Por José Manuel Simián Noviembre 9, 2011

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Lo primero que debes saber sobre Jonathan Ames (1964) es que le gusta decir que no es inteligente. No importa que haya conseguido su bachillerato en Princeton y su maestría en Columbia, ni que haya enseñado escritura en prestigiosas universidades o que tenga ocho libros a su haber. Si le preguntas, va a jugar el mismo juego una y otra vez. "Creo que ser demasiado astuto puede no ser bueno", afirma como equilibrando sus palabras sobre el vacío, sentado en una mesita afuera de un nuevo restaurante italiano de Brooklyn, un mediodía de comienzos de otoño. "Además, yo no soy lo suficientemente astuto para ser astuto", continúa, reemplazando la palabra "inteligente" por la jabonosa "clever". Tampoco influye en el supuesto juicio de Ames sobre sí mismo que haya logrado la hazaña de que Bored to Death, un show de HBO sobre su álter ego -un escritor de Brooklyn llamado Jonathan Ames que se transforma en detective privado mientras batalla por terminar su segunda novela y lo deja su novia-, se convirtiera, contra toda lógica, en un pequeño éxito de sintonía y crítica (en sus dos primeras temporadas, el show promedió audiencias de cerca de un millón de personas). Mal que mal, dos de las tentaciones mortales de los escritores durante las últimas décadas han sido: (1) pasar de la literatura a escribir guiones, y (2) tratar de poner temas literarios en la pantalla. Y Ames lo ha logrado casi al primer intento (es decir, si obviamos The Extra Man, la película basada en su novela homónima), con una idea originada en un cuento de 30 páginas. De hecho, Ames ha alcanzado mucho más: que su vida sea interpretada por grandes actores (Jason Schwartzman, Zach Galifianakis y Ted Danson), en guiones escritos, situados y filmados a pocos pasos de su propia cama. Pero ni ante esos hechos el escritor baja la guardia.

"¿Te gusta hacer el crucigrama?", pregunta, refiriéndose sin nombrarlo al del New York Times. "Bueno, mi inteligencia llega hasta el miércoles", agrega con su extraña voz, nasal y cálida, simultáneamente grave y aguda. Y a su cara -cubierta por una barba pelirroja que, sumada a su gorra de golfista, lo hace parecer al Van Gogh de los autorretratos- no se le mueve un músculo. "El otro día completé el crucigrama del miércoles y me sentí muy contento conmigo mismo", agrega, sin pestañear. Y uno espera la risa, pero el único ruido que se escucha es el del camión de la basura alejándose, lleno, de Boerum Hill.

"Yo resumiría 'Bored To Death' con dos palabras, un sustantivo y un adjetivo: 'amistad exuberante'", dice Jonathan Ames ante el desafío de poner su creación en una frase. "Porque quería que el show fuera como champaña: efervescente y placentero".

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Algo parecido había sucedido un par de noches antes, en el estreno de la tercera temporada de Bored to Death en una librería del mismo barrio. Tras mostrar los dos primeros capítulos y hacer desaparecer un par de vasos de vino, Ames se dirigió a la audiencia. "Si se fijaron, hubo una serie de duplicaciones", dijo a la gente que atestaba el espacio entre los estantes. "Al comienzo del primer episodio, cuando a Jonathan le estaban tirando cuchillos, esa escena había sido filmada exactamente aquí, donde está la pantalla. Y hace años yo hice una performance en que me lanzaron cuchillos en este mismo lugar". Pero algo en su forma de hablar, como un profesor aburrido por sus propias palabras que quiere que sean los alumnos los que lleven el peso de la clase, y el hecho de no usar el odioso prefijo "meta", demostraban que a Jonathan Ames no le interesa ser inteligente ni clever. Mal que mal, podría haber llevado fácilmente su ejercicio hasta el infinito: Bored to Death entera transcurre y se filma a pocas cuadras a la redonda de ese local, y todos los presentes en esa proyección tenían algún grado de semejanza con Jonathan Ames -real o ficticio-, lo que los hacía a la vez espectadores y protagonistas. A Ames le interesaba, en cambio, bromear con John Hodgman, el escritor y actor, que en la serie interpreta al escritor Louis Green, archirrival del Ames televisivo, y único miembro del elenco en el panel. "¿Por qué todo el mundo que trabaja en esta serie se vuelve inmediatamente bisexual?", dijo, mirando el espumoso vaso de prosecco de Hodgman. Y tras responder sin tomarse muy en serio las preguntas de sus televidentes y seguidores, hizo lo mismo que al final de todas sus presentaciones: lanzar a cappella un extraño grito de guerra que llama hairy call (buscar en YouTube), mezcla de graznido de cuervo con sirena de barco: ¡AHHHRRRLLLRRRLLLRRRLLLRRRLLL! Y tras el grito, todos parten de vuelta a sus casas o se van a esperar a Ames en el Brooklyn Inn, un bar situado a un par de cuadras, donde ha anunciado que seguirá la noche. Pero yo, que llevo meses enviando e-mails a distintas oficinas de HBO para intentar conseguir una entrevista con él, a pesar de que vivimos en el mismo barrio, finalmente logro acercármele. "Yo soy el tipo de Chile que te quiere entrevistar", le digo antes de que pueda escabullirse. Y él, con caballerosidad, pero también como un boxeador acorralado, accede con ojos vidriosos y una sonrisa casi infantil.

Cosas que debes saber de Jonathan Ames

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Lo segundo que debes saber sobre Ames es que, a pesar de que suela escribir sobre sus desventuras sexuales, o personajes como su amigo Mangina (un artista que usa, como su nombre lo dice, una prótesis de vagina) o (en el caso de Bored to Death) sobre machos estancados en la adolescencia, a Ames lo que más interesa es el corazón de sus personajes. "Yo resumiría Bored to Death con dos palabras, un sustantivo y un adjetivo: 'amistad exuberante'", dice ante el desafío de poner su creación en una frase. "Porque quería que el show fuera como champaña:  efervescente y placentero". Con esas dos palabras, Ames borraba mis mejores especulaciones de que el show se trataba en el fondo sobre la búsqueda de una figura paterna, o la imposibilidad de la masculinidad. Mal que mal, los tres personajes principales -el escritor-detective Jonathan Ames (Schwartzman), su infantil amigo Ray (Galifianakis) y el narciso editor millonario George (Danson)- siempre parecen estar mostrando sus fisuras de macho. Sin ir más lejos, en uno de los capítulos de la nueva temporada proyectados en esa noche en Book Court, los habíamos visto dormir en la misma cama, con idénticos piyamas celestes, confesando sus falencias. Pero para Ames todo eso es secundario. "A mí me interesan cosas como el slapstick", dice refiriéndose al estilo de comedia física popularizado por Chaplin o Los tres chiflados, "que cada episodio tenga un momento en que explota. Yo vivo para crear ese momento, para que pase algo extravagante y divertido". Y fue gracias al slapstick que Bored to Death pasó de ser un show lleno de guiños y chistes sobre los códigos internos de Nueva York -de hecho, es probablemente el mejor retrato del Brooklyn actual- a una serie donde cada episodio es, como Ames había pretendido, un crescendo hacia una explosión de ridiculez y amistad. Parte del secreto radica en haber potenciado a los dos personajes inicialmente secundarios -Ray y George- para convertirlos en pares de Jonathan. "Siempre fue muy importante que los tres personajes principales se ayudaran entre sí", agrega. "Todos los años contrato a nuevos escritores para el show, y tengo que decirles esto: no quiero que los personajes sean malos entre ellos (eso es lo que la gente quiere escribir, porque les parece gracioso, pero no era gracioso para mí). Yo les decía: no pueden ser amigos si son crueles entre ellos. Mis personajes pueden molestarse y ser maleducados o herir sus sentimientos, pero no tener esa maldad constante. Son tipos cariñosos".

Y fue gracias al slapstick -el estilo de comedia física popularizada por Chaplin o Los tres chiflados- que "Bored To Death" pasó de ser un show lleno de guiños y chistes sobre los códigos internos de Nueva York a una serie donde cada episodio es, como Ames había pretendido, un crescendo hacia una explosión de ridiculez y amistad.

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Y lo tercero: Ames es mucho más parecido a sus personajes de lo que quisiera reconocer. El escritor suele someterse a desafíos, como que un tipo llamado Throwdini le saque de la boca una corneta de papel con un cuchillo volador (nuevamente, ver YouTube), o convertirse temporalmente en boxeador para subir al ring contra un escritor o un artista (peleas cariñosamente replicadas en Bored to Death, cuando Jonathan Ames enfrentó en el cuadrilátero a su rival literario), todas acciones que tienen que ver con que haya crecido con la idea "del escritor como una figura romántica" à la Hemingway. Parte de eso está en el show: el Ames televisivo -el otro- es para su autor "la versión más agradable de mí que he creado", y también, "un héroe, porque yo quería ser un héroe". Y Jonathan es, de hecho, un héroe; uno que puede que al final no consiga triunfar con las mujeres ni atrapar a todos los delincuentes, pero sí ayudar a sus clientes simplemente "porque tiene buen corazón". Puesto de otra forma: el Ames televisivo triunfa a pesar de sus inseguridades y debilidades o, precisamente, una vez que las asume. Y de eso está hablando el Jonathan Ames real en su mesita de Brooklyn, todavía sin terminar sus tostadas con mermelada ni su enorme taza de café, cuando se interrumpe a sí mismo. "¿Qué está haciendo ese tipo?", dice, poniendo los ojos al otro lado de la calle. "¿Está sacándole algo a la bicicleta?". "¿Debería ir a pararme junto a él?", pregunta, dudando de su metro setenta y siete de altura y sus conocimientos pugilísticos, tal como haría su otro yo ante una situación de riesgo. Y el Ames real se para de la mesa y se acerca un par de pasos a la esquina, mientras un tipo montado en una bicicleta y con cara de pocos amigos termina de quitarle los mangos a una bici encadenada.  "¿ES SUYO ESO?", pregunta Ames, proyectando su voz temblorosa hasta el otro lado de la calle. "Yeah", le dice el ladrón, antes de perderse con sus flamantes mangos nuevos por Brooklyn, en lo que podría ser el inicio de un capítulo de Bored to Death. "¡Maldición!", dice Ames unos minutos después. "¡Debería haber actuado antes y ser un héroe! ¡Qué desgraciado! ¡Sabía que se estaba robando algo de la bicicleta, pero no dije nada porque estábamos haciendo la entrevista!". "¡Podría haber sido una pelea fea!", sigue. "Me podría haber pegado… ¡Habría sido genial para el artículo!".

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