Por María Ignacia Pentz Junio 19, 2014

© José Miguel Méndez

“Estuvimos cerca de replicar el concurso en varias ciudades del mundo, y por muchas razones no dio resultado.  Pero este año por fin se concretó -se hará en Puebla y Budapest-, y creemos que es el comienzo de una nueva etapa”, dice Ignacio Arnold, uno de los fundadores de Plagio.

Era la primera versión de Santiago en 100 palabras, en 2001. Todo se había trabajado un poco de improviso. Carmen García (34), Sylvia Dümmer (34) e Ignacio Arnold (35) -directores fundadores de la agencia Plagio- estaban listos en el último día de convocatoria: irían a buscar los buzones a las cinco estaciones de metro en que estaban instalados y los subirían a la camioneta para llevarlos a la casa de Ignacio. Ahí, foliarían cada uno y los dejarían listos para el jurado. Pero la sorpresa que se llevaron fue más grande: filas y filas de gente salían desde la estación a la calle. Cada persona esperaba impaciente su turno para dejar el sobre con su cuento. Repasaban las instrucciones. Conversaban entre ellos, ante la mirada de asombro de los realizadores. Era una locura.

Lo que comenzó casi por casualidad, se transformó en un gigante. Con 13 años de vida, Santiago en 100 palabras es el concurso literario más masivo del país. Un referente de la cultura urbana. Y es que ya no sólo le pertenece a Santiago: se hizo una primera versión en Valparaíso en 2004,y luego se sumaron otras ciudades: Antofagasta, Iquique y Concepción.

Llevarlo a regiones fue, justamente, la primera señal de que era una idea replicable.

El siguiente paso era internacionalizarse. Entraron en contacto con una gestora cultural mexicana a quien le convenció el proyecto. Tiempo después, la nombraron directora general del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, hecho que derivó en la consolidación de Puebla en 100 palabras. Paralelamente, conocieron a dos gestores húngaros, que estaban de paso por un programa de Start-Up Chile. Fueron ellos quienes se acercaron a Plagio luego de ver los cuentos y la gráfica en el Metro. De inmediato les interesó realizar Budapest en 100 palabras. Todo coincidió, llegaron a acuerdos y quedó todo pactado: el 27 de junio se lanzan ambas versiones. Las primeras en el extranjero.

-Estuvimos cerca de hacerlo en varias ciudades del mundo y por muchas razones no dio resultado. Lo más difícil es encontrar un equivalente de Plagio en el otro lugar: poder gestionarlo bien, que haya confianza y que lo lleve a puerto. Este año por fin se concretó y creemos que es el comienzo de una nueva etapa, tanto en nuestra pega como en la historia de las 100 palabras -dice Arnold.

Este éxito, entre otras cosas, se lo deben a la base de su trabajo. Teorizan al respecto, que la ciudad es lo que vemos, esto tangible, pero también las percepciones de cada uno de sus habitantes. La necesidad de expresión, eso tan básico, es algo universal y en el concurso tienen un lugar para hacerlo. Para el que quiera contar, no importa desde dónde, su edad o el sexo, hay cabida para todos. Según sus directores, un concurso que a través de los relatos saca una fotografía del presente, que genera memoria histórica.

Hacer un paseo por la ciudad a través del cuento.

-Hay mucha gente que no necesariamente participa para ganar el primer premio, sino porque es una iniciativa ciudadana. Se quieren sentir parte de una forma de construir ciudad, que es a través de la escritura de cuentos -dice García.

PLAGIO COMO OBJETIVO
Recordar esta historia es hacer un recuento de 13 años que partieron de manera repentina. Los tres socios en ese entonces eran veinteañeros, estudiantes universitarios y así echaron a andar Santiago en 100 palabras. Cayeron en esto en 2001, mientras buscaban financiamiento para Plagio, la revista literaria que habían creado en conjunto, que pretendía ser un espacio para publicar cuentos y poemas.

En un inicio se propusieron publicar diez ediciones, pero las fiestas para conseguir fondos y el autofinanciamiento sólo les daban saldos en contra. Llegaron a MetroArte, lugar en el que no les dieron lo que buscaban, pero sí una contraoferta: idear un proyecto cultural que utilizara los espacios del Metro. Estaban todos a su disposición.

De ahí en adelante las cosas sucedieron así: tomaron el desafío, se sentaron a pensar hasta llegar al proyecto que finalmente presentarían, Metro lo aprobaría y los mandaría a buscar financiamiento. Esto último no lo esperaban, pero  había que seguir. Sonaba a imposible, pero Minera Escondida les dio su apoyo de inmediato. Ya estaba todo listo para llevar a cabo Santiago en 100 palabras, que en ese minuto sería el medio a través del que financiarían Plagio.

-Fue bien épico todo porque nosotros teníamos 20 años y nuestro único antecedente era la revista Plagio, que tampoco era la gran cosa, y tuvimos que empezar a tocar puertas de distintas empresas para conseguir recursos para hacer este proyecto. Eso fue como la gran quijotada. Y también el gran golpe de suerte  -cuenta García.

La primera versión, en 2001, fue inolvidable. La cantidad de cuentos que llegaron superó cualquier expectativa.

-Si llegaban 200 cuentos, nos dábamos por pagados. Nunca pensamos que iba a agarrar tanto vuelo; llegaron casi tres mil en la primera versión. Era como bañarse en cuentos. Ahí fue cuando visualizamos lo que en verdad estábamos haciendo -dice García.

Finalmente, lo que se habían planteado con Plagio en su minuto, mostrar y difundir nuevas creaciones, mutó en lo que hacen hoy en día: establecer un puente entre la ciudadanía y la cultura. Plagio no como una revista, sino como una agencia donde crear proyectos culturales. Y que fundarían García, Dümmer y Arnold, aunque García y Arnold serían sus directores ejecutivos, la cara más visible de los proyectos que concretarían en los próximos años. Trabajos que siguen el mismo modelo de ese primer Santiago en 100 palabras: crear un proyecto y buscar financiamiento a través de privados o fondos públicos, como lo hicieron con Nanometrajes, concurso de videos breves que crearon en 2004, y cuyos ganadores se transmiten por SubTV y TVN. Además, desde 2009 han realizado talleres de guiones, cuentos, ilustración, dramaturgia y poesía, dictados por nombres como Luis Barrales, Álvaro Bisama y Dominga Sotomayor.

EL GIGANTE QUE CRECE
La premiación de la primera versión la anunciaron en las bases. Fecha, hora y lugar eran sabidos por cada uno de los participantes. Sería en Estación Mapocho, en la Feria del Libro. La sala se llenó de gente, había 300 personas en una sala para 100. Estaba repleto. Para ese momento habían logrado que diez actores accedieran a leer los cuentos, entre los que estuvieron Blanca Lewin, Francisco Melo y Luis Dubó. Todo gratis, por supuesto.

Todo era gratis para ellos. La plata que consiguieron el primer año era para imprimir, para los premios y para el jurado, pero básicamente ellos subsidiaron esa primera versión. Cuando cerraron el concurso, luego de todo el proceso, los cuentos se instalaron en el Metro. La gente conoció Santiago en 100 palabras y lo adoptó como propio. Fue en ese momento cuando decidieron hacer una segunda versión. 

Ese año fueron 2.691 cuentos los que llegaron, pero versión tras versión la curva ha ido ascendiendo. En el segundo fueron más de 9 mil, después 12 mil y así. Hoy, con el sistema online, llegan más de 45 mil al año.

-Partimos de manera muy precaria y de repente estábamos haciendo un proyecto que tenía una resonancia, una proyección. Sin darnos cuenta estábamos trabajando en esto. Empezamos a crecer como organización: al principio éramos tres haciendo todo y de repente no nos dieron las manos -cuenta Arnold.

En estos años han crecido como equipo, como agencia -de hecho, hace unos meses Paz Balmaceda, ex secretaria ejecutiva del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, asumió como gerenta-, y con ello también Santiago en 100 palabras. En cada versión han tratado de perfeccionarse. Es un concurso transversal, en el que participan niños desde cuatro años hasta personas de noventa, por lo mismo, se hicieron cargo de esta diversidad instaurando diferentes categorías: Premios al Talento Infantil, Talento Joven, Talento Mayor y del público. Por otro lado, comenzaron los talleres de microcuento abiertos al público para que así aprendan las distintas claves del formato.

-Pienso en la gente de 20 años, para la que siempre ha existido Santiago en 100 palabras, es parte del paisaje. Es algo que define esta ciudad en comparación a otras y eso es súperloco. Una generación de microcuentistas -dice Arnold.

Hoy en Plagio trabajan trece personas. La cantidad de ciudades aumentó, así como el número de participantes. Parecía un proyecto imposible, pero hoy viven de esto.

Carmen siempre recuerda un momento en que le dijo a Sylvia Dümmer: “Oye, ¿te imaginas si viviéramos de Plagio”. Sylvia se rió mucho rato.

Ninguno lo hubiera esperado.

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