Por María Ignacia Pentz Junio 19, 2014

“En cada videoclip aprendí qué cosas no hacer. Los primeros, al igual que mis primeras canciones, los encuentro terriblemente malos. Pero igual tienen su cosa especial. La ignorancia técnica también se traduce en idiosincrasia o en detalles especiales que después jamás hubiese hecho”.

Fue mientras dirigía el videoclip de “Cabros”, primer single de su disco Odisea (2010). Fue estando frente a Edgardo Bruna y Jaime Vadell, dos actores a los que admiraba profundamente. Fue verlos actuando lo que lo hizo caer en cuenta: hacer una película no era una idea tan loca, tan imposible.

De eso ya pasaron cuatro años. En marzo pasado se hizo pública la noticia: Álex Anwandter, una de las estrellas más exitosas del pop chileno reciente, debutaría dirigiendo su propia película. Tal y como venía haciendo a través de sus canciones, la trama hablaría de una serie de conflictos y violencias sociales, específicamente de la discriminación por orientación sexual. El asesinato de Daniel Zamudio (con quien Anwandter había conversado un par de veces, después de que éste se le acercara como fan) sería una inspiración, un punto de partida. La trama, que comienza con el ataque a un adolescente, luego se centra en el padre y todos los problemas que aparecen en su vida luego de este trágico incidente. Un padre que sufre por su hijo, pero que al mismo tiempo sufre de los males de esta sociedad. 

“Me interesaba mucho que el guión no se tratara de Daniel Zamudio. No sólo porque no me conferiría a mí mismo el hablar directamente de una persona que no conocí mucho, sino también porque es un tema que es importante abstraerlo en la medida en que sigue sucediendo”.

Es el origen de Nunca vas a estar solo, su primera incursión en el cine, que dentro de un par de semanas comenzará su etapa de rodaje precedida por buenas señales: el guión fue preseleccionado en Directors Lab de Sundance, un laboratorio de guión asociado al festival estadounidense. Además, el realizador ya ha adelantado gestiones con los organizadores del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) para ver temas de distribución, adelantándose a todo lo que vendrá después del rodaje.

Dice Anwandter que la escritura tuvo su propio casting: mientras trabajaba en el guión, pensaba en los actores. Sabía, por ejemplo, que Sergio Hernández tenía que estar. Sería el padre del niño. Afortunadamente para el director, Hernández estuvo de acuerdo.

“Álex Anwandter es un artista de gran sensibilidad, que me ha dado un espacio importante”, dice el actor, que compartirá elenco con Edgardo Bruna, Francisca Gavilán y los debutantes Andrew Bargsted y Astrid Roldán.

Están próximos a comenzar. La cámara se encenderá en julio, en un rodaje que se prolongará por un mes y que desde ya tiene a Anwandter ansioso y concentrado, haciendo una pausa en el trabajo de su próximo disco.

UNA EDUCACIÓN AUDIVISUAL
Pintar una pieza completamente de blanco. Transformar esa bodega, que ahora es blanca, en una oficina con sólo un escritorio, en un espacio que luego será el centro de operaciones. Desde ese lugar saldrán todas las ideas, las buenas, las malas, las que no convencen y las que formarán el guión final. Así fue como poco a poco las murallas se fueron empapelando con notas, cartulinas, gráficos, líneas de tiempo y todo tipo de mapas con los que Anwandter armó el mundo del guión. El mundo íntimo de cada uno de sus personajes. Y luego de eso, tras un año pensando cada detalle, se sentó a escribir.

“Fue un proceso solitario. Me gusta colaborar con gente, pero me importa mucho que un grado importante del trabajo inicial sea mío para que sea muy personal. No porque quiera hablar de mí, sino porque siento que cuando uno se conecta con emociones muy personales o intenta transmitir un mensaje muy personal, eso se traduce en una obra que puede afectar a más gente”.

Prepararse no fue simple. Es cierto que sus primeros acercamientos al lenguaje audiovisual como director y guionista fueron los videoclips en la época final de su ex banda, Teleradio Donoso, por allá en 2009. Pero esta vez el reto que se había autoimpuesto requería de mayor preparación, un método muy cuidado, que incluyera teoría y práctica: leyó, leyó, leyó y sobre todo observó. Revisó  películas con ojo de guionista, notando sus costuras, analizando escena por escena, secuencia por secuencia.

“La experiencia por sí sola va enseñando. En cada videoclip aprendí qué cosas no hacer. Los primeros, al igual que mis primeras canciones, los encuentro terriblemente malos”, cuenta. “Pero igual tienen su cosa especial. La ignorancia técnica también se traduce en idiosincrasia o en detalles especiales que después jamás hubiese hecho. Al mismo tiempo tienen su encanto; una precariedad muy bacán. Eran más punk, supongo”.

Anwandter se autodefine como un nerd de las películas, con una infancia marcada por una mezcla diversa, desde Mi pobre angelito (1990), de Chris Columbus, a Hombre mirando al sudeste (1986), de Eliseo Subiela. Dice que siempre buscó relacionarse con el mundo de la cultura, ya fuera a través del cine o de la música. Dice que no fue algo tan consciente el haber elegido entre uno u otro, que su carrera como músico se dio de manera natural. Del mismo modo que de pronto empezó en lo audiovisual hasta llegar a escribir este guión, que un día estuvo listo para salir del escritorio. 

“Me moría de vergüenza mostrarlo, pero después fui pidiendo opiniones. A la primera persona que se lo mostré fue a una amiga”, comenta Anwandter. “Dijo que se había reído a carcajadas y llorado en distintas partes. Me pareció un buen indicio”. 

Había escrito un melodrama, y eso le gustó porque pensó en el alemán Rainer Werner Fassbinder, uno de sus referentes. A diferencia de un drama, la cantidad de cosas que le suceden al personaje principal cruza la barrera de verosimilitud. Finalmente, se convierte en algo simbólico. Una especie de fábula.

“Es un guión que refleja nuestra realidad de manera inteligente, con un tratamiento de gran honestidad, a veces con cierto sarcasmo y una mirada aguda al sistema, del cual nadie escapa a sus vicios y manejos, a veces crueles”, describe Sergio Hernández. “Al mismo tiempo, este retrato de nuestro país desnuda personajes que encontramos a diario y que, con un cáustico humor, van desarrollando situaciones que nos provocan y nos llevan a vernos a nosotros mismos en nuestras pequeñeces, nuestras carencias y soledades. Y también en nuestros utópicos sueños”.

Anwandter dice que esto es lo más difícil que ha hecho en su vida. Nunca vas a estar solo es una historia que habla de una sociedad injusta e insensible. También de la soledad. 

“Me siento como quizás se debe haber sentido alguien viviendo a principios de los 70 en Estados Unidos, cuando los afroamericanos tenían que ocupar otros baños y había gente que no dijo nada y siguió con sus vidas, y otros que se pusieron al lado de ellos a marchar, a pelear y hablar del tema”.

Éste es el móvil de Álex Anwandter: ahondar en conflictos políticos y sociales que afectan a nuestra sociedad. De hecho, esto se conecta con la manera en que trabajó Rebeldes (2011), su último disco, donde se hacía cargo de temas complejos que la sociedad chilena estaba ignorando. En esa línea va la letra y el videoclip de la canción “¿Cómo puedes vivir contigo mismo?”.

Con el tiempo comenzó a sentir que el pop no le permitía entrar en estas cuestiones de la manera en que le gustaría. Es más difícil. De ahí las ganas de hacer una película, donde el tiempo y espacio logran desarrollar una historia con toda su complejidad. Elaborar un mensaje. Hacer un aporte de conciencia.

¿Saldrá bien? No lo sabe. Siempre pensó que para filmar un largometraje había que tener algún tipo de estudio audiovisual, pero ya no importa. 

“No creo en las obras maestras”, dice. “Creo en los mensajes”.

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