Por Álvaro Bisama, escritor y profesor de Literatura Febrero 6, 2014

© Marcelo Setton

Javiera Mena y Cristián Heyne afinan detalles, toman decisiones. Están trabajando en el disco nuevo. Lo que hay en los computadores son las pistas de audio de los temas. El método es lento, pista por pista. La artesanía de una canción pop es un laberinto, una carretera hecha de desvíos.

“El avión es ideal para componer porque no hay distracciones y, si es un viaje largo, todo se pasa más rápido. Me pongo muy prolífica en el cielo. Hay otras canciones, en cambio, que me gusta hacerlas tranquila en mi casa; al atardecer, cuando te pones más sensorial”, dice Javiera Mena.

El videoclip “Espada” es un resumen de aquel paisaje en que Mena sigue siendo la misma: “Mi imagen va cambiando, pero se mantiene lo que siempre me ha gustado. Lo que brilla, los uniformes, lo sport con movimiento y luz; un vestuario que transmite la música con sus telas y diseños”.

Octubre.

Javiera y Cristián están sentados mirando los computadores. La luz no es natural, es primavera, octubre del año pasado, y no hace frío ni calor. Todo sucede en el subterráneo de la productora Miranda y Tobar, en uno de esos caserones que están en ese extraño límite donde Providencia se parece a Ñuñoa, en uno de esos barrios donde habitó alguna vez la vieja clase media chilena.

Cristián es Cristián Heyne. Javiera es Javiera Mena. Éste es su estudio de grabación. Hay dos pantallas de computador prendidas. En una mesa reposan varios sintetizadores. Yo estoy sentado en un sillón  de cuero, mirando. No hablo. O hablo poco. No quiero hablar. Afuera oscurece. Termina la tarde.

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¿Qué sabemos de Javiera Mena?

Ahora mismo, este verano, mucho y poco. Al azar. Que acaba de lanzar el clip (dirigido por el español Luis Cerveró) de “Espada”, el primer single de su nuevo disco, que sale en mayo por Unión del Sur, el sello que tiene con el productor Cristián Heyne. Que ese disco está siendo esperado con ansia por un público repartido entre Latinoamérica y España, porque sus discos anteriores han determinado el modo en que el pop latinoamericano (del indie más secreto al disco más nuevo de Julieta Venegas) se ha construido en la última década. Que Mena escapa a la mitificación que la industria de la música hace de sus estrellas pop. Que hay algo en sus canciones que la han transformado en una artista inevitable. Que es tímida. Que es sociable. Que es Géminis. Que nació en 1983. Que vive en Santiago. Que vive en Madrid. Que vive en Ciudad de México. Que vive en Ñuñoa o Providencia. Que vive arriba de aviones, de transfers, que sólo conoce hoteles. Que canta desde los 18 años. Que nunca estuvo en el clóset. Que nunca le importó la idea del clóset. Que estudió cuatro años composición. Que aprendió a programar antes que a tocar. Que el pop se le apareció así, transparente como el agua.  Que se comunica de modo telepático con el productor Heyne. Que ella estuvo ahí, cuando partió la nueva escena de la música chilena, hace más de diez años. Que ya no toca mucho en Chile. Que compuso Esquemas juveniles (2006) usando el programa Fruity Loops en su casa. Que Mena (2010) fue alabado en todo el continente como un milagro anunciado. Que hace años, cuando le tocó actuar con Entre Ríos en Buenos Aires, no llegó: el teclado quedó vacío y solitario en el escenario, como el testimonio de algo que nunca será porque ella se fue a ver a los Pet Shop Boys. Que ahora mismo está escuchando lo último de Fredi Michel y Mamacita, artistas que son sus amigos. Que en sus discos siempre sale su rostro, que se multiplica hasta la extenuación, que se dobla de modo casi místico.  Que su sonido es una suerte de esqueleto secreto que ahora es visible, una línea de tiempo que sólo podemos pensar en retrospectiva, como si atrás hubiese estado siempre, como si las canciones hubieran existido siempre. Que eso es una señal de identidad, una marca de pertenencia,  una marca de época.

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Octubre.

Javiera y Cristián hablan, afinan detalles, toman decisiones. Están trabajando en el disco nuevo. Aún no hay título. Lo que hay en los computadores, lo que se ve en las pantallas son las pistas de audio de los temas. Javiera y Cristián trabajan así: Javiera compone y luego lleva eso donde Cristián y ahí siguen puliendo y cambiando las cosas, haciéndolas decantar. La mitad de la conversación es chino para mí. La jerga de ambos es privada, uno completa la frase del otro, avanzan en ciertas direcciones que sólo ellos conocen, tratan de concentrarse. El método es lento, pista por pista. La artesanía de una canción pop es un laberinto, es un edificio, es una carretera hecha de desvíos. El sillón es cómodo. Yo observo. Los detalles técnicos tienen que ver con los plug in de los teclados, con cómo el sonido se retrasa en alguna parte, con cómo funciona el programa con el que ambos trabajan.

En un momento, aprietan play a una canción. La canción no tiene nombre o si lo tiene, va a cambiar. No importa. La canción está verde. La canción es bailable. Javiera me dice que es el segundo single, el que vendrá después de “Espada”, que ya está listo. La letra de la nueva canción la canta una muchacha que habla de perderse en la noche y en la pista de baile. Se trata de una tristeza que es quizás una especie de armazón secreto, algo que no podemos ver del todo, pero que late tras las líneas del bajo y el coro que incita a la fiesta. Todo está hecho por Javiera en su casa. La mezcla está cruda, habita en su MacBook Pro, pero ahora sale por los parlantes.

Cuando la canción termina, ellos se ponen a trabajar. Todo sucede en un plano íntimo. Todo sucede sin estruendo y casi sin palabras, deslizándose en una colección de movimientos imperceptibles. El trabajo carece de cualquier pompa, es una colección de pequeñas decisiones, un sinnúmero de gestos mínimos. Es artificio y artesanía colectiva, es una especie de diálogo. Lo que salió por los parlantes es un punto de partida. La canción existe, pero lo que va a ser es un lugar que Javiera y Cristián pueden entrever y que ahora se les presenta como inasible. He hablado con Cristián de esto. Cómo producir un disco tiene que ver con identificar un lugar al que llegar. Supongo que con los libros pasa lo mismo: un horizonte, una promesa, una utopía. Un camino que puede ser simple, pero a la vez tortuoso, donde alguien puede perderse ahí, quedarse pegado, salir con otra cosa, como si la labor del productor fuese imaginar ese sonido que no existe, dirigirse a ese camino.

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-¿Cómo te ves a ti misma en el video de “Espada”?

-Como un personaje de Revolutionary Girl Utena. Me gusta mucho el animé; en el colegio tenía compañeros fanáticos. Aprendí mucho de ellos -dice Javiera Mena.

La cita es casi secreta y lo explica todo. Para quien no ha visto “Espada”, lo que vemos ahí es una colección de imágenes fantásticas que una muchacha sueña a modo de avatares de sí misma, en un paisaje hecho de luces de colores, carreteras fluorescentes y modelos de diverso cuño. “Espada” es una canción perfecta y bailable también, pero no evade la impudicia feliz de alguien atrapado por el deseo. Que Mena mencione el sh?jo (manga para niñas) que Chiho Sait?  dibujó en la segunda mitad de los noventa no es un dato desechable. Como Javiera Mena, Utena es una muchacha armada con una espada, que está enamorada de una chica a la que protege y desea, en un internado mágico que es una especie de siglo XIX delicado e irreal; todo en un relato donde las peleas se intercalan con los momentos de intimidad en los cuales dos muchachas se enamoran, como si el frenesí del cómic de acción fuera sólo el velo de una confesión inevitable.

Por lo mismo, no es extraño que antes del nuevo disco, Mena haya lanzado a fines del año pasado Primeras composiciones 2000-2003, un LP fantasma (grabado hace casi diez años) que funciona como un mapa de su prehistoria como artista, donde no hay teclados y se apoya en una banda en vivo. De hecho, es imposible no unir ambas obras, porque es como si el pasado y el futuro se enlazaran, como si fueran espejos de sí mismos, como si las letras hechas sobre la base de collages de esas primeras canciones hubieran adquirido ahora una nitidez inusitada.

Ahora todo se suma y se vuelve transparente: el animé, el deseo, las verdades que sólo pueden decirse en la pista de baile.

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-Hay canciones que ya tienen dos años desde que empezaron y otras más nuevitas que nacieron a fines del 2013. Me gusta programar mientras me muevo. De hecho, la programación en el computador la trabajo donde sea, en la van o en el avión, en mi estudio. Este disco tuvo muchísimo de Madrid, donde me hice un home studio. Como hacía tanto calor de día, unos 40 grados, aprovechaba la noche entera para componer. Por otro lado, el avión es ideal porque no hay distracciones y, si es un viaje largo, todo se pasa más rápido. Me pongo muy prolífica en el cielo. Hay otras canciones, en cambio, que me gusta hacerlas tranquila en mi casa; al atardecer, cuando te pones más sensorial -dice sobre el disco que está grabando.

Tiene sentido. Mena, como pocos artistas locales, ya no existe en un paisaje meramente nacional. Su obra interroga la tradición (hay que escucharla cantar “Ausencia” de Violeta Parra para ver cuánto se parecen ambas), pero también sabotea la noción de frontera en el campo cultural. El nuevo disco, que está siendo grabado este verano, fue compuesto yendo y viniendo por el continente, en ciudades distintas que parecían ser una sola, sobre un carretera que bien podría ser el laberinto de sus propias obsesiones.

“El D.F. es puro color y alegría, amigos que ya son mi familia, frutas en la calle, y un caos que aprendes a querer y te enamora; es Juan Gabriel, pirámides en medio del centro y Tape, mi agencia. Madrid fue mi primer vistazo de Europa, todo muy ordenado y muy gay,  música y buenas discotecas, Parque del Retiro, amigos, Carlos Diez, Luis Cerveró, y Club Social, mi sello. Santiago es paz y familia, mentes abiertas, música, rascacielos, mi hogar, Cristián Heyne, Unión del Sur”, dice.

En el caso del disco nuevo, “Espada” es sólo la muestra de un proceso cuyo resultado final podrá verse en el mes de mayo. El videoclip es sólo una especie de resumen de aquel paisaje en que Mena sigue siendo la misma, pero ha cambiado y crecido. “Mi imagen va cambiando pero se mantiene lo que siempre me ha gustado: lo que brilla, los uniformes, lo sport con movimiento y luz; un vestuario que transmite la música con sus telas y diseños. En el caso del show en vivo, la propuesta es mucho más dance, llena de baile y fantasía disco”.

Algo que también sucede con su público, que se ha ampliado:  “Además de los fans que crecen contigo, he visto muchos adolescentes últimamente, hasta niños; eso me gusta”. Por lo mismo, “Espada” tiene la transparencia de algo que dejó de ser un mensaje secreto hace un tiempo y que aspira a abrirse.

-¿Cuál es el objetivo del nuevo disco?¿A qué público quieres llegar?

-Quiero llegar a todo el público que quiera llegar a mí.

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Octubre.

Así que lo que pasa detrás de la canción es tan importante como la canción misma: es el camino hacia ese destino posible. Javiera y Cristián lo saben. Cristián mira la pantalla y Javiera ajusta la perilla de un teclado de acuerdo a cómo va saliendo el sonido. Con eso, arreglan la línea del bajo, la ordenan, vuelven todo más orgánico. A veces, se devuelven y comienzan de nuevo en algún punto. La canción es visible, ya no como sonido sino como un diagrama en la pantalla. La canción se vuelve escritura, se convierte en color, aparece como una serie de signos escritos, volúmenes ajustados en las pantallas.

La canción sin nombre es tejida, es pintada; se convierte casi en un objeto físico, es manipulada, va descubriéndose a sí misma a medida que avanza en esa ruta de ida y vuelta que significa producirla. Javiera y Cristián trabajan lento, mascan las decisiones, prueban y prueban. De pronto se aburren, tratan otra cosa. La concentración es una disciplina extraña. Detrás de esa disciplina está la canción. De pronto, se detienen. Tienen tiempo, pero no tanto. La idea del single está a la vuelta de la esquina. Más adelante están el viaje a España, la filmación del videoclip, el estallido de la bomba “Espada” en toda Latinoamérica.

Ahora, mientras la noche cubre una calle llena de árboles y sombras de Providencia, me pregunto cuánto cambiará esta otra canción sin nombre que vendrá después.

En un momento, Javiera dice que desea montar su propio estudio en su casa. Dice que le falta una alfombra. Hablamos de alfombras, de cuánto cuestan, de dónde comprarlas. Luego nos olvidamos del tema y Javiera y Cristián se ponen a trabajar de nuevo.

Sigo observando cómo persiguen el sonido, la silueta de una canción que saluda desde el futuro.

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