.R. Tolkien, a quien Martin considera su maestro.

Tres horas antes, ignorando el frío invernal, los estudiantes empiezan a llegar cargados de fotos de actores de Game of Thrones para esperar al anciano gordo y bonachón que unió dragones con intrigas políticas, y con un ejército de guerreros que destruyen y erotizan a la vez.

Sun, una estudiante surcoreana de Ingeniería de veinte años, llega caracterizada como Daenerys Targaryen, reina de dragones, uno de los personajes principales de la saga libresca y la serie de HBO. “Game of Thrones es todo”, dice ella. “He leído los cinco libros, he visto todas las temporadas en la tele. Espero que dure para siempre”, insiste.

Es probable que en HBO tengan un plan similar. El año pasado, la serie superó los récords de audiencia que había establecido Los Soprano, con una media de 18,6 millones de espectadores por semana en Estados Unidos. Barack Obama pidió un adelanto de la cuarta temporada directamente a la cadena para verla antes de su estreno. Y en internet, donde la batalla empieza a sumar números que hacen tambalear a la televisión, los episodios fueron descargados ilegalmente 8,1 millones de veces, casi el doble de los que vienen detrás en la lista, The Walking Dead y The Big Bang Theory. Lo mismo pasó en 2013. Y en 2012.

Puntualmente a las once, George R.R. Martin, el apacible hombre detrás de esos números, está ahí, sonriendo frente a ellos. Algunos gritan, chillan. Después de todo, esto es Texas, un lugar con fama de ciudadanos poco pretenciosos, donde es fácil llevarse bien con tu vecino. Donde los fanáticos de las historietas de Stan Lee y las leyendas de Tolkien se reúnen desde fines de los 60. Donde los escritores de ciencia ficción y fantasía son tratados con el respeto que se merecen.

Martin se acomoda su tradicional gorra negra y vuelve a sonreír. Espera que se callen.

-Quiero hablarles de libros -dice él.

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En 1991, Martin escribió su primera escena de Canción de hielo y fuego. Dice que se le ocurrió de repente, mientras trabajaba en una novela totalmente diferente. Y luego escribió otro capítulo, y luego otro, y se dio cuenta: iba a escribir “algo simplemente gigantesco”. Para ese entonces, además de varias novelas de ciencia ficción, fantasía y terror, Martin había construido una exitosa carrera como guionista de televisión. Pero decidió hacer a un lado ese mundo glamoroso para quedarse en su casa de Santa Fe, en Nuevo México, y escribir la historia monumental que había llenado su mente.

“Escribir”, dice con una sonrisa ante los periodistas y estudiantes que lo escuchan en Texas, “no es una elección racional. Significa que incluso si nadie va a pagar un centavo por tus historias, quieres escribirlas”.

Los rastros de esa necesidad parecen difíciles de pesquisar para el propio Martin. Nacido en Nueva Jersey en 1948, suele recalcar que era hijo de un estibador mitad italiano “que nunca leyó un libro después del instituto” y de una madre mitad irlandesa “que leía best sellers y cosas así”. De esa mezcla, que incluye además ancestros alemanes, ingleses y franceses, nació George, y de esa cercanía con el mar nació su primera afición: las banderas de los buques que arribaban al puerto. Poco tiempo después, se le hizo común imaginar qué paisajes representaban esos colores y símbolos dispuestos en cada estandarte.

Sus primeros escritos, que vendía por algunas monedas a otros niños, fueron historias de un reino habitado por sus mascotas, pequeñas tortugas que vivían en su castillo de juguete en la vida real. Pero sus tortugas morían con facilidad. “¿Por qué se están muriendo?”, se preguntó entonces. Y las imaginó urdiendo planes siniestros, ajenos a su comprensión y a ese mundo de niños y puertos que lo rodeaba.

Ahora, ante decenas de periodistas de otros tantos países, Martin sigue ensayando respuestas. Cuando le preguntan por su éxito en países como Chile, se queda un momento pensando, como si intentara ubicar ese país enclavado en el otro extremo del mundo, este mundo, el que no salió de su mente.

-No salgo mucho de Nuevo México, la verdad. Pero la única cosa que importa en la literatura es lo que dijo William Faulkner. No importa si es en una nave espacial, en un castillo con dragones o en nuestros tiempos en Nueva York o Texas. Es el problema del corazón humano en conflicto consigo mismo.

Sobre el escenario, el profesor que Martin fue en la década de los 70 emerge ante un millar de jóvenes que se han reunido a escuchar sus palabras. Ahí fue recibido con chiflidos, aplausos y gritos típicamente sureños. “Éste es un lugar donde la gente grita yee-haw mucho. Pero sabemos que es también mucho más que eso”, dice sonriendo.

Siguen los gritos.

La universidad aprovecha de anunciar que el libro regalado por Martin será el volumen número cinco millones de la biblioteca local, prolífica en títulos de ciencia ficción y fantasía. Y, poco a poco, las expectativas de escuchar novedades sobre los personajes de Game of Thrones irán decayendo entre el público. En vez de eso, el autor expone sobre temas como la Antigua Biblioteca de Alejandría.

“Las bibliotecas son las fortalezas de nuestras civilizaciones”, dice Martin, tratando de enganchar con un público que ha perdido algo de ánimo. El éxito de la televisión lo reconforta, pero su verdadera misión, dice con un guiño, es terminar los siete libros en lo alto.

El quinto libro de la saga de Canción de hielo y fuego ha sido traducido a más de cuarenta idiomas y ya en 2011 Forbes estimaba que Martin se había embolsado quince millones de dólares al año.

Pero él dice serio:

“Mantengan sus trabajos. O consigan trabajos diarios. Escribir ha sido muy, muy bueno para mí, pero no es una profesión para alguien que necesita o valore la seguridad. Es una profesión para personas que tienen un poco de apostadores y están listos para tener altos y bajos”.

Ha pasado cerca de una hora. Falta poco para que todo termine y Martin pueda volver a Santa Fe para releer a Tolkien y descubrir nuevos restaurantes mexicanos. “Todo debe ser preservado”, dice ahora con el tono pausado y ceremonial de un profeta ante su séquito. La masa de estudiantes reunidos en la sala ha dejado los gritos y chillidos para asentir con sus cabezas cada historia que cuenta sobre el escenario, reír suavemente cuando es necesario y asimilar sus pausas. “Debe ser preservado no sólo lo que consideramos como alta cultura, sino también la cultura popular, la efímera, porque no sabemos qué vamos a querer en cincuenta años más, o qué va a ser importante en cien años más”.

George R.R. Martin abre los brazos como un predicador.

-Quizás, en mil años más, Stan Lee estará a la altura de Shakespeare.

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