Por Julio 15, 2014

Decir que en este libro está toda Glantz es decir que están los episodios históricos de su tiempo, el holocausto, Tlatelolco, la Primavera de Praga, las vicisitudes entre el agua y la tierra de la Ciudad de México, la caída de las Torres Gemelas y tanto más.

Me acuerdo que hace un mes fuimos con Alejandra Costamagna a visitar a Margo Glantz a su hermosa casa en Coyoacán. Mi amiga estaba intrigadísima por ver la ventana en la que, como tuitea con frecuencia Margo, los colibrís la visitan. Yo más bien quería saber de su nuevo libro, que iba a presentar la semana siguiente en el Foro del Tejedor de Ciudad de México.

Me acuerdo que decidimos salir a comer, de modo que nos montamos en un taxi. Margo se subió adelante y, como una coronela a cargo de una tropa, comenzó las órdenes: doble a la derecha, siga recto hasta el semáforo, en dos cuadras tome a la izquierda…

Me acuerdo que nosotros nos mirábamos pensando que estábamos presenciando el despliegue operativo de una viajera de alcurnia, por lo que yo intentaba tomar nota mentalmente con una especie de “así se hace”...

Me acuerdo que pasamos varias veces por la calle Tres Cruces,  frente a su casa, antes de poder salir siquiera de Coyoacán, en circunstancias que íbamos a otro barrio, Altavista.

Me acuerdo que cuando nos dimos cuenta, la que rió con más ganas ante tamaño despiste fue la propia Margo en su puesto de vigía fracasada en el asiento del copiloto.

Me acuerdo que el chofer, en actitud zen y con un taxímetro que registraba sin piedad las vueltas inútiles, se enfiló hacia la dirección que siempre debimos haber tomado si Margo no se las hubiera dado de lazarilla.

Me acuerdo que llegamos a un restaurante que nunca supe si se llamaba Alcachofa o Corazón de Alcachofa, o sea no pude discernir si tenía nombre gourmet o uno ferozmente cursi.

Me acuerdo que, para alegría mía, Margo sacó de la cartera su último libro, mi objeto de deseo.

Me acuerdo que lo primero que vi al abrirlo fue una dedicatoria impresa que decía:

“En memoria de Joe Brainard, de Georges Perec y ¿por qué no? de David Markson

A mis nietos Sofía, Bruno, Maqui y Santiago, para que me recuerden luego

A la belleza levemente cinematográfica de mi madre y a mi padre cuando fue dentista

A Rodrigo Hasbún por haberme sugerido la posible escritura de este libro

Y last but not least a Benny Schwarzman, mi dentista de cabecera”.

Me acuerdo que tomó un lápiz y con su característica caligrafía ligera escribió: “Y para Cecilia con el gran cariño viajero de su amiga”.

Me acuerdo que su libro se llama Yo también me acuerdo (Editorial Sexto Piso).

La dedicatoria en cuestión parece contener todo lo que debería decirse de este libro único y seductor. Bueno, casi todo, dejemos a los dentistas afuera porque si bien el asombro ante una memoria que se despliega como una letanía a lo largo de las casi 400 páginas de este volumen, no significa que uno deba quedar boquiabierta en manos de un odontólogo. Aunque den ganas de leerlo sin parar, incluso con ese típico balanceo,  el shucklen judío.

Todo lo demás hace las veces de “palabras claves”, ese invento de los bibliotecarios y archivistas que puede volver loco a cualquier editor de revista. En ellas están el origen, el método y el instrumento, como le habría gustado a Galileo.  “Me acuerdo que empecé a escribir este libro cuando Rodrigo Hasbún me pidió que redactara diecisiete textos empezando con las palabras Me acuerdo, como en los libros de ese nombre que escribieron Joe Brainard y Georges Perec”.

Se trata de una serie de la notable revista Traviesa, que ha invitado a diversos autores a colaborar bajo esa premisa. Como Margo Glantz es ante todo una viajera -obstinada, impenitente, quejosa, según dijo alguna vez-, se embarcó en la faena como quien zarpa hacia nuevos territorios. Una geografía que anexó a su escritura y siguió colonizando mucho después que el encargo había concluido.

La tarea le vino como anillo al dedo o como calzado a medida, debería decir en su caso. Se abrían nuevas compuertas creativas para esta escritora de 84 años que hace algún tiempo se embarcó en las redes sociales porque pensó que tuiteando se habían logrado cambios fundamentales en los países árabes. 

“Me acuerdo que me preguntó: ¿Es mejor el tuit que el psicoanálisis? Quizá el tuit se asemeje sobre todo a la modalidad lacaniana por eso de la brevedad”. Lo cierto es que en Twitter esta académica, traductora, escritora ha hecho acaso lo que mejor sabe hacer: reafirmar la tradición y subvertirla al mismo tiempo: “Me acuerdo que Rosario Castellanos se convirtió en calle”; “Me acuerdo que en El diario del año de la peste de Daniel Defoe se habla de la peste bubónica, en México la peste es política”.

Ser una viajera empedernida ha tenido muchas consecuencias en su obra. De tanto cruzar las fronteras geográficas, Glantz empezó a traspasarlas en su escritura, e incluso aprovechó de borrar eso que en las clases de castellano se enseñaba como géneros literarios. Para Margo no hay deslindes claros entre literatura y vida, como tampoco existen entre el trabajo académico y creativo y ni siquiera entre lo frívolo y lo sesudo.

Como la autora ha dicho, además de viajar hacia afuera -visitar países, ciudades, playas-, sus viajes han sido y son igualmente lo que ella llama mujer adentro. Sea un francés je me souviens a lo Perec o un I remember a lo Brainard, Margo siempre habla de Margo y de sus obsesiones, tales como la familia, el judaísmo, el fluir del tiempo, cuerpos, viajes. Pero también siempre sus escritos sufren un desplazamiento. De mirada, de conexión. Hemos tropezado con figuras como Joe Brainard, un artista plástico muy cercano a los escritores Frank O’Hara y John Ashbery, o Perec, uno de los escritores franceses más originales y transgresores de la segunda mitad del siglo XX, pero entran y salen muchísimos más: Borges, Shakespeare, Conrad, Jorge Manrique, Dostoievski…  Y músicos y pintores, y cineastas y dramaturgos… Huellas, registros de la infinita curiosidad de la autora.  Decir que en este libro está toda Glantz es decir que están los episodios históricos de su tiempo, el holocausto, la invasión de los soviéticos a Hungría, Tlatelolco, la Primavera de Praga, las vicisitudes entre el agua y la tierra de la Ciudad de México, la caída de las Torres Gemelas, modistos de fama y tanto más.

Estas especies de jaculatorias que conforman Yo también me acuerdo tienen mucho de su libro Las Genealogías: “me acuerdo que mis abuelos maternos murieron, sufriendo hambrunas, mucho después de la Gran Guerra, como ellos la llamaban”. Tienen asimismo de la erudicción de Sor Juana Inés de la Cruz: ¿Hagiografía o autobiografía?, en esta oportunidad una sapiencia con pantuflas o tal vez con zapatos de diseñador. Tienen por cierto el humor de relatos como los recogidos en Zona de derrumbe o de la novela Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador. Porque es hora de reconocer que con Glantz, la memoria es ante todo ficción. Dicho con sus palabras, “el mundo y el lenguaje se articulan uno sobre el otro y se saturan dentro del mismo espesor voluptuoso”. El auténtico arte de la memoria, decía Samuel Johnson, es el arte de la atención. Y en esto Margo ha tenido el mejor de los entrenamientos, acostumbrada con sus viajes a apropiarse de las geografías, las historias, los pasados y los futuros ajenos.

Más que un modelo para armar a lo Cortázar, Yo también me acuerdo nos propone un relato sin principio ni fin. “Quisiera creer que los fragmentos textuales se unifican en este relato circular a la manera en que se forma una materia incandescente gracias a una irradiación o a la vaporización del ambiente”, dice la autora. Una escritura fragmentaria y exploratoria donde la memoria adquiere carta de ciudadanía. Pero no se trata de recuerdos arqueológicos, sino más bien de un montón de espejos rotos que se miran unos a otros haciendo que todo cambie constantemente de apariencia o de sentido, como ocurre con la memoria, ese quimérico museo de formas inconstantes, como la llamó Borges.

Estamos pues frente a un libro raro y a una lectura muy entretenida.  Recomendable, además, porque tiene el atractivo de apelar al lector, que está siempre obligado a contraponer sus propios recuerdos y ojalá doblar la apuesta como un juego de póquer mnemotécnico.  En buena hora esta adolescente envejecida nos desafía con un proustianismo para los tiempos del Twitter.

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