Por Marisol García Febrero 4, 2015

© Cristóbal Palma

No hay estudio pesquisable que establezca cuándo el concepto de residencia artística se instaló por primera vez. Acaso el asociar creación y retiro esté anclado al oficio del artista desde hace siglos, y la idea del apartarse del entorno cotidiano para crear de acuerdo a una nueva dinámica sea, también, parte de la individualidad del creador.

Hoy las residencias conforman un circuito global con amplitud de formatos y modalidades. Es una forma de trabajo creativo temporal que estimula a los artistas en locaciones e intercambios diferentes a los de su rutina, y a la vez con un soporte conceptual u organizacional que le da a esa actividad un marco que impide dejar todo a la deriva. En Chile, las iniciativas estables en el tiempo son escasas, pero ricas en su dinámica y diversidad (ver recuadro). CasaPoli, en la península de Coliumo, destaca por su viveza. Con 31 residencias acumuladas hasta ahora, tiene ya comprometidas al menos otras seis para 2015, con artistas de cuatro nacionalidades.

Al menos la condición de retiro está allí asegurada. CasaPoli exige el viaje a Concepción, luego a Tomé, y recién  unos diez kilómetros hacia el norte aparece la construcción de los arquitectos Mauricio Pezo y Sofía von Ellrichshausen. Quien llega para quedarse debe hacerlo con comida y la disposición a pasar al menos siete días (un mes como máximo) sin conexión a internet ni vecinos a la vista. Por tres lados la rodean acantilados de granito y el mar. Incluso dentro de la casa, la vastedad del océano Pacífico es ineludible. “Abstracción arquitectónica y naturaleza extrema”, sintetiza la definición en su web. Sus creadores estiman que la radicalidad de su emplazamiento y “su condición de doble periferia (a escala nacional y regional)” le dan al lugar la libertad de operar con la máxima autonomía, “recuperando problemas fundamentales de la relación entre arte, naturaleza y sociedad”.

CasaPoli se construyó hace diez años, abierta a acoger el trabajo de artistas de la región, aunque no exactamente con el formato de residencias. Su objetivo inicial era propiciar dinámicas de trabajo vinculadas al entorno, desde una propuesta arquitectónica elocuente que, a estas alturas, ha recibido numerosos premios internacionales. La construcción, de hormigón armado y ciento ochenta metros cuadrados (sobre un sitio de una hectárea), tiene espacios en libros de arquitectura de las editoriales Phaidon y Taschen, además de varias revistas especializadas. “Un grandioso cubo de concreto que evoca un bloque de piedra porosa”, la describe Architectural Record.

La casa ofrece no sólo un espacio atípico de creación, sino que un entorno desconocido para quien llega a ella, el cual la residencia invita a explorar de algún modo. “No es la idea que el artista esté encerrado en el lugar ni que nadie se entere que hay un creador dentro”, explica Óscar Concha, codirector de residencia de CasaPoli. “La red que ponemos a disposición de los artistas, de acuerdo al proyecto que ellos quieran realizar, está para que se arme un vínculo con el entorno. Al final, lo de aislarte lo puedes hacer en muchos lados; pero a la casa se llega para aprovechar la peculiaridad de su emplazamiento. Y nos interesan los artistas que son capaces de trabajar con el afuera”.


Imágenes de las residencias de Juan Castillo y el alemán Simon Wunderlich.

 

ARTE EN COMUNIDAD
Para ir a CasaPoli, los artistas pueden acogerse a una de las tres modalidades de financiamiento: beca (con auspicio de una empresa privada), invitación (recursos y gestiones de CasaPoli) y postulación abierta (autofinanciamiento). Hans Grimmling, pintor y profesor alemán, inauguró en mayo de 2007 las experiencias de residencia en CasaPoli. Vinieron luego los estadounidenses William Lamson y Alexa Horochowski, el mexicano Carlos Amorales, el fotógrafo español Juan Valbuena y el holandés Jeroen Lok, el artista visual colombiano Leonardo Herrera, y los chilenos Enrique Zamudio, Fernando Prats, Juan Castillo y Nury González, entre otros; en una sucesión que hasta ahora acumula 31 residencias en casi siete años. Ha sido una selección diversa, que ha incluido al cocinero Adolfo Torres (reconocido por un proyecto itinerante llamado “La Olla Común”) y al artista sonoro Rainer Krause. Casi treinta días ocupó la casa, en diciembre y enero pasados, el alemán Simon Wunderlich, su más reciente habitante. Dibujo, foto y video fueron sus modos de dejar registro de un espacio que califica “de intimidad y de vacío”.

Juan Castillo, ex integrante del grupo CADA, inauguró hace diez meses el programa “Contexto y territorio”, con parcial financiamiento de un Fondart y la intención específica de promover obras experimentales “que consideren a la localidad como paisaje natural y cultural”. Parte de los trabajos que realizó allí el artista chileno residente en Svedje (Suecia) los desarrolló en colaboración con artistas locales. Hacia el final de su residencia, la casa se convirtió en un lugar de exhibición de su obra, y cerró con una “performance culinaria” en la terraza junto a habitantes de la zona. “Los trabajos desarrollados allí fueron parte fundamental de mis instalaciones en el Museo de Bellas Artes de La Paz y el MAM de Chiloé”, asegura Castillo. “CasaPoli me posibilitó un momento de reflexión y creación en torno a mi línea de trabajo, pero lo fundamental fue el cruce con la escena visual de la zona”.

El colectivo antofagastino SE VENDE trabajó en noviembre pasado con pescadores del lugar en el proyecto “Aseo y ornato”, gracias al cual se construyeron nuevos soportes para la recolección de basura del sector. Antes, el peruano Christians Luna había ocupado su tiempo en la casa para, en colaboración con el colectivo MESA8, desarrollar junto a la comunidad el Primer Campeonato de Botecitos de Coliumo, durante el cual se revisó la historia inmediata del pueblo, analizando visualmente el impacto del terremoto de 2010 en la memoria de su comunidad.

Exceso de teoría, falta de educación y academicismo han ido escindiendo al arte contemporáneo de la comunidad, estima Carolina Lara, periodista especializada, residente en Tomé desde hace cinco años: “Este tipo de trabajo en residencia permite restablecer una relación necesaria. Si bien un trabajo de arte en comunidad, como el que se ha hecho en CasaPoli, no tiene impacto masivo ni cuantificable, genera espacios de resistencia incluso en términos del mercado: lo que se genera no son “obras de arte” en el sentido del objeto transable, sino encuentros y acontecimientos que son simbólicos para los lugares donde se trabaja y su gente. El artista sale del cerrado espacio de la galería, de la bienal o de la feria de arte, y el público ya no es público, sino un activo participante”.

La vida en torno a ella es parte de una dinámica iniciada en un proceso de construcción también excepcional, desarrollado con habitantes del lugar sin especialización (muchos provenían de la pesca artesanal o el labrado), a través de camiones que sólo podían descargar a ciento cincuenta metros de la faena, lo que obligaba a bajar todos los materiales a pie. Una casa enfrentada a exigencias de su entorno, en la que ahora la búsqueda creativa ha pasado a ser otra fuerza.

Creación sobre un acantilado

• RESIDENCIAS EN CHILE
Desde 1999, el Museo de Arte Moderno de Chiloé (MAM) ofrece su espacio a artistas dispuestos a desarrollar un trabajo temporal abierto a la comunidad chilota y basado en una experimentación artística in situ, en un programa de residencias que constituye el más antiguo de los que aún se mantienen en el país. No hay becas ni auspicios comprometidos. Cada artista debe postular y luego pagar una pensión módica por la estadía. Desde 2003, con la primera llegada de artistas extranjeros, el MAM sostiene en sus residencias un enfoque nuevo para su acción y programación, en el que el museo es también un centro de producción y experimentación de arte contemporáneo.

Gracias a fondos internacionales, CRAC (Centro de Residencias para Artistas Contemporáneos) se sumó en 2009 a la iniciativa “Residencias en red Iberoamérica”, en la que artistas de varios países entran en contacto para pensar desde nuevos lugares una creatividad crítica y transformadora del espacio. Desde entonces y hasta hoy, cuarenta experiencias de residencia han ocupado diferentes espacios de Valparaíso.

En enero de 2010 se inició el programa de residencias de Curatoría Forense (cooperativadearte.org), que se realizan desde entonces cada verano en Villa Alegre (Región del Maule). Se han organizado ya diecisiete residencias autogestionadas en siete países. Las residencias del colectivo Conflicto, en Punta Arenas; de Cristina Benavides y Sebastián Baudrand, en Los Muermos; del colectivo SE VENDE, en Quillagua; del Proyecto Incubo; y de Galería Metropolitana, en Santiago, son otras de las experiencias pesquisables en los últimos diez años.

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