Por Álvaro Bisama, escritor Enero 14, 2015

© Javier Galeano

“Miami es claramente una sensación más que una ciudad de verdad. Miami tiene algo surrealista también, es una especie de Torre de Babel rodeada de agua y bikinis”.

Hace un par de años, Pablo Illanes (1973) dejó Chile y se mudó a escribir a Nueva York. Antes, solo o acompañado, Illanes había escrito una serie de telenovelas emblemáticas para Canal 13 (Adrenalina, Fuera de control y Machos) y TVN (Alguien te mira, ¿Dónde está Elisa?), pero también una serie para HBO (Prófugos), dirigido un par de largos de horror slasher o zombi (Baby Shower y Videoclub) y publicado dos  novelas (Una mujer brutal y fragilidad). La suma de todo lo anterior podía ser leída como una síntesis de ciertos tropos de la historia del entretenimiento local, pero también como una extraña búsqueda que arrojaba pistas sobre sus obsesiones personales, independiente del formato en que trabajara, donde bien podía pasar de John Waters a Jesús Franco, de la violencia física a una poética de la crueldad, del trash de una disco eterna a los serial killers ABC1; de la cristalería rota de la intimidad de la vida chilena a la nostalgia de una cinefilia de barrio.

Coproducida por Telemundo y TVN, Dueños del Paraíso, la serie que se estrena el 19 de enero por nuestro canal estatal, no es la excepción. Illanes volvió a escribir solo, sin equipo, para trazar una narconovela que parte en el primer capítulo con una masacre larguísima, en el cumpleaños de la esposa del jefe de un cartel de droga, donde aparecen mercenarios armados hasta los dientes, helicópteros negros y una cantidad de muertos y violencia que se intercalan con el relato sobre el abuso sufrido por una de las protagonistas en su infancia. Al fondo de todo está el Miami de los 70 y los 80, una ciudad cuya historia Dueños del Paraíso aspira a contar tal y como se cuenta una leyenda.

1. PANORÁMICA

-¿Viste series este año? ¿Cuáles?
-Sí. Vi Transparent y la disfruté mucho. Es una serie que roza el absurdo, con un tono muy especial, no sé si es surreal dramedy o qué, pero me pareció extraordinaria. Vi la segunda temporada de Orange is the new black y no la pude terminar, la odié a pesar de haber gozado con la primera. No pude seguir. The Killing sigue siendo una serie que veo con gusto siempre, cualquier temporada. En el cable gringo encontré Inside  Amy Schumer,  que es lo más gracioso que he visto últimamente: la primera comediante judío-americana especializada en chistes coprolálicos.

-¿Ves teleseries?
-Veo todos los primeros capítulos de todas las teleseries nacionales. Lo hago porque me gusta y porque siento que es una obligación con el trabajo que uno hace. Por lo general no las sigo. Me cuesta, la verdad. De las últimas chilenas veía Secretos en el jardín, de mis queridos Nona Fernández y Marcelo Leonart, y me encantaba. Veo La chúcara y me entretiene; a veces veo Pituca sin lucas, pero el horario de las 8 p.m. hace tiempo que me cuesta seguirlo, por un tema de hábitos personales. Vi online en Nueva York los primeros diez capítulos de Mamá mechona y me reía mucho. Confieso que me gustaban más las teleseries antes. Era fanático. Las veía todas, aunque fueran podridas de malas. Vi El prisionero de la medianoche entera, por ejemplo, que no era mala, pero que le fue pésimo. En su tiempo ese año fue tan devastador para Canal 13 como el 2014 lo fue para Canal 13 y TVN. También vi Volver a empezar, la mejor teleserie subvalorada de la historia, la primera de la democracia, con un guión de putamadre, de Jorge Marchant, y a la que le también le fue mal.

-¿Cuáles odiaste?
-Odio las teleseries que son copias o fórmulas probadas de la teleserie anterior. Creo que eso es imperdonable y que a estas alturas no hay excusas para hacerlo. Talento hay de sobra, pero pasa que muchas veces las decisiones importantes no las toman los que saben de TV. No soy fan de las teleseries brasileras, pero Avenida Brasil y Rastros de mentiras son los mejores guiones que he visto últimamente.

2. MIAMI/UTOPÍA

-¿Recuerdas la primera vez que viste Scarface?¿Y Miami Vice? Te lo pregunto porque Miami siempre me ha parecido un estado mental, una ficción, una suerte de utopía. Una pesadilla, quizás.
-De Scarface me acuerdo perfecto. Hay una generación traumatizada con la sierra eléctrica que corta fuera de cuadro en un departamento de Ocean Drive. En la primera semana de Dueños del Paraíso hay un leve guiño a esa escena. De Miami Vice me acuerdo menos, pero es cierto: Miami es claramente una sensación más que una ciudad de verdad. Y su historia es muy bonita. De un día a otro pasó de ser un lugar de retiro para abuelitos judíos a un infierno donde tuvieron que habilitar una morgue extra para guardar los cadáveres. Miami tiene algo surrealista también, es una especie de Torre de Babel rodeada de agua y bikinis.

-Vi el primer episodio de Dueños del Paraíso y es bestial. Está lleno de muertos y es bien hardcore. ¿Ese nivel de ferocidad fue una idea tuya o un pie forzado?
-Aprendí a escribir escenas de acción en Prófugos. Es tremendamente complejo describir situaciones que involucran grandes desplazamientos o donde hay lo que se llama “multiplicidad de sujetos”: muchas cosas pasando al mismo tiempo y en pocos minutos o segundos. Desde el guión mi camino fue hacerlo simple: descripción sin adjetivo, ojalá bien directa, para que todo el mundo entienda. Ahí me acordé de una cosa que leí en un libro de Sidney Lumet, donde decía que el guión es una herramienta de trabajo, no una obra de arte per se. En esta clase de escenas hay que despojarse lo más posible de la literatura. En una descripción de cómo un lanzacohetes RPG-7 es disparado desde una lancha a un muelle no hay tiempo para paja molida. Es muy difícil, pero para eso están los maestros, para recurrir a ellos. Peckinpah es el más grande autor sobre la violencia de la historia del cine. Ahí está todo lo que hay que saber para escribir escenas de acción.

-¿Es la sangre a estas alturas una suerte de lenguaje que has aprendido a administrar?
-No sé si he aprendido a trabajar con la sangre, creo que depende mucho del contexto de la historia y también de los personajes. En el caso de Dueños del Paraíso la violencia está dada como el contrapunto de un drama de personajes sobre el poder y en especial acerca de la plata y de lo que pasa cuando se tiene demasiada. El hecho de que esté basada en una etapa de la historia del estado de Florida es alucinante: hay mucho material, mucho que investigar. Es un período negro en la historia de Estados Unidos y sin embargo a nadie le sorprendió demasiado la violencia real y descarnada. La historia es bastante feroz y al momento de empezar a escribirla siempre pensé que era necesario hacerlo naturalmente, con ese desparpajo que  caracteriza a la época y también con esa distancia hacia la muerte que también remite al mejor cine de acción de los 70. La escritura de Dueños del Paraíso me enseñó muchas cosas sobre el lenguaje de la sangre. Vi harto cine mexicano, melodramas y cine de bandidos también para universalizar un poco la cabeza. Ahora estoy más convencido que nunca que la ficción siempre perderá ante los horrores de la realidad.

-Viendo Dueños del Paraíso tengo la sensación de que escribes sobre gente acosada que reacciona al daño y al trauma con más daño y trauma. Es la lógica del cine slasher que está en tus películas, pero también en tus libros y en las teleseries. Es lo que une fragilidad con Fuera de control, tu cuento “Santiago zombie” con Prófugos.
-Creo que tu teoría es cierta. No sé por qué tengo una obsesión un poco malsana con la idea del daño y cómo la gente dañada entra en una suerte de círculo vicioso, afectando todos los lazos que tienen con los demás: parejas, padres, hijos, amantes, amigos. Supongo que, como todo lo que tiene que ver con la inspiración, está relacionado con algún trauma del pasado, no sé exactamente cuál. En Dueños del Paraíso como en Fuera de control hay una mujer dañada que contamina su entorno, pero es una heroína/villana por lo que el proceso es aún más complejo.


El elenco de “Dueños del Paraíso”: José María Torre, Kate Del Castillo y Jorge Zabaleta.

 

3. NOVELAS

-Leí que dijiste que escribir Dueños del Paraíso fue como escribir una novela. Sé que llevas años metido en tu novela Los amantes caníbales. ¿Cuánto se parece una y otra cosa? ¿Se te cruzan las historias?
-No se cruzaron para nada. Terminé (por fin) Los amantes caníbales y se publica este año con Planeta. La primera etapa en la escritura de Dueños del Paraíso fue el libro, una estructura novelada de tres actos divididos en capítulos, con absolutamente todo lo que va a pasar, paso a paso, conflicto a conflicto. En este caso no me tocó compartir tiempos entre un proyecto y otro, pero a veces pasa.

-Me gusta que mencionaras a Sam Peckinpah: la idea de que no escribes en el aire, de que investigas pero no como un gesto referencial sino para citar la tradición y transformarla. ¿Por lo mismo, cómo ordenas tu videoteca, cuáles son las zonas fronterizas con tu biblioteca?
-Soy muy abierto y democrático cuando se trata de mi videoteca. Por trabajo, a veces tengo que buscar géneros muy específicos. Por ejemplo, en Dueños del Paraíso me entusiasmé harto con el “polliziotesco”, un subgénero bastardo de películas italianas de mafia de los años 70, con una ética muy particular y un distanciamiento hacia el hecho mismo de la violencia. Es un cine duro, imperfecto, machista,  que representa muy bien el espíritu de la época. Si tuviera que saltar de la videoteca a la biblioteca, estarían sin duda Jim Thompson y James Ellroy, que es un verdadero hijo de puta. Me gusta la mirada que tiene Ellroy hacia los policías, no le tiene miedo al ridículo o al fracaso en la investigación, pero siempre los describe como héroes, aunque éticamente no lo sean.

-¿Te sigue gustando John  Waters?
-Sí. Y creo que ahora más que nunca. En Nueva York hubo una tremenda retrospectiva  y me reencontré con algunos clásicos, empezando con Pink Flamingos. En Dueños del Paraíso hay una pequeña cita a la escena en que Divine recibe sus regalos de cumpleaños. Ya no sé si admiro profundamente a John Waters, pero siento que me cae bien, es un tipo muy simpático y amable, con un sentido del humor extraordinario y una energía inusual: ahora viajó por todo Estados Unidos haciendo dedo y escribió un libro con la experiencia.

-Sobre lo de Waters y esa escena: ¿cuánto de contrabando de tus propios gustos está en lo que haces?
-John Waters se cuela en casi todo lo que he escrito, sin importar el medio o el formato. Es como una suerte de mentor y yo creo que se debe a que vi sus películas a una edad muy “vulnerable”. Otros gustos también traspasan a la escritura, creo que a todos los escritores les pasa. Pienso que la gracia está en saber filtrar. El guiño por el guiño no es algo que me interese, creo que hay una búsqueda más allá de saber a quién estás homenajeando. Me parece que hay que lograr el equilibrio en la narración, también ser capaz de construir algo propio, único, algo que no se haya hecho antes sin importar las referencias o los guiños o los homenajes. Es lo mismo que pasa con el recurso del cameo. Si llenas una película de cameos se pierde el sentido.

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