Por Diego Zúñiga Febrero 25, 2015

© Patricio Otniel

-¿En qué momento decides firmar tus libros con seudónimo?
-Zooey no es un seudónimo. Es una presencia y no lo digo metafóricamente, existe. Tal vez algún día cuente quién es realmente Zooey.

                                                      ***

El asunto es así: era 2009 cuando apareció un libro breve y extraño, un conjunto de relatos titulado Sol artificial, firmado por un tal J.P. Zooey y publicado por la editorial argentina Paradiso. Los datos de ese tal J.P. Zooey no eran muchos: había nacido en Buenos Aires en 1973, había estudiado Periodismo en la UBA y no ejercía la profesión.

Eso.

Nada más.

El libro, sin embargo, empezó a circular con fuerza, llamó la atención de críticos y lectores y, de pronto, llegó a manos de Beatriz Sarlo, quien lo reseñó así: “El seudónimo abre una situación inestable y atractiva. Ése es el caso de Sol artificial, publicado bajo el evidente seudónimo de J. P. Zooey. El nombre del autor, a la cabeza de un libro nuevo, tranquiliza por lo menos una incógnita. Cuando un libro es firmado con seudónimo, el terreno incierto de ‘lo nuevo’ se vuelve más incierto todavía”.

Ese terreno incierto del que habla Sarlo -quien dedica varios párrafos de su reseña a tratar de desentrañar quién podría estar detrás de todo esto- sería más complejo aún, pues Sol artificial no era un libro de relatos convencional, sino una búsqueda de mundos y estructuras nuevas: cartas, entrevistas, papers, historias llenas de humor y delirio.

El rumor sobre J.P. Zooey traspasó rápidamente fronteras: en 2011 publicaría su primera novela Los electrocutados en la editorial española Alpha Decay, la misma en que aparecerían los primeros libros del norteamericano Tao Lin, con quien años después Zooey sería comparado. Pero no nos adelantemos. Detengámonos en ese 2011, cuando Zooey llega a librerías españolas con una novela desquiciada, en la que aparece él mismo como personaje y donde se cruza el mundo de la ciencia ficción con el del enciclopedismo. Una novela por la que recibió el Premio Nuevo Talento FNAC, y en la que había ecos de Pynchon y Vonnegut, y también de Salinger, por supuesto, que es parte fundamental en todo este relato, pues el nombre J.P. Zooey viene, justamente, del personaje Zooey Glass, de Salinger. Un actor guapo, neoyorquino, superdotado y sensible, sin duda. Algo de esa sensibilidad, de hecho, recorrerá todas las historias de J.P. Zooey.

-Leí a Salinger por primera vez a los 30 años. Y fue para mí un big bang por encontrar en él una confluencia de la cultura popular norteamericana (sofisticada pero pop), con el espíritu zen oriental y el existencialismo europeo -explica J.P. Zooey a través de un e-mail, que es la forma que elige para dar entrevistas, que no han sido muchas en estos años.

Salinger fue trascendental, aunque antes también hubo otras lecturas y otros encuentros que lo llevarían hacia la literatura. Cuando era adolescente decidió enviar un texto a la revista del centro de estudiantes de su colegio. Un texto “sobre las raíces de la imaginación, si mal no recuerdo”, dice Zooey. Lo envió, pero el texto nunca se publicó. Sin embargo, un alumno dos años mayor que él lo leyó y contactó a Zooey.

-Era un punk o un dark, de 1990, muy pálido y con el pelo encerado y algunas cadenas, en el colegio se permitían. No militaba en ningún partido estudiantil. Con él aprendí a leer primero Las enseñanzas de don Juan, de Castaneda. Después Nietzsche. Ni él diría nada acerca de que yo fuera su “alumno”, ni yo diría nada acerca de que él era mi “maestro pálido”. Lo seguí viendo con frecuencia y en secreto, y lo sigo viendo, una o dos veces al año, a veces menos, hacemos tiradas del I Ching. Influyó en la decisión de mi carrera de grado. Influyó en el momento de salir a publicar literatura. Y en mis lecturas.

Esas lecturas serían fundamentales en Los electrocutados, que fue bien recibida en Argentina también. El crítico de cine y literatura Quintín escribió en una columna titulada “Nuestro Vonnegut”: “Zooey no es sólo ingenioso sino muy elegante para escribir, y la orfebrería de Los electrocutados es impecable”. A esto se unió el crítico Maximiliano Tomas en La Nación: “Los libros de Zooey son complejos y herméticos, inteligentes y sensibles, y es uno de los pocos autores al que uno puede imaginarle una secta de lectores fanáticos”.

Lectores fanáticos que tuvieron que esperar hasta 2014 para leer una nueva novela de Zooey.

                                                                                                       ***

Los protagonistas de Te quiero (Páprika), la última novela de Zooey, se llaman Bonnie y Clyde, y son dos jóvenes maravillosos y vulnerables: ella estudia Diseño, él es escritor y becario, son jóvenes, muy jóvenes, se conocen por Skype, se enamoran, recorren un Buenos Aires completamente reconocible; deambulan por Palermo y Villa Crespo, se juntan en la librería Eterna Cadencia, van a los bares en los que se encuentra a los escritores argentinos, comen cosas sofisticadas, ven videos en YouTube de Babasónicos y Rihanna, hablan todo el día por WhatsApp, tienen un gato que se llama Já y otra, Deschanel, ocupan cosas de marca y están orgullosos de eso, no les interesa la política, deambulan sin culpa, sin presiones.

Son realmente insoportables, pero frágiles, conmovedores, casi siempre entrañables. Una historia de amor en los tiempos de internet, un libro que ha generado críticas entusiastas, pero también desconcierto.

-Yo creo que la novela produjo lecturas tan diferentes por sus características de funcionamiento. Te quiero es un artefacto. Cambia de forma y de sentido, literalmente, en relación con la distancia del observador. Desde la cercanía puede ser divertido y absurdo, tierno y psicodélico, algunos han adivinado su música. A una distancia media, propia del anhelado lector inclemente, que no se brinda con facilidad y que se tensa con la letra, puede producir mucha irritación; desde esa distancia media el libro puede parecer paródico o costumbrista, plano y chato, y dar la sensación de que no pasa nada pues se esperaba mucho más. Finalmente, a una gran distancia, pero desde donde se pueden percibir vibraciones, Te quiero puede ser un documento de época casi científico o una sátira ácida, incluso se puede intuir un fondo de oscuridad.

-Maximiliano Tomas titulaba su crítica a Te quiero en La Nación como “El amor en los tiempos del kirchnerismo”. ¿Qué te parece esa lectura más política?

-Creo que en el artefacto Te quiero es posible ver un documento de época que retrata a dos jóvenes abúlicos con desinterés hacia la política nacional. Sin embargo, Clyde tiene una mirada política muy extrema: alcanza a ver en la atención un commodity, una mercancía que la economía política intenta capturar. Siguiendo el planteo de Clyde, un político de izquierda, de centro o de derecha que asiste a un programa televisivo ingresa igualmente en la lógica de captura de la atención del televidente.

Uno de los aciertos de la novela es cómo Zooey describe con cariño a estos personajes, pero sin caer en la afectación, comprendiendo que quizá la mejor forma de narrar la juventud es no tomándose todo tan en serio.

-Cuanto más joven se es, más próximo se está con las cosas -dice Zooey sobre estos personajes leves, llenos de vida, delirantes, y que han llevado a compararlos con los personajes de Tao Lin y con toda la movida de la Alt-Lit (literatura alternativa), un movimiento en el que encontramos libros donde se utilizan distintos lenguajes de las redes sociales. Zooey admite haber leído a Tao Lin, aunque también es importante aclarar que en Te quiero se ríe mucho de todo eso: del uso y abuso de internet, de ese lenguaje y de toda la levedad que conlleva.

-Admito, claro, que Te quiero tiene el tempo de Tao Lin. Si alguien pudiera bailar Te quiero, si se pudiera seguir su ritmo con el cuerpo, encontraría un remix de Richard Yates, de Tao Lin. Pero si por un momento se olvidara de qué suena, de quién suena, de querer saberlo ya, y se dejara llevar por la distorsión electrónica, tal vez aun con esa velocidad podría ver, por un instante, con los ojos entrecerrados, el brillo de una pequeña psicodelia. Un instante después se encontraría bailando un vals. En soledad. Conmigo.

Zooey dice que lee muy lento, pero que le interesan autores como Jim Dodge y que le encantó Balada, de Marcelo Cohen. Sin embargo, ahora está enfocado en un nuevo proyecto:

-Estoy leyendo para mi próxima novela una biografía de Napoleón, un cuento de Lovecraft y recortes periodísticos sobre la vida de Tito Hugo Pugliese, un hombre que acertó cincuenta y cuatro veces el número mayor de la quiniela y apareció asesinado en una casa del Tigre. Se supone que era lector de Gurdjieff y tenía intuiciones o proyectos adivinatorios que pensaba aplicar al campo político nacional -cuenta.

Tendremos que esperar para leer esa historia, claro. Tendremos que esperar, también, para ver si algún día decide contar quién es realmente J.P. Zooey. Por mientras, nos queda leerlo y perdernos un rato en su mundo frágil y delirante.

Relacionados