Por Diego Zúñiga Julio 15, 2014

© Marcelo Segura

“Hay una banalidad muy grande en todo ese mundo de los agentes. No son un nido de cuervos que se alimentan de carne humana. Son tipos que tienen debilidades, se tiran tallas, hay una cosa burocrática, hay miedo, pequeñas envidias, viven en un lugar, tienen rutina y me interesaba retratar eso”.

“Este libro no dice la verdad del Caso Anfruns, dice otras verdades. No es un documento histórico”, explica Guarello. “Si el libro sirve como detonante para descubrir una verdad, extraordinario. Pero yo trato de ser muy delicado con la familia y el niño. Los trato de redimir”.

Empieza con un epígrafe de Julio Martínez, una frase que dijo en la Teletón de 1978, y  que nos adelanta, de forma precisa, lo que va a venir: “¿Sabe usted qué hay en cada niño que sonríe? Un canto a la vida, un canto a la dicha y un canto al amor”.

Es 1978. Es Santiago de Chile. Es un país en dictadura, desaparece gente, se tortura, se mata. Pero Julio Martínez dice aquella frase y parece cualquier cosa, menos una frase afortunada. Y lo será menos aun, cuando un año después secuestren y asesinen a Rodrigo Anfruns.

Juan Cristóbal Guarello (45), el periodista y comentarista deportivo, ha decidido comenzar Gente mala (Ediciones B), su primera novela, con ese epígrafe, con esa frase que habla de toda una época: fines de los 70, la infancia en dictadura, la CNI recién creada, la televisión y las marcas que parecían desviar la atención en esos años previos a la crisis económica, previos a ese momento en que los chilenos salieron a las calles a protestar. Una época que ha querido reconstruir Guarello en su primera novela, inspirándose en el Caso Anfruns para relatar el secuestro de un niño por parte de los servicios de inteligencia del régimen. Ésa es la trama de Gente mala, en el que el foco también está puesto, y con mucha dureza, sobre todo en el mundo interior de este servicio -que no es otro que la CNI-: su burocracia, sus banalidades, su lógica interna, que acá está retratada con sarcasmo.

Es el mundo que le sirve a Guarello para escribir un thriller que se lee rápido, mientras se va reconstruyendo toda una época.

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Uno entra a la casa de Juan Cristóbal Guarello -Premio Nacional de Periodismo Deportivo 2011, director de la revista El Gráfico y comentarista de Canal 13, quien acaba de volver de Brasil- y en el living, lo primero que llama la atención es una mesa con varios libros. Uno de ellos es La nueva novela, de Juan Luis Martínez. Más allá, repisas con más libros: las obras completas de Borges, Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, un par de novelas de James Ellroy.

No es casualidad que Guarello se aventure en la literatura. En realidad, no debería sorprender a nadie que publique una novela, menos a los que llevan años escuchándolo comentar fútbol en la televisión o en la radio: siempre, en sus comentarios, surge alguna cita, alguna referencia a algún libro o escritor, como si esa línea que algunos han querido instalar para separar el fútbol de cualquier otra expresión se hubiera borrado definitivamente.

Era cosa de tiempo.

-Había pensado hartas veces escribir una novela. No había escrito nada que superara las seis páginas, algunos cuentos.  Creí que no podía hacerlo -cuenta Guarello, quien empezó a darle vueltas a la historia hace ya varios meses. Le ofrecieron, en algún momento, escribir un libro sobre su padre, el abogado Fernando Guarello Zegers, y la labor que cumplió defendiendo a víctimas de violaciones a los derechos humanos, pero él dijo que no. Lo intentó, pero el libro no estaba, la historia no le salía. Varias editoriales le ofrecieron, también, escribir algún libro de fútbol para lanzarlo cerca del Mundial, pero él  sintió que estaba saturado del fútbol, que ya había publicado suficiente sobre la materia (Anecdotario del fútbol chileno I y II, Historias secretas del fútbol chileno I y II), por lo que había llegado el momento de dar un paso diferente.

Entonces, llegó la historia.

Quería escribir sobre aquellos años cuando era un niño. Quería reconstruir esa época. Y llegó la imagen y el relato: el Caso Anfruns. Ése iba a ser el inicio de todo. La novela estaría inspirada en aquel caso, pero luego se iría hacia otros lados, porque a Guarello no le interesaba la crónica, sino otra cosa.

-El caso Anfruns es el fin de la infancia para muchos de nosotros, para toda una generación, los que tienen entre 40 y 50 -dice y agrega-: Me imaginé, entonces, ese día que desaparece el niño y me puse a escribir compulsivamente y lo terminé muy rápido. Pedí unos días de vacaciones que me quedaban guardados y lo escribí en 10 días.

Antes, eso sí, al principio de esa semana en que empezó a teclear compulsivamente, primero escribió 30 páginas y se las mandó a Patricio Jara, editor de Ediciones B.

-Dime si esto vale la pena o mejor lo dejo. Dime si te parece viable -le dijo, y Jara leyó rápidamente y le dijo que sí, que siguiera, que le gustaba.

Entonces, Guarello no se detuvo. Escribió todos esos días, y a medida que avanzaba, le iba enviando más capítulos a su editor.

Esto ocurrió a principios de año, en enero. Trabajaron, entonces, con intensidad durante todos estos meses, corrigiéndola y reescribiéndola.

Y poco antes de que Guarello partiera al Mundial, ya estaba el manuscrito definitivo. Gente mala: poco más de 200 páginas para una novela oscura y llena de acción.

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El tono de su voz cambia dependiendo del tema. Si es sobre fútbol, es cortante y directo, algo cansado quizá de hablar  de lo de siempre, aunque nunca pierde la intensidad. Pero si es sobre libros, el tono se vuelve entusiasta y mucho más impredecible. No baja la intensidad, pero sí revela un Guarello distinto al que estamos acostumbrados a ver, escuchar o leer. El tono es frontal, siempre, pero lleno de matices: Guarello es un lector curioso, que empezó desde niño, gracias a la biblioteca de su padre, y nunca se detuvo. El Boom latinoamericano, el asombro que le produjo leer La novela de Perón, de Tomás Eloy Martínez, la curiosidad por las novelas y crónicas de algunos autores chilenos -Roberto Merino, Gumucio, Bisama, Brodsky- y luego los norteamericanos: Philip Roth, Auster, Richard Ford y James Ellroy, uno de sus favoritos y quien resuena con bastante claridad en Gente mala: no sólo porque se retrata una ciudad oscura y chata -como  el Santiago de fines de los 70-, sino por la facilidad -y agilidad- para armar escenas muy cinematográficas, que van acompañadas de diálogos rápidos, que hacen avanzar la novela: asistimos al secuestro del niño de manos de Willy y Varelita, dos agentes que serán los protagonistas de esta historia, junto a diversos hombres y mujeres que se irán sumando, casi todos miembros del servicio de inteligencia, y que verán cómo a partir de un error -debían secuestrar a otro niño- todo se empieza a pudrir. Una comedia horrorosa de equivocaciones, en la que los veremos dialogar, golpearse, dudar y aprovechar, una y otra vez, el poder que tienen en ese momento. El poder contra cualquier persona y también contra aquellos que están más abajo en el escalafón del servicio: la mezquindad, el clasismo y las banalidades de los agentes, mientras reciben órdenes de los superiores y Pinochet es una figura que siempre está ahí.

-Hay un inocente total en esta historia, pero por algo se llama Gente mala. Hay una banalidad muy grande en todo ese mundo de los agentes. No son un nido de cuervos que se alimentan de carne humana. Son tipos que tienen debilidades, se tiran tallas, hay una cosa burocrática, hay miedo, pequeñas envidias, viven en un lugar, tienen rutinas y me interesaba retratar eso.

Y agrega:

-Yo siento que es un libro que no tiene contemplaciones; es un quiebre, siento que me juego, me tiro de cabeza. En ningún momento tuve el freno de mano. Una vez, (Álvaro) Bisama me dijo que durante mucho tiempo en la novela latinoamericana hubo una desconfianza hacia narrar. No se narraba. Era un todo reflexivo, no pasaban cosas, y quedó instalado que el deber ser de la literatura era esa novela reflexiva. Que eso era lo literario, y que la acción era no literaria: algo superficial, torpe, comercial, ridículo. Yo quise apostar, también, por la narración pura, por la acción pura.

En esa apuesta, Guarello se juega gran parte de su debut: la narración es atrapante, y vamos entrando a un submundo que da asco y también, a veces, risa, por lo absurdo, porque aquellos que secuestraron al niño en el fondo sólo quieren salvarse el pellejo, o ascender para aplastar al que queda abajo.

-Este libro no dice la verdad del Caso Anfruns, dice otras verdades. No es un documento histórico -explica Guarello, acerca de las semejanzas con la historia real-. Si el libro sirve como detonante para descubrir una verdad, si empuja algo que motive una develación del caso, sería extraordinario. Pero yo trato de ser muy delicado con la familia y el niño. Los trato de redimir.

Guarello escribió la novela rápida e intensamente, pero no quiso dejar ningún detalle al azar. Porque sabe que “está pisando el pasto del vecino”, como se refiere a esta experiencia en la que pasará de ser un periodista deportivo al autor de una novela, que tendrá difusión y críticas literarias.

-Yo creo que es superjodido que alguien de afuera del mundo literario chileno venga a escribir. Ahora, si llega a escribir algo bueno, es un problema. Si es algo malo, es lo que se esperaba. No sé si le va a ir bien a la novela. A la gente que la ha leído, le ha gustado, entonces debo suponer que dentro de todo no está tan mal.

Y, finalmente, agrega:

-Es un libro súpermachista, misógino, homofóbico, porque el tiempo que retrato era ése. Es como funcionaba el país. Hay un lenguaje, una conducta muy heavy y sé que eso va a incomodar.

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