Por Noviembre 27, 2013

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En el archivo de Princeton se encuentran papeles de autores como Julio Cortázar, Carlos Fuentes y  Victoria y Silvina Ocampo, además de los chilenos Jorge Edwards, Mauricio Wacquez y los recién adquiridos de Diamela Eltit.

Lo más apetitoso de todo es que cualquiera puede consultar la colección. En mi caso, estuve durante un mes en Princeton como parte de un proyecto de investigación  que contempla la publicación de los diarios de José Donoso.

Princeton no se interesa por adquirir piezas, por valiosas que sean, sino archivos completos.“El objetivo no es coleccionar manuscritos tipo trofeo”,   explica Fernando Acosta-Rodríguez .

“Ayer cumplí 50 años. No he sentido nada de particular a pesar de que he tratado”.  Así registraba José Donoso en su diario la llegada al medio siglo de edad. No es una anotación con la descarnada mordacidad que acostumbraba a escribir de sí mismo y de los demás en los cuadernos que llevó por más de cuarenta años y que hoy se conservan en dos prestigiosas universidades de Estados Unidos. Pero retrata de modo fidedigno su permanente inconformidad.

Por esos mismos días, 1974, Pepe realiza la primera entrega de su archivo a la Universidad de Princeton. Un acto que le debe haber parecido trivial puesto que ni siquiera lo menciona en el diario. Ocupado como estaba de dar forma a una nueva novela -Casa de campo-, obsesionado por dedicarse por completo a la literatura, sumido en llegar al fondo de sus propios desgarros interiores, Donoso no se dio cuenta de que había realizado una acción que haría historia.  Porque al entregar sus papeles a esta Ivy Leaguer, el escritor sentó las bases para lo que llegaría a ser el archivo más completo, más revelador, más atractivo y varios mases más de la literatura de Latinoamérica. Digamos que a raíz de este acto, el bullado Boom latinoamericano se trasladó desde París a esta universidad de la Nueva Inglaterra. Un viaje sin escala desde el Paseo de Gracia a Nassau Street.

 

DOCUMENTOS PARA EL MUNDO

Como muchas cosas importantes, esta iniciativa surgió más bien por azar.

La Universidad de Princeton se destacaba por su notable colección de manuscritos. Posee originales de Lewis Carroll, Oscar Wilde, Scott y Zelda Fitzgerald.  Material de Ezra Pound, Ernest Hemingway, Ford Madox Ford, Thomas Mann. Manuscritos de Charlotte y Emily Brontë, pero también de Robert Browning, Lord Byron, Charles Dickens, Emily Dickinson. Y tantos otros. Colecciones que no se agotan con autores anglosajones, ya que se podrían agregar los nobeles griegos Elytis y Seferis, por ejemplo, e incluso sorprendentes archivos de culturas antiguas.

Con todo, la colección no incluía literatura latinoamericana hasta cuando Donoso entrega su archivo.  Por algún tiempo corrió el rumor que lo había hecho con el fin de pagarle la matrícula a un estudiante. Imagino que no habrán faltado los que creyeron ver en este dato algo oscuro, sabroso, acaso prohibido. No debe haber faltado suspicacia y más de una pesquisa improvisada tras ese misterioso beneficiado. De hecho hace un tiempo el diario argentino Clarín señalaba que “no mucho se sabe de aquel estudiante destacado, quién fue, qué vínculo lo unió a Donoso”.

Pero no había que buscar lejos. Pepe había estudiado en Princeton y las evidencias aparecieron en su propio archivo. Una carta de la universidad enviada a la calle Holanda 292 -la casa familiar en la que vivió por muchos años y en la que desarrolló buena parte de su imaginario- con la típica redacción elegante y aterradora que la idiosincrasia norteamericana usa para estas cosas, con frases como “nuestros encargados se preguntan por qué su cuenta lleva tanto tiempo impaga”:

Dear Mr. Donoso:
Our Auditors have been checking over the student loan accounts. They are asking why your account is so long delinquent. We cant answer that question. Wont you help by dropping us a line without further delay? Or by sending the payment? In the enclosed envelope?

Sincerely yours,

Sólo después de la donación del autor chileno, el curador de entonces, Peter Johnson, ideó la creación de un archivo destinado a nuestras letras. Una iniciativa que llegó a convertirse en un tesoro, como queda reflejado al listar algunos de sus escritores: Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Victoria y Silvina Ocampo, Miguel Ángel Asturias, Margo Glantz, Sergio Ramírez, Juan José Saer, Elena Garro, Alejandro Rossi, Augusto Monterroso ( http://libguides.princeton.edu/latinammss).

De chilenos se conserva material de Mauricio Wacquez,  Jorge Edwards, las correspondencias de Margarita Aguirre y Mercedes Valdivieso. Acaban de sumarse los papeles de Diamela Eltit, todavía sin desembalar.

Aventurarse en esta sección ubicada en la Biblioteca Firestone de la universidad resulta similar a la experiencia de Alicia en el país de las maravillas cuando, tratando de alcanzar al “señor conejo”, se asoma a una especie de madriguera para caer en un mundo extraordinario. Aquí nada más empezar la lectura, los archivos cobran vida y dialogan entre sí. Originales, cartas, fotos, contratos de edición,  primeras versiones e incluso dibujos van entretejiendo sus hebras, conformando un todo mayor, una increíble conversación.

Lo más apetitoso de todo es que cualquiera puede consultar la colección. En mi caso, estuve durante un mes en Princeton como parte de un proyecto de investigación de la Universidad Diego Portales, que contempla la publicación de parte de los diarios de José Donoso. Pero los archivos están abiertos a quien quiera y no es necesario tener una afiliación académica ni una carta de presentación. Excepto, claro, cuando los propios autores  o sus descendientes establecen restricciones. Parte de los diarios de Sergio Pitol, por ejemplo, están restringidos en la actualidad y no es posible consultarlos hasta después de su muerte.

Los más consultados  son los papeles del cubano Reinaldo Arenas, y muy especialmente Alejandra Pizarnik, de quien ya se han publicado fragmentos de sus diarios.  

 

EL SEÑOR DE LOS ARCHIVOS

Fernando Acosta-Rodríguez es el encargado de todo lo referido a lo hispano y latinoamericano de la Biblioteca Firestone, tanto en lo que se refiere a publicaciones como manuscritos. Desde hace diez años, este portorriqueño de nacimiento y latinoamericanista de vocación, encabeza el proceso de selección, compra y clasificación de los archivos. Le ha tocado gestionar numerosas adquisiciones, pero como buen negociador, la discreción es parte de su ADN.  No consigo que me diga si es más difícil negociar cuando el autor está vivo, como le ocurrió con Vargas Llosa, o después, cuando intervienen los descendientes, que fue su experiencia con Miriam Gómez, la mujer de Cabrera Infante. Y apenas se asoma al tema -fascinante para mí- de las viudas de escritores, esa especie de profesión que la industria cultural ha exacerbado con ejemplares dignos de estudio, se escabulle con una sonrisa. Tampoco suelta prenda respecto de los montos que se pagan por la compra de estos papeles, aunque explica que se trabaja con la asesoría de algunos especialistas, que dan una orientación que siempre será una cuestión relativa. Pregunté cuánto se pagó por la segunda parte del archivo de Vargas Llosa (ya había entregado hace unos años un fragmento) ahora que era Premio Nobel. “Son aspectos confidenciales sobre los cuales no puedo comentar”, obtuve como toda respuesta.

Incluso sospecho que en esos casos en las negociaciones intervienen  los agentes literarios, por lo que la situación varía completamente. Pero no puedo aseverarlo con certeza.

De cualquier forma, Fernando asegura que no se pagan cifras siderales y, pese a que la universidad cuenta con un presupuesto estable para estas adquisiciones, cuando la tasación es desmedida sencillamente no se compra. Lo fascinante, en cualquier caso, es que por lo general Princeton no se interesa por adquirir piezas, por valiosas que sean, sino archivos completos.

-¿Cuáles son los criterios para seleccionar los archivos que se van incorporando?

-Intentamos combinar la reconocida calidad del escritor y el potencial interés de investigadores en su obra. La idea es que el archivo pueda revelar, más allá de lo estrictamente literario, acerca de expresiones y tendencias culturales, estéticas, políticas. Queremos documentar no sólo la vida y obra de autores, sino la historia de los mundos a los cuales pertenecen o con los cuales se relacionan. Interesa mucho que se puedan descubrir las redes intelectuales y la relación con las instituciones (culturales, estatales, editoriales, la academia norteamericana, etc.). El objetivo no es coleccionar manuscritos tipo trofeo. Desde nuestro punto de vista, el valor principal está en las posibles lecturas que se puedan hacer de un documento o del conjunto, y no en el objeto mismo como pieza de museo. Por eso intentamos, siempre que sea posible, adquirir archivos completos, sin preseleccionar o filtrar categorías de documentos. También intentamos que los archivos se complementen unos a otros.

-¿Qué ha sido para ti lo más difícil en el proceso de negociación de un archivo?

-Aunque cada caso es diferente y pueden surgir dificultades muy distintas entre un caso y otro, pienso que lo más complejo es manejar la parte afectiva, emocional, que une al escritor o a sus herederos con el archivo. Para algunas personas enviar el material a Princeton representa desprenderse de una parte muy importante de sus vidas y realmente les cuesta, les duele. Hay que tener tacto, ser paciente, flexible, empatizar. Lo cual puede tornarse complicado pues la burocracia de la universidad no se interesa en esos detalles. 

-¿Qué otro material hay en esta colección, además de los archivos de escritores latinoamericanos?

-¡Muuuuucho!  Para la División de Manuscritos solamente, te recomiendo veas en la web http://www.princeton.edu/~rbsc/department/manuscripts/.

-Me refiero a material proveniente de América Latina…

-Tenemos miles de folletos y “efímeros” (volantes) relacionados a temas políticos, militancia, movimientos, etc., en Chile (y en muchas otras partes de América Latina) que ninguna otra biblioteca o archivo los tiene, y hoy en día serían imposibles de adquirir.  En cuanto a este tipo de documentación, Princeton tiene un fondo sin paralelo. Las colecciones chilenas, por cierto, son las de mayor profundidad y continuidad gracias a Armando Gajardo, el “busquilla” residente en Santiago que desde 1984 recopila este material para Princeton y a quien le estamos profundamente agradecidos.  Valdría la pena entrevistarlo porque es un personaje medio excéntrico, lleno de historias fascinantes por contar.

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