Por Alberto Fuguet, escritor y cineasta Noviembre 20, 2014

Hace un mes atrás, en uno de esos primeros fines de semana en que aparece el verano casi de una manera vengativa, tuve la ansiosa e impulsiva idea de ordenar mis libros. Abrí las ventanas y comencé a usar el viejo sistema del orden alfabético para recomponer mis libreros. Opté por dejar todos los relacionados con cine en mi escritorio, cuando me topé, en una caja de plástico, con una serie de guiones que nunca he vuelto a hojear. Entre viejos guiones propios, manuales para dirigir y la autobiografía de Corey Feldman, me topé con la biblia.

Con varias biblias, de hecho.

Todas de distinto color, pero todas, al final, la misma biblia cinéfila y todas firmadas por el mismo autor, pertenecientes a esa época análoga, antes del VHS y cuando recién Errol’s montaba su imperio. Si hablo en plural es porque este glorioso y borgiano libro, llamado Leonard Maltin´s TV Movies, se reeditaba todos los años, pero su tapa cambiaba de color, alteraba su diseño de portada y el dichoso libro aumentaba sus páginas porque esta guía (una suerte de guía de teléfonos cinematográfica) tenía la misión de agregar los estrenos acaecidos en el lapso de doce meses, por lo que la edición de 1998 contenía más reseñas de películas que la primera edición a la que tuve acceso, que fue la de 1987. Toda la infinita información venía apretada en más de 1.600 páginas y estaban consignados unos 19 mil filmes.

No sé cuántas ediciones tuve de ese bendito libro, pero creo que no menos de unas ocho o nueve. En un par de viajes accedí a tres libros que fueron claves para mi formación o deformación cinéfila, como la versión de bolsillo de Reeling, de Pauline Kael o Guide for the Film Fanatic, de Danny Peary. Los libros de Peary eran más grandes y estaban mejor hechos; los de Maltin (o “el” de Maltin, porque era un solo libro que iba creciendo por año) eran de bolsillo, de peor calidad y su intención no era competir con Kael o Andrew Sarris u otros críticos prestigiosos, sino que su meta era clara: reseñar, constatar, tabular. El TV Movies entregaba información que no estaba en ninguna parte: título, duración, los actores, director, país de origen, además de una breve reseña/resumen y, para rematarla, una crítica estructurada en torno a estrellas: cuatro era una obra maestra y así iba bajando de media estrella en media estrella hasta llegar a lo peor: las estrellas eran reemplazadas por un ícono de una bomba. Esa palabra -bomb- fue parte de mi jerga por varios años y ahora, que ando relanzando y promocionando una reedición de mi novela Por favor, rebobinar, capto que el cinéfilo que trabaja en un videoclub, y con el que parte mi libro, está obsesionado por Maltin (tal como lo estaba yo) y cataloga todo con estrellas, partiendo por su propia vida, a la que le otorga una estrella y media, es decir, media estrella arriba de bomb.

En septiembre pasado me enteré que apareció la última edición de la guía de Maltin (la del 2015), con una tirada acotada. La portada es verde y en la tapa Leonard Maltin sonríe y sigue con barba, pero ahora tiene algo como de abuelo o Santa Claus a dieta y parece menos misterioso y nerd que en sus retratos de los 90. La noticia me pilló desprevenido y vulnerable, aunque, por otra parte, al menos había pasado una década desde que no compraba un libro de Maltin y quizás había transcurrido la misma cantidad de tiempo desde que no hojeaba uno. Las cosas han cambiado, sin duda; y Maltin, que ahora aparece en la televisión y en la radio y ha convertido la trivia en una profesión, admitió su derrota y articuló lo que todos ya sabían: internet lo había destronado hace rato. La red y la revolución digital asesinaron a Maltin y a este tipo de libros cuyo valor no estaba en su prosa (los libros de los críticos de los años 70 y 80 siguen siendo leídos y reeditados), sino en algo que en su momento era un tesoro invaluable: información.

Sorprende y descoloca que, en los tiempos de la notable e imprescindible IMDb (Internet Movie Data base), Rotten Tomatoes, Metacritic y Twitter, en que hay tanta información que a veces todo este flujo no deja de ser más que ruido, que alguna vez lo que importaba era justamente lo contrario: saber, coleccionar data, usar la trivia como arma e indagar como un cazador. Y ahí está la importancia del libro de Maltin: durante más de 25 años, generaciones de cinéfilos sentían que todo el cine del mundo estaba en sus manos. No las cintas en sí o la posibilidad de verlas. Eso nunca se cuestionó. O lo cuestioné. Claramente, sabíamos que era imposible verlas todas, pero más que nada que uno nunca accedería a esos tesoros.

Maltin estaba lejos de ser un crítico ácido, pero a veces su corta prosa podía llenar de one liners y su mirada tenía algo familiar, por lo que no es tan curioso que Taxi Driver fue insultada con dos estrellas y que Gremlins fue tildada de Bomb (lo que hizo que Joe Dante, el director, le ofreciera un cameo al propio Maltin en la notable secuela Gremlins 2).

Hoy, con casi todos filmes del mundo asequibles desde el laptop, de pronto los blockbusters americanos dejaron de tener importancia para los cinéfilos y el cine rumano o vietnamita es el que se quiere ver. Y si de pronto aparece un filme brasileño o israelí en Netflix o en torrent, basta ingresar a la nueva biblia que es IMDb para saberlo todo.

Hay que intentar a toda costa no fetichizar el pasado. Prefiero el hoy; puedo vivir sin la guía Maltin y me parece una gran oportunidad tener acceso a los críticos que admiro y que están escribiendo o conversando en sus podcasts sobre los filmes que están estrenándose en Cannes, Roma o Valdivia. Me parece una bendición no depender sólo de María Romero y sus largas e ingenuas críticas en Wikén para estar informado. Pero esto del fin de la guía de Maltin me ha hecho reflexionar: Maltin introdujo la idea de las estrellas y ahora todo el cine se mide así. Ahora el que busca, encuentra, y tanta abundancia ha creado otro tipo de cinéfilo: quizás más pasivo, más solitario; uno que devora más y comparte menos. Armar listas de lo mejor del año no tiene sentido cuando el 80% de lo que uno ha visto no ha sido visto por nadie cercano, pero sí quizás por amigos o socios virtuales con los que se siente un grado de conexión en el nuevo sitio cinéfilo que la lleva: Letterboxd, que no es más (y no es menos) que llevar el famoso cuaderno o bitácora “de lo visto” al formato digital. Hoy los cinéfilos pueden ver lo que desean ver cuando lo desean ver. Pero se ha perdido la excitación del descubrimiento, de enterarse y quedar loco con un filme que quizás nunca ibas a ver. Yo tuve que perseguir filmes; hoy hay veces que tengo siete cintas de todas las épocas en mi computador, y no veo ninguna. Ningún filme me pilla del todo desprevenido. Antes todo era una sorpresa.

Aun así, me quedo con el hoy. Me impresiona que la guía de Maltin ya no salga más, pero yo, que la quise tanto, dejé de tomarla en cuenta hace al menos una década. Un tipo de cinefilia está desapareciendo, pero va surgiendo otra. De cazadores pasamos a devoradores. Hoy no gana el que ha visto más sino quizás el que ha visto mejor. Sea como sea, desempolvé mi vieja guía Maltin, la coloqué en un sitio de honor y entré a Letterboxd, a la parte donde uno marca los filmes que están por estrenarse y que uno desea ver, pensando que siempre hay y siempre habrá filmes que uno quiere ver.

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