Por Yenny Cáceres Febrero 7, 2013

La cita fue en el Lomit’s, en Providencia. Raúl Ruiz llegó con una maletita, como de fotógrafo aficionado, y la puso sobre la mesa. “¿Sabes usar esto?”, le preguntó a Inti Briones. Adentro había una cámara digital, una Sony, de las primeras MiniDV. “No sólo la sé usar, sino que te puedo enseñar a usarla, porque es más o menos sencilla y está pensada para ser ocupada por usuarios de la casa”, le respondió Inti. Ruiz, que venía de filmar El tiempo recobrado, con un presupuesto abultado y una estrella como Catherine Deneuve en los créditos, le confiaba ese pequeño secreto a un desconocido.

Pero Ruiz sabía perfectamente quién era Inti Briones. Sabía que había nacido en Perú y que era hijo de Sybila Arredondo, ex pareja del poeta Jorge Teillier -amigo de Ruiz- y viuda del escritor peruano José María Arguedas. Sabía que después de enviudar, Sybila tuvo un hijo con el profesor de física Marco Antonio Briones, al que, en un acto de predestinación, bautizaron como Inti, sol en quechua.

Inti se enteraría de esto años después, cuando Ruiz dejó de presentarlo como su camarógrafo y comenzó a hacerlo como su sobrino. Pero ese día en el Lomit’s, sólo era un joven director de fotografía en busca de una oportunidad con el director chileno, que a fines de los 90 se paseaba por Cannes próximo a cumplir los 60 años. Ruiz lo citó al día siguiente a su departamento en la calle Huelén y empezaron a hacer unas tomas. Cosas sencillas. Unas monedas en un plato de cerámica con agua, mientras desde la ventana se colaba una luz invernal. El director comenzó a mover la cámara y después la mesa. “Mira -le dijo Ruiz-, éste es un país telúrico, entonces hay que empezar haciendo un temblor, a ver cómo resulta esto”.

Ésas fueron las primeras tomas del documental Cofralandes (2000-2003), ese retrato de un Chile visto a contraluz, que se cuela en las imágenes de perros durmiendo una siesta eterna, viejos pascueros enfundados en pesados trajes en el verano santiaguino o en esos rostros inconfundiblemente mestizos. “Las cámaras pequeñas eran una forma de borrador, una escritura, son apuntes. Cofralandes son apuntes sobre un Chile desconocido que está latente”, dice Inti.

Ese documental marcaría una suerte de retorno de Ruiz a Chile. Una nueva etapa donde casi siempre estuvo acompañado por Briones como director de fotografía: en Días de campo (2004), la serie para la televisión La recta provincia (2007), y el filme póstumo La noche de enfrente (2012). Así, el pasado y el futuro del cine chileno se comenzaban a fundir en la carrera de Inti Briones.

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Su primera cámara parecía de espías. Era una Kodak Pocket 110, que le regaló un tío cuando tenía unos diez años. Con esa cámara, Inti fue ensayando y descubriendo algunos trucos. Como usar lupas para conseguir un acercamiento parecido al de un lente macro. Eran fotos más bien experimentales, de un chico que a los quince años ya quería dedicarse al cine.

Cuando Inti era un adolescente, su madre fue detenida y acusada de participar en Sendero Luminoso. En 1990 volvió ser encarcelada. Pese a la campaña que encabezó su madre, la escritora chilena Matilde Ladrón de Guevara, y de reclamos de organizaciones de derechos humanos, su encierro en una cárcel de alta seguridad peruana se prolongó por cerca de 14 años.

Su llegada a Chile, a los 19 años, no tuvo que ver con la prisión de Sybila Arredondo: “Es cierto que cuando mi madre cayó presa yo aún era un adolescente con espinillas y todo, pero en los 90 ya no era tan adolescente y ya tenía muy claro que quería dedicarme al cine y a la fotografía. La venida a Chile fue motivada sobre todo porque quería seguir estudiando y aprendiendo sobre el lenguaje cinematográfico”.

Briones ya había tomado cursos de cine en Perú y Francia, pero estaba empeñado en estudiar con Héctor Ríos, director de fotografía de El chacal de Nahueltoro. “Lo que más me impresionó de esa película fue la cámara en mano y la fotografía, que se ponían al servicio de la historia”. Ríos era uno de los tantos artistas chilenos que volvían del exilio a inicios de los 90. Pero su nombre comenzó a ser un referente para las nuevas generaciones después de su elogiada labor en La frontera (1991), de Ricardo Larraín. Todos querían estar en el taller de Héctor Ríos. Cuando Briones logró ser aceptado, entre sus compañeros tuvo al ecuatoriano Enrique Chediak, quien luego hizo carrera en Estados Unidos y hace un par de años fue nominado al Oscar por 127 horas, de Danny Boyle.

Con Ríos aprendió cosas técnicas. Cosas como la sensitometría y más trucos de fotografía. Pero también aprendió lo que Inti llama la ética del trabajo: “El cariño y la generosidad con que uno debe abordar un proyecto una vez que ya se compromete con él. Si bien las cosas no van a cambiar el mundo, hay que hacerlas como si fueran a cambiar el mundo”.

Puede que sea la influencia de esos largos paseos con Teillier por Lima, cuando aún era niño, donde hablaban de poesía, pero también de ver la realidad desde otra vereda, desconfiando de las certezas. O las largas conversaciones con Ruiz, hablando de las teorías del biólogo Rupert Sheldrake, saltando a la filosofía con Schopenhauer y Klossowski, para aterrizar en el físico Peter Russell. Lo cierto es que Inti habla del cine como si fuera una cosa mística, alejada de la técnica, de lentes y de la velocidad de obturación.

Dice Inti: “El cine es una mezcla, es entre artesanía, es matemática, es física metida entremedio, cuando uno filma en celuloide hay química, hay todo un conjunto de cosas. Ésa es una técnica y la otra técnica es aquella que se ejecuta en el proceso de hacer, de pensar la película, de reescribir ese guión con el director. Ésa es otra técnica, que no es la técnica de la materia, sino que ya es una técnica sobre el pensamiento”.

Quizá también esto explica que Briones, que tiene una larga lista de referentes visuales -donde se mezcla el cine de Kubrick con Truffaut, Tarkovsky, el director de fotografía Gregg Toland (Ciudadano Kane) y la pintura renacentista-, finalmente reconozca que su principal influencia es un libro, Días de una cámara, del director de fotografía Néstor Almendros (Kramer vs. Kramer).

Algo de este Inti más místico se intuía en su corto Agua bendita (1995). Ahí veíamos un pueblo desértico en que el agua es controlada por unos matones y a un niño que juega con una bola de cristal con nieve adentro, como en Ciudadano Kane. “Yo quería hablar de la circularidad y el paralelismo en el tiempo, de la percepción, de cómo es posible que en cierta medida los universos cohabiten. Hoy día la ciencia habla de que los tiempos son cohabitantes”, dice. Después, a propósito Días de campo, Briones, un hombre que trabaja con la luz, completará esta idea: “Yo creo que la luz, lo que uno percibe a través de la luz, de los ojos, ya es pasado”.

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La bendición llegó desde Variety, revista norteamericana especializada en la industria del cine. En un listado de los directores de fotografía a los que había que ponerle ojo este 2013, hace pocos días se destacó a Inti Briones por su trabajo en The Loneliest Planet, un thriller que filmó el 2011 en las montañas del Cáucaso, Georgia, protagonizado por Gael García.

La primera semana de rodaje, la directora Julia Loktev no lo podía creer. Tenían la esperanza de tener más días nublados y con lluvia, pero les tocó uno de los veranos más secos. Del otro lado de las montañas, el lado ruso se incendiaba por la falta de lluvia. El desafío para Briones fue poner la cámara en función del sol. “Darnos vuelta era imposible en términos estéticos y atmosféricos. Mantener ese espíritu firme fue muy tensionante, más que caminar tres horas diarias entre las montañas”, dice.

Loktev lo reclutó después de haber visto su trabajo en El cielo, la tierra y la lluvia (2008), de José Luis Torres Leiva. Esa película es uno de los trabajos más elogiados de Briones. Filmada en el sur, y con la naturaleza como otro protagonista, se ocuparon filtros especiales y se aplicó el ENR, una técnica que implica procesar de forma distinta el positivo color, lo que significó un trabajo de posproducción casi artesanal.

Una perfección opuesta a Huacho (2009), de Alejandro Fernández, donde el referente era El chacal de Nahueltoro. Con un tratamiento especial en el laboratorio (subrevelado) y un obturador más cerrado, Briones retrata con dureza el campo y un Chillán caluroso y asfixiante.

Su faceta más detallista volvió a asomar en Bonsái (2011),  de Cristián Jiménez, filme que tiene algunas de las imágenes más hermosas del cine  chileno de los últimos años. En esta historia sobre la memoria, estudiantes que leen a Proust y amores perdidos, la fotografía tiene mucho que decir. “Para recordar uno tiene que mentirse a sí mismo, inventarse un acontecimiento. Y la fotografía se plantea así también, como algo que pudo ser. Es una película que tiene algo de saudade, de la alegría de la nostalgia”, dice Inti.

Briones acaba de terminar de filmar El verano de los peces voladores, el primer largometraje de ficción de Marcela Said (El mocito), ahora está en São Paulo, trabajando en otro proyecto, y en marzo vuelve a Chile por un par de semanas para rodar en Chiloé con Dominga Sotomayor (De jueves a domingo).

En una década y a sus 41 años, Inti se ha convertido en un referente para los jóvenes directores del cine chileno. Ruiz solía bromear y decirle que ya era un veterano. El día que terminó el rodaje de La noche de enfrente, fue la última vez que Inti Briones vio a Ruiz. A la mañana siguiente viajaba a otra filmación, a Brasil. Siempre se daban la mano y se decían “bueno, nos vemos”. Nada de despedidas. Esa vez Ruiz le dio un abrazo. Un abrazo fuerte. “Y a mí ya me pareció raro eso, porque Raúl no es de abrazos y yo le dije: ‘Raúl, ¿pero no te estarás despidiendo?’”, cuenta Inti. Ruiz le respondió: “Bueno, nos vemos un poco más allá”.

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