Por Yenny Cáceres Marzo 11, 2011

© Mabel Maldonado

-Todos los que han leído el libro me conocen hasta el poto.

Dice, de entrada, la artista visual Marcela Trujillo.

El taller de Marcela Trujillo (41) no está en un barrio de artistas. Está en Avenida Matta, perdido entre locales de repuestos para autos, en el segundo piso de una tienda de antenas. Hasta allí llegan los alumnos de sus talleres de cómic, para comprobar si esta mujer siempre sonriente se parece en algo a Maliki Cuatro Ojos, el álter ego de sus cómics.

Gracias a esas historietas -que publicó durante años en The Clinic, que mostró en una exposición en la Galería Gabriela Mistral y que hace unos meses fueron compiladas en el libro "Las crónicas de Maliki 4 ojos"-, no sólo se convirtió en una de las pocas mujeres que escriben y dibujan cómics en Chile. Con esas historietas también nos enteramos de sus conversaciones con su clítoris, de su vida como baby-sitter durante siete años en Nueva York, de su fulminante romance en Alemania y de su igualmente fulminante maternidad y separación.

Por eso uno siente que a Marcela Trujillo la conoce de antes.

Y Marcela-Maliki lo sabe. Pero no le importa:

-Si me afectara, no lo haría. Una de las cosas que me dan gusto es que la gente al ver mis cómics, más que decir "oh, yo le conozco hasta el poto a ella", dice "qué choro que pueda ser tan honesta". Y es que nadie te enseña a contar tu intimidad, sino que todo lo contrario, te enseñan a ser recatada, a esconder. A todas las mujeres nos enseñan a ser de una manera para que podamos conseguir al hombre que se quiera casar con nosotros y que quiera darnos hijos y que nos quiera mantener.

Lo supo muchos años antes de convertirse en Maliki. De niña, "siempre buscaba maneras de que la gente me quisiera y lo demostrara", dice. Su gracia era dibujar. Dibujaba y todos la aplaudían. También le gustaba cantar. Estuvo en más de cinco colegios ("María Auxiliadora, Compañía de María, María no sé cuánto, todos Marías"), y participaba en cuanto festival de la voz o de teatro se le cruzara.

Pero su arma más eficaz para conseguir cariño siempre fue el dibujo. En vez de los típicos paisajes con la cordillera de fondo, empezó a dibujar otras cosas: "Por ejemplo, íbamos a un matrimonio y yo dibujaba la fiesta, con la torta grande de varios pisos y los vestidos laaargos, con hartos brillantes y pelotitas". En ese entonces, leía cosas como el Pato Donald y, al igual que sus hermanas, era una adicta a La Pequeña Lulú: "Es que ella era muy simpática. Y era más inteligente que los niños".

"Me encanta la ciencia ficción, porque la encuentro superchistosa, como absurda. Los efectos especiales, la ropa, eso me gusta, que inventen trajes, las naves, la arquitectura. Eso me alucina".

Todo esto, claro, pasó en la prehistoria de Maliki. Antes de entrar a estudiar Arte en la Universidad de Chile y cuando aún no sabía que sus primeros trabajos en cómic serían publicados en Trauko. Antes de llegar a Nueva York, ciudad a la que partió después de la universidad para estudiar pintura, y donde descubriría a unas nuevas Lulús. Sólo que en este caso ya no eran niñas, sino que dibujantes norteamericanas, como Julie Doucet, Aline Kominsky y Phoebe Gloeckner, que contaban sus vidas, con todo lo bueno y lo malo, en cómics. Era cosa de tiempo para que Maliki naciera.

Se lo dijo Iván Navarro, artista radicado en Nueva York y uno de los chilenos con mayor proyección internacional: "Ganó el cómic". El 2008, ya de regreso en Chile, Marcela Trujillo presentó una exposición individual en la Gabriela Mistral, titulada "Maliki vs. Trukillo". Allí, junto con exhibir pinturas que aludían a la maternidad, por primera vez exponía sus cómics. Maliki y su capacidad envidiable de reírse de sí misma se impusieron. No sólo era capaz de reírse de su separación. También lanzaba unos zarpazos a personajes de la "escena del arte" local, como críticos y galeristas. Como un bonus, un corto de animación mostraba una pelea en un ring entre sus dos álter ego: Maliki, la dibujante de cómics, más pequeña y combativa, contra Trukillo, la pintora, más sofisticada, delgada y de boina.

La pelea terminó con un knock out a favor de Maliki. Los que se la perdieron, podrán ver sus cómics expuestos de nuevo, desde el 19 de marzo en la galería Plop! Y para fin de año se espera la publicación de un nuevo libro con las aventuras de Maliki Cuatro Ojos, esta vez dedicado por completo a sus años de baby-sitter en Nueva York.

-Fue bueno porque me di cuenta de que el cómic en verdad funciona como obra de arte -dice Marcela, al recordar su exposición en la Gabriela Mistral.

Pero también mucha gente le dijo: "No pintís más".

Trukillo, porfiada, no les hizo caso.

Maliki al ataque

No sabe cuántos metros cuadrados tiene, pero el taller de Marcela Trujillo es amplio. Se instaló allí hace seis años, después de volver de Alemania, aprovechando el ofrecimiento de su papá, el dueño de la tienda de antenas del primer piso. Desde la cocina asoma una Brigitte Bardot tamaño natural que pintó para una de sus primeras exposiciones, "Galería de famosos, retrátese con los inmortales", el 94 en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC). Marcela está a pocos días de inaugurar su exposición en el Museo de Artes Visuales (Mavi), pero acá todo luce inesperadamente ordenado. En un estante, están las pinturas. En otro, destacan los libros de cómics, donde no faltan los libros de Julie Doucet, de Marjane Satrapi o de Joe Sacco. Más allá, hay varias repisas con croqueras, que guardan decenas de dibujos de distintas etapas de su carrera. Y al lado tiene su computador, desde donde tuitea como @malikicuatrojos.

Los que la siguen en Twitter, ya se habrán enterado de que Marcela Trujillo, o si se quiere Trukillo, lleva más de un año preparando su regreso a la pintura. La propuesta del Mavi le llegó de casualidad, luego de una visita a ese museo con sus alumnos de la Uniacc. No sabía qué tema abordar, pero sí tenía claro que esta nueva exposición no sería autobiográfica. Esa faceta se la dejaría a los cómics.

Y así, buscando algo que no fuera del pasado ni del presente, se le ocurrió pintar el futuro:

-Me encanta la ciencia ficción, porque la encuentro superchistosa, como absurda. Los efectos especiales, la ropa, eso me gusta, que inventen trajes, las naves, la arquitectura. Eso me alucina.

Lo primero fue ver películas. Además de sus favoritas, como "Blade Runner" o la primera parte de "Alien", Pablo Illanes, el guionista, le recomendó un sitio desde donde descargó cintas con títulos del estilo Vampiros del espacio. Películas en blanco y negro. Algunas del período de la guerra fría. "Para cagarse de la risa", dice. En muchos casos se aburrió: "Todas son superserias, no hay humor y tampoco muchas emociones. Todo es miedo y subyugación".

De esta investigación, llegó a una conclusión: "El hilo conductor de la ciencia ficción es bastante masculino, siempre es como una cosa de hombres, y a los hombres siempre les encanta la ciencia ficción. Entonces me hice la pregunta de por qué a las mujeres no nos gusta tanto la ciencia ficción. Porque independiente de que a mí me gusten los trajes, yo prefiero ver un drama a una película de ciencia ficción".

"Una de las cosas que me dan gusto es que la gente al ver mis cómics, más que decir 'oh, yo le conozco hasta el poto a ella', dice 'qué choro que pueda ser tan honesta"'.

Su respuesta, al modo Maliki, se llamó "Ciencia Ficción Femenina". O CFF, como le gusta decir a Marcela. Una serie de pinturas y acuarelas que se podrán ver hasta el 22 de mayo en el Mavi. En esos trabajos, en vez de las chicas guapas con trajes apretados de las películas, sus heroínas de ciencia ficción son unas niñas -o muñecas- ataviadas con trajes étnicos. Todo muy colorido, y como en sus pinturas anteriores, muy kitsch.

Las pinturas y las acuarelas ya están en el Mavi, esperando el montaje. Sólo le falta terminar un dibujo. Pero en su taller, aún es posible desmenuzar, paso a paso, cada una de las referencias que ocupó en sus pinturas. "Qué asco", dice, mientras ojea las fotos que le sirvieron para dibujar las naves en que viajan sus muñecas sci-fi.

Hay un estante completo con libros y carpetas. De una de ellas, saca los impresos que bajó de internet, con texturas e imágenes impensables de órganos reproductivos de animales, que tomó como inspiración para las naves. Ovario de cabra, ovario de chancho y útero de no sabemos qué. También hay antifaces de cumpleaños antiguos, comprados en una librería de viejo de Matta, cerca de su taller. O una tarjeta de cumpleaños ochentera, de la era pre Village, con el dibujo de una gatita, que luego veremos replicada como una guerrera galáctica. En una de las repisas descansan las muñequitas que le sirvieron de modelo. De Tailandia, Irán, China, Bolivia y Chiloé. Compradas en viajes, en Patronato, en la feria de Santa Lucía o en San Diego.

Ya lo sospechábamos. En Marcela Trujillo todo es acumulación y referencias inesperadas. En una croquera se suceden los nombres que inventó para la exposición. Cuando ya dio con CFF, buscó un título para las obras, hasta que llegó a "Zona Melmaugen", un juego de palabras entre augen (ojo en alemán) y "Marvelous Melmo", una animación de Osamu Tezuka, el creador de clásicos como "Astroboy" y "La princesa caballero". También cuenta que otra gran referencia para esta exposición fue la serie "Cremaster", de Matthew Barney. En un momento, en medio de la avalancha de referencias y citas, se detiene y dice:

-A todo esto, yo no tengo ningún pudor con copiar. Hay que ayudarse y las cosas están ahí y sirven para eso.

Trukillo está de vuelta. Directo al ataque. Y con la ayuda de Maliki.

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