Por Diego Zúñiga Agosto 13, 2014

“Recuerdo que tenía 10 ó 12 años cuando leí por primera vez a Nicanor Parra. Era un buen lector, pero como todo lector niño, no me sentía muy cercano a la poesía: en el colegio me habían obligado a aprender poemas de memoria, lo que se tradujo en el típico trauma que todos tenemos con la poesía. Pero en algún momento encontré Obra gruesa en la biblioteca de mi casa y el título me gustó. Lo abrí, lo empecé a leer y no pude parar. Al principio, claro, tuve la sensación -que es la sensación fundamental de la poesía de Parra- de preguntarme: ¿esto es o no poesía? Pero, a la vez, lo que ocurría es que no podía parar de leerlo, porque eran como relatos que te obligaban a seguir y seguir.

Esto fue a fines de los 70, principios de los 80, cuando Parra era un tipo consagrado, pero que sin embargo estaba muy silenciado, por una parte, por la dictadura y, por otra, por la izquierda (por el famoso tecito con la mujer de Nixon). Era, en ese entonces, una lectura bastante clandestina. No era fácil encontrar sus libros, pero la editorial Ganymedes en esos años publicó Sermones y Prédicas del Cristo de Elqui y Hojas de Parra, y así podíamos leerlo.

Luego, en los 90, lo conocí. Fue en un almuerzo con Germán Marín, pero no hablamos mucho. Años después nos volvimos a ver, pero esta vez con un proyecto de por medio: yo había asumido la dirección de Ediciones UDP y quería publicar su traducción de El Rey Lear. Yo sabía que ese libro existía. Había visto un manuscrito en la biblioteca de la Escuela de Teatro de la Universidad Católica. Entonces, fui a verlo a Las Cruces y le propuse publicarlo. Él ya había entablado una relación con la Universidad Diego Portales, así que me atendió y empezamos a conversar. Nos fuimos conociendo de a poco, y después empecé a llegar con Alejandro Zambra. Esto fue a fines de 2003. Lo visitamos varias veces y entre los dos logramos convencerlo. Zambra trabajó con él en la edición del libro. Descubrió que había más de 16 manuscritos de la traducción, así que trabajaron mucho hasta llegar a la edición definitiva. Luego le fuimos a dejar la maqueta final del libro, él dio el visto bueno y así pudimos imprimirlo. Apareció en 2004 y se tituló Lear rey & mendigo.

Ahí empezó nuestro vínculo. En ese entonces Parra ya era un rockstar, pero había que reafirmarlo. Que pasara de ser un poeta a un tipo conocido por gente que incluso no leía poesía, y creo que eso se confirma en 2004. Había pasado antes, quizá, pero se reactualiza en ese tiempo, cuando Parra pasa a ser una lectura fundamental y entra en los libros más vendidos con Lear…

Esa foto que escogió Parra para la portada del libro, en la que aparece imprecando, fue una imagen precursora: no era un poeta que estaba con los brazos caídos. No. Era punk.

A partir de este libro entablamos una relación de confianza. Empecé a conocer sus costumbres y a tener el privilegio de compartir con él. Por eso fue una alegría lo que ocurrió con el libro, porque Parra no había publicado hacía mucho tiempo. El último libro que había vendido mucho era su antología Poemas para combatir la calvicie (1993). Yo era librero en ese tiempo y lo vendí mucho, pero después vino una especie de apagón hasta que apareció el Lear… y ya no paró más.

Después empezamos a trabajar en los Discursos de sobremesa -esta vez con Adán Méndez y Vicente Undurraga en la edición-, que apareció en 2006. Para mí es un libro fundamental, que ha sido poco y muy mal leído. Es un libro donde el hablante literario es Nicanor Parra, no como en sus otros libros. Por eso es fundamental para leer sus otros libros, porque además hay huellas biográficas y un mapa de sus lecturas.  Es lo más cercano que tenemos a su testimonio.

Al año siguiente vino la publicación de La vuelta del Cristo de Elqui, que era un libro que no se encontraba, y que ha sido uno de los que más hemos vendido. Mi sensación es que Parra no le tenía tanta fe, pero ocurre que ahora toda una generación lo ha leído y releído sin prejuicios ideológicos, sin el famoso tecito. O sea, son datos que sin duda existen, pero hoy el contorno de Parra es otro. Son lectores que han entendido que uno de sus mayores legados fue el percatarse de que las frases hechas vienen en endecasílabos y que la forma en que vamos articulando discursos es a través de una cierta métrica, lo que resulta muy importante para el pensamiento. Son lectores atentos. Muchos de ellos llegaron a sus libros gracias a la generosidad de Bolaño, que nunca dejó de nombrarlo como uno de sus mayores referentes. Eso también fue muy importante para que se lo leyera de otra forma.

Yo creo que el Parra de los discursos, el de la traducción, el de las máscaras, el Parra político de Temporal (2014) no es el Parra que te enseñan en el colegio, sino que es alguien que está preguntándose constantemente por las palabras. Y si no ha ganado más premios es porque ha resistido las tentaciones de transformarse en un sujeto venerado por el poder.

Sin embargo, una de las cosas que más me han sorprendido trabajando con él es su humildad y el tener siempre dudas hasta el final. Ahí, para mí, radica su genialidad. Por eso es tan importante esa imagen cuando lo leemos y nos preguntamos: ¿Esto es poesía? Y luego dices sí... Para algunas personas esa duda es grave, pero es parte fundamental de su trabajo. Con él nunca se acaban las preguntas sobre las palabras, lo que lo constituye como un poeta completamente vivo, contingente. Le interesa mucho el lenguaje actual. Sabe antes que uno qué palabras se están ocupando, la palabra que inventó Gary Medel hace poco, por ejemplo. Le interesan esas cosas.

Ahora estamos preparando una edición de Poemas y antipoemas, que saldrá en unos meses con prólogo de Rafael Gumucio, y estamos barajando la posibilidad de sacar un volumen con la ‘antiprosa’. Hemos conversado harto con Nicanor sobre el proyecto. Aunque nada se resuelve de un día para otro. Como dice Nicanor: ‘Venga pa’ acá y aquí improvisamos’”.

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