Por Yenny Cáceres Diciembre 24, 2010

I ACTO

Martes, 10 de la mañana. El salón, Corporación Cultural de Las Condes.

En un sencillo salón, con cubrepiso y sillas de oficina, de un momento a otro aparecerán reyes, príncipes y esclavos. Pero antes de que eso pase, el ambiente es distendido. Tamara Acosta revisa su iPhone, Daniel Alcaíno se prueba una corona de juguete mientras hojea un texto, y una concentradísima Claudia Di Girolamo se prepara vocalizando. "Que tengan una buena pasada", les desea Héctor Aguilar -el actor que interpretó a Gerardo Rocha en "Enigma"- a sus compañeros, mientras a media voz advierte que la obra está "verdecita".

De cuclillas, al lado de una mesa, Francisco Reyes conversa con Raúl Ruiz, el hombre a cargo de los ensayos de "Amledi, el tonto", su Hamlet chilote, con raíces vikingas, que se anuncia como uno de los estrenos más importantes del próximo Festival Santiago a Mil. Sentado junto a su director asistente, Cristián Plana ("Comida alemana"), Ruiz luce impasible. Frente a su mesa, sólo hay espacio para un café y el texto de la obra.

El ensayo parte desde el segundo acto, donde el Amledi que interpreta Rodrigo Soto ("H.P.") está acompañado por un doble. Es la primera señal de que este Amledi huele a Ruiz por donde se lo mire. Lo de los dobles, hay que decirlo, es una de sus obsesiones, presente en su primer cortometraje, "La maleta", basado en una obra de teatro del propio Ruiz que se estrenó en 1962, en el Teatro Petit Rex, bajo de la dirección de Víctor Jara, el hombre de quien aprendió "las triquiñuelas y la cocinería del teatro", como reconocería el cineasta décadas más tarde.

A sus 69 años, Ruiz se pasea como un profesor, silencioso, vestido de riguroso gris, con las manos cruzadas en la espalda. Casi nadie le habla. Más bien, a ratos da la impresión de que no se atreven a hablarle. Se siente una suerte de veneración hacia su figura. "Y lo noto, lógico, porque están todos como chupados", admite Ruiz.

Si la última vez que dirigió teatro en Chile, hace cuatro años, se hizo cargo de "Infamante Electra", con texto de Benjamín Galemiri, esta vez Ruiz corre con colores propios. Y por lo mismo, parece tener el control de todo. Y de todos. Su troupe está compuesta por actores de distintas generaciones. Un Pedro Villagra, de su misma generación, comparte escena con jóvenes como Héctor Morales, Cristián Carvajal y Viviana Herrera. Hay una veintena de actores en escena, una opción con la que el director quiso evocar el teatro universitario con el que -según sus propias palabras- se "aguachó" durante su adolescencia: el Teatro de Ensayo de la UC y el ITUCh (Instituto de Teatro de la Universidad de Chile). "Quería trabajar a la manera de los teatros universitarios, en que hay muchos personajes. Puede que haya un protagonista, pero los personajes tienen todos más o menos la misma importancia. La idea es mezclar estilos y maneras de actuación", explica.

Durante la pausa, de unos diez minutos, Ruiz apenas toma del café que le sirve la productora. A sus 69 años, se pasea como un profesor, silencioso, vestido de riguroso gris, con las manos cruzadas en la espalda. Y así, caminando, se nota que está más delgado después del trasplante de hígado al que se sometió hace unos meses. Casi nadie le habla. Más bien, a ratos da la impresión de que no se atreven a hablarle. Se siente una suerte de veneración hacia su figura. "Y lo noto, lógico, porque están todos como chupados", admite Ruiz.

Eso no impedirá que cuando el director diga "Vamos señores", Daniel Alcaíno se convierta en un caprichoso rey de Britania transportado por esclavos, mientras que Viviana Herrera, la misma que vimos en "Play", ahora se mueva como Jaghurta, una mujer mitad loba que intenta seducir al príncipe Amledi.

A la salida del ensayo, una de las actrices me pregunta: "¿Entendiste algo?".

Ruiz en cuatro actos

II ACTO

Miércoles, tres de la tarde. El salón, Corporación Cultural de Las Condes.

"Lucas no se chupa", me dice el papá de Lucas Escobar, más conocido como el niño de Los 80. Y sí, es un poco perturbador ver a Félix teletransportado al 2010. No estaba en el texto original, pero el personaje del niño se le ocurrió a Ruiz durante los ensayos. "Lo que hay que privilegiar son las ideas de última hora", dice. "Es que si yo no modifico no me entretengo, y si no me entretengo, no entretengo a nadie".

Pero sabe que en teatro eso tiene sus riesgos. No puede cambiar el texto y, de hecho, esta obra fue escrita hace dos años. Aunque le habría gustado hacerlo, tampoco tuvo tiempo de reescribirla. "Acá llegué directo y a marcar un poco, al modo de la estrategia de un entrenador de fútbol". Lleva cuatro semanas en esto, ensayando de lunes a sábado. Sabe que le faltará tiempo, y recién esta semana entraron a trabajar en el Teatro Municipal de Las Condes, donde se estrenará la obra el 4 de enero.

Pese al apremio, durante todo el ensayo Ruiz mantiene una pasmosa tranquilidad. Ni los titubeos de Lucas al entrar a escena lo inmutan. Sus indicaciones siempre son muy respetuosas hacia los actores. Los llama siempre por su nombre. "Daniel, no llores tanto, hazlo más contenido", le dice a Alcaíno. "Claudia, ¿puedes canturrear un poco?", le pide a Di Girolamo. Las instrucciones para el pequeño Lucas son simples: "Vas a estar en una taza grande. Cuando escuchas los gritos, sales arrancando". El teatro como una cancha de fútbol. Un Bielsa del teatro.

"Cuando a la gente le dan confianza comienza a inventar", asegura. Por eso no es un buen negocio que los actores estén "chupados". A la larga, dice, esto se parece a una corrida de toros: "Uno tiene que torear al actor, pero sobre todo es un juego, hay que dejarlo venir y después limitarlo, encauzarlo, conectarlo. No digo que funcione siempre, yo tengo la conciencia de no ser un viejo profesional en teatro, pero eso me da la ventaja de que lo veo como si lo hiciera por primera vez, da una especie de frescura".

Ruiz y su método: "Uno tiene que torear al actor, pero sobre todo es un juego, hay que dejarlo venir y después limitarlo, encauzarlo, conectarlo".

Al final de este ensayo llega la prueba de fuego para estas palabras. Ruiz para el ensayo y anuncia que quiere probar un coro. Convoca a los actores frente a su mesa: "Venid a mí, sin distinción de sexo, raza o condición". Y luego explica: "Van a cantar sin cantar. Vamos a tomar un rimo octosílabo". Y comienza a cantar, marcando un ritmo: "Tan tan tan tan, tan tan tan tan". "¿Y qué decimos", preguntan los actores. "Nada", responde Ruiz. Cual director de orquesta, les marca: "Uno y dos". Para perplejidad de todos, el coro comienza a crecer hasta convertirse en un gruñido colectivo, como si se tratara de una jauría de perros. El ensayo termina con aplausos.

III ACTO

Jueves, mediodía. Sala El Rosario, Corporación Cultural de Las Condes.

Ruiz advierte que la obra está cruda, ante los gráficos que se agolpan para la primera pasada de prensa de "Amledi, el tonto". Recién el día anterior comenzaron a ensayar con los trajes, diseñados con pesadas telas y pieles. El cineasta interrumpe dos veces la pasada, que apenas mostrará unos 15 minutos de la obra. "¿A quién se le olvidó el texto?", pregunta en un momento. "No te dejes llevar por el vestuario", le dice a uno de los esclavos en otra escena.

Carmen Romero, la mujer ancla de Santiago a Mil, la misma que lo invitó a crear este proyecto, lo presenta como "maestro". Las peticiones de fotos son un poco agotadoras. Luego de un rato le molestan los focos. Ruiz luce cansado.

Ruiz en cuatro actos

Al día siguiente, su última película, "Misterios de Lisboa", recibirá el premio Louis Delluc en Francia. Nuevamente algunos hablarán del "maestro" Ruiz.

-Y cuando le dicen "maestro", ¿cómo se lo toma?

-Yo digo mastro. ¿Conoce la distinción? Maestro es el director de orquesta, maestro artista. Mastro es el carpintero, el que hace las sillas.

-Igual debe ser raro que le digan así...

-Ésta es la solución que usaba Borges. ¿Conoce ese texto "Borges y yo"? Que dice: A Borges es a quien le pasan las cosas, yo me paseo por las calles, miro los edificios, saludo a la gente y de Borges me entero por los diarios.

IV ACTO

Viernes, 6 de la tarde. Una calle de Providencia.

Ruiz, el otro, el que lee los diarios, aparece en el portal de su departamento. La casa de sus padres, de sus años universitarios, donde empezó a escribir "Amledi, el tonto" y donde quizá terminó las 100 obras de teatro que creó antes de los 21 años. Por un momento contempla a Copa, la gata de la casa, que se contonea dichosa en el suelo exhibiendo su generosa panza.

Pero al momento de entrar a su escritorio, donde destaca la figura intimidante de un Cristo chileno, vuelve a aparecer el Ruiz director de cine. El erudito. El profesor. El que le dobló la mano a la muerte. El que parece tener toda la obra en su cabeza, con todas las capas, con la música, la escenografía y las proyecciones que no vimos en los ensayos.

-Debe ser agotador estar pensando en todo…

-La parte penosa de una película es que uno siempre está viendo la totalidad y cuando alguien pregunta: "Puedo hacer esto", yo pongo cara de tonto porque estoy visualizando toda la película para ver si va a servir o no. Ésa es la parte penosa, pero sin eso la cosa parte en todas direcciones. Y eso no se ve, se siente, pero no se ve.

"Es curioso porque si lees la obra, da la impresión de que la escribí después de mi enfermedad. Pero no, la escribí antes. Cuando habla el rey de Britania y cuenta su viaje al más allá, todos los chistes que hace son los mismos que yo hice después de la operación".

-En la obra está presente el tema de los muertos. Hay una personaje que dice: "No les crea a los vivos, porque están medio muertos...".

-"A medio morir saltando, muertos de la risa" y empieza a jugar.

-¿Cómo ve una obra así, después de una enfermedad que lo tuvo al borde de la muerte?

-Es curioso porque si lees la obra, da la impresión de que la escribí después de mi enfermedad. Pero no, la escribí antes. Cuando habla el rey de Britania y cuenta su viaje al más allá, todos los chistes que hace son los mismos que yo hice después de la operación. Se puede decir que es un anticipo, una premonición, pero hay que decir que si es por eso hasta "La maleta" es una premonición, porque esa maleta también se puede mirar como un ataúd.

-¿Y cómo está de salud?

-Bien no estoy, porque nadie está bien de salud después de los 60, y antes tampoco en Chile. Pero no estoy peor que cualquier chileno.

-¿Tiene restricciones para comer?

-No.

-¿Y puede tomarse su copita de vino?

-Su copita, no su botellita.

-¿Cuando estuvo enfermo se planteó el tema de la muerte?

-Me lo planteo todos los días y no me lo voy a plantear estando enfermo. Si me lo planteo todos los días no puede ser muy terrible, porque es como dicen muchos cuentos del campo: un día vino una viejita para instalarse con una mediagua al fondo del patio, en el jardín, y se quedó ahí un tiempo y después un día la encontré que estaba instalada en la cocina, después se instaló en una pieza y después estaba al lado de mi cama, y ahí me di cuenta que era la muerte. Esperemos que la viejita siga en el jardín.

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