Por Marcela Escobar Agosto 13, 2014

Francisco Valenzuela es un exitoso ingeniero, presidente de la filial chilena de una compañía de seguros francesa. Es joven y brioso. Por su trabajo, pasa casi más tiempo arriba de los aviones que con los pies sobre la tierra. Tuvo su primer encuentro con Nicanor Parra no recuerda hace cuántos años. Dice que pueden haber sido diez o más, cuando por casualidad y acompañando a un amigo, entró a una de sus clases en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile.

Cuenta Valenzuela:

Me pareció súper gracioso. Me carga la poesía, no se me pasaría por la mente comprarme un libro de poesía, pero él me pareció un huevón súper interesante. Años más tarde, cuando esta compañía cumplía diez años, iniciamos unos ciclos donde tratábamos de hacer cosas distintas con nuestros clientes: gerentes generales y comerciales de bancos y casas comerciales. Venía a Chile, además, el presidente de la compañía (…). Entonces, mi idea era que la conferencia la diera Nicanor Parra. Me consiguieron su teléfono, lo llamé, le dije que quería hacerle una propuesta y me dijo que pasara el jueves al mediodía a su casa (…)

No me fue tan fácil encontrar la calle Lincoln. Nunca había estado en Las Cruces. Debo haber llegado tipo una. Me abre la puerta la señora que trabaja con él, me hace pasar y él está sentado en una silla. Toma un lápiz y escribe: “¿Mediodía?”.

Yo me río.

-Puta, disculpa, pero para mí mediodía es mediodía más o menos.

-Mediodía son las doce.

-Bueno, más vale tarde que nunca.

Yo, probablemente porque estaba pensando en que venía atrasado, no me puse a pensar en que iba a hablar con este tipo tan importante, sino que para mí era el huevón del que había leído los libros, de hecho lo huevonié.

Me hizo sentar y nos reímos mucho. Hablamos dos horas de todo tipo de estupideces. Hablamos sobre que los humanos somos súper parecidos y debiera ser súper fácil saber lo que le pasa a los demás. Es verdad, somos todos iguales, me dijo él, pero hay unos que son más verdes que otros. Me invitó a almorzar arrollado y vino tinto. Después pasamos al living y me contó una historia sobre Nixon. Una introducción para decirme:

-Al igual que Nixon, soy un hombre de negocios. Veamos a qué es lo que viniste.

-Me he leído todo lo que has escrito, me parece que eres una persona increíble y que te conocen mucho menos de lo que te deberían conocer. Me encantaría que la gente con la que hacemos negocios te pudiera conocer, que dieras una conferencia.

-Una conferencia de qué.

-De lo que tú querái. Si querí hablái en contra de quien sea, o a favor de quien sea. Yo lo que quiero es que te conozcan. Quiero que estís una hora, que lo pasís bien y que contí lo que tú querái.

-Yo soy súper caro.

Me contó que por un aviso de la leche de treinta segundos en la televisión le habían pagado veinte millones de pesos.

-Y tú quieres una hora, esta cuestión te va a costar bastante cara. A mí no me interesa que me conozcan.

-Yo creo que la gente te debería conocer.

-Shakespeare fue conocido años después de muerto. Jesús es importante una vez que muere. Por qué yo voy a pretender que me conozcan en vida. Yo por esto no te cobro menos de cincuenta millones de pesos.

-Cómo tanta plata, hueón.

-Ustedes son una compañía francesa.

-Déjame pensarlo.

Me debo haber ido a las cinco de la tarde, pensando: No, no me voy a gastar cincuenta millones en este viejo. A la semana lo llamo por teléfono. Sabe qué, don Nicanor, me gustaría ir a verlo para conversar. Tengo que ser súper sincero. No es que diga que es caro, probablemente habría que pagarle mucho más por lo que vale, pero nosotros no tenemos la plata para hacerlo.

-Estoy abierto a que me propongas otra cosa que podamos hacer en conjunto.

-Déjame pensar y voy a volver.

Quedamos en seguir conversando. Yo ya había ido cuatro veces a conversar con él, porque él me dijo que cuando quisiera podía pasar.

-Mira, hagamos diez sesiones donde tú estás delante de la gente, cinco o seis personas, o hacemos algo con veinte personas, y si quieres contratamos a Cristián Warnken para que te entreviste.

-Olvídalo, no hay ninguna posibilidad, olvídate de Warnken. No estoy dispuesto a hacer esto con ningún periodista. Lo que te propongo es que esto lo hagamos aquí, en mi casa, no tengo ningún problema en tener quince huevones escuchando. Estoy dispuesto a hacerlo pero contigo conversando al lado.

Finalmente lo que hicimos es que lo pasábamos a buscar a su casa y lo llevábamos a un lugar cerca. Una vez fuimos a la viña Matetic. Fue un almuerzo con seis huevones que no lo conocían y fue súper simpático. Él es muy gracioso contando historias, es muy extrovertido cuando está cómodo. Podía hablar de la farándula y a los cinco minutos pasar a la historia de la física o a la poesía. Debemos haber hecho unos cinco almuerzos. No me acuerdo cuánto cobró pero no fue mucha plata. Yo siempre lo iba a dejar a su casa, nos quedábamos conversando y me hizo dos o tres veces el comentario de que volvió a sentir el placer de estar delante de una audiencia.

Fuimos desarrollando una relación de amistad. Una cosa que me sorprendió es que al poco tiempo me ofreció una casa que él tiene en Isla Negra. Me dijo: Yo a mis amigos se las presto. Y a mí que me dijera eso lo encontré increíble. Cuando estoy con él, me preocupo de cortar el teléfono porque tiene la persecución de que lo vayan a grabar y utilizar. Le tiene tirria a los periodistas, pero todo lo que escriben de él lo guarda y te lo muestra.

Una vez lo llamaron unos argentinos que querían hacer una película con él. Contestó el teléfono y les dijo: Nicanor Parra no está, pero sus cosas personales las ve su manager, Francisco Valenzuela. Me llamó el argentino y me dijo que había hablado con Julio Soto, el asistente de Nicanor, y le dijo que las cosas que tienen que ver con televisión las vea conmigo. Llamé a Nicanor y le dije: Huevón, en qué estái, porque yo tenía claro que no había un asistente. Él le toma el pelo a todo el mundo. O una vez lo llamaron de una publicación francesa, querían algunos de sus poemas y él me pidió que yo le negociara cuánto le iban a pagar. Fueron varios favores. Me plantearon con la Colombina que querían organizar una especie de fundación donde pudieran guardarse todos sus escritos porque a él le hace sufrir la pérdida de sus cosas escritas. Tiene más de doscientas cincuenta cartas de la Violeta Parra. Tiene miles de escritos y la preocupación de que se pierdan. De hecho hay cosas que las ha perdido porque se las han sacado. Pueden sacarle un cuaderno y venderlo en doscientas lucas. A algunos familiares le importan más las doscientas lucas que lo que Parra haya podido escribir. Pero yo dije: Armar una fundación en vida de alguien que tiene hijos, es pelearse con todo el mundo. Es súper jodido.

Él no gasta nada y tiene mucho guardado. Tiene mucha confianza en la Colombina. Es la puerta de entrada a Nicanor Parra. Cuando yo hablé la primera vez con él, lo conversó con la Colombina y a ella le pareció bien. La segunda vez que fui a hablar con él, la Colombina también fue. A él le da tranquilidad que la Colombina le apruebe las cosas. Creo que ella se va a quedar a cargo de todo lo que tiene su papá, porque probablemente es la que más lo valora desde la perspectiva del arte y la poesía. Siente que sus otros hijos han estado mucho más alejados, aunque él los adora. Nicanor sabe mucho de música y dice que Barraco debe ser uno de los mejores tocando la guitarra, y él no es de alabar mucho a sus hijos.

Yo, cuando le pregunto, me cuenta. Nunca me ha pasado que le haya hecho una pregunta y se haya cerrado, pero tengo claro que nunca le preguntaría por la historia con la Ana María Molinare. Una vez él me mencionó su nombre. Cuando habla de ella, sufre, le duele. En uno de esos almuerzos contó y se emocionó, se quebró.

Mi trato con él es más con la persona que con el poeta. Yo lo siento como un abuelo y le he tomado mucho cariño. Lo llamo por teléfono y me pregunta por mis hijos, me pregunta por mi señora y sabe su nombre. Se acuerda de lo que le conté hace seis meses y me lo pregunta. Me habla de sus hijos, de su nieta. Está medio sordo y lo acompaño un rato. A mí me entretiene, me hace ver las cosas un poco distintas.

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