Por Diego Zúñiga Abril 16, 2014

La última novela de Luiselli nació cuando la Fundación Jumex la invitó a  escribir para el catálogo de una exposición, y ella les propuso hacer una novela por entregas para que la leyeran los obreros de la fábrica Jumex. Esa novela sería, finalmente, “La historia de mis dientes”.

“Cuando empecé a escribir ‘La historia de mis dientes’ no sabía que estaba escribiendo mi segunda novela, y creo que eso me dio mucha libertad para hacer, básicamente, lo que se me antojaba”, cuenta Luiselli.

Se juntaron durante un par de meses, todos los miércoles después del trabajo en la fábrica. Eran obreros que se sentaban y compartían la lectura de un texto que iba siendo escrito, semana a semana, para ellos. Una novela por entregas. La historia de un tal Gustavo Sánchez Sánchez, alias Carretera, quien dice ser el mejor cantador de subastas del mundo: “Puedo imitar a Janis Joplin después de dos cubas. Sé interpretar galletas de la suerte. Puedo parar un huevo de gallina sobre una mesa, como hacía Cristóbal Colón. Sé contar hasta ocho en japonés: ichi, ni, san, shi, ko, loko, sichi, hachi. Sé nadar de muertito”, dice el protagonista de esta novela por entregas en sus primeras líneas, un hombre que también trabajó en una fábrica de jugos, tal como lo hacen esos lectores/obreros que se juntan a revisar, semana a semana, esa novela.

No sabían, eso sí, quién estaba escribiendo esos capítulos. No tenían ningún dato. Pensaban, a veces, que era el mismo Gustavo Sánchez Sánchez quien les estaba contando su vida: cómo de ser guardia de una fábrica de jugos se transformó en el mejor cantador de subastas del mundo. Ése que era capaz de vender hasta tu alma. Alguien que se había dado cuenta de que en su profesión faltaba algo. “Ningún subastador, por diestra que tuviera la lengua para el canto trepidante de números, o por experto que fuera en la manipulación del valor emocional y comercial de las cosas, sabía decir nada acerca de sus objetos; porque no los entendía o porque no le importaban”, dice en un momento de iluminación. Y agrega: “Yo no era un vil vendedor de objetos sino, antes que nada, un amante y coleccionista de buenas historias”.

Un cantador de subastas, un hombre que cuenta buenas historias y que es capaz de venderte desde un auto hasta unos dientes. Gustavo Sánchez Sánchez, alias Carretera, con el que se encariñaron rápido los obreros que iban leyendo su historia, mientras comentaban qué les gustaba, qué no les gustaba, qué no entendían, y se acordaban de sus propias historias, pues Carretera era uno más de ellos.

Lo que ocurría después es que esas sesiones de lectura se grababan y la Fundación Jumex, la que organizaba todo esto, las enviaba en un archivo MP3 a la persona que estaba escribiendo esta historia. Y esa persona escuchaba la lectura de texto, los comentarios y seguía escribiendo y enviando, cada miércoles, un capítulo nuevo.

Y así pasaron las semanas, y así pasaron los capítulos hasta que llegaron al final, cuando a través de una grabación supieron quién era el autor del texto.

Y la sorpresa fue grande.

-Me acuerdo que escuché la grabación de mi grabación, donde les decía quién era, y todos decían: “No mames, ¡era vieja! ¡Era mujer!” -cuenta Luiselli desde Nueva York, y se ríe, pues los había engañado. Ellos no lo podían creer; estaban convencidísimos de que era un hombre el que escribía esa novela. Que era Gustavo Sánchez Sánchez, alias Carretera, quien les había contado su vida.

Lo que no supieron, eso sí, es que Valeria Luiselli es una de las escritoras jóvenes -sólo tiene 30 años- más deslumbrantes del último tiempo, traducida a diversos idiomas y admirada por escritores como Cees Nooteboom, Rosa Montero y Francisco Goldman.

Lo que no sabían esos obreros, tampoco, es que aquella novela por entregas se convertiría, finalmente, en un libro.

Ese libro se llama La historia de mis dientes (Sexto Piso), que se publicó el año pasado y que este mes llega a nuestras librerías. No se parece, eso sí, a los libros anteriores de Luiselli: es una apuesta, otra forma de entrar a su mundo fascinante e inesperado.

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Todo empezó con Papeles falsos, un libro rojo, publicado por Sexto Piso en 2010, cuando Valeria Luiselli tenía 26 años. Un libro de ensayos en los que, con una libertad absoluta, con una inteligencia desconcertante, con una escritura elegante y viva,  Luiselli se aventuraba en temas tan diversos como los mapas, la palabra saudade, el arte de andar en bicicleta o la búsqueda de la tumba del poeta Joseph Brodsky, enterrado en el cementerio de Venecia.

Ese primer libro recogía, en parte, también, su experiencia de haber vivido en países como Corea del Sur y Sudáfrica, pues su padre fue diplomático y trabajó en diversas ONG, lo que la llevó a viajar mucho, a mirar las cosas desde una distancia  particular. Esa distancia que se aprecia en Papeles falsos, el que fue leído con admiración desde Chile por autores como Alejandro Zambra, Alberto Fuguet y Roberto Merino. Así, de a poco, logró encontrar a sus lectores e instalar una verdad rotunda: había que leer a Luiselli.

-Es extraño lo que pasó con Papeles falsos. Tengo la impresión de que es un libro que ha generado muchos más proyectos sin que yo me lo planteara. Por ejemplo, por alguna razón bizarra lo leyó una curadora japonesa en Kioto y le interesó, y me llamó a formar parte de un think tank para pensar cómo construir una biblioteca de arte contemporáneo allá. Cosas así -cuenta Luiselli, quien desde hace un par de años vive en Nueva York, junto al escritor Álvaro Enrigue y su hija, mientras termina un doctorado en Literatura Comparada en Columbia.

Entonces, con las expectativas correspondientes, después de Papeles Falsos vino Los ingrávidos, su primera novela, publicada en 2011 también por Sexto Piso: una historia en la que se cruzan la voz de una mujer joven -quizá la misma voz de Luiselli- con la del poeta mexicano Gilberto Owen, dos voces algo fantasmáticas que se encuentran y se pierden en Nueva York.

Lo que era una sospecha en Papeles falsos, aquí en Los ingrávidos es una confirmación: Luiselli era una voz nueva, una voz distinta, cuyas influencias se podían rastrear en autores como Walter Benjamin, Robert Walser, W.G. Sebald o la mexicana Josefina Vicens. Una voz que se instalaba con fuerza y que explotaría con Los ingrávidos, que ha sido -y está siendo- traducida al inglés, francés, portugués, holandés, italiano y hebreo.

Y, entonces, ahora sí que las expectativas crecieron. Porque la novela fue bien recibida, aunque siempre, si se rastrea en internet, hay alguna crítica negativa o, mejor dicho, malintencionada, pues Luiselli ha generado, inevitablemente, muchos anticuerpos en México: es joven, es talentosa y con Los ingrávidos su nombre se ha vuelto recurrente en cada artículo que habla sobre la nueva generación de escritores latinoamericanos.

Por eso las expectativas con La historia de mis dientes. Por eso, también, el desconcierto que ha generado en algunos lectores. Porque Luiselli decidió escribir una novela muy distinta a sus libros anteriores: una novela delirante, alejada de cualquier vínculo biográfico. Un libro arriesgado. El libro que no se estaba esperando de Luiselli.

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La novela nació cuando la Fundación Jumex -que tiene una galería de arte junto a la fábrica de jugos- invitó a Luiselli a escribir para el catálogo de una exposición, y ella les propuso hacer una novela por entregas para que la leyeran los obreros. Y aceptaron, y entonces Luiselli dejó que la imaginación se adueñara de su escritura.

-Llevaba tiempo atrapada en los hábitos que aprendí en Los ingrávidos: esa voz femenina, el tono de alguien pensando más que hablando, características que las estaba incorporando en mi escritura sin ningún sentido crítico -dice Luiselli y agrega-: cuando empecé a escribir el libro no sabía que estaba escribiendo mi segunda novela, y creo que eso me dio mucha libertad para hacer, básicamente, lo que se me antojaba.

Y es cierto: La historia de mis dientes desborda libertad, imaginación y delirio. Es una historia sobre un mentiroso de aquellos, un showman absoluto, un personaje muy mexicano, que le permitió a Luiselli ampliar su escritura, alejarse un rato del giro más autobiográfico que había en sus primeros libros, y apostar por la invención absoluta, y un humor que va desde ponerle Margo Glantz a una costurera o Julio Cortázar al vecino de Carretera, hasta decir que éste tiene en su cavidad bucal los dientes de Marilyn Monroe, que logró comprar en una subasta.

-Fue un proceso de mucho goce escribir este libro. Yo soy muy perfeccionista y meticulosa con cada frase, con cada coma que escribo. Pero en el primer proceso de escritura de la novela no tenía chance de ser demasiado perfeccionista, porque sabía que el miércoles esperaban mi texto y lo tenía que soltar. Entonces me despojé un poco de esa vanidad perfeccionista y me dediqué principalmente a construir una historia de funcionara de lleno, y eso fue muy gozoso -dice Luiselli.

Las críticas, hasta ahora, han sido dispares, pues inevitablemente la novela ha desconcertado. Pero ella sabía que estaba corriendo riesgos con este libro.

-Cuando decidí publicarlo, estaba consciente de que iba a ser desconcertante, pero si gusta o no gusta, para mí es como un pasaporte a la libertad más absoluta para lo que viene después. Si yo me casaba con lo que hice en Los ingrávidos iba a tener que ser esclava de eso siempre.

Por suerte, Luiselli aceptó correr el riesgo. Lo que viene, una vez más, es algo que no vamos a poder predecir.

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