“Me gustaba que Vera-Meiggs cortara cabezas, porque la cosa no era pasar de curso y hacer peliculitas. Para mí esto era en serio. Si alguien no me hubiese marcado un camino firme, no hubiera llegado donde he llegado. Por eso me aferré tanto a él. Fue como una relación ‘sensei’/discípulo”.
La nueva película de Ernesto Díaz comienza así: Broco, un cineasta amateur, defiende su proyecto de filme frente a una comisión de connotados representantes del cine chileno. El pitch empieza con un extracto de la cinta, donde la sangre escurre y los balazos truenan. “Esas malditas ratas de callejón deben morir”, espeta Brocoli -abrigo a cuadrillé, anteojos ahumados y escarmenado que aspira a afro-, antes de atracar junto a su banda la casa de cambios John Carter. Pero ni la botella de piscola de la que bebe uno de los maleantes ni el paisaje setentero de la calle Portugal sirven para darle chilenidad a la historia. El teaser se acaba, el jurado -entre ellos, Abdullah Ommidvar y Daniel Olave- sacude la cabeza y Carmen Brito toma la palabra: “Se llama Santiago violenta y no hay nada de Santiago en esta película”.
-Eso me lo dijo (David) Vera-Meiggs cuando leyó la versión número uno de mi guión -cuenta Díaz (36), el único cineasta chileno que ha llevado a pantalla patadas voladoras, peleas coreografiadas, metralletas a lo Caracortada y superhéroes sin plata en filmes como Kiltro (2006), la primera película sudamericana de artes marciales, y Mirageman (2007).
La idea del pitch que abre Santiago violenta, filme coescrito junto al crítico de cine y académico David Vera-Meiggs (62), antiguo colaborador de El Mercurio y Rocinante, nació de su experiencia:
-Es una mezcla de haber postulado varias veces al Fondo Audiovisual y nunca haber llegado a la instancia del pitch, y a que en la escuela siempre me costó convencer a los profesores de hacer este cine de género -explica Díaz, que de tanto intentarlo, terminó convenciendo al más severo de todos:- Yo era cineasta casero, hacía muchas películas en mi casa. Por eso, cuando entré a estudiar Comunicación Audiovisual en el DuocUC, me sentía muy avanzado en relación a mis compañeros. Pero cuando llegué al taller de Vera-Meiggs y me encontré con el verdadero valor del lenguaje cinematográfico, me estrellé. Fue un choque fatal. Me empecé a sacar rojos y me pregunté: ¿Todo lo que hice antes no sirvió de nada?
David Vera-Meiggs -crítico punzante, realizador y guionista- es un académico con fama de cortacabezas, un docente que siembra el terror en las aulas de Cine y Periodismo de universidades como la de Chile y la del Desarrollo. Quien haya tenido clases con él conoce sus historias míticas (fue extra en Y la nave va, de Fellini; y trabajó con Antonioni), recuerda sus inyecciones de cine de autor duro (Dreyer, Bresson, Eisenstein), pero sobre todo no olvida su mano firme. Basta decirlo así: Vera-Meiggs podría ser uno de los villanos de las películas de Díaz.
-Me gustaba que cortara cabezas, porque la cosa no era pasar de curso y hacer peliculitas. En la escuela todo era “hagamos películas, qué entretenido”, pero para mí esto era en serio. Si alguien no me hubiese marcado un camino firme, no hubiera llegado donde he llegado. Por eso me aferré tanto a él. Fue como una relación sensei/discípulo -cuenta el cineasta, a quien Bafici, el festival más importante de Argentina, le dedicó una retrospectiva en 2013.
-Yo venía de la escuela del neohollywood: Rambo, Indiana Jones, Volver al futuro. El cine de autor recién lo conocí después de Tarantino, que también es un cine para el público, pero con la mano mucho más firme.
En las tres décadas en las que Vera-Meiggs había hecho clases -entre sus alumnos hay nombres ilustres, como Sebastián Lelio, Alejandro Fernández, Alicia Scherson, Pedro Peirano, Álvaro Díaz y Fernando Lavanderos-, nunca nadie había querido hacer cine de acción, de artes marciales, de crimen o de entretenimiento. Pero ése no fue el único motivo por el que no olvidaría tan rápido a Ernesto Díaz.
-Lo que más recuerdo son los cursos de historia del cine, en los que Ernesto sufría como una Magdalena, porque tenía que ver películas mudas, en blanco y negro, y sin escenas de sexo, persecuciones ni balazos, que era lo único que entendía como plausible -dice entre risas Vera-Meiggs, sentado junto a Díaz para esta entrevista-. Ernesto iba derecho al muro con total certidumbre. Volvía, insistía y se lanzaba de nuevo contra el muro. Eso me llamó la atención. “Ya que insiste tanto, o bota el muro o termina damnificado”, pensé.
Vera-Meiggs hace una pausa y mira a Díaz.
-¿Y botaste el muro? -le pregunta.
-Difícil decirlo de cerca -responde-. Yo creo que sí.
***
Santiago violenta, primer estreno chileno de 2015, es la historia de tres amigos piscoleros que persiguen un botín millonario y se embrollan con la mafia de la Tía Marilyn (que de Marilyn sólo tiene la peluca rubia). Broco, uno de ellos, es cineasta casero, algo así como un alter-ego fracasado de Ernesto Díaz: vive por el cine, idolatra a San Tarantino, filma a sus amigos y a su conserje (interpretado por Juan Alcayaga, el legendario Don Carter de El mundo del Profesor Rossa), pero para la olla con videos de matrimonio.
-Siempre me han interesado los personajes más cercanos al público. No quería que fueran ladrones profesionales como en Perros de la calle (de Tarantino), sino un grupo de amigos comunes y corrientes, como el mío, metidos en una situación así -explica Díaz, amante del cine gansteril por sobre todos los otros géneros. Santiago violenta fue un proyecto que tenía en mente hace muchos años, incluso antes de Kiltro. Pero, por algún motivo, no lograba darle vida en el papel.
-El guión era entretenido, pero sentía que no había nada nuevo y me estaba quedando pegado -cuenta el cineasta, quien decidió emanciparse de Vera-Meiggs en Mirageman y Mandrill (2009), las que escribió solo y de manera más improvisada-. Uno empieza a ir naturalmente hacia las referencias cuando escribe. Y resuelve problemas de guión con ideas de otras películas. Pero eso contamina. El resultado fue un guión muy gringo, sin ese sabor chileno que tenía Mirageman. Y hay que agarrarse de eso para ser auténtico. Mirageman es el mejor ejemplo, porque si no fuera hecha así, sería una más. Ahí está la diferencia: tomar un estilo, una historia del neohollywood, y contarla a la chilena. Ese fue el cambio que marcó Vera-Meiggs cuando entró a ayudarme con el guión.
-Por ahí va la originalidad del cine de Ernesto: escupir el cine-palomitas transformado en una exploración de la identidad -agrega el crítico. Así aparecieron referencias a Condorito, a la piscola, a la cultura popular chilena. Pero el sello de Díaz permaneció: ahí está la música setentera de Rocco, su compositor; la estética del cine exploitation, un plano secuencia de 11 minutos al estilo hollywoodense y el humor presente, por ejemplo, en escenas como una en la que Broco le reza a Tarantino mientras se arrodilla sobre porotos.
-Eso de rezarle a un director viene de las clases de Vera-Meiggs. Decía que había que arrodillarse sobre porotos y rezarle a Hitchcock.
-Todos los días -interrumpe el crítico.
-Sí. Pero a Tarantino -responde Díaz.
La primera vez que ambos trabajaron juntos fue en Kiltro. El cineasta volvía de Hollywood después de rechazar dos propuestas de productoras para filmar en ese país:
-Después de terminar la escuela fui a ver a Marko Zaror a Estados Unidos, donde ya tenía muchos contactos. Me ofrecieron dirigir una película a partir de una historia mía y, un par de semanas antes del rodaje, me dijeron que tenían cambios en el guión. La querían transformar en la típica película de acción. Y me di cuenta que no quería que esa fuera mi ópera prima. Yo no quería hacer lo mismo que todos. Quería dar mi reinterpretación del género. Entonces le dije a Marko (que sería el protagonista) que no haría la película.
Díaz regresó a Chile y, cuando escribió Kiltro, se puso en contacto con Vera-Meiggs para que lo ayudara a mejorar el guión. Partió como una asesoría no formal y terminó con el crítico y guionista preparando también a los actores no profesionales. La última vez que los dos se habían visto había sido para el examen de grado del director, en el que Vera-Meiggs fue parte de la comisión. Díaz presentó un filme titulado La muerte tendrá tus ojos.
-Es una película que no tiene nada que ver con lo que se conoce como mi estilo. En la escuela uno se enamora del cine de autor, y en esa época nos daban vueltas Ruiz, Lynch y el cine más onírico.
Vera-Meiggs recuerda ese momento:
-Fui despiadado. Ernesto temblaba como un papel antes del examen. Se me acercó y me dijo: “Profesor, ¿usted cree...?”. “Yo no creo nada”, le respondí. “Si tú crees, en una de esas me convences y te creo”.
***
Luego de Tráiganme la cabeza de la Mujer Metralleta (2013), Santiago violenta (que se estrena el 1 de enero) es la segunda película en la que Ernesto Díaz trabaja sin Marko Zaror, con quien filmó hace poco Redentor, proyecto pendiente de estreno. Pero si la de Vera-Meiggs y Díaz es una asociación improbable, la de Díaz con Shenda Román, la actriz que da vida a la delirante Tía Marilyn, también lo es: Román -ligada al cine del realismo socialista y protagonista de filmes como Tres tristes tigres (1968), de Ruiz, y El Chacal de Nahueltoro, de Littin (1969)- no había actuado en películas desde su exilio, en 1973. Convencerla de volver al cine no fue el único logro de Díaz: producir, filmar y estrenar Santiago violenta fue un proceso dificultoso, que se extendió por más de cinco años, y que sólo pudo concluir cuando obtuvo por primera vez un Fondo Audiovisual para la posproducción.
-¿Hay aún prejuicios contra el cine de género en Chile?
-Totalmente -responde Díaz-. Ahí entramos a hablar de lo que se financia y lo que no. No hay un crecimiento claro del cine chileno. Hay películas a las que les va muy bien en festivales, pero siento que son aventuras solitarias.
Vera-Meiggs, antiguo consejero del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, agrega:
-Nos lo decían en el CNCA: “Los fondos son para el arte”. El cine existe porque es popular, no por lo artístico que es. Su importancia para la cultura contemporánea radica en lo artístico que puede ser, pero la historia del arte no es otra cosa. La pintura italiana del quattrocento y del cinquecento eran superproducciones impuestas por productores. Y la producción cinematográfica tiene que entender esos dos carriles. En Chile se siguen produciendo películas autistas, que se hablan a sí mismas y que no las ve nadie. Eso es tóxico. Los chilenos, además, pueden ser odiosos. Da la impresión que filman lo que detestan en vez de filmar lo que aman. En eso estoy de acuerdo con (el crítico) Héctor Soto.
Díaz, consciente de lo difícil que es conseguir financiamiento estatal, sobre todo para películas de género, ha sabido arreglárselas para aprovechar con inteligencia la falta de recursos:
-En mi casa armaba películas con lo que tenía, y quizás me he malacostumbrado a hacer eso. En un festival me preguntaron: “¿Cuál es tu gran idea, independiente de cuánto cueste?”. Me quedé pensando, y en realidad no existe. Porque nunca he pensado en una película que no pueda hacer.
-¿Pero con quién te gustaría trabajar alguna vez? -le pregunta Vera-Meiggs.
-No tengo esa respuesta. Me acostumbré a pensar sólo en el cine que puedo hacer.