Por Valeria Bastías Noviembre 12, 2014

Fue una apuesta. Una que generó duras críticas de los más conservadores y también fuertes aplausos de quienes  por primera vez asistían a un espectáculo de ópera. En 2011, el director de escena Marcelo Lombardero irrumpió en Buenos Aires con una novedosa versión de Carmen. No hubo vestidos de lunares ni mantillas. Tampoco hombres con trajes de torero. Y la historia no ocurrió en Sevilla. Lo que por décadas fueron las características más reconocidas de la ópera de Bizet, en manos de Lombardero cambiaron de sentido. Y si por siglos el asesinato de “Carmen” era el desenlace inevitable de una mujer provocativa que volvió loco de amor a “Don José”, para el director de escena argentino más reconocido de estos momentos, la trama habla de un femicidio.

-La ópera es un género que, además de mostrar  buenas voces, una buena orquesta y una linda escenografía, tiene que dejar algo más, porque si no se transforma en un espectáculo vacuo -dice Lombardero, que acaba de volver a Buenos Aires tras montar, justamente, Carmen en Montevideo.

De ahí que decidiera sacarle el folclorismo español a ese título clásico, modernizar el montaje y subrayar un discurso en contra de la violencia de género. De ahí que sea constantemente convocado por grandes teatros de América y Europa.  En Chile, ha liderado la mayor parte de los estrenos de los últimos años en el Teatro Municipal:  La vuelta de tuerca, El castillo de Barba Azul, Lady Macbeth de Mtsensk, Alcina,  Ariadna en Naxos y, el año pasado, la exitosa Billy Budd,  ganadora del premio del Círculo de Críticos. Estreno tras estreno, Lombardero se ha ido transformando en uno de los renovadores del repertorio lírico en el país. Por eso es que su participación en la temporada 2015 ya fue confirmada con las óperas Rusalka, de Antonín Dvorák,  y La carrera de un libertino, de Igor Stravinsky.

-Con el Municipal de Santiago tenemos una relación maravillosa. Ahí he realizado los títulos con los que más cómodo me he sentido y que he conseguido repetir en otros países.

Lombardero ha creado puestas en escena mucho más allá de lo referencial, trasladando tramas a otras épocas o a espacios poco convencionales. Como lo hizo con Lady Macbeth de Mtsensk, al recrearla en un espacio vanguardista que, según dijo, representaba “un matadero, un frigorífico y  un deshuesadero”, reuniendo allí la esencia de la historia: carne y sangre. En otras ocasiones, el director ha puesto sus fichas en recursos escénicos de corte cinematográfico. El ejemplo más reciente es Billy Budd, de Benjamin Britten, ópera en la que transformó el escenario del Municipal en un gigantesco barco y utilizó proyecciones en 3D.

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Sentirse cómodo con las historias. Tener algo que decir a través de ellas. Ésas son las premisas que mueven el trabajo de este artista que, antes de convertirse en régisseur, fue barítono e integrante desde niño del coro del Teatro Colón. Su madre y su abuela fueron cantantes, y su abuelo, director de coro. Además, entre sus ancestros está el nombre de Giuseppe Anselmi, uno de los tenores italianos más famosos de Europa. Criado entre camarines y escenarios, Lombardero, que dejó de cantar hace casi 10 años, llegó a ser director artístico del Teatro Colón y del Argentino de La Plata.

-Empecé a dirigir escena en el año 94. Sentí la necesidad de expresarme respecto del mundo en el que estaba viviendo y descubrí que la manera de hacerlo no era cantando. Creo en la idea de un artista comprometido con su realidad y por eso mi yo director de escena le fue ganando a mi yo cantante.

Convertirse en lo que es hoy era una idea que ni siquiera se cruzaba por la mente de Lombardero. Eso, hasta que oyó una frase que fue la culpable de todo: “Vos tenés que ser director de escena”. Las palabras dichas por el director de cine, teatro y ópera Sergio Renán durante un ensayo de Cosi fan tutte -cuando aún Lombardero pertenecía al coro del Teatro Colón y el director le pidió recrear una escena que resultó muy efectiva- quedaron grabadas en su memoria. 

-Fue la primera vez que alguien me lo planteó y yo, que era muy joven, tenía como 24 años, me quedé pensando en eso. Tiempo después dije “¿por qué no?”. Y  bueno, aquí estoy.

Ese aliento y la oportunidad de reemplazar, tiempo después, a Renán en la dirección del Teatro Colón fueron el puntapié para una carrera que Lombardero desarrolla con fuerza, pero fuera de Argentina.  Allá,  cuenta, salvo cuando trabaja  con su compañía de teatro musical contemporáneo, no acepta invitaciones de grandes teatros. Ni siquiera del Colón, porque siente que no hay espacio para su propuesta. Lombardero dice que tras dejar la dirección del mítico espacio bonaerense, fue “dejado de lado” y que el día que lo volvieron a convocar, no le gustó el título que le ofrecieron.  Sintió que no tenía nada que decir allí. Por ahora.


Tras el éxito de su trabajo en Chile, Marcelo Lombardero estrenará dos óperas el próximo año: “Rusalka”, de Dvo?ák, y “La carrera de un libertino” , de Stravinsky.

 

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Con la que sí tuvo mucho que decir, pero en Chile,  fue con Alcina, de Händel, ópera que inauguró en 2010 el repertorio barroco en nuestro país. Trabajando contra el tiempo en el Teatro de Carabineros, después de que el terremoto dejara inutilizable parte del Teatro Municipal, Lombardero produjo un montaje que dejó boquiabiertos a los espectadores. A algunos para bien y a otros, para mal.

-Esa vez, sinceramente, tuve miedo. Era la primera vez que se mostraba una ópera barroca en Chile y mi propuesta tenía que ver con la televisión, con los medios masivos y ocurría en un penthouse de Viña del Mar. Recuerdo que salí muy asustado a saludar, pero me sorprendió la reacción de la gente. El público chileno tiene gran avidez por ver cosas distintas.

Alcina ha sido una de las pocas producciones de Lombardero que la crítica de ópera ha rechazado. Tras su estreno y las altas expectativas que generó, muchos dijeron que el argentino debió “haber seguido el guión original” y que “había alterado la época, el vestuario, la concepción y todo lo que históricamente se ha hecho”. Lombardero cuestiona las críticas.

-¿Qué significa montaje original? ¿Una apuesta de  teatro barroco, con maquinaria barroca, iluminada a vela? ¿Acaso las cosas que convocaban en el siglo XVIII o XIX son las mismas  que nos convocan hoy? ¿Entonces hoy tenemos que hacer un espectáculo de arqueología en vez de un espectáculo teatral?

Lombardero asegura que suele consultarle a la gente qué es una ópera. Para él, afirma, son unos cuantos gramos de papel y unos cuantos litros de tinta, y que la cuestión de fondo es cómo se interpreta la historia allí contenida. Por eso su intención es convocarlos a todos: a los que les gusta la ópera, a quienes no la conocen y a los que no les interesa.

-Se trata de resignificar la ópera, de encontrarle un sentido nuevo a una cosa que viene del pasado -explica.

El próximo año, Lombardero aterrizará en el Teatro Municipal de Santiago con dos estrenos: La carrera de un libertino, de Igor Stravinsky, y Rusalka, de Antonín Dvorák. A Stravinsky lo conoce bien. La carrera de un libertino es un título que Lombardero ya dirigió, e incluso cantó. Pero Rusalka no. Ésta será su primera vez. En estos momentos él y su equipo, en el que trabaja la vestuarista Luciana  Gutman, su mujer, están cerrando los detalles de la producción.  El  régisseur asegura que no hará el típico relato de La Sirenita, sino que resignificará -le encanta esa palabra- aquella historia de una ninfa que se enamora de un humano y se sacrifica para estar con él.

-Va a ser una producción muy cinematográfica. Algo así como entre Billy Budd y Tristán..., pero con una visión absolutamente personal de este ser fantástico.

De La carrera de un libertino, adelanta que conoce bien al personaje principal, un chico que sucumbe ante el dinero y la fama, y que la historia será contada a partir de conceptos como el consumo, la farándula, la ostentación y cómo ese camino puede llevar a la autodestrucción. Esta ópera va a suceder aquí y ahora. “O más o menos aquí y ahora”, precisa.

-A veces pienso que tomé el rumbo inequívoco de los tomates, pero prefiero eso a la rutina de una apuesta supuestamente tradicional, que no molesta, pero que tampoco convoca, que no dice nada y que después de ser vista, el público se va igual a como entró. Eso hace que el género no tenga futuro.

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