Por Evelyn Erlij Septiembre 10, 2014

En la película Play (2005), de Alicia Scherson, hay una escena anecdótica que, sin embargo, es una de las más memorables: Tristán, uno de los personajes principales, se despierta después de pasar la noche inconsciente en un callejón. No quiere volver al trabajo ni ver a su mujer. Tiene una cicatriz en la frente, está aturdido y su vagabundeo decadente termina en un bar horrible, a plena luz del día. Allí atiende una mujer con un cigarro en los labios, escote generoso y tatuaje en un pecho. Tristán le pide un vodka. “Aquí no hay na’ vodka”, espeta la cantinera con su vozarrón, mientras tose y le abre una cerveza. Él se obsesiona mirando el tatuaje de su pecho, una gaviota volando sobre una nube. “Mi marido tiene este mismo en la entradita del culo. Es una promesa”, dice la mujer, mientras le lanza un beso lujurioso a su macho, que ordena servilletas en la otra esquina del bar.

La actriz de esta escena se llama María José San Martín, y ésa, junto a otro cameo fugaz en Kiltro (2006), fue una de sus pocas apariciones frente a cámara. Aunque su nombre no suena familiar a nivel mediático, es una de las figuras clave del mundo detrás de cámaras del cine chileno de los últimos 15 años: como asistente de dirección ha participado en más de 30 películas, entre ellas La pasión de Michelangelo (2012), Sentados frente al fuego (2011), Verano (2011), Ilusiones ópticas (2009), Huacho (2009) y Radio Corazón (2007). Hace cuatro años, sin embargo, decidió tomar la cámara con sus manos. Mientras trabajaba en Turistas (2009), de Alicia Scherson, tuvo la idea de filmar un cortometraje sobre una pareja que toma su última ducha antes de separarse. Scherson coescribió el guión y Macarena López, productora de Play, desarrolló el proyecto. Inti Briones se hizo cargo de la fotografía, y Luz Croxatto y Manuela Oyarzún tuvieron los roles protagónicos.

Cuando La ducha (2010) estuvo terminado, la productora del filme, Marianne Mayer-Beckh, decidió que una copia debía ir al Festival de Berlín. Grabó un CD y lo envió por correo. Poco después recibieron la confirmación: el corto fue seleccionado en la competencia oficial, y en febrero de 2011, Pepa San Martín se vio en un escenario recibiendo el premio DAAD de la Berlinale por Mejor Cortometraje, y una beca para desarrollar un proyecto en Alemania. En Chile, en tanto, la noticia hizo poco ruido.

-Yo peleé mucho para que en ninguna parte se dijera que los personajes de La ducha eran lesbianas. Siempre fue “una pareja”. Era un experimento: crecí viendo íconos heterosexuales en el cine y adaptándolos a mi realidad. Entonces quise hacerlo al revés: ¿qué pasa si hago un corto en el que los protagonistas sean homosexuales, pero en el que un heterosexual también pueda reflejarse? -explica la cineasta, quien emplazó la cámara dentro de un baño y logró, con un par de tomas, un diálogo afilado y un gato como invitado especial, hurgar en las heridas de dos amantes incapaces de decirse las cosas de frente.

En esa residencia de tres meses en Alemania, la directora filmó Gleisdreieck (2012), su segundo trabajo (Mejor Corto Latinoamericano en el Festival de Valdivia), la historia de una mujer de edad avanzada que cruza la ciudad para llevarles cerezas a sus dos amantes, con las que, de paso, comenta la noticia del momento: una jueza chilena demandó al Estado ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos tras perder la tuición de sus hijas por su orientación sexual. De allí nació la idea para su primer largometraje, Rara, cinta inspirada en el caso emblemático de la magistrada Karen Atala, que comenzará a filmar en abril con Aline Küppenheim en el rol protagónico, y cuyo guión fue coescrito con Alicia Scherson.

-Conozco a Karen Atala. Creo que ella pensó que quería hacer una película sobre su vida, pero para mí su historia fue una inspiración. Es el primer caso homosexual tomado por la Corte Interamericana como un caso de derechos humanos. Fue grave. Acá fue sólo el caso de “la jueza lesbiana”.

Después de varias reescrituras del guión, decidió construir el argumento desde la mirada de Sara, una de las hijas de la protagonista, lo que le permitía explorar la forma en que los prejuicios permean la mente de los niños. A pesar de ser un primer largometraje, el proyecto ha tenido ecos en Europa. Rara fue el único filme latinoamericano que participó en Paris Coproduction Village, un encuentro de coproducción donde los productores de mayor peso de Francia se disputan 12 proyectos de todo el mundo.

-Cuando se arma una idea de largometraje, uno empieza a preguntarse de qué quiere hablar. Es como una autoterapia. Me interesan los derechos humanos, me interesa la diversidad, pero no esa diversidad básica que te venden en la calle. Me importa más la intolerancia silenciosa. Ésa es la que carcome. Esa discriminación de la gente progre que dice que no tiene problemas. ¿Que me echen de un restaurante por ser lesbiana? Me voy y los demando. ¿Pero vas a demandar a tu familia porque no te invita a comer con tu pareja?

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María José San Martín nació en 1974 en Curicó, desde donde emigró a Santiago para estudiar Periodismo. Rápidamente se involucró en el mundo del teatro. Tomó talleres, cursos de pedagogía teatral, participó en una compañía y ganó uno que otro premio como actriz. Cuando no tuvo más dinero para seguir estudiando Periodismo, abandonó la carrera. De cualquier manera, prefería el camino del teatro: fundó una compañía llamada Arlequín, ganó fondos para hacer festivales y las cosas empezaron a ir bien. Todo cambió cuando conoció a una joven cineasta chilena que venía llegando desde Cuba y Estados Unidos para filmar Play, su primer largometraje.  

-La Alicia Scherson me dijo: “A ti te encantaría ser asistente de dirección”. “¿Y qué es eso?”, le pregunté. “¿Querís cachar lo que es? Ven de practicante a mi película para que veas lo que es hacer cine”. Y como me gustan los desafíos, le dije que sí. Ahí me enamoré mal del cine. ¡Entré a un set sin saber que las películas se filmaban en forma no cronológica! Así empecé a entender, a ver, a educar mi ojo -explica San Martín, hoy profesora de la Escuela de Cine de la Universidad de Chile.

Aprendió mirando el trabajo del que considera su maestro, Juan Francisco Rosas, uno de los asistentes de dirección experimentados del cine chileno. Pero las ganas de filmar sus propias historias terminaron siendo más fuertes. Estando en Berlín, y con la idea de filmar un largo sobre el caso Atala, debía pensar un nombre para su película. Rara, título inspirado en el disco de fado Rara e inédita, de Amália Rodrigues, sonaba perfecto, pero por esos días el periodista y escritor Óscar Contardo, compañero de curso en Curicó y amigo de infancia, acababa de publicar el libro Raro, una historia gay de Chile.

-Caché cuando volví de Alemania. Le escribí y le dije: “¡Hue’ón! Esto es demasiada coincidencia. Aunque no pienso cambiarle el título a mi película” -cuenta entre carcajadas.

Pero hay más que casualidades con Contardo: la cineasta tiene como proyecto filmar la serie Chile D. Por el derecho de ser diferente, ficción basada en casos reales del libro Raro y con la que retratará parte de la historia de las minorías sexuales chilenas, desde la represión de los homosexuales durante el gobierno de Gabriel González Videla, hasta las fiestas Spandex de los 90, incluyendo casos como el asesinato de la escultora Mónica Briones, en 1984. Sólo falta un canal que “se atreva” a transmitirla, dice.

-Hasta que la gente no entienda el camino que hemos recorrido en este país, no van a entender por qué estamos luchando -dice la directora-. El cine es caro, nos dan un montón de plata para hacerlo, entonces tenemos una gran responsabilidad. Los cineastas en Chile hemos perdido esa herramienta política de denuncia. Es necesario abrir los ojos y ver las realidades. Hay una frase de la (directora) Elisa Eliash que me encanta: “Hago cine porque me dan miedo las armas”.

En Chile ha habido intentos recientes de hacer cine sobre minorías sexuales, como Mi último round, de Julio Jorquera; Iglú, de Diego Ruiz; y Mapa para conversar, de Constanza Fernández. Pero a María José San Martín le parecen innecesarias las etiquetas.

-Si nosotros, homosexuales, seguimos tratándonos con diferencia, no vamos a llegar a ninguna parte. Me gusta hablar de la diversidad como una categoría natural de las cosas. Yo no me voy a declarar diferente por ser homosexual. Puedo ser extraña por otras razones. Pero no por ser homosexual.

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