Por José Manuel Simián, desde NY Septiembre 17, 2010

Un hombre, una historia

En el principio era Don Draper, y Don Draper estaba en Nueva York, y Don Draper era Nueva York. Porque eso en que pensamos cuando pensamos en Nueva York -la ciudad de las luces y el ruido, el mito de Nueva York- está tejido con historias como la de Don Draper. Y es que Mad Men es una serie de televisión sobre muchas cosas -una sociedad viviendo una transformación mucho mayor de lo que ninguno de sus protagonistas puede percibir, el colapso de cierto tipo de machismo, el poder de la sugestión versus el poder del dinero y (cómo no) un desenmascaramiento de esa seudorreligión llamada sueño americano-, pero antes que nada es la historia de cómo un hombre puede apostar por reinventarse en Nueva York. Cómo el hijo de una prostituta puede apropiarse de la identidad de un soldado muerto y regresar de la guerra como héroe, enamorar a una modelo, saltar de vendedor de abrigos a rey Midas de la publicidad y conseguir la vida perfecta.

Por un rato, claro.

Esta historia parece más creíble en Nueva York que en ningún otro lugar. Porque Mad Men nos muestra a Nueva York como la perfecta página en blanco, donde una persona puede reescribirse a sí misma y vender millones de copias. Y si el producto es bueno (nos divierte, nos enriquece o nos ilumina, como hace Draper con sus clientes, socios y amiguitas), la verdad se convierte en un asunto completamente insignificante.

Eso explica la respuesta de Bertram Cooper, socio fundador de la agencia Sterling Cooper, al intento de Pete Campbell de revelar -casi al final de la primera temporada- que Don Draper es, por lo bajo, "un desertor, un criminal". "Incluso si eso fuera cierto, ¿a quién le importa?", le dice Cooper, como quien cachetea a un niño idiota. "Este país fue construido y ha sido manejado por hombres con historias mucho peores de lo que sea que usted se está imaginando. Le aseguro que ganaremos más dinero si olvidamos este asunto".

Dinero viejo

La otra cara de ese mercado perfecto de los talentos que a veces parece ser Nueva York -ese que permite el ascenso a los cielos de Don Draper- es lo que se llama old money, un sistema de propiedades y contactos manejado por quienes llevan generaciones entre los adinerados del noreste estadounidense, lo más cercano a aristocracia que tiene el país. El mejor ejemplo de esta plutocracia neoyorquina es el no tan creativo pero determinado Pete Campbell. Sus antepasados, los Dyckman, fueron una de las familias holandesas fundadoras de Nueva York y en algún momento tuvieron en su patrimonio toda la parte alta de Manhattan.

Es por eso que la familia Campbell mira con desdén que Pete se dedique a algo tan vulgar como la publicidad ("Eso no es trabajo para un hombre blanco", le dice su papá revolviendo un whisky). Acicateado por el desprecio paterno, Pete usa sus contactos familiares y sociales (veraneo en la exclusiva Fishers Island, estudios en la elitista universidad Dartmouth, los millones de su suegro) para hacerse imprescindible a punta de clientes.

Intuyendo todo esto, cuando Campbell intenta posicionar sus ideas en una reunión, Draper le dice con desprecio: "Haz tu trabajo: lleva al cliente a navegar y déjame las ideas a mí". Pero cuando intenta despedirlo por romper las reglas de la jerarquía, Bertram Cooper (¿la voz de Nueva York?) le da ojos para ver: le explica que en la isla existen "otras reglas".

"Nueva York es una máquina maravillosa, llena de palancas y engranajes, como un reloj fino que no para de hacer tic-tac", explica. Y lo que quiere decir es que las horas las marca gente como la familia Campbell, quienes con un par de palabras a la hora del cóctel pueden pulverizar la facturación de Sterling Cooper.

Dime dónde duermes y te diré cuánto vales

El mundo de Mad Men gira en torno a la avenida que da el nombre a los publicistas de su título, Madison Avenue. Ahí, cerca de esa vía que corre recta entre la Quinta Avenida y Park Avenue,  en unas cuadras del corazón de lo que podríamos llamar el Nueva York clásico -el Flatiron Building, el Empire State, el Chrysler Building, la estación Grand Central, la Catedral de San Patricio, el Radio City Music Hall, el Rockefeller Center-, respiran los hombres y mujeres de Mad Men, porque fue donde la concentración de agencias de publicidad llegó a ser tan intensa como para hacer de "Madison Avenue" sinónimo de su febril actividad.

Pero mucho más que el lugar de trabajo, en Nueva York el estatus siempre ha estado marcado por el lugar donde se vive. Por eso, la relación de Pete Campbell con su mujer se termina de definir cuando logran comprar -con la ayuda de los padres de ella,  no de él- un departamento en el único barrio posible para gente como ellos: el Upper East Side de Manhattan. Pero incluso ahí hay estratos y, antes que el patriarca Campbell se niegue a ayudarlo, la familia discute sobre qué zonas del Upper East Side siguen siendo aceptables. Para alegría de mamá Campbell, que asegura que la decencia termina en la calle 86, su hijito está comprando unas cuadras al sur de la frontera. (En otro capítulo, de la tercera temporada, la secretaria, convertida en segunda mujer de Roger Sterling, asegura que le da sangre de narices cuando "sube" de la 86).

Todo lo que sé de Nueva York lo aprendí mirando Mad Men

Un modelo distinto de estatus residencial es el de Don Draper, quien durante las tres primeras temporadas intenta darle a su familia esa vida de postal en Ossining, un apacible suburbio al norte de Nueva York.  Esa distancia que separa su hogar de la oficina en Manhattan es parte estructural de su doble vida: el viaje diario en tren no sólo le da tiempo para ponerse la máscara de Draper, el hombre que existe más en Manhattan que en ninguna otra parte, sino que también le da espacio y coartadas para sus aventuras extramatrimoniales.

En el extremo opuesto del estatus plutocrático del Upper East Side se encuentra el Greenwich Village, por entonces sinónimo de vida bohemia y alternativa. Ahí visita Draper en la primera temporada a Midge, la amante beatnik con la que piensa escaparse, y adonde termina mudándose una vez divorciado en la cuarta temporada, para iniciar una fase de decadencia, marcada por borracheras cada vez más frecuentes y una vida sexual en que el sexo pagado ha reemplazado a la seducción que lo caracterizaba.

Y claro, aunque hoy por hoy Brooklyn pueda ser considerado un lugar más respetable para vivir que entonces y hasta más bohemio que el Village, en la época de Mad Men era un condado de clase media obrera o inmigrante. Por eso es que de ahí viene la verdadera heroína de la serie, Peggy Olson, quien tras conseguir superar la barrera del género en la oficina decide mudarse a un departamento de soltera en Manhattan. Al otro lado del East River, asegura, "la gente es mejor que nosotros (los pobres): quieren cosas que ni siquiera han visto". La dimensión de su logro es graficada por la mezcla de envidia y desprecio que exhibe su madre ante la libertad que gozará su hija: "Te van a violar".

Aquí, allá, en cualquier lugar

Además de serle fiel a la topografía social de Nueva York, Mad Men puede ser usada como una guía para conocer la ciudad en los zapatos de Draper y los ojos de su creador, Matthew Weiner, quien va camino de convertir su rigurosidad para recrear lugares y épocas en leyenda.

Y aunque algunos de esos rincones han desaparecido, su sombra se sigue extendiendo sobre la ciudad. Muchos recuerdan, por ejemplo, Lutèce, un restaurante francés que abrió en 1961 en el 249 de la calle 50 Este, y que fueconsiderado uno de los mejores de la ciudad en una época dominada por la cocina gala. El que Draper y compañía coman repetidamente ahí resalta su éxito profesional, sentido de oportunidad y buen gusto; el que Lutèce cerrara sus puertas en 2004 (en parte a causa de la crisis generada por el 11 de septiembre) nos recuerda que en Nueva York nada es para siempre.

Otro hito de la serie perfectamente ubicable a pesar de haber desaparecido es el Gaslight Café, un recinto de los beats y la escena folk que se ubicaba en el subterráneo del 116 de MacDougal Street, corazón de Greenwich Village. Ahí ve Draper a un tipo leyendo un periódico a modo de performance teatral y ahí es adonde Peggy Olson -a inicios de la segunda temporada- presumiblemente se dirigía a ver a Bob Dylan, otro que por entonces se reinventaba à la Don Draper (talento y ambición desmedidos, nombre y biografía ficticios) en Nueva York.

Pero muchos más son los lugares de Mad Men que han sobrevivido a la guillotina del tiempo. Ahí están, orgullosamente viejos, el restaurante Sardi's (234 calle 44 Oeste), un clásico del distrito teatral de paredes tapizadas con caricaturas de famosos y donde Draper "celebra" con el comediante Bobbie Barrett mientras se dispone a acostarse con su mujer, durante el segundo ciclo de la serie. O el centenario bar y hamburguesería P.J. Clarke's (915 Tercera Avenida), donde solía ir el muy draperiano Frank Sinatra, y en cuya barra Buddy Holly le pidió matrimonio a su mujer en la primera cita, explicando su apuro con una frase que parece acuñada en Madison Avenue: "No tengo mucho tiempo". Es en P.J. Clarke's donde los jóvenes de la agencia celebran el primer triunfo de Peggy Olson bailando twist, en la primera temporada.

Otros lugares que permiten viajes al Nueva York clásico son el Oak Room Bar del Hotel Plaza, donde una noche Draper invita a Sterling a comer a su casa, y el Oyster Bar de la terminal de trenes Grand Central, donde al día siguiente Draper se venga de Sterling por intentar seducir a su mujer.

Y claro, en el mundo aterciopelado de Mad Men gran parte de la vida transcurre en habitaciones y bares de hoteles que siguen relativamente intactos: el Roosevelt (calle 45 y Avenida Madison), donde se va a vivir Draper cuando su mujer lo echa de la casa por un affaire y en cuya barra el director de arte Sal Romano rechaza los avances sexuales de un cliente; el St. Regis (Calle 55 y Quinta Avenida), donde Campbell intenta pasarse de listo mientras entretiene a un cliente con prostitutas; el Waldorf-Astoria (301 Park Avenue), donde el magnate hotelero Conrad Hilton cita a Draper para hablar de negocios; o el Pierre (Calle 61 y Quinta Avenida), donde comienza a operar casi clandestinamente Sterling, Cooper, Draper and Pryce durante la tercera temporada, antes de instalarse en el 9 de Rockefeller Plaza, en el último ciclo.

Ahora

El último domingo de agosto sucedió algo curioso: cuando AMC estrenaba el séptimo capítulo de la cuarta temporada de Mad Men, en otro canal se transmitía la entrega de los premios Emmy. Y mientras en el mundo real de Los Ángeles Mad Men recibía un Emmy como mejor serie dramática y mejor guión por tercer año consecutivo, en el Nueva York de Mad Men le entregaban el codiciado premio Clio a Don Draper por una de sus creaciones.

Y entonces Draper se iba a festejar su triunfo con tantas ganas que despertaba un par de días después con una mujer con la que no recordaba haberse ido a la cama, y que lo llamaba por su nombre verdadero, "Dick". Y mientras a Draper eso lo hacía más real, a nosotros nos hacía un poco más ficticios. Así sea.

Relacionados