Por Antonio Díaz Oliva desde Washington DC Noviembre 20, 2014

Los primeros veinte minutos serán una suerte de “stand-up comedy”; King habla sobre momentos específicos de su carrera, y cada vez que menciona el título de un libro, la gente aplaude y grita y por eso la broma: más que una presentación literaria, el público reacciona como si fuera un concierto.

-Mierda.

El público ríe.

-Esto es como un concierto de Led Zeppelin. Sólo me tengo que subir a este escenario, tocar los hits y ustedes caen rendidos -dice Stephen King.

Más risas.

Alguien bromea: “¡Toca ‘Stairway to heaven’!”. “¡Freebird!”, dice otro. “Señor King, ¡gracias por sus libros!”, grita una rubia platinada cerca de donde estoy sentado.

Stephen King es un escritor que evita las presentaciones; rara vez sale de gira porque sus libros, lo sabemos, se venden solos. Y mucho. Por eso el entusiasmo del público esta noche en el auditorio de la Universidad George Washington. De hecho, es la primera vez que King viene a la ciudad de la Casa Blanca. Y todo para presentar Revival, su nuevo libro, en una minigira -apenas seis presentaciones- que va desde Nueva York, pasando por Texas, y la cual terminará donde todo comenzó: en Maine, la misma ciudad en la que King trabajó como profesor de colegio durante varios años, hasta que publicó una novela llamada Carrie, que le cambió la vida. Desde ese entonces -años setenta- King ha publicado casi un libro al año (a veces más). Ya saben: Misery, El misterio de Salem, The Stand, It, El resplandor, Cementerio de animales, La zona muerta, Cujo, Duma Key, 22/11/63 y una larga lista para un autor que, en los círculos literarios, siempre ha incomodado un poco. Porque King es un escritor leído por muchos (ha vendido más de 350 millones de copias) y despreciado por cierta intelligentsia literaria que lo ve como un mero fabricador de best sellers. El crítico literario Harold Bloom, por ejemplo, alegó cuando le dieron el National Book Award, el premio más importante de la literatura estadounidense: “Es un nuevo golpe bajo en el escandaloso proceso de idiotización de nuestra cultura nacional. Stephen King no es Edgar Allan Poe”. Para otros, como la escritora canadiense Margaret Atwood, es exactamente lo contrario: “King es un peldaño de una tradición literaria que se puede rastrear hasta llegar a Hawthorne, a Poe y a Melville”.

Así, hay algo de ritual en esta noche. O de convención, claro, pero aquella es una salida fácil: pensar que el culto a Stephen King es equiparable a un culto tipo Star Wars o El señor de los anillos o Doctor Who. Sí y no. Una noche con King tiene un poco de convención nerd, pero también de fiesta gótica y, finalmente, algo del Estados Unidos profundo. Como sea, son mil quinientas personas las que pagaron cuarenta dólares para venir, escuchar a King y luego llevarse una copia que -tal vez sí o tal vez no- está firmada por el autor de El resplandor (sólo el veinte por ciento de los libros están firmados).

Mientras subo los escalones del auditorio, tomo nota del público. Mucho hombre blanco con zapatos Caterpillar y camisa leñadora (pero no hipsters o fans de Pearl Jam, sino gente que de verdad parece cortar leña por las mañanas). Muchos que no viven en Washington, que tal vez provienen de Virginia o de los suburbios de Maryland. Mucha gente con poleras en referencia a películas o series o cualquiera de las adaptaciones de King. Mucha gente pasada de peso. Mucha gente sola que se refugia en su teléfono. Mucha gente que está siendo observada por diez policías, que con chaleco antibalas -cada uno en un lugar estratégico- cuidan que no aparezca ningún fanático demasiado loco (ha sucedido).

Me siento en las últimas filas unos minutos antes de que las luces se apaguen. Y entonces, después de que lo presentan, Stephen King aparece.

Ahí está.

Polera roja que le queda grande; unos jeans claros y algo gastados; zapatos negros sin mucha elegancia; y sus ya clásicos lentes. El pelo de King es gris y blanco, como el pelaje de un lobo blanco. Desde lejos, el autor de Misery se parece a Joey Ramone, el vocalista de la banda punk; alto, un poco deforme, con una joroba en la espalda y las piernas demasiado largas.

Desde los primeros segundos, Stephen King parece cómodo. Aunque dice que igual le da un poco de miedo; cuenta que un día normal es escribir y sacar la basura de su casa, y no tener que hablar frente a tanta gente. De todas maneras saluda, agradece al público su asistencia y ríe. Apenas está quieto, camina por el escenario con micrófono en mano y bromea mucho. Los primeros veinte minutos serán una suerte de stand-up comedy; King habla sobre momentos específicos de su carrera, y cada vez que menciona el título de un libro, la gente aplaude y grita y por eso la broma: más que una presentación literaria, el público reacciona como si fuera un concierto. Y King, claro, usa eso a su favor.

                                                                                                         ***

En Revival (libro que se publicará el próximo año en castellano) leemos el relato de Jamie Morton, un niño de seis años que, en Maine, donde King nació y creció, se hace amigo del nuevo pastor del pueblo. Es un pastor joven, distinto a los anteriores y a quien, como el Dr. Frankenstein, le gusta jugar tal vez demasiado con la electricidad. Más que una historia de terror, Revival es una historia sobre crecer en un pueblo chico; sobre la nostalgia de los años sesenta; y sobre el peligro de tomar ciertos caminos. Morton crece, se convierte en rockstar, cae en las drogas, el alcohol y eventualmente se reencuentra con el pastor, quien ahora es uno de esos que sermonean como si estuvieran poseídos por el demonio.

Como el protagonista de su última novela, King también tuvo problemas con las drogas. Hace poco confesó a la revista Rolling Stone que durante los setenta, de hecho, se tomaba al día un six pack de cerveza entero y que varios polvos blancos entraban por su nariz de vez en cuando, además de meterse pastillas. Así, en esa misma entrevista, King recordó aquellos años: “Misery es un libro sobre la cocaína. Annie Wilkes es la cocaína. Ella era mi fan número uno”.

Y es justamente ese personaje, claro, el que King rescata cuando le preguntan lo siguiente:

-Señor King, primero tengo que confesarle que siempre me dio mucho miedo -dice una mujer en sus cuarenta, de jeans y polera blanca, pelo rubio, quien hace clases en un colegio en Virginia-. A los diez años leí It y tuve pesadillas. Mi pregunta es ¿cuál es su personaje favorito?, y muchas gracias por haberme asustado a esa edad, creo que no salí tan mal, ¿no?

King ríe.

-Claro que no -dice King y da la espalda al público-. Creo que mi personaje favorito es Annie Wilkes.

Aplausos. King queda en silencio. Aún de espalda agrega que hay otros personajes que le gustan. Dice que los chicos de El cuerpo, la novela breve que luego sería adaptada al cine como Cuenta conmigo. Dice que la protagonista de La historia de Lisey. Entonces se da vuelta: ahora encara al público. Busca a la mujer de la pregunta.

-Pero tu pregunta me recuerda algo. Una vez me pidieron que sacara la palabra fuck de uno de mis libros, para que así pudiera venderse más en los colegios.

King, por momentos, se parece al pastor de su nueva novela, Revival. El pastor de las tinieblas.

-¿Y saben qué hice?

Alguien del público se adelanta: “¡Les dijo que se fueran a la mierda!”.

King sonríe.

                                                                                                         ***

Como pocos autores, la relación de Stephen King con sus lectores es estrecha y alcanza, por momentos, niveles intensos. Ahí está el momento en que le preguntan si ha tenido miedo de sus fanáticos. Y King cuenta de una noche en que fue con su hijo al béisbol. Su señora, que también es escritora, se quedó en la casa viendo tele en pantuflas y bata. Hasta que escuchó un ruido en el living y bajó.

-Había un hombre fumando -dice King-, era un lector mío que venía a reclamarme algo: según él, yo le robé una historia a su tía, así que mejor que pagara, y entonces le dijo a mi esposa que tenía una bomba en su mochila.

El público, en silencio, espera que King siga con la historia.

-Mi esposa salió corriendo, se refugió con los vecinos y llamó a la policía.

King ríe. Pero su risa tiene un efecto doble: es histriónica y a la vez escalofriante.

-Entonces llegó la policía y arrestaron al tipo. Y encontraron una bomba en el ático de mi casa... aunque hecha con lápices y totalmente inofensiva.

Muchas personas se han puesto en fila para hacerle preguntas. La mayoría no alcanzará. Todos quieren decirle o preguntarle algo a King. Un tipo dice que es el cumpleaños de su esposa -quien está en el público-, así que si puede saludarla. King accede. Otra mujer le pregunta si ve alguna influencia de su obra en shows como The Walking Dead. King dice que sí, que en verdad tampoco piensa en eso. Y entonces mira hacia las filas de arriba.

-A ver, ¿alguien por allá tiene algo que decir?

Y muchos se paran a mi alrededor y gritan: “Señor King, acá, señor King, acá”, hasta que un tipo gana en la competencia de gritos, le pasan un micrófono y pregunta:

-Señor King, primero muchas gracias por esta noche. Me preguntaba si siente que la edad, a estas alturas, le afecta -se produce un silencio incómodo-. Digo, ¿le afecta el hecho de estar envejeciendo en su proceso de escritura?

Una mujer, detrás mío, le susurra a su esposo: “Cómo se atreve a preguntarle eso”.

Mientras tanto, en el escenario, King camina de un lado para otro. Responde que lo peor de la vejez ha sido mudarse a Florida (el estado en Estados Unidos donde la gente vieja se va a vivir por el clima). El público ríe.

-Y lo otro es que a veces se me ocurre una idea cuando estoy comenzando un proyecto. Y avanzo un par de páginas hasta qué pienso: “Espera ¡Esto ya lo escribí en los años setenta!”.

                                                                                                         ***

Luego de las preguntas, Stephen King dice algunas palabras finales, se retira y las luces bajan. La gente se desespera. Nos piden que nos quedemos en nuestros asientos. Irán despachando por secciones y cada sección será llevada a un lugar para la entrega de Revival.

Media hora más tarde, cuando el teatro está casi vacío, caminamos con el resto de la multitud hacia una suerte de subnivel donde nos dividen en seis filas. En cada fila hay por lo menos veinte personas, una mesa con copias de la novela y una persona encargada de la transacción. Sólo esta noche se venderán 1.500 ejemplares de la nueva novela de King. La escena me recuerda un lugar común: Stephen King es a la literatura lo que el fast food a la comida. McKing. Es mi turno: un flaco de polera negra, aro en la nariz, mirada antipática, me pasa una copia. Enjoy, dice. Next one, please! Salgo del teatro. Afuera la gente comenta si le tocó o no una firma. Un hombre con parka negra bromea: dice que guardará el libro por lo menos cincuenta años y así pagará la universidad de sus nietos. Hay pocos que andan a pie. La mayoría maneja y no vive en Washington. Abro mi copia de Revival.

Sonrío.

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