Por Yenny Cáceres Julio 6, 2011

-No sé hacer nada. Por eso dirijo películas -dice Andrés Wood.

Está sentado en una de las salas de reuniones de su productora, en Providencia, mientras mira de reojo la hora en su iPhone. Reconoce que no sabe dibujar un storyboard. Dice que tampoco es escritor, pero que se obliga a escribir los guiones de sus películas. En unos minutos más tendrá que partir raudo. Aún tiene que afinar el doblaje de Violeta se fue a los cielos, que debuta el 11 de agosto en cartelera. Porque este hombre, que dice no saber hacer nada, es el director de uno de los estrenos chilenos más esperados del año.

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Violeta Parra llegó a la cabeza de Andrés Wood antes que Machuca. Antes de dirigir esa historia ambientada en la UP que retrataba a los Machuca y los Infante de este país, Wood ya estaba obsesionado con la idea de llevar la vida de Violeta al cine. Pero no sabía cómo abordarla, cómo agarrarla. Hasta que llegó a sus manos el libro Violeta se fue a los cielos, de Ángel Parra, hijo de la cantautora. "Todo lo que había leído de ella me daba una visión más periodística y cercana a la crónica. No había un acercamiento personal, más sensorial al personaje. Y eso es lo que me entregó el libro de Ángel", dice Wood. En su método, Wood es muy respetuoso de los aportes. Si es necesario, no tiene problema en llevar a una decena de guionistas en los créditos. Por lo mismo, dice, Ángel Parra aparece acreditado como "asesor de guión". Dice que tuvo una participación activa en el rodaje, sobre todo en el lenguaje y en hacer hablar a Violeta Parra. En más de una secuencia le dijo, con toda franqueza: "A mi mamá jamás le habría pasado eso".

El terremoto fue un dolor de cabeza al momento de buscar las locaciones que recrearan la infancia de Violeta en San Carlos, en la Provincia de Ñuble. Fue tanta la angustia, que un día Wood, su asistente Julio Jorquera y Bazaes partieron al Sur en busca de la casa indicada. La encontraron finalmente en Corinto, un poblado de la Región del Maule.

El primer guionista en sumarse al proyecto fue el cubano Eliseo Altunaga, conocido por sus asesorías a otros directores chilenos, como Pablo Larraín en Post Mortem, y que ya había trabajado junto a Wood en Machuca. "Soy un negro caribeño", dice. Al teléfono desde Cuba, Altunaga recuerda que le daba temor sumarse, porque le parecía un reto muy importante. En la Casa de las Américas, en La Habana, había conocido a los hijos de Violeta, pero estaba lejos de ser un experto. Por eso, cuando Wood finalmente lo convenció, el cubano revisó una veintena de libros, leyó las cartas de Violeta, viajó dos veces a Chile, y se asesoró, por ejemplo, con el musicólogo Gastón Soublette.

La escritura del guión comenzó hace dos años. Altunaga, con varios talleres en el cuerpo y su experiencia como profesor en la Escuela Internacional de Cine y TV (EICTV) de San Antonio de los Baños , ya tiene su sistema.  Wood ya sabe cómo amoldarse a este método. Escribe un inicio y está dispuesto a que Altunaga lo destruya. "Mi manera de empaparme en el proyecto es estar metido en la génesis de los personajes y escribo, no sé si bien o mal, pero escribo. Eso lo muestro y después lo destruyen", dice Wood.

Un día después del terremoto del año pasado, Eliseo Altunaga aterrizaba en Chile. Recuerda que en el aeropuerto había carpas y que partió con Wood al Norte y se encerraron durante casi un mes para la escritura final del guión, en Bahía Azul. Le tocaron varias réplicas, pero sobre todo recuerda un "terremotico", que es como llama a una de las grandes réplicas de marzo. Ese día, dice, vino una revelación y Wood encontró las vísceras de Violeta. Ya tenían la estructura básica del guión: un relato episódico de la vida de la cantautora, más una entrevista que ficciona su paso por Argentina.

Altunaga no se ahorra elogios para Wood: "Andrés es el príncipe de los directores chilenos, es extremadamente sensitivo, es un artista más que un técnico. Tiene un don. Está tocado por el ángel. Hay otros que son tozudos. Él, en cambio, te escucha".

Cuando wood conoció a Violeta

Al otro lado del mundo, en China, Rodrigo Bazaes pensaba en Violeta Parra. El 2010 trabajaba a full para la puesta en marcha del diseño del pabellón chileno en la Expo Shanghai y, en sus pocos ratos libres, leía la primera versión del guión de Violeta se fue a los cielos. De ser el director de arte de Machuca, había pasado a ser guionista de La buena vida. Y Wood quería tenerlo de nuevo para este proyecto. "Es bonita la distancia, estar en medio de China, lleno de chinos, con comida china y sin entender nada… y estar pensando en Violeta Parra. Era interesante", dice Bazaes.

Finalmente, se sumaría con una doble militancia: como guionista y director de arte. Porque en el método Wood, el guión nunca está terminado. "Hasta en el rodaje escribimos escenas con Rodrigo. Estamos construyendo el bicharraco ahí, no es que sea un guión cerrado. Por eso, me meto profundamente en el texto, porque eso me da derecho a cambiar lo que yo quiera sin tener que pedirle permiso a un autor", dice Wood.

Pero seguían faltando manos. O si se quiere, cabezas creativas. Con Bazaes preparando el diseño y buscando locaciones, se necesitaba otro guionista, que además apoyara la escritura de la serie de televisión, que se filmó también en 35 mm, junto a la película.

El elegido fue el dramaturgo Guillermo Calderón (Neva). "Yo tiendo a la visualidad y faltaba texto, hacer hablar más a los personajes y creo que Guillermo aportó en eso", dice Wood. Es un trabajo tan dinámico, que al final es imposible decir quién escribió qué parte, aclara el director: "El mérito es juntar a estos dos grandes dramaturgos chilenos (Bazaes y Calderón), a este señor de 70 años (Altunaga) y combinar todo para que de algún modo trabajen en conjunto".

Un reto para Rodrigo Bazaes fue la reconstrucción de la carpa de La Reina. Luego de revisar fotografías, se definió cuáles eran sus dimensiones, los materiales y la altura. Se hizo un plano en 3D y luego decidieron construir una carpa similar, que se instaló en los bordes del Parque Mahuida.

Con el esqueleto del guión listo, sólo quedaba salir a filmar. El rodaje, que se extendió entre octubre del 2010 y enero de este año, incluía locaciones en Buenos Aires y París. Pero las primeras dificultades comenzaron en casa. El terremoto fue un dolor de cabeza al momento de buscar las locaciones que recrearan la infancia de Violeta, en San Carlos, en la Provincia de Ñuble. Estaba todo en el suelo y, como dice Bazaes, "Homecenter Sodimac ya había hecho lo suyo". Todo el mundo había comprado latas de zinc y cholguán, y abundaban las reparaciones hechizas. "Nos entró la desesperación, porque ya se venía el rodaje y no aparecía esta casa que teníamos en la cabeza, con tejas, con tierra, de manera que nos pudiera instalar esa fábula de la infancia que es muy pobre, pero a la vez muy mágica, de esa precariedad que está provista de ese belleza que queríamos lograr", dice Bazaes.

Fue tanta la angustia, que un día Wood, su asistente Julio Jorquera y Bazaes partieron al Sur en busca de esa casa. La encontraron finalmente cerca de Corinto, un poblado de la Región del Maule. Otras localidades de la zona sirvieron para distintos pasajes: cerca de Vilches se filmó una escena en un bosque, y en Curtiduría recrearon la escuela a la que fue Violeta. Incluso, como compañeros de clase, reclutaron a niños de Pencahue, cerca de Talca.

Pese a la exhaustiva labor de documentación que desplegó Bazaes, Wood aclara que en la reconstrucción de época no hay una intención fetichista:  "La idea es que la película tuviera un imaginario visual propio. O sea, hay mucha documentación, pero hay mucha libertad también. La película deja una impresión atemporal porque muestra el mundo interior de ella", dice Wood.

Cuando wood conoció a Violeta

Una de esas escenas, que devela el espacio onírico de la cantante, fue undesafío de producción para la película. Necesitaban filmar a Violeta caminando entre nubes reales. Nada de filtros o posproducción. Investigaron cuál era el lugar de Chile donde había mayor cantidad de neblina, y como recuerda Wood, "nos jugamos la vida", al viajar con todo el equipo hasta la mina El Tofo, cerca de La Serena. "Fue maravilloso. Hicimos varias tomas que duran pocos segundos, en los que ella camina en la niebla", dice Bazaes.

Otro reto para Bazaes fue la reconstrucción de la famosa carpa de La Reina. "Está llena de mitología. Todo el mundo recordaba la carpa, pero cada persona que la describía, describía una carpa distinta. Entonces llega un punto en que uno dice: cómo tiene que ser esta carpa para que la gente entienda la historia que queremos contar. Y ahí prevalece lo artístico, y la película deja de ser sociológica o biográfica". Luego de revisar fotografías, se trató de descubrir cuáles eran sus dimensiones, los materiales, la altura y detalles como la ubicación del sol. Se hizo un plano en 3D y luego decidieron construir una carpa similar, que se instaló en los bordes del Parque Mahuida. "Si uno pasaba por ahí, perfectamente podría haber pagado una entrada", dice Bazaes.

En su interior, esta carpa incluso estaba adornada con las arpilleras de Violeta. Bazaes encargó a un equipo la reproducción de una treintena de piezas visuales de la artista, entre arpilleras, esculturas y óleos. Durante ese trabajo, también participó activamente Francisca Gavilán, la actriz que interpreta a Violeta. "Un día fue a esculpir, otro a bordar, y así, porque después había que filmarla a ella haciendo eso. No llegó a hacer arpilleras, pero sí a aprender a cómo tomar las agujas", explica Bazaes. Y lo sabemos, como es un hombre de detalles, tampoco descuidó los instrumentos que se ocuparon durante el rodaje: un luthier fabricó las distintas guitarras que la cantante ocupó durante su vida.

"Seguramente la Violeta no tuvo que recorrer el Louvre para reunirse con el curador. Pero verla con sus arpilleras en ese museo, es la mezcla de la alta cultura con lo nuestro. Por eso es emblemática la toma, y está en el imaginario de todos", dice el director Andrés Wood.

Wood siempre imaginó a Violeta Parra caminando bajo la nieve, en París. Eso, claro, serviría como complemento a las imágenes que la mostrarían caminando por los pasillos del Louvre, con sus arpilleras bajo el brazo y previo a su mítica exposición en el Museo de Artes Decorativas de ese espacio, a mediados de los 60. Pero no fue fácil filmar allí, y luego de varias negativas, finalmente el permiso fue gestionado desde Francia por el chileno Billy Garlick, de BG Television. Él logró el milagro: conmover a las autoridades del museo con la historia de esta chilena que alguna vez había expuesto en el Louvre.

"Es muy emocionante porque, independiente de que es ficción. Seguramente la Violeta no tuvo que recorrer el Louvre para reunirse con el curador. Pero verla con sus arpilleras en ese museo, es la mezcla de la alta cultura con lo nuestro. Por eso es emblemática la toma, y está en el imaginario de todos", dice Wood.  Fue una filmación flash, casi documental, que apenas duró un par de horas y con un equipo de sólo cinco personas.

Estando allá, Wood se enteró de que no era normal que nevara en París durante diciembre. La secuencia de Violeta caminando junto a su novio suizo, Gilbert Favre, enfrentaba un escollo insalvable. Esta vez, sin embargo, Andrés Wood, el director, efectivamente no tuvo que hacer nada.

Sólo miró al cielo y vio que nevaba sobre París y Violeta. Tal como lo había imaginado.

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