Por Antonio Díaz Oliva Junio 16, 2011

Hacia 1950 el caso de Martín Ramírez poco a poco se comenzaba a conocer. A menudo, de hecho, recibía visitas. Artistas, psicólogos y estudiantes universitarios solían llegar al hospital psiquiátrico DeWitt, en Auburn, California. Les gustaba ir y verlo trabajar: Martín Ramírez, inmigrante mexicano, enjuto, tímido, escondido debajo de una mesa para que los otros pacientes no lo molestaran mientras dibujaba. Martín Ramírez haciendo collages, pegando recortes de diarios y rayando con crayones o carboncillo. Martín Ramírez subiéndose a una silla y desde ahí contemplando alguno de sus dibujos (que podían superar los tres metros) para luego descender y continuar pintando. Fue de esa manera, poco a poco, que el caso de Martín Ramírez -nacido en 1895 y muerto en 1963 a causa de un edema pulmonar- empezó a crecer. Así nacía el mito que se construiría alrededor de este curioso artista.

Los últimos años han sido claves en la difusión de la vida y obra de Ramírez. De todas las exposiciones que se han hecho de sus dibujos, la más comentada es la del 2007 en el American Folk Art Museum de Nueva York. Fue la ocasión en que Estados Unidos puso los ojos sobre la obra de este mexicano. Roberta Smith, la severa crítica de arte del New York Times, que no suele deshacerse en elogios, lo alabó al instante: "Simplemente es uno de los grandes artistas del siglo XX". Además de los cuadros que el Guggenheim de Nueva York tiene en su colección, el año pasado el Museo Reina Sofía de España le dedicó una exposición, recientemente el MoMA adquirió uno de sus trabajos, y hace poco un coleccionista pagó medio millón de dólares por uno de sus dibujos. Otro de los últimos en interesarse en este caso fue el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán: en Norte, novela recién llegada a las librerías chilenas, se narran tres historias de inmigrantes latinos en Estados Unidos. Una de ellas es la reconstrucción de lo que le pasó a Ramírez. "Es el prototipo fronterizo por naturaleza, alguien que nunca dejó de ser mexicano, pero que pasó más de la mitad de su vida en los Estados Unidos -dice Paz Soldán-. ¿Lo hace eso norteamericano, chicano, latino, hispano? Es un personaje que te provoca más preguntas que respuestas".

"No era un mexican-american. Nació en México. Y toda esta onda de mitificarlo, de asegurar que dibujaba a escondidas, que le quemaban sus dibujos en el hospital, no es lógica", dice Víctor Espinosa, biógrafo de Martín Ramírez.

Para algunos, la imagen de Ramírez se podría asociar a la de Roberto Bolaño: un artista latinoamericano que, lentamente, se mete en las cátedras de las prestigiosas universidades norteamericanas y cada vez cobra más influencia. "Lo conoce, por ejemplo, gente del mundo del arte, pero no del mundo de la literatura o del mundo cultural en general", dice Edmundo. "Pero es cuestión de tiempo. Su obra es lo suficientemente potente y desgarrada como para que pronto se convierta en parte fundamental de nuestro imaginario". Y, claro, la última prueba de que eso está sucediendo es que la familia del fallecido artista se ha organizado. "Ya hay una fundación en torno a Martín Ramírez. Han recuperado como doscientos dibujos y reciben dinero por las ventas que se hacen de la obra", comenta Víctor Espinosa sobre los alrededor de veinte nietos del artista que se juntaron para reclamar sus derechos. Espinosa, un sociólogo mexicano ad portas de doctorarse en Sociología del Arte en la Universidad de Northwestern (en el estado de Illinois), decidió reconstruir capítulo por capítulo la vida y obra de este misterioso artista. Ya van más de diez años de investigación. Y con todo ese material, actualmente se encuentra escribiendo una biografía. "Para empezar, no era un mexican-american. Nació en México. Y toda esta onda de mitificarlo, de asegurar que dibujaba a escondidas, que le quemaban sus dibujos en el hospital, no es lógica", dice. "Hay una idea de que el arte de Ramírez fue producido de manera espontánea. Pero ese mito ha sido construido alrededor de la obra de él para poder empaquetarlo y venderlo al mercado".

Atrapado en la frontera

La fascinación de Estados Unidos por Martín Ramírez se vincula, sin duda, con la creciente población latina en ese país y el siempre en boga tema de la inmigración. "No era un artista chicano, era un mexicano que por casualidad quedó atrapado, en todos los sentidos, en la frontera. De ahí la carga metafórica de su historia", dice el escritor mexicano Jorge Volpi. Como todos los que fueron jóvenes en los años 80 en México, Volpi conserva recuerdos de un comercial que en 1989 se transmitió para promocionar una exposición de Ramírez en el Centro Cultural Arte Contemporáneo del DF. "El anuncio en televisión se nos quedó a muchos grabado en la mente, pues repetía obsesivamente su nombre: 'Martín, Martín, Martincitoooooo...'", rememora Volpi. Un par de años antes, en la revista Vuelta -perteneciente a Octavio Paz-, se publicó un extenso ensayo sobre el artista, además de ilustrar la portada con uno de sus dibujos.

Un mito llamado Martín Ramírez

Es cierto: en los 80 el caso Ramírez comienza a ser descubierto en México, pero sólo se manejaban cuatro datos de su vida: su nombre, que había nacido supuestamente en 1885 (error), que provenía del estado mexicano de Jalisco (pero no se sabía de qué parte específica) y que había muerto en el hospital DeWitt, en Auburn, California. El resto eran sólo especulaciones. Especulaciones sobre las cuales Octavio Paz y otros intelectuales escribieron artículos, lo que obviamente ayudó a que el mito de Martín Ramírez fuese creciendo más.

Así, una advertencia: la que sigue es una historia con lagunas. O, más bien, en proceso de ser reconstruida. Nacido en 1895, Martín Ramírez pasó la primera mitad de su vida en Tepatitlán, un municipio ubicado en el estado mexicano de Jalisco. Inmerso en un ambiente rural, se ajustó a la vida patriarcal que imperaba. Se casó tempranamente, tuvo tres hijas y, más que nada, se preocupó de sus terrenos. En 1925, junto con un grupo de amigos, sale rumbo a Estados Unidos. "Deja a su hermano para proteger a su mujer embarazada (a su único hijo varón sólo lo conocería por una foto) y a sus hijas. Desde Estados Unidos se comunican a través de cartas, pero no son cartas de páginas y páginas. Son pequeños mensajes porque Martín nunca fue a la escuela, apenas sabía escribir. Y los envíos de dinero, claro. Les mandaba dinero constantemente", dice Espinosa, quien habló con las hijas de Ramírez, gente que lo cuidó en el hospital y hasta consiguió los  certificados de defunción, nacimiento y bautizo.

Luego de años trabajando en el área de los ferrocarriles y como minero (siempre en Los Ángeles), viene el crack up en la vida de Martín Ramírez. Dos factores, al parecer, llevaron a que encerraran a Ramírez en un psiquiátrico. Primero, la Guerra Cristera (1926-1929), un conflicto entre el gobierno mexicano y campesinos que sucedió en la misma área donde vivía la familia de Martín. A causa de esa guerra, Ramírez lo pierde todo: caballos y terrenos. Y es ahí, en una carta en que el hermano le explica aquello, cuando Ramírez malentiende el mensaje y cree que su esposa se ha ido a la guerra para luchar y que ha abandonado a la familia. De esa forma, cuando los amigos de Ramírez deciden regresar a México, él prefiere quedarse y sobrevivir por su cuenta en Estados Unidos. El segundo factor que lo llevó a la locura fue la Gran Depresión. Su vida como inmigrante no fue nada de fácil: a causa del mal momento económico del país, Ramírez termina vagando por las calles. Hasta que cierto día la policía lo detuvo. En 1931, lo internan en el primero de los dos recintos en que estaría: Stockton, el hospital para enfermos mentales más antiguo de California.

Ramírez pasaría más de tres décadas recluido. Se sabe que en Stockton comenzó a dibujar, pero que botaron muchos de sus trabajos. Y no sería hasta ingresar a DeWitt, otra institución psiquiátrica, cuando realmente se guardaría su obra. Todo gracias a Tarmo Pasto, un profesor de Psicología y Arte en la cercana Universidad Estatal de Sacramento, quien vio un potencial en los dibujos del mexicano, donde se repetían imágenes como trenes, campesinos, iglesias y jinetes. En uno de esos dibujos, por ejemplo, se ve una mujer arriba de un caballo; se cree que era la errada imagen que tenía Ramírez de su esposa, luego de creer que ella había abandonado su hogar para ir a la guerra. Así, según interpretaciones posteriores, muchos de los dibujos de Ramírez serían remembranzas de su tiempo en México. Aunque también hay elementos fronterizos -como los trenes-, que remiten al tiempo en que construyó rieles en Estados Unidos.

Tarmo Pasto, además, fue quien le dio implementos y lo alentó a seguir dibujando. Y fue el responsable de que se hicieran algunas exposiciones con sus dibujos en San Francisco, Chicago y otras ciudades, cuando Ramírez aún estaba vivo, a inicios de los 50. Y si bien todo eso sucedía a un nivel local, su nombre se fue convirtiendo en un secreto a voces en el mundo del arte. Según Víctor Espinosa, aún le faltaba entrar a los círculos de reconocimiento, etapa que todo artista debe pasar para instalarse en el imaginario de una sociedad: "El primero de esos círculos es el de los superespecialistas de arte (los mismos pintores), luego los críticos, los dealers y los coleccionistas. Martín Ramírez ya ha pasado eso. Ahora es un miembro del club de los elegidos, de esos que entran a los museos mainstream".

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