Por Yenny Cáceres Agosto 14, 2013

© José Miguel Méndez

“Las telenovelas mexicanas las pasan en todo el mundo, porque están dirigidas a la madre y al corazón. Se puede no tener padre, pero madre tenemos todos.  Las personas que mandan en el mundo son las madres mujeres”, dice Valentín Pimstein. 


En la foto inferior: Tres de las actrices de la factoría Pimstein: Lucía Méndez (“La colorina”), Verónica Castro (“Los ricos también lloran”) y Thalía (“Marimar”, que actualmente transmite La Red).

Las buenas ideas están en todas partes. Sólo hay que tomarlas. O saber escucharlas. Eso le pasó a Valentín Pimstein un día, en el velorio de un amigo. Después que se fueron todos, Pimstein se quedó junto a Teresita, la hija de su amigo, quien no paraba de llorar. Fue a buscarle un vaso de agua a la cocina. Una de las empleadas se le acercó y le dijo:

-Mire don Valentín, yo no entiendo por qué Teresita está llorando tanto cuando tienen tanta plata.

Ahí fue entonces que se le ocurrió esa idea: los ricos también lloran. Así bautizó Pimstein a una teleserie que ahora es parte importante de su leyenda. Después de su estreno en México, a fines de los 70, Los ricos también lloran fue exportada a más de 120 países, lanzó a la fama a Verónica Castro y hasta en Rusia fue un fenómeno.

Pero el título no siempre fue bien recibido. La primera vez que lo propuso en México, fue criticado por poco comercial. Pero “las cosas que llegan al corazón son más comerciales de lo que uno se imagina”. Eso pensó Pimstein. Y para probarlo usó el mismo título en un radioteatro. El éxito fue inmediato, y el público adoptó eso de que “los ricos también lloran” como un dicho popular.

En Chile, Pinochet no permitió que se exhibiera con ese título. Pimstein recuerda que durante un viaje a Santiago se reunió en el edificio Diego Portales, sede de la junta militar, con un coronel. Le dio sus argumentos y el uniformado le respondió: 

-Sí, claro, tiene mucha razón, pero mi general no quiere, no lo acepta. Son sus instrucciones.

Con el pragmatismo de quien fue durante décadas uno de los productores más poderosos de Televisa, Pimstein agregó al título el nombre de la protagonista, y en Chile la teleserie se transmitió como Mariana, los ricos también lloran. 

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De chico, la primera pateadura la recibió afuera de su casa. Aún recuerda la dirección exacta: Lo Encalada 444. Al frente había un conventillo y Pimstein solía sumar a sus vecinos y a algunos de sus ocho hermanos para montar unas improvisadas obras de teatro. Un día lo pilló su papá. Cuando le contó que estaban haciendo teatro, el reto fue: “Lo que faltaba: judío y vas a ser muerto de hambre y maricón”. Luego vino la pateadura. 

Pimstein, un hombre que se transformó en leyenda contando historias en la televisión, disfruta también contando sus historias. Pimstein sabe de tensión dramática y de cuándo hay que dejar caer el remate de una historia para no aburrir. Por eso, cuando termina, se queda callado y de inmediato asoma una sonrisa ladina, esperando la reacción de su interlocutor.

Acaba de cumplir 88 años. “El único balance que he hecho es subirme a la pesa”, bromea. Vivió fuera de Chile más de 60 años. Dice que hay cosas que no entiende del país. Lo dice con un acento medianamente chileno, aunque a ratos se le escapan palabras, como “platicar”, que delatan las décadas en México. Lo dice en su departamento en el barrio El Golf, donde se instaló hace cinco años y desde el cual tiene una vista infartante de la cordillera. En ese living no hay nada que recuerde que estamos ante una leyenda de las teleseries mexicanas.

Sólo en la entrada hay algunas pistas de esta historia. Retratos de sus hijos, y uno de su mujer, Victoria Ratinoff, en blanco y negro. Es una mujer rubia y hermosa. En un momento de esta entrevista, ella entra a saludar, y se ve igual de elegante y hermosa que en esa foto de juventud, como si fuera una heroína sacada de las teleseries de su marido.

Pimstein salió de Chile con lo puesto. Con un saquito de ropa y un esmoquin para las ocasiones especiales. Su meta era dedicarse al cine. Antes de irse, escribió de deportes en la revista Zig-Zag y trabajó en una película del director Patricio Kaulen como el “vicepresidente de los mandados”. Afuera partió de cero. Antes de México aterrizó en Guatemala. Trabajó como mozo de una familia que se había hecho rica con el boom del café. Tenía que lavar cinco Cadillac todos los días. Para no pasar todo el día en eso, “fui a la hacienda cafetalera y me traje un indiecito, y le enseñé cómo se lavan los autos y yo vivía mucho más tranquilo”.

Cuando llegó a México, fue a pedir trabajo a Filmex, producutora dedicada al cine. Le dijeron que no. Se instaló durante semanas allí. Hasta que un día necesitaron un chofer para un viaje a Acapulco. “Ésa fue mi entrada al cine mexicano. Yo entré por la puerta grande, porque por la chica no cabía el camión”, dice.

A Emilio Azcárraga, el Tigre -que años más tarde se convertiría en el dueño y hombre fuerte de Televisa-, lo conoció en La Rendija, un local nocturno donde Pimstein llegó a ser uno de los mariachis del músico Cuco Sánchez. En ese entonces seguía con el proyecto de dedicarse al cine. Pimstein recuerda que Azcárraga le aconsejó cambiar de rumbo: “Estás mal, porque el mundo actual de aquí en adelante será la televisión”.

Por ese entonces, Pimstein conoció a su mujer, también chilena. Ella trabajaba en el área de extensión de la Universidad de Chile, y viajó a México por trabajo. En su maleta llevaba un “paquetito” que la mamá de Pimstein le había mandado a su hijo. El romance fue al modo Pimstein. Fulminante y de teleserie. “Nos conocimos un día sábado a las tres de la tarde y nos casamos el lunes a las tres de la tarde. 48 horas después”, cuenta. 

Estaba junto a ella cuando tomó la decisión de dejar el cine. Fueron a ver Napoleoncito, película en la que Pimstein había participado en la producción. A la salida, la opinión de Victoria fue lapidaria: “Es lo más malo que he visto en mi vida”. Pimstein fue a cobrarle la palabra a l Tigre, y comenzaron a trabajar juntos en televisión. Se hizo cargo de un programa de venta de autos, que reflotó luego de contratar a seis modelos que fue a buscar a Nueva York, a las que puso modelando en bikini junto a los autos.

Luego produjo un programa de teleteatro, que se llamaba Obras clásicas del teatro universal. “Eran unas obras muy bien hechas, pero a la gente no le interesaba”, dice Pimstein. Ahí fue cuando se le ocurrió hacer radionovelas, como ésas que escuchaba cuando niño junto a su madre. Así empezó a hacer telenovelas. En un mismo set debía filmar las escenas y un comercial de Colgate-Pamolive. Para hacer todo más llamativo, puso a las modelos dentro de una tina, donde  vertía un limpiador de loza para llenarla de espuma. “Nadie creía en las telenovelas”, recuerda Pimstein. Con el teleteatro nunca pasó nada. Con las telenovelas, el público enganchó a los pocos días.

Era a fines de los años 50. En México pocos tenían televisores en sus casas, pero la gente se quedaba pegada mirando las telenovelas en los vitrinas de los negocios. Pimstein supo que ahí había un camino largo a seguir. Y se acordó de esa pateadura que recibió de niño.

 

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Pimstein dice que sus memorias están casi listas. Que dictó todo, de principio a fin, y que tiene a dos escritores en México ayudándolo con el proyecto. Aún no tiene fecha de publicación, pero sus hijos lo están apurando. Él se lo toma con calma. En esas memorias seguro estarán Verónica Castro, Lucía Méndez y Thalía, actrices que descubrió en su momento. Pero en esas memorias también deberían estar otros nombres, más inesperados, como Manuel Rojas, José Donoso y Raúl Ruiz. Todo ellos, en algún momento de sus vidas estuvieron en México escribiendo teleseries para él. 

De hecho, el listado de chilenos que pasaron por México es más amplio, y se suman otros guionistas de teleseries, como Arturo Moya Grau y Sergio Vodanovic, y actrices desde Malú Gatica hasta Viviana Nunes. 

Lo de Donoso fue más que una relación de trabajo. Fueron muy amigos, y asegura que antes de morir el escritor estaba trabajando en una teleserie para él. Su encuentro con Ruiz fue fugaz, a mediados de los 60, cuando el cineasta aún no filmaba su primer largometraje, pero lo recuerda como un “gran gallo, de muchas ideas, de mucho talento y muy trabajador”.

Sus memorias también servirán para aclarar los episodios más polémicos de su trayectoria. Como cuando decidió alargar Los ricos también lloran, y se enfrentó al sindicato de actores. La solución fue drástica. Doce actores fueron reemplazados de la noche a la mañana. Al principio el público y la prensa reclamaron. Luego, dice Pimstein, todos se acostumbraron. 

“Nunca más tuve un problema con un actor, excepto una vez con Lucía Méndez”, dice. A ella la preparó durante cuatro años antes de darle un protagónico. Después de La colorina, que la convirtió en una estrella, vino el quiebre. EnVanessa Méndez se ausentó varios días  de la filmación. Pimstein cambió el final y mató a su personaje.

Lo que sí adelanta es que sus memorias serán largas. Algo inevitable para quien produjo más de 160 telenovelas para Televisa.

 

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El golpe más fuerte de su vida fue el secuestro de su hija Verónica. Un día lo llamaron de madrugada a su casa en el DF para pedir un rescate. Consiguió el dinero con un amigo que tenía una casa de cambio, llamó  un taxi y partió. “No me dio miedo, tenía la angustia de llegar a tiempo porque todo tenía que ser de inmediato”, cuenta Pimstein.

Su hija Verónica era su heredera natural en Televisa. Trabajó varios años como productora, pero después del secuestro, a fines de los 90, decidió irse de México y ahora tiene un alto cargo ejecutivo en Sony Pictures. El resto de su familia siempre participó en sus teleseries. Su hija Viviana escribía las letras de las canciones  y Victoria Ratinoff participaba en el diseño de los sets y del vestuario.

Pimstein dejó Televisa casi en la misma época que su hija. Pero las huellas de su factoría se mantienen hasta hoy en las pantallas locales. Este año La Red repuso la trilogía de las Marías, con Thalía, y actualmente están transmitiendo Marimar, producida por Verónica Pimstein. Con todos sus hijos viviendo fuera de México, el regreso a Chile se dio de modo casi natural, sin planearlo. 

-¿No echa de menos hacer teleseries?

-No, para nada. Porque lo que yo hacía en televisión era parte de la vida. Ahora lo que hago es que vivo esa vida que me imaginaba. Antes era un trabajo de 24 horas. Yo tenía una oficina, junto a otra oficina donde había 15 monitores, entonces estaba viendo lo que se grababa en locaciones simultáneas, una en Acapulco, otra en Coyoacán y otra en Ciudad de México. Entonces había alguna cosa que me prendía la chispa o alguna de mi gente me decía: “Oye mira cómo está eso”. Es un trabajo de equipo. 

La vida que descubrió Valentín Pimstein es viajar. A ver a sus hijos a Nueva York, Miami o España. O ir a su casa en Zapallar. Aunque reconoce que cuando está en Chile, sale poco. En las mañanas va al gimnasio del club El Golf 50, y el resto del tiempo lee, de preferencia novelas policiales. Sólo prende la tele para ver los noticiarios. No ve teleseries. 

Hoy, cuando el melodrama vuelve a demostrar su vigencia con fenómenos como el de la teleserie brasileña Avenida Brasil, con heroínas sufridas hasta lo indecible, humilladas y que juran venganza, Valentín Pimstein sigue defendiendo al género:

-Las telenovelas mexicanas las pasan en todo el mundo. ¿Por qué? Porque están dirigidas a la madre y al corazón. Se puede no tener padre, pero madre tenemos todos. Entonces te llega directamente la madre al corazón. La madre es la que manda, no el padre, porque el padre a veces está de entrada y salida. Las personas que mandan en el mundo son las madres mujeres. Tanto así, que a la señora Bachelet le ha ido muy bien porque es una buena madre, te llega al corazón.

-¿Y usted es un romántico?

-Sí, total, soy un gordo romántico.

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