Por Alberto Fuguet* Junio 21, 2012

Regresar.

Regresar a Chile.

Regresar a la visibilidad.

Anunciar, mostrar, revelar, correr el famoso y acuñado tupido velo que terminó siendo la gran y maldita marca registrada del novelista José Donoso y el título de esa gran, oscura, enfermiza, premiada y autodestructiva obra de Pilar Donoso, su hija, que se suicidó un tiempo después de correr, revisar, subrayar y procesar ese espeso y pegajoso velo lleno de caspa en forma de diarios y cartas y transformarlo en acaso uno de los grandes libros del propio José Donoso.

¿Era necesario y recomendable correr ese tupido velo?

Quizás.

Ésa es una de las preguntas que asaltan (que me asaltaron) luego de ver Pepe Donoso, el notable, fresco, chascón y quizás incompleto, pero no por eso menos fascinante documental que Carlos Flores filmó a fines de 1975, cuando filmar algo político era simplemente suicida y filmar en sí era una epopeya de dementes (“se filmaba por filmar, para el futuro, quizás para captar y hacer algo… por suerte nunca he necesitado de multitudes… nunca filmé pensando en que lo vería mucha gente, filmé pensando en que quizás lo vería alguien por casualidad y podría conectar”, me cuenta ahora Carlos Flores, director de la Escuela de Cine de la Universidad de Chile). Al cineasta, que ya en esa época creía en eso que él denomina “cine de bolsillo”, se le ocurrió aprovechar que José Donoso estaba en Chile  (“yo no lo había leído mucho, pero era -lejos- el novelista local más internacional, famoso, célebre por publicar en España”) y registrar su presencia.

El problema era el velo.

El mito donosiano -ya a comienzos de los setenta era un mito- hacía pensar que diría que no o que no se iba a abrir o que esto de hacer una película acerca de sí mismo podría parecerle frívolo. Donoso estaba de paso en Chile con ocasión de la muerte de su madre (“Lo terrible de la muerte de mi mamá, y supongo que será igual con la muerte de todos nosotros, es que a la semana es como si nada, como si ninguna tragedia hubiera ocurrido. La vida sigue… La muerte carece de importancia. Es un gran hueco negro en que todos caeremos y nadie nos recordará mucho tiempo después… yo ya ni recuerdo. No por eso estoy menos conmovido. Pero el estar conmovido con su muerte altera menos mi vida de lo que yo hubiera creído…”, dice Donoso en Correr el tupido velo) También estaba en plena génesis Casa de campo, novela que Donoso escribía en Cataluña, donde estaba radicado.

Carlos Flores, que era un “cabro joven, lleno de dudas” y con ganas de filmar “cosas imperfectas”, parecía ideal para esta misión: recorrer junto a Donoso un Santiago que le era más bien ajeno. “Tanto el mundo burgués de estas casas con bibliotecas y nanas y jardineros como ese Santiago de extramuros que fascinaba tanto a Pepe”, dice Flores.

El escritor “maldito” Carlos “Mono” Olivárez era parte del equipo de Carlos Flores y fue el que le dio la idea del documental e hizo el contacto. En una fiesta “de unas amigas cuicas de Donoso”, Olivárez le propuso al escritor, que ya era parte del Boom, que se podría aprovechar su estadía en Chile para “filmar algo”.

El escritor “maldito” Carlos “Mono” Olivárez era parte del equipo de Carlos Flores y fue el que le dio la idea del documental e hizo el contacto. En una fiesta “de unas amigas cuicas de Donoso”, Olivárez le propuso al escritor, que ya era parte del Boom, que se podría aprovechar su estadía en el país para “filmar algo”.

Flores pensó que, una vez más, Olivárez se había sobregirado. Donoso, el amigo de Carlos Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez, el protegido de la poderosa agente Carmen Balcells, no iba a participar en un documental acerca de sí mismo y menos con jóvenes melenudos sin mucha experiencia. Además, no estaba en el país de vacaciones; había venido a enterrar a su madre. No era el momento, no era el contexto, no era la gente indicada.

Al día siguiente, suena el timbre en la productora.

Era José Donoso.

-¿Ustedes son los que quieren filmar algo de mí? ¿Cuándo partimos?

 

Donosiano

Lo que se filmó fue Pepe Donoso, un documental de cuarenta y tantos minutos, que no intenta ser (por suerte) una reconstrucción exhaustiva de la obra de un artista, sino algo mucho más audaz y jugado: el seguimiento de un hombre que regresa en medio de un duelo a enfrentarse a sus fantasmas y a su pasado, al material del que están hechos sus sueños, sus pesadillas y sus libros. El documental, que se filmó en 16 mm y que, en forma godardiana, está interrumpido por claquetas y micrófonos y partidas falsas, es uno de los momentos álgidos del festival Fidocs, que comienza el 26 de junio. Es parte de una retrospectiva de la obra de Flores, un cineasta que, adelantándose a lo que se entendía por documental, procesó como nadie acá las influencias de la nouvelle vague e hizo durante los 70 una serie de documentales que son mucho más que eso (“son películas, porque la realidad no es del todo real”). Si es cierto eso de que no hay documental malo (porque todo documental, al estar filmado en la calle, termina mostrando mucha verdad, incluso si su agenda es mentir o manipular), entonces las obras que Fidocs rescatará de Carlos Flores aumentarán aún más los bonos tanto de Flores (el festival lanzará un libro celebratorio de su obra que pronto deberá estar online como verdadero patrimonio) como los de Donoso.

El documental (el registro de este seguimiento, de este viaje al origen) no posee el peso de un velo o la resistencia del pudor. Al revés: Donoso se revela y mucho. Y participa. Hay un paseo por un Santiago setentero que no tiene nada de retro o de vintage; aparece tan foráneo como feroz y melancólico y hasta semirrural. Donoso le habla a la cámara, posa, participa. Todo le parecía fascinante. Y necesario. El mismo hombre-anciano, asustadizo, que hizo de la enfermedad su fortaleza y de la duda su ancla, aparece mucho más fuerte, sólido y en control. En control incluso de sus propias manías.

En Correr el tupido velo, su hija rescata lo que Donoso sentía del documental: “La experiencia de filmar la película ha sido sencillamente  fabulosa. Mañana parte todo el equipo a Puerto Saavedra, a filmar los sitios donde por primera vez escribí cuentos -y donde Neruda escribió sus primeros poemas de paso-; iremos a Talca a filmar las casas patronales de mi familia... Esto significa mucho en el sentido de un reconocimiento de mi propio país. No puedo desperdiciar esta oportunidad, ni emocional ni profesionalmente”.

Así es: no podía, no quería desperdiciar esta oportunidad que, quizás de manera ingenua, el propio Donoso pensaba que podía servirle para catapultarlo aún más lejos. En una carta enviada desde Sitges, fechada en mayo de 1976, le escribe a Carlos Flores sus impresiones una vez que ve la película. La carta parte cariñosa y elogiosa, pero a las pocas líneas Donoso se alza como un crítico en ciernes: “En general, me gusta mucho, y creo que ha resultado, en muchos aspectos, harto mejor de lo que yo esperaba… me parece bien planteada… el fallo es que para una persona que no conozca lo que he escrito, se pierde un poco por falta de explicación. Las casas (su filmación) están bien dadas, y el ambiente de clausura -que creo que quizás podía haberse acentuado un poquito más-, aunque éstas podían haber sido un poquito menos estáticas…”

Esto puede ser cierto, pero en 1976.

Ahora, no.

No hace falta.

>En el documental Donoso se revela y mucho. Y participa. Hay un paseo por un Santiago setentero que no tiene nada de retro o de vintage; aparece tan foráneo como feroz y melancólico y hasta semirrural. Donoso le habla a la cámara, posa, participa.

Uno sabe quién es y qué representa Donoso. Y lo que sorprende al ver esta pieza única después de haber leído sus libros, sus recopilaciones de cartas y artículos, después de leer ese monumento a la disociación que es Correr el tupido velo, es que a Donoso, más que esconder, le gustaba mostrar, jugar, exponerse: ahí está con mendigos a pie pelado en la Quinta Normal, incómodo a pesar de su fama frente a sus pares (entre ellos Enrique Lihn), arrodillado como un niño aterrado frente a su terrorífico y pálido padre, sentado en una suerte de trono.

A nivel emocional, el filme quizás no fue una terapia porque Donoso ya estaba adicto a ésta. A Flores le comenta: “…quizás lo más débil sean mis intervenciones: son siempre sentimentales… pero quizás no lo hubieran sido tanto si hubiéramos ironizado un poquito presentando otros aspectos de mi personalidad, ya que en la película aparezco como un rebelde sentimental sin rebeldía real y con ribetes de bohemio. Estas cosas, aisladas, nunca fui: lo que fui, fue un niño bien fracasado a quien este fracaso le dio amargura y ‘mala leche’ como dicen aquí como para criticar aquello que no lo aceptó… lo que me parece peor es la banda sonora: quizás porque odio tanto el sonido de mi propia voz y la manera como hablo…”. Pero claramente fue una experiencia intensa y emocional volver a los bares de mala muerte donde surgieron los cuentos “El charleston” o “Tocayos” o recorrer el barrio La Chimba de El obsceno pájaro de la noche o simplemente conversarle a la cámara desde la biblioteca de la casa de la calle Holanda mientras su nana, Teresa Vergara (“que no sabe leer”, como queda claro en la dedicatoria de su primer libro) riega detrás de la ventana. Donoso de alguna manera codirigió o daba ideas, como eso de ir al sur, secuencias que al final no quedaron en el corte final. Flores recuerda cómo Donoso quedó entre fascinado y escandalizado por el hecho de que el cineasta no era ni un fan ni mucho menos un experto en él.

Pepe Donoso ahora es José Donoso, el narrador del inconsciente colectivo chileno, el autor obsesionado con las pesadillas y la casa-como-claustro, el Stephen King/David Lynch de los horrores y secretos y trampas que produce esa provincia llamada Chile y ese núcleo incestuoso llamado familia (“psicoanalíticamente hablando la casa de Holanda constituye la madre-protectora-devoradora-castradora;la liberación de esa castración se efectuó sólo por medio de dos cosas, es decir, por medio de mi trabajo y por medio de mi matrimonio que me liberó -o me apaciguó o me impostó- del complejo de Edipo y por lo tanto trabajo/mujer-hija son vertientes distintas de ese ‘afuera’… Ellas no pertenecen a esa matriz. Ellas son el afuera. Ellas son creación mía y yo de ellas; el Pepe Donoso de ahora; como el Pepe Donoso de antes, el de Chile, fue creación de madre/nana…”).

Donoso, ahora, es más que un apellido: es un adjetivo entre morboso y decadente, del encierro y la demencia, una manera rápida de encapsular vejez, deterioro, represión y clausura.

Donoso.

Donosiano.

Dios nos proteja de nunca llamarnos así.

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