Por Diego Zúñiga Enero 21, 2015

© Victoria Miro Gallery, Ota Fine Arts and Yayaoi Kusama Studio Inc.

Si bien Kusama casi no sale de Japón, está siempre preocupada de cada detalle de sus exposiciones. “Está muy conectada. No podemos hacer nada sin tener su aprobación”, dice María Pies, coordinadora de exposiciones del Centro de las Artes 660, quien trabaja ya en el montaje de las más de 100 obras que se podrán ver en “Obsesión infinita”.

Eran filas interminables, todo colapsado, la gente reclamando, los boletos completamente agotados y las personas esperando horas y horas, como si fuera la entrada a un concierto de la última estrella del pop mundial o algo así, pero no. Esto no era un concierto. Era un exposición, un museo, una artista, pinturas, instalaciones, videos, lunares, muchos lunares y luces colmando diversas salas, un lugar hipnótico, habitaciones oscuras llenas de puntos de colores, el escenario perfecto para armar una fiesta, aunque detrás de todo haya algo mucho más oscuro, que sólo se entenderá después, cuando ellos, que esperaron horas y horas, recorran ese lugar que no es un concierto ni una fiesta, sino una exposición de Yayoi Kusama, la artista contemporánea más importante de Japón.

Era el último día que se podía visitar Obsesión infinita, en el Museo Tamayo de Ciudad de México, el pasado domingo 18 de enero, y las filas daban vueltas y vueltas al museo. Todo partió en 2013, en el Malba de Buenos Aires, luego vino Brasil -São Paulo, Río de Janeiro y Brasilia-, después se instaló en México y ahora cerrará la gira en Santiago, cuando se inaugure el próximo 7 de marzo en el Centro de las Artes 660 (CA 660).

Las expectativas son altas.

En todos los lugares fue un éxito de público.

En todos los lugares hubo filas interminables.

En el Malba la vieron más de 200 mil personas, superando a la exposición de Andy Warhol, y en el Museo Tamayo fueron más de 330 mil personas, en un recinto que al año recibe aproximadamente 170 mil visitas.

¿Pero quién es Yayoi Kusama?

¿Quién es esta mujer que vive recluida desde hace décadas en una clínica psiquiátrica en Japón y que conecta con el público como muy pocos artistas contemporáneos lo hacen?

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El trabajo de Yayoi Kusama (1929) ha estado cruzado desde siempre por la supervivencia. Es así. Pintar o morir, pintar o abandonarse, pintar o dejar que la locura se adueñe de todo.

Lo entendió rápido: tenía 12 años, empezó a tener alucinaciones, a escuchar voces, a ver todo el paisaje cubierto de lunares y, para tratar de entender todo eso que le ocurría, decidió ponerse a pintar. Iba a ser una puerta de escape, la forma de superar la angustia, de sobrevivir.

Luego entraría a estudiar a la Escuela de Artes y Oficios de Kioto, pero lo que ella quería era irse. Sabía que su lugar estaba en otra parte. Por eso, cuando en 1945, después de que terminó la Segunda Guerra Mundial, encontró en una librería de viejos un libro sobre la pintora norteamericana Georgia O’Keeffe, entendió que ahí había una salida. Kusama miró esas pinturas, esas flores extrañas, y decidió contactarla: le escribió una carta en la que le decía que quería viajar a Norteamérica y le pedía que fuera ella quien le enseñara “el camino del artista”. O’Keeffe le respondería brevemente: “Es muy difícil sobrevivir como artista en este país. Me sorprende que tenga tanta ambición como para querer intentarlo. Le deseo lo mejor”.

Doce años después, en 1957, Kusama llegó a Seattle con algunos dólares y sus acuarelas -que recuerdan, en parte, a Miró-, las que serían su tarjeta de presentación, sobre todo en Nueva York, donde se instalaría. Años difíciles, años de pobreza y hambre, años de deambular sin mucha claridad, días enteros paseando por el MoMA, tratando de entender qué es lo que quería hacer. Años, además, en los que el expresionismo abstracto y Pollock eran los dueños de la escena. Pero ella no dejaba de pintar y su enfermedad -neurosis obsesiva- iba a seguir expresándose en sus pinturas, en la repetición de pequeñas marcas, la obsesión por pintar una comilla y luego otra y otra y llenar un cuadro grande, blanco, de pequeñas comillas, y ya no sólo un cuadro, sino también los muebles y objetos de su departamento.

Las alucinaciones se volverían más intensas, pero Kusama no dejaría de pintar esos cuadros grandes que serían, finalmente, parte de su primera exposición en una galería de Nueva York, lo que llamaría la atención de críticos y artistas, como Donald Judd. Un trabajo con rastros de movimientos como el expresionismo abstracto, el minimalismo y el pop art, aunque Kusama no estaba preocupada de eso, sino de seguir experimentando: ya no sólo pinturas en las que se expresara su obsesión, sino también objetos, pequeñas esculturas ocupando diversos espacios, formas rojas, blancas, y el sello de Kusama, que cada vez que terminaba una obra se fotografiaba con ella. Sillones, botes, sillas, escaleras cubiertas de formas fálicas, insolentes, perturbadoras. Paredes empapeladas con imágenes que se repiten. Años 60. Kusama adelantándose a lo que Andy Warhol y sus contemporáneos harían con el pop art, la repetición de ciertas imágenes, los colores, cierta espectacularidad que llamaría, inevitablemente, la atención del público.

Los colores y las formas vivas que muchos años después intervendrían una colección de Louis Vuitton, ya en los 60 parecían adelantarse a todo, cuando Kusama vivía junto a Joseph Cornell y los lunares empezaban a llenar todas sus visiones, que luego terminaría convirtiendo en instalaciones que se podrán ver y recorrer en Obsesión infinita. También se encontrarán los videos de sus performances y happenings, que realizó a lo largo de las décadas del 60 y 70, en plena guerra de Vietnam, y que serían algunos de los últimos trabajos que haría en Estados Unidos, país que abandonaría en 1973, cuando todas las luces que la habían iluminado empezaron a apagarse.

Vuelve a Japón, pero no logra encontrar su lugar y, entonces, decide internarse, en 1977, en una clínica psiquiátrica para poder tener mayor control sobre su enfermedad, sobre su motor creativo. Ahí, Kusama se dedicaría a escribir cuentos, novelas, y seguiría pintando, creando collages y pequeñas esculturas. En el mismo terreno de la clínica se construyó un taller -una pequeña fábrica-, donde trabaja hasta el día de hoy. En 1993, Japón le concedió el pabellón entero en la Bienal de Venecia, y desde entonces su obra no ha dejado de exhibirse en los museos más importantes del mundo, además de ser una de las artistas mejor cotizadas en el mercado del arte.

Y si bien Kusama casi no sale de Japón, está siempre preocupada de cada detalle en el montaje de sus obras.

-Está muy conectada -dice María Pies, coordinadora de exposiciones del Centro de las Artes 660-, está todo planificado por ella. No podemos hacer nada sin tener su aprobación.

“Infinity Mirror Room - Filled with the Brilliance of Life” es una de las instalaciones que se podrán recorrer en “Obsesión infinita”.

 

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Son más de 100 obras las que se podrán ver en Obsesión infinita, por lo que el equipo del CA 660 se prepara para el montaje, que no será fácil pues, además de pinturas, esculturas y videos, hay un par de instalaciones grandes, por lo que deberán acondicionar la sala de exposiciones. De hecho, en estas semanas viajarán las obras desde México, y durante todo febrero, en turnos de día y noche, trabajarán en el montaje.

-Es un nivel de complejidad mayor el que requiere esta exposición -dice Pies, quien cuenta que tampoco fue fácil conseguir que la exposición se montara en Chile.

-El problema es que la mayoría de las obras pertenecen a coleccionistas privados, entonces hay que convencer a muchas personas distintas, y para el coleccionista oriental hay una desconfianza con Sudamérica.

El CA 660, entonces, tuvo que hacer todos los contactos necesarios. Conversaron con los curadores de la exposición - Philip Larratt-Smith y Frances Morris- y lograron que un grupo de japoneses del Estudio Kusama -que resguarda la obra de la artista- vinieran a visitar el lugar. Lo hicieron en mayo de 2013, cuando aún no se inauguraba el espacio, sin embargo lograron convencerlos.

-Se van a construir muchas salas dentro del mismo lugar, porque muchas de las obras requieren un espacio privado con medidas muy específicas -cuenta Beatriz Bustos, curadora independiente y quien es la voz en Chile, en esta ocasión, del Instituto Tomie Ohtake, de São Paulo, quienes tienen la representación de Kusama en Latinoamérica. Bustos -quien fue la curadora de la exposición de Christian Boltanski en el Museo de Bellas Artes- está encargada de revisar el montaje y ser la conexión con los brasileños.

Sobre los motivos por los cuales la exposición de Kusama ha conectado tanto con el público, Bustos tiene algunas teorías:

-Creo que, cada vez más, las personas quieren vivir el espacio, vivir la experiencia de la obra con todos sus sentidos, involucrarse, participar de las obras, y esta exposición lo permite -dice-. También creo que puede conectar con distintos tipos de público: con los niños, con toda la selección colorida y lúcida, y también con los más adultos, con lo más intelectual, porque también está el trauma detrás de todo esto.

La locura, el trauma, el arte como terapia, distintos niveles por los que se puede transitar en Obsesión infinita, que además ha sido un éxito en las redes sociales: la gente se saca fotos, las comparte, por lo que el boca a boca ha funcionado a la perfección.

-Ha llevado mucho público y nosotros estamos preparándonos logísticamente para eso -dice Pies- porque lo que pasa es que la obra de Kusama acerca a mucha gente que, quizás, nunca ha ido a un museo. Ha funcionado así. En Argentina y Brasil, Kusama no era conocida antes de la exposición, pero fue generando esa atracción.

-Es cierto que las instalaciones que más se publicitan de Kusama invitan mucho a las personas a ir a verlas, a experimentarlas. Eso te amplía el público, pero también es importante saber que esto no es un ejercicio de color, es una acción compulsiva, una obra muy compleja -dice Bustos.

Cuando en 1998 Damien Hirst entrevistó a Kusama para el catálogo de una de sus exposiciones, le preguntó cuál era su primer recuerdo.

Kusama respondió:

- Nací en las montañas de Japón. Recuerdo las estrellas, era como si el cielo fuera a caer sobre mi cabeza.

Esa es la sensación que se siente cuando se ve la obra de Kusama: como si el cielo fuera a caer sobre nuestras cabezas.

 

Yayoi Kusama fotografiándose en su instalación “Infinity Mirror Room-Phalli’s Field”, en 1965. Esta obra también se podrá ver en Chile.

 

 

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