Por Marisol García Julio 9, 2014

© Maglio Pérez

“En un país donde la música popular no es un buen negocio, la insistencia por llevar a cabo tantos proyectos en torno a ella puede ser difícil de entender para la mayoría, pero ese esfuerzo ha sido, en sí, suficiente motivación para mí”, dice Fonseca.

El Carlos Fonseca de 1984 era un veinteañero de ambición precoz e imaginación disparada. Administraba ya la disquería más prestigiosa de Santiago, Fusión, pero buscaba el modo de convertirla también en una plataforma de publicaciones, conciertos y gestión amplia y de calidad en torno al pop-rock local. Llegaban a sus manos los discos que ese año mostraban The Smiths, Talk Talk, Laurie Anderson, Prince, Depeche Mode, y el entusiasmo que éstos le producían lo volcaba en columnas mensuales para la revista Mundo y el programa Fusión Contemporánea, en radio Beethoven. Eran tiempos de peñas, de Magnetoscopio Musical, de valiente Canto Nuevo y flojas baladas televisivas, y Fonseca presentía que podía sacudir todo aquello con estrategias de trabajo aún inauditas en Chile. “Pensaba que podía hacer que la gente aprendiera de música en un momento en que todo era precario y a nadie parecía importarle”, recuerda.

El Carlos Fonseca que nos habla hoy, treinta años más tarde, es ya una figura reconocible para cualquier participante o curioso de nuestro trayecto cultural reciente. Aunque cualquier entendido lo nombraría como uno de los productores musicales activos más importantes en el país, no tiene a su cargo a empleado alguno. Nos cita en su departamento, a falta de una oficina que nunca tuvo ni le ha interesado tener. Desde que aceptó convertirse en el representante de Manuel García, hace cinco años, su agenda se ocupa con viajes, la supervisión de sus grabaciones y cada detalle en la promoción del cantautor ariqueño (es él, por ejemplo, quien maneja las cuentas de redes sociales o los concursos para los fans). La difusión del disco Retrato iluminado -desde ayer en tiendas- es su prioridad de aquí a fin de año. “Verlo a él, buscar formas de trabajo creativas para su música, coordinar sus salidas al extranjero y sus colaboraciones es un trabajo completo. Nada me motiva más hoy”, asegura.

-¿Hay otros mánager como tú en Chile?

-No, pero la palabra “mánager” no me acomoda. A diferencia del mercado gringo, aquí uno es más bien un productor, porque está en muchos frentes a la vez: artístico, ejecutivo, promocional. Alguien definió al productor como aquella persona que toma una idea y la hace realidad. Así me siento yo: Manuel tiene una idea que convierte en canción, y yo tengo que preocuparme de que eso se convierta en un disco que la gente conozca, que se difunda, y que su venta le permita hacer otro disco. No quiero compararme ni criticar. Hay gente que tiene capacidades diferentes a las mías en algunas áreas, y hay gente que hace mejores negocios que yo.

-Hay un estilo en tu trabajo. Algunos te consideran difícil en las negociaciones; otros, demasiado entusiasta con música que no tiene chance de ser masiva.
 -Hay límites que siempre estoy pasando, y suelo asumir más responsabilidades de las que me corresponden. A mis artistas los protejo, los desarrollo y los voy poniendo en un sitial que debe estar cada vez más alto. Por eso trabajo a mediano y largo plazo. He aprendido que llegar al punto de fijar las condiciones que uno quiere es más conveniente que hacer siempre el negocio correcto. El dinero es herramienta para el desarrollo: si un artista es talentoso e invierte llegará el momento en que pueda dirigir su carrera y quedarse con un plus. Lo aprendí con Los Prisioneros.

 -Pero es un caso excepcional. No puedes tener dos Nacionales llenos con cualquier músico.

 -No, claro. Me involucro con músicos a los que les veo un cierto potencial, que van a estar a la altura de los proyectos. Me interesa estar cerca de esos que pueden dejar una huella, algo grande, porque es eso lo que me interesa.

-¿Manejarías a, no sé, Américo?
-No.

-¿Por qué?
 -Gusto personal. No me motivo con eso. Llenar tres Caupolicanes con Manuel García es un triunfo por lo que representa para la cultura del país, también.

-Hay mucha actividad musical hoy en Chile. Es patente el entusiasmo, mas no siempre la dirección de esas trayectorias. ¿A qué lo atribuyes?
-Es como la espuma: baja la espuma y no hay nada. Hay chicos que pasan sus años jóvenes en la música, se entretienen con ella, pero no van a seguir en esto. De todos modos, hoy hay un caudal de valores artísticos que sí creo que es mejor, más serio que en décadas previas. En ese sentido, Manuel es un artista que me parece superior.

 -¿Superior en su mirada musical, en su criterio?
 -En todo eso. En muchos sentidos es más universal. Si pienso en la diferencia entre Jorge González y Manuel García… es algo que puedo responder a partir de la discografía de uno y otro.

-A ver.
-La voz de los 80 es el disco más perfecto de Los Prisioneros. Ahí está toda su capacidad, al ciento por ciento. Después todo empezó a perder calidad, en el sentido de pureza, y por razones que no fueron estrictamente musicales. En cambio, si voy al trabajo de Manuel, creo que su discografía va siempre mejorando. Él va agregando cosas, tomando nuevos caminos, plasmando su aprendizaje. No sus problemas, ni su decadencia, ni su falta de ideas ni sus ganas de ganar plata.

 -¿No es más bien una diferencia de carácter y de la mejor relación que puedes tener con uno que con otro?
-Con Manuel se pueden hablar las cosas, y entonces hay menos malentendidos. No quiero que esto suene como una crítica a Jorge [González], pero por supuesto es distinto. Con Manuel no cuesta tomar la mejor decisión. Con Los Prisioneros muchas veces tomamos decisiones pésimas, y no por responsabilidad mía, sino porque nadie ahí quería enfrentar quién manejaba el buque.

-¿Se puede trabajar con un artista talentoso si es impredecible en el trato?
-Ha habido músicos a los que he dejado porque me han parecido incontrolables. O flojos. O mentirosos. Nunca he estado dispuesto a eso. Es muy raro el caso de Manuel García: que se junten la buena actitud de trabajo con el talento. Artistas simpáticos hay, pero el talento les llega hasta ahí nomás (se ríe).

 

                                                                                                                   ***

Los  Prisioneros y Manuel García han sido los asociados más vistosos de Carlos Fonseca -él se resiste a la palabra clientes; “no es muy rocanrol”, se ríe-, pero de nombres importantes su currículo está lleno. Representó por cuatro años a Inti-Illimani, y en los 80 se hizo cargo del trabajo de varias de las bandas que hoy simbolizan el boom pop de la época, incluyendo a Nadie, Aparato Rato, Emociones Clandestinas y La Ley. Como director artístico de EMI-Chile comandó las publicaciones del llamado “Proyecto de Nuevo Rock Nacional” que permitió debutar en disco a Lucybell, Los Tetas, Carlos Cabezas, Christianes y Tiro de Gracia, entre otros. Antes de García, períodos de trabajo con Ana Tijoux y Teleradio Donoso lo mantuvieron cerca de la nueva generación de cantautoría local.

-He sido persistente -concede Fonseca-, y quizás eso ha sido porque nunca he visto esto desde la perspectiva del negocio. Si lo único que me interesara fuese la plata, qué me llevo, ahora estaría ocupado en cómo hacer para reunir a Los Prisioneros.

-Si el dinero no es el único síntoma del éxito, tampoco debe serlo en el fracaso. Has dicho que uno de los momentos más difíciles de tu carrera fue cuando La Ley cortó su asociación contigo (en 1990, luego de la publicación de los dos primeros discos del grupo).

-Claro, porque ahí lo que te afecta es algo emocional. Andrés [Bobe] era mi amigo, y nunca me dijo lo que se venía. La biografía de las bandas muestra un patrón de conflictos y riesgos de los que yo aprendí muy tempranamente por libros, por muchos ejemplos. Cuando me tocó vivirlo, apliqué todo eso, pero en algunos casos me equivoqué. Y creo que me equivoqué más con las personas que con las ideas. En eso evalué mal, pero no en lo conceptual.


Der.: Entre 1981 y 1984, Carlos Fonseca acompañó a Los Prisioneros en el papel de mánager, durante los años más esenciales de la banda.Izq.: Fonseca, en 1998, en la prestigiosa disquería Fusión, que fundó en Providencia en1981.

 

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Si Carlos Fonseca llega a un restaurante y hay de fondo una canción de Los Prisioneros, lo que escucha es lo que no fue, lo que pudo ser mejor, lo que se frustró en el camino. “¿Por qué no cambian la música, mejor?, pienso”, dice y se ríe.

-Para mí, Los Prisioneros son más cosas no logradas que logradas. Jorge podrá pensar lo mismo, quién sabe. No me gusta recordar cosas que no se hicieron bien. A estas alturas de mi vida, de Los Prisioneros me gustaría olvidarme, la verdad, pero están ahí y es un capital, no lo puedo negar.

De La voz de los 80, ese disco-emblema del canto chileno más furioso, urgente y opinante, y de cuya salida se cumplirán 30 años en diciembre, hay que dejar que Fonseca hable como en monólogo: “Ellos estaban en cero, y yo también, pero sabíamos qué era lo que había que hacer: ese disco tenía que salir. Lo primero era grabarles unos demos. Monté un equipamiento especial en mi oficina, en Fusión. Luego de eso entramos al estudio a grabar. Para mí era escuchar esos demos y pensar: Esto va a dejar la cagada. Jamás diría que el disco no existiría sin mí. Quién sabe. A estas alturas, la historia se puede contar de muchas formas, pero si miro atrás, no sé cómo Los Prisioneros hubiesen podido superar una serie de obstáculos que en esos momentos tenían para llevar su música a alguna parte. Por eso Jorge nunca va a hablar mal de mí. Pero también es un artista con un ego gigante y no me va a reconocer gran cosa, y no es algo que me preocupe”.

 “La primera tirada fue de quinientos cassettes. Quedaron varios en Fusión y repartimos algunos en otras disquerías (nuestro mejor cliente fue la Feria del Disco): $490. En marzo tuve que fabricar otros quinientos, y ahí empecé a buscar un sello con el que asociarme. A las radios les llevaba una cinta reel con el single, pero no lo tocaron más que en la Galaxia, la Chilena, la Minería… y en la Beethoven, en mi programa. Fue EMI que se hizo cargo de la tercera edición, y eso ya fue en septiembre del 85. Recién cuando entraron ellos y comenzaron a promocionar ‘Sexo’, la cosa se disparó”.     

 “El impacto de La voz de los 80 no se puede medir. Continuamente sigue impactando. Es la raíz de Los Prisioneros: su disco más brillante, más honesto, más directo; y eso lo notamos todos los que estuvimos cerca de su grabación. Creo que es un disco que no está manchado por la historia de Los Prisioneros. Es de antes que eso. De cuando la cosa era pura”.

“El contrato con EMI para ese disco terminó hace más de dos años, y el disco hoy no está en tiendas, y hay ahora una situación compleja que esperamos resolver pronto, porque se siguen comercializando esas canciones en antologías y en internet. Estamos viendo qué va a pasar, porque obviamente hay otra gente interesada en reeditarlo. Viene una fecha muy importante, y el disco va a estar para ese aniversario, sería absurdo que no estuviera. Me da lata que esto sea hoy tortuoso, entre recelos. Podría haber sido un aniversario más interesante, podría haberse conversado lo de sacar una edición doble con todos los demos y otras rarezas que tenemos todos, en audio y en video. Pero hay una distancia que nos impide trabajar algo en conjunto”.

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-Van más de treinta años de trabajo. ¿Qué te enorgullece?
-Haber trabajado en esto por ser fiel a mi historia, aunque, de paso, junto a aquellos con quienes me uní hayamos hecho historia. En un país donde la música popular no es un buen negocio, la insistencia por llevar a cabo tantos proyectos en torno a ella puede ser difícil de entender para la mayoría, pero ese esfuerzo ha sido  suficiente motivación para mí. Muchas veces me han buscado para que dicte talleres, charlas, o incluso me han ofrecido cursos universitarios. Pero pienso que todavía no estoy para eso. Eso vendrá cuando sea más viejo

-¿Cómo así?
-Mi tiempo está todavía ocupado. Tengo veinte años más de proyectos en la cabeza. El proyecto es algo que tomas y diriges hasta el final: lo vas puliendo, sintetizando. No me pasa eso de querer trabajar menos: yo quiero trabajar más.

-¿Ha cambiado tu entusiasmo por la música con los años?
-No ha cambiado nada. Sigo comprando libros, revistas, busco música, la bajo, la escucho, la reparto, la comento. Me fascina el efecto de la tecnología en la industria, y me asombro con datos como que del millón de temas que se suben al año a iTunes, el 60% tiene una sola descarga. De todo eso saco lecciones para mi trabajo. Me interesa lo que pasa ahora, no recordar mis grupos de juventud. Voy a los conciertos y soy el más viejo, ya me da lata. Miro y pienso: “¿Dónde están las mentes creativas de mi generación? ¿Por qué no están acá si esto es tan estimulante?”.

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