Por Soledad Marambio Enero 8, 2015

“Yo fui en 2007. Llevamos catástrofe… Cuando estábamos allí, estábamos tratando de disminuir los niveles de violencia, de traer un poco de estabilidad. Uno ve Irak ahora y queda claro que fallamos”, dice Klay.

Cada vez que podía, Phil Klay se tomaba una hora y se sentaba detrás de las barracas donde vivía  junto a otros tantos marines estadounidenses. Ahí tomaba notas en su diario o trataba de escribir cuentos. O leía. Y leyó mucho durante el año y un mes que pasó en la guerra. Leyó El Quijote, El arcoíris de gravedad de Pynchon, los Cuentos completos de Amy Hempel, los primeros nueve volúmenes de Una danza para la música del tiempo de Anthony Powell, y más. Más allá de los libros, caían disparos de morteros, volaban caminos, iban y llegaban heridos al centro quirúrgico de la base estadounidense de la provincia de Ambar, al oeste de un Irak hecho pedazos.

Klay tenía 23 años. Hoy tiene 30 y es veterano de Irak y un escritor cuyo primer libro, Redeployment (el que será publicado en español este año por Penguin Random House), acaba de ganar el prestigioso National Book Award en la categoría de ficción. Redeployment quiere decir “volver” en jerga militar. No volver de cualquier lado sino de una guerra: de Vietnam, Afganistán o Irak, por ejemplo. Klay volvió y ahora vive en Nueva York. 

Cada uno de los cuentos de su libro está narrado en primera persona. Esas voces pertenecen a soldados combatiendo, a otros que vuelven a Estados Unidos, a oficiales que nunca vieron una batalla, a capellanes, a un civil que trabaja para el Departamento de Estado y que ve cómo las platas se fugan y la reconstrucción en la que esperaba participar era la broma más negra. Las voces creadas por Klay suenan tan distintas, a pesar de una tristeza tan parecida. The New York Times dijo que Redeployment “es lo mejor que se ha escrito hasta ahora acerca de lo que la guerra hizo con el alma de la gente”. Y si uno cree en almas y lee este libro puede ver una colección de ellas, derrotadas, secas.

La experiencia de la guerra de Klay está atravesada por la escritura. Antes de partir y siguiendo los consejos de su tutor en Dartmouth, donde estudió Literatura Inglesa y Escritura Creativa, leyó a Tolstoi, Hemingway, Isaac Babel y David Jones. En Irak no paró de leer y a su regreso la lista siguió aumentando. Ya con los cuentos en mente y cursando un máster en Escritura Creativa en Hunter College, comenzó a leer para juntar información, ideas, detalles técnicos. Leyó, entre otros, a Agamben, San Agustín, Colum McCann, Nathan Englander, libros de diplomacia, reportes sobre la supuesta reconstrucción de Irak.

Los doce cuentos de Redeployment, dice, no tienen nada que ver con los que trató de escribir en Irak. “Esos eran pésimos”, asegura, mientras arregla la pantalla del computador para que yo pueda ver algo más que su boca. Dice que no quiere hablar de esos cuentos viejos. Ahora la pantalla de Skype muestra su cara completa, la taza de café, los árboles de un patio de Brooklyn, donde viven Klay y su esposa colombiana.   

A veces, cuenta, salía de la zona protegida a los caminos iraquíes, a los pueblos cercanos, pero en general su trabajo era intramuros o, mejor dicho, dentro del área delimitada por cables y barreras de seguridad de la base. Ahí dentro tenía su escritorio, en el que recibía los artículos que escribían los marines a su cargo y las fotos que sacaban, las que se usaban para diarios de la base o para mandar a las familias en Estados Unidos.

Klay dice que allá no tenía miedo. “Nunca estuve en un tiroteo”, explica, y después de mirar unos segundos hacia arriba, al cielo brooklyniano, dice que lo peor que le tocó fue ver a los heridos estadounidenses e iraquíes que llegaban al centro quirúrgico, como esos dos iraquíes torturados por Al Qaeda que los marines encontraron sentados, brutalmente golpeados, frente a una cámara de video sin cinta. Klay los vio llegar destrozados y contó esa historia en uno de los cuentos de la colección.

Mira arriba de nuevo. “Aunque lo peor también es conocer a gente que sigue en el ejército y que va y vuelve de la guerra que uno ya dejó. Yo me mudé a Nueva York y aquí parece que no estuviéramos en guerra, pero uno sabe que sí y conoce a esta gente que va y vuelve de allá y a veces algo terrible les pasa lejos. Tal vez eso sea lo que más me cuesta procesar”. 


“GRACIAS POR SU SERVICIO”

Klay lo ha dicho varias veces, y lo vuelve a decir ahora. Es muy raro volver a un país que está en guerra, pero que pareciera no estarlo. Esa dislocación está en sus cuentos, muchas veces cargada de humor negro. Además del humor, hay tristeza, derrota, una sensación de no saber dónde se está ni a dónde se vuelve. Así, dando tumbos, desfilan por sus historias los soldados en la guerra y los veteranos que regresan -tan jóvenes algunos- a sus esposas, sus novias, sus calles, y se sienten fuera, bichos raros que ya no reconocen la guarida. Le pregunto si se ha sentido bicho raro.

“La mayor parte del tiempo creo que la gente se imagina que pasé por cosas que no pasé”, dice. “Hice clases, por poco tiempo, a niños de unos 12 años. Cuando se enteraron de que había estado en Irak se levantaron todas las manos. ‘¿Mataste a alguien?’, me preguntaban. Lo maravilloso de esa edad es que no se tiene ninguna inhibición”, se ríe con pesadez. “Les dije que no, se desilusionaron profundamente, y después estuvimos hablando de por qué ésa es una pregunta realmente mala para hacerle a un veterano y de que ‘matar’ es algo muy serio”.

Klay también se ha encontrado con gente que le dice con sorpresa que es el primer veterano que conocen -“no sé cómo eso es posible si ya llevamos una década peleando” -, con otros que quieren escuchar historias desquiciadas y también con algunos que le dicen Thank you for your service.

“Muchos veteranos sienten que esos agradecimientos están vacíos, que la gente está lejos de entender lo que significa el servicio por el que agradecen. Creo que esa sensación de vacío tiene que ver con que, como país, como civiles y militares, aún estamos tratando de entender cuáles son nuestras responsabilidades en lo que pasó: fuimos a Irak y lo destruimos”.

George Packer escribió para The New Yorker una reseña sobre la literatura que están escribiendo los ex combatientes de las nuevas guerras en las que se ha embarcado Estados Unidos. Ya hay novelas, libros de poesía, colecciones de cuentos que hablan de lo vivido en esos territorios violentados. La mayoría de estos textos hablan de Irak, de la guerra que comenzó con la invasión estadounidense de 2003, y de entre todos, dice Packer, sobresale el trabajo de Klay: “Uno lo puede imaginar escribiendo bien sobre cualquier cosa, no sólo sobre Irak”.

Este veterano de 30 años se toca la barba una y otra vez. Da suspiros largos. Se ríe, aquí y allá, con una risa fuerte aun para los parlantes mediocres de mi computador. No se ve ni triste ni perdido, como sus personajes, pero sí comparte con ellos algo de rabia, una rabia quirúrgica, teledirigida al mando del país durante la guerra, sobre todo contra Donald Rumsfeld, ex secretario de Defensa estadounidense.

Y aunque Packer ha comentado que los libros de su generación están desprovistos de política, asegura que en su libro denuncia un cúmulo de errores políticos. Por ejemplo, dice, en historias como la del oficial del Departamento de Estado que llega a reconstruir, pero se topa con fugas de plata, corrupción e ineficiencia.

Klay se acomoda en su asiento. Su cara se acerca y se aleja de la pantalla. Después de un par de idas y venidas se queda quieto, reclinado hacia atrás, lejos del computador. Entonces dice que hay un pragmatismo en la vida militar que te aleja de los debates políticos. No es que no sean válidos, dice, pero si ya estás allá, si el país ya decidió mandar tropas, pierden un poco el sentido: “Cuando yo estaba allá, el debate estaba en pleno desarrollo. Siento que a veces el debate político nubla la necesidad de actuar desde la perspectiva del individuo que está allá. Creo que mucha de la gente que estuvo allá está tratando recién de entender de qué fueron parte. Tú firmas para entrar al ejército y parte de la promesa es que tu país va a usar bien tu vida. Y la gente se enlista por razones tan distintas… Tengo un amigo que estaba en contra de la guerra en Irak, que salió a protestar, pero finalmente se terminó enlistando porque al final íbamos a ir de todas maneras y él pensó que el ejército iba a necesitar gente inteligente, prudente, que estuviera a cargo, para que el asunto no se volviera una pesadilla”.

Pero la pesadilla ya estaba en marcha. Le pregunto si no se arrepiente de haberse enlistado, de haber ido a Irak después de todo lo que ha pasado y sigue pasando.

“Yo fui en 2007. Llevamos catástrofe… Cuando estábamos allí, cuando yo estaba allí, estábamos tratando de disminuir los niveles de violencia, de traer un poco de estabilidad. Estábamos tratando de hacer algo para ayudar a arreglar el caos horrible que había sido creado. Uno ve Irak ahora y queda claro que fallamos. Pero no me arrepiento de haber sido parte del esfuerzo por mejorar la situación. Es difícil pensar qué deberíamos haber hecho en 2007. Cuando Obama fue elegido, creo que colectivamente estuvimos de acuerdo en hacer como que nada había pasado o que todo lo que había pasado era culpa de Bush y que nos podíamos lavar las manos… pero eso no funcionó particularmente bien. El resultado es una catástrofe de proporciones horrorosas”.

Le pregunto a Klay, quien ahora trabaja en una novela de la que no quiere contar nada, si cree que su encuentro con la guerra terminó con este libro de cuentos,y dice que no, que su paso por ahí no es algo que se acabe con su Redeployment. Aunque esto no signifique necesariamente que vuelva a escribir sobre ella.

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