Por Oriol Rodríguez Julio 24, 2013

“El ambiente en Valencia, la ciudad donde vivo, es muy bueno. He aprendido mucho de los músicos de los que me he rodeado. De hecho, después de todos estos años, considero que formo más parte de la escena musical española que de la chilena”, dice Soledad Vélez.


El fin de semana pasado Soledad Vélez se presentó en el Festival de Benicàssim, junto a bandas como The Killers y Arctic Monkeys.


Si se le pregunta por su primer recuerdo musical, Soledad Vélez (25) explica que mantiene muy viva una imagen de cuando tenía no más de 8 años: su padre sentado en el living, rasgando su guitarra y cantando canciones de Elvis Presley que entrelazaba con temas propios. Aquella voz le dibujaba una persona totalmente distinta a la que conocía: su progenitor se deshacía de ese carácter estricto que mostraba habitualmente para erigirse en una figura altamente emotiva. Alguien extremadamente sensible, capaz de hacer llorar a quien le estuviera escuchando. No es de extrañar, pues, que, rodeada de acordes en cada rincón de su casa, Soledad, talento precoz, formara su primer grupo a los 12 años. 

Tímida e introspectiva, no se sentía intimidada por estar acompañada de chicos mucho mayores que ella, pero sí artísticamente insatisfecha por tener que revestir el repertorio únicamente de versiones. Pese a su temprana edad, ella, que usaba las horas del día escuchando a artistas del calado espiritual de Bob Dylan o Tom Waits, tenía claro que todo pasaba por encontrar su propia voz. Dejó la banda y formó otra, y luego otra y otra y… Pero por mucho que lo intentara, la sensación de descontento creativo no desaparecía. Fue entonces cuando tomó la decisión. 

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Entre las últimas lecturas de Soledad Vélez destaca El corto verano de la anarquía: Vida y muerte de Buenaventura Durruti. En las páginas de este sensacional relato, novela biográfica sobre la figura del iconográfico sindicalista y revolucionario anarquista español muerto en los albores de la guerra civil, firmada por el poeta y ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger, se halla el siguiente verso: “El miedo y el valor vienen juntos, nunca sé dónde termina uno y empieza el otro”. Una reflexión que bien se podría utilizar para describir el viaje vital que la cantautora emprendió cinco años atrás. Creyendo firmemente en sus posibilidades, anteponiendo la música a todo, especialmente al sentir de un padre que se oponía con firmeza a la determinación de su hija, Soledad a sus 19 años abandonó Concepción para, sin previa escala en Santiago, instalarse en la ciudad española de Valencia. 

Estaba convencida, o necesitaba estarlo, que a millares de kilómetros de su hogar finalmente podría hacer realidad lo que hasta entonces no era más que un sueño esbozado. “Creo que todo este tiempo me ha endurecido como artista”, reflexiona al girar la vista atrás. “Estar lejos de casa hace que te vuelvas más fuerte en muchos sentidos, más si te has ido para hacer música. Por otro lado, el ambiente en Valencia, la ciudad donde vivo, es muy bueno. He aprendido mucho de los músicos de los que me he rodeado. De hecho, después de todos estos años, considero que formo más parte de la escena musical española que de la chilena”.

El pop independiente español vivió su momento de gran eclosión a mediados de la década de los 90 con la irrupción de bandas como Australian Blonde, quienes emulaban la efusividad melódica de grupos como The Lemonheads o Buffalo Tom; El Inquilino Comunista, discípulos aventajados de Sonic Youth, y Los Planetas, grandes referentes de aquella escena, réplica andaluza a instituciones como Mercury Rev, Spacemen 3, Joy Division o The Jesus and Mary Chain. Un universo creativo ya consolidado, que en los últimos años ha visto nacer proyectos que orientaban su personalidad hacia sonoridades mucho más cercanas al folk, destacando especialmente las propuestas de cantautoras como Russian Red, La Bien Querida, Alondra Bentley, Anni B Sweet o Zahara. 

Un escenario, aparentemente, propicio para que Soledad Vélez diera con su lugar en el mundo. Pero no todo fue tan sencillo. Esta chica, de rostro angelical pero voz oscura y profunda como la boca del lobo, aterrizó en Valencia en 2008, justo en el momento en que España entraba en una grave crisis económica. Chile, por el contrario, no sólo se mostraba como un país en alza, sino que presumía de una nómina de artistas que empezaban a llamar la atención a nivel internacional. 

“No le doy muchas vueltas al tema porque sino aún pensaré que la gafe soy yo”, concede la penquista dibujando una sonrisa. “Efectivamente, recuerdo que pocos días después de llegar a España, por televisión se anunció oficialmente que el país había entrado en recesión. Y, al cabo de un año y medio o dos de estar allí, me enteré de todo este boom musical chileno, que yo desconocía completamente”. No había entrevista en la que no le preguntaran por Javiera Mena, Gepe, Dënver o Ana Tijoux, pero reconoce que ella no sabía qué responder. “Ha sido después, cuando algunos de ellos han venido de gira por España, cuando he podido establecer amistad. De hecho, uno de los momentos más bonitos de los conciertos que ofrecí en Chile en diciembre de 2012 fue cuando la escena musical del país me recibió con los brazos abiertos”.

Soledad Vélez debutó fonográficamente en 2010 con el EP Four Reasons to Sing, obra autoeditada que, pese a ser grabada con los mínimos recursos, llamó la atención de Sello Salvaje, pequeña discográfica sevillana, que un año después editaría Black Light in the Forest. Su segundo EP se revelaba mucho más elaborado, cuatro temas con los que empezó a hacerse un hueco en el entramado musical español, llegando a actuar en citas del prestigio, como el festival Primavera Sound de Barcelona. 

Pero, aunque en el horizonte ya se vislumbraba la edición de su primer largo, de nuevo sin disquera y atravesando por una época complicada en lo personal, surgieron las dudas. “Creo que cuando te dedicas al mundo del arte, ya seas músico, escritor o pintor, pasas por periodos en los que, si no acaban de salir las cosas como quieres, uno o dos meses pueden llegar a ser mucho tiempo”, sugiere la cantautora. “No aprendes a tener paciencia y te cuesta entender que estas aventuras son proyectos a largo plazo en los que has de invertir muchísimo esfuerzo y tiempo. Un trabajo muy emocional, en el que involucras tus sentimientos, empujándote frecuentemente a la desesperación. Atravesando por una de estas etapas, pasé por una fase en la que pensé que si no surgía nada rápido me volvía a Chile”. 

De repente, casi de forma mágica, apareció la discográfica Absolute Beginners ofreciéndole editar con ellos. Soledad deshizo las maletas y se quedó en Valencia. “Aun así, fue un año bastante complicado. Estar lejos de casa es muy duro. Por más que encuentres una familia adoptiva, aquellos amigos que te arropan, nunca tendrás esa sensación de alivio que te da el saberte rodeada de los tuyos. La música, además, es muy inestable, y yo me he vuelto inestable con ella”. 

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Wild fishing se publicó en abril de 2012. Una colección de doce temas en los que la cantautora danza sobre un indie folk tan amargamente bucólico como dulcemente hipnotizante. Un decálogo de bleses atormentados con un áspero regusto a Mark Lanegan y la sensualidad de PJ Harvey (de hecho, no son pocas las veces que en España se han referido a Soledad Vélez como la “PJ Harvey chilena”). Empuje definitivo a su trayectoria, la obra fue muy bien acogida por las principales publicaciones especializadas españolas, amasando una notable lista de elogios. Un disco que, además, aunque fuera de forma temporal, la llevó de vuelta a casa. 

-Meses atrás regresaste a Chile por primera vez desde tu partida. ¿Cómo fue la experiencia? 

-Fue en diciembre de 2012. Regresé para actuar en Santiago y en Valparaíso. Es como la manzana que quiere ser pera: nunca podrá ser pera, porque siempre será manzana. Lo que quiero decir es que me fui hace ya mucho, pero siempre seré chilena, mis raíces están ahí. El volver como que me revolucionó por dentro. La ansiedad me comía. Iban pasando los días, y al acercarse la fecha de llegar a Chile cada vez me iba poniendo más y más enferma. Me fui de casa para hallar mi voz y ahora regresaba habiéndola encontrado. Volver a Chile fue como volver a enamorarme de mi país.

Desafortunadamente, mis padres no me pudieron ver actuar, pero pasé dos semanas con mi familia cuando finalizó la gira. Hacía cinco años que no les veía, y reencontrarme con mis padres y mis seis hermanos, ver cómo habían crecido los más pequeños, fue de una emotividad extrema.

Tras el concierto que días atrás ofreció en el Festival de Benicàssim, una de las citas más importantes del calendario musical europeo -jornadas en las que compartió cartel con bandas como Queens of the Stone Age, Primal Scream, Arctic Monkeys o The Killers-, Soledad Vélez se ha encerrado de nuevo en el estudio de grabación para modelar su próxima referencia discográfica. 

Un disco que en lo musical, interesada por captar la fuerza y esencia de la música tradicional chilena, tomará, por primera vez en su carrera, ciertos rasgos andinos. Al mismo tiempo, influenciada por lo sentido y experimentado durante su regreso a Chile, sus nuevas canciones ya no hablarán de amor y relaciones sentimentales, sino que expresarán algo mucho más íntimo y personal. “Será un disco diferente a Wild Fishing, pero me va a definir mucho mejor como artista”.

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