Por Diego Zúñiga Noviembre 5, 2014

Lo que van a ver arriba del escenario es lo siguiente: un grupo de personas, un grupo de actores ensayando una obra de teatro. Eso están haciendo. Ensayando una obra de la dramaturgia del espacio, esa teoría escénica que inventó Ramón Griffero hace ya un par de décadas. Ensayan, entonces, pero algo ocurre: una de las actrices está de cumpleaños y le regalan un libro: Prometeo, el origen. Es ahí cuando empieza a cambiar todo. Ella va a leer ese libro, en el que está la obra que tendrán que interpretar, y va a descubrir el mito de Prometeo, la historia del individuo que les roba el fuego a los dioses, o sea el saber, el conocimiento, y luego se lo entrega al hombre, lo que hará que los dioses es enfurezcan y lo castiguen.

Ese grupo de actores, entonces, tratarán de responder en el escenario las preguntas que plantea el libro, pero sin grandes planteamientos filosóficos ni nada parecido, al contrario, todo con un lenguaje directo, con cantos y coreografías, con esos elementos que han caracterizado la obra de Ramón Griffero (1954), uno de los dramaturgos y directores más importantes de Chile y que luego de siete años vuelve a escribir una obra. Prometeo, el origen es el título, y se montará en el GAM desde este domingo 9 de noviembre hasta mediados de diciembre.

Es el regreso de Griffero, que además será homenajeado en Santiago a Mil por su trayectoria, por su influencia en las nuevas generaciones de directores y dramaturgos.

Dice que siempre se demora cinco años en escribir y trabajar sus obras, así que sólo está atrasado dos años. Pero agrega:

-Con los años creo que se van alargando más los tiempos de escritura, a cada frase que quieres decir sobre el escenario le das una importancia mayor, te preguntas si realmente esa frase se corresponde con el sentido de tu vida o si sólo es un deporte… y cada vez uno les exige más sentido de vida a las cosas, no sé por qué -dice y se ríe.

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La historia de Ramón Griffero ha estado marcada, en muchos sentidos, por el regreso. Un regreso físico, un regreso mental. Primero fue en 1982, cuando regresa del exilio y decide hacer teatro. Porque fue eso: una decisión. Griffero había estudiado Sociología, Cine, Teatro, se había llenado de lecturas e ideas en Europa, pero sabía que debía volver. Entonces regresó en 1982 y decidió hacer teatro como un gesto político.

-Volví del exilio para hacer teatro como un acto de resistencia contra la dictadura, no porque me interesara particularmente el teatro. Para mí era el único lugar donde podía resistir a través del arte -dice.

Y fueron esos años en que su poética empezó a tomar forma y fuerza. Llega a Chile y busca un lugar donde hacer teatro. Encuentra un galpón en el centro, que luego se transformaría en El Trolley, donde se presentaban obras de teatro, encuentros de danza, festivales de video arte, lanzamientos de revistas y conciertos de grupos como Los Prisioneros y Electrodomésticos. Un espacio de resistencia, dice Griffero, en el que montó algunas de sus obras más importantes como Cinema Utoppia, en la que no sólo abordaba temas complejos para la época -el exilio, los marginales, la homosexualidad-, sino que planteaba ya aquellas propuestas escénicas que iban a caracterizar a su teatro y que teorizaría luego con el título de dramaturgia del espacio: la búsqueda de un lenguaje escénico que tuviera tanta relevancia como el texto mismo y las actuaciones, la idea de plantear más de un plano narrativo arriba del escenario, además de la importancia de la iluminación y la música, ideas cinematográficas que volvían su trabajo como uno de los más vanguardistas de la época, “el introductor de la posmodernidad en el teatro chileno de los 80”, como se le señala en una biografía escrita en el sitio web de Memoria Chilena.

Griffero se iba a convertir, entonces, en una de las voces fundamentales de la dramaturgia nacional de aquellos años, pero luego llegaría la democracia y se tendría que reinventar. 

-Ahí viene un periodo complicado, que yo llamo de un autismo creativo… Pasa que se acaban las pasiones colectivas y nos volvemos más hacia las pasiones personales. Nos damos cuenta también que la dictadura había sido una coyuntura y que el arte sigue resistiendo, pero de otras formas, pues tiene una mirada que no corresponde a la mirada en general y eso se convierte en otra forma de resistencia. Luego aparece el tema de la globalización y la cultura de mercado, y frente a eso el arte también resiste.

Es en los años 90 donde estrena obras como Éxtasis y Río abajo, en las que no se desliga completamente de los temas de la dictadura, pero sí profundiza en ciertos cuestionamientos más individuales.

Es en estos años cuando Griffero se empieza a hacer preguntas más metafísicas, por denominarlas de alguna manera, y se vuelca hacia los clásicos, a preguntarse lo mismo que se preguntaban los griegos, pero sin olvidarse de su presente, sabiendo que está inserto en un contexto, en un país, en un momento determinado.

Prometeo, el origen nace, entonces, a partir de esas preguntas, de esas dudas, del deseo de preguntarse de dónde venimos y en qué nos hemos convertido.

-Una obra como ésta no la habría podido escribir años atrás, porque hoy tenemos más una noción de planeta y no sólo de nuestro pequeño mundo. Nos podemos preguntar más claramente qué hemos hecho con el saber que nos entregó Prometeo y que dio origen a la humanidad, y si hemos sido dignos de ese saber -dice Griffero.

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Faltan pocos días para el estreno y Ramón Griffero se toma un café en el GAM. Dice que no había pensando en lo que significa montar una de sus obras en el centro cultural más importante de Santiago -probablemente del país-. Ya lejos se ven esos años de la década de los 80, cuando montaba en un galpón, pero la memoria es arbitraria y de pronto se acuerda de otra cosa: de que en 1972 él trabajaba ahí, en ese mismo lugar donde ahora montará Prometeo, el origen.

-Yo tenía 17 años, estudiaba Sociología y trabajaba ahí -dice Griffero indicando la torre que está al lado del GAM-; cuando esto era la Unctad, yo era el ascensorista de la torre. Mi padrastro trabajaba en las Naciones Unidades y me consiguió ese puesto. Subía a todos los invitados internacionales. Me acuerdo que con el otro ascensorista boicoteábamos el quinto piso, donde estaban los norteamericanos, pues en esos años estaban bombardeando Vietnam. Almorzábamos acá abajo, donde ahora ensayo yo. Me fui de Chile poco después del golpe. Es probable que días antes yo estuviera almorzando acá.

La última obra que había estrenado Griffero fue Fin del Eclipse en 2007. Luego, en 2009, montó Chile BI-200, en la que recreó cuatro textos dramáticos del siglo XIX, y en 2010 volvió a estrenar Cinema Utoppia, con éxito de público. Pero se extrañaba un texto nuevo de Griffero, por eso la importancia de este regreso.

Dice que hace un buen tiempo que le venía dando la vuelta a la idea de reescribir, de alguna forma, el mito de Prometeo y también la obra de Esquilo, Prometeo encadenado. Por eso hace un año y medio envió el proyecto al Fondart, pero se lo rechazaron.

-Yo mandé una objeción al resultado y se me aceptó, pero luego igual el proyecto no ganó. La justificación fue que yo no manejaba bien los conceptos de la dramaturgia del espacio, que no explicaba bien la teoría… cuando yo soy el creador de eso -dice Griffero y se ríe, más bien resignado.

-Encuentro que todo esto tiene que ver también con una ausencia de políticas culturales en Chile, con la privatización de la cultura. Porque, efectivamente, con la trayectoria de uno, a veces es bien absurdo estar llenando el currículum y tener que empezar a contar siempre la misma historia…

Cuando se cerró esa puerta, entonces, Griffero decidió postular al concurso del GAM para la programación de 2014, y ahí sí encontró una respuesta: el GAM decidió hacer la coproducción del proyecto, lo que significó un aporte grande para que se pudiera concretar.

En ese momento, Griffero ya llevaba escrita una buena parte de la obra, pero aún le faltaba. De todas formas, armaron inmediatamente el elenco y terminó de escribirla sabiendo quiénes interpretarían a sus personajes: Paulina Urrutia, Antonia Zegers, Taira Court, Manuela Oyarzún, Juan Pablo Peragallo, Danny González y Omar Morán.

-La escritura fue difícil, porque las preguntas que se hace la obra son grandes y yo no quería responderlas con tratados filosóficos, quería demostrar lo contrario, y hasta ahora en los ensayos creo que lo hemos ido consiguiendo, con actuaciones generosas y sencillas -dice Griffero, quien hoy hace clases en la Universidad Católica, y que ha sido maestro de varias generaciones de directores y dramaturgos. Entre los actuales, destaca el trabajo de Alejandro Moreno, David Atencio, Carla Zúñiga y Gopal Ibarra.

Griffero no pierde la curiosidad, no deja de hacerse preguntas.

-Yo siempre he creído que nosotros vivimos dentro de una ficción. Es tan claro, que el último quiebre de ficción fue que la Unión Soviética existía y al día siguiente ya no… Los aztecas lo mismo: llegaron los españoles y destruyeron su ficción. El hombre construye ficciones para vivir, entonces para mí el teatro no es una ficción más, sino que es una reducción de la realidad -dice y agrega-: Creo que en esta obra hay una radiografía de lo que persigo siempre, de las preguntas que me obsesionan. Pero nunca doy una respuesta. Nunca la he dado, porque siento que eso es panfletario. En los 80, dar respuestas era panfletario, ahora sería como ser un gurú, y no me interesa eso.

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