Por Antonio Díaz Oliva Agosto 27, 2010

Era una extraña figura en el cielo. Tal como el resto de los presentes, John Irving se percató de ese punto en las alturas que, a todas luces, parecía ser un paracaidista. Una persona en descenso que -a medida que se acercaba- se develó como lo que realmente era: una mujer completamente desnuda. Irving, en ese entonces profesor de la Universidad de Iowa, dividía su tiempo entre los libros y su papel como director del equipo de lucha grecorromana de aquella casa de estudios. Esa tarde, con varios de sus alumnos habían preparado un asado. Y lo que hasta ese momento había sido una jornada familiar, se convirtió en una escena bastante extraña. Una que tuvo su clímax cuando aquella stripper aterrizó en uno de los círculos de cal que los alumnos usaban para luchar, y luego se fue caminando como si nada hubiese sucedido.

Hartos años se sucederían hasta que esa anécdota se transformase en literatura. Hasta que John Irving  vertiese algo de eso en "La última noche en Twisted River" (2009), su reciente novela, que llega a Chile en las próximas semanas. La razón, claro, es que no se podía escribir sólo de esa escena. Como lo dice una de las tantas máximas que hay en el mundo según Irving: la realidad poco importa. La ficción, en cambio, aparece como un espectro. "Sí, hubo una paracaidista de caída libre desnuda. Pero no era la Lady Sky (el personaje de mi novela). Ella, la de verdad, era una paracaidista contratada que aterrizó en una fiesta del equipo de lucha en una granja de Iowa. Muchas mujeres y niños (y sus padres) se ofendieron porque estaba desnuda. Pero nada más interesante pasó. Así es la vida real: generalmente decepcionante", dice John Irving (68) a Qué pasa.

"Recuerdo a Donoso. Era un hombre sofisticado y muy imponente. Le decíamos Pepe. Y creo que su señora se llamaba Pilar. Todos los estudiantes estaban enamorados de ella".

Pero, ¿qué hace un escritor, de la talla de Irving, practicando un deporte como la lucha grecorromana? Y la pregunta, por supuesto, nos lleva a otra historia. "Era pequeño, pero también muy fuerte. Y me metía en muchas peleas. Un día mi mamá me llevó a un gimnasio", recuerda Irving. "Si te quieres meter en peleas, tienes que saber cómo hacerlo", le dijo su madre. Ése fue el comienzo de una de sus grandes aficiones. De esa manera, las miles de peleas que Irving disputaría como luchador grecorromano, las combinaría con otro tipo de peleas: las literarias. La última es "La última noche en Twisted River", novela que había anunciado hace veinte años. "Sí, parece mucho tiempo de espera para empezar una historia que tenía muy clara desde el comienzo. Sabía la trama, cuántos años pasarían, las circunstancias que harían que este padre y su hijo se volvieran fugitivos. Incluso sabía que el hijo, Danny, se convertiría en un escritor", comenta. La razón de la demora es que, tal como en la lucha, para Irving el proceso de escritura es un procedimiento de ensayo y error. "En la lucha uno tiene que repetir varios detalles pequeños; uno ejercita movimientos y pasos muchas veces. La lucha no es 'natural'; mucho de lo que uno hace es una reacción aprendida luego de la reiteración. Escribir y luchar son eso: muchas repeticiones involucradas. En un match de lucha, eso sí, tu destino está en tus manos; en un libro, no es así".

Los escritores según Irving

Otra máxima: en el mundo según Irving los escritores son gente como él. Tipos que por la mañana salen a cortar leña. O practican deportes nada sofisticados, como lucha grecorromana. Personajes que se acercan al modelo de Ernest Hemingway. Ese escritor que pescaba, cazaba y practicaba boxeo. Pese a las similitudes, Irving advierte que no le gusta el autor de "Adiós a las armas". "En mi opinión, Hemingway fue un escritor mediocre. Un periodista que trajo a la ficción el dictado de reducir la historia a algo breve y simple. Y que sólo se puede escribir sobre lo que uno 'sabe' o lo que uno 'ha vivido'".

-De todas maneras, Hemingway es una de las principales influencias de muchos escritores...

-Por lo menos en la literatura estadounidense, él ha sido una influencia terrible. Estamos hablando de una literatura que anteriormente tuvo gigantes y heroicos pilares, como "La letra escarlata", de Hawthorne, y "Moby Dick", de Melville.

"Fue fácil escribir sobre una era tan nefasta como la de Bush"

Este juicio sobre Hemingway es una opinión compartida por Daniel o Danny, uno de los personajes en "La última noche en Twisted River", un novelón de 600 páginas que -después de la crítica dispar que recibió su anterior trabajo, "Hasta que te encuentre" (2005)- confirmó que el regreso de Irving a la ficción ha sido al mismo nivel de "El mundo según Garp" (1978) o "Una mujer difícil" (1998), sus dos obras famosas. En "La última noche en Twisted River" seguimos a Dominic Baciagalupo y Daniel, su hijo, quienes, luego de un confuso accidente que termina con la vida de una joven mujer, tienen que arrancar de Twisted River, un pequeño poblado al norte de Estados Unidos, en la frontera con Canadá. Así, mientras un policía les sigue el rastro, pasan los años y ambos personajes tienen que dividir caminos. Dominic termina como chef en un restaurante italiano en Boston. Danny, en cambio, se vuelve un escritor de renombre que odia a Hemingway.

-¿Qué tanto de John Irving hay en el personaje de Danny?

-Lo que haya de mi propia vida en esta novela, o en cualquier otra obra anterior, es superficial. Le di a Daniel mi educación biográfica de escritor (fuimos a las mismas escuelas), pero qué tanto. Le di a Danny una vida diferente de la mía. Una vida de pesadilla. Yo he tenido suerte; Danny no. A todos los que él ama, los pierde. Y ése no es mi caso, pero es a lo que le temo profundamente. Escribo más sobre lo que imagino y temo, que sobre lo que me ha pasado realmente.

-En un momento de la novela, Danny va a la Universidad de Iowa. Eso sucede en la misma época en que usted y el escritor chileno José Donoso estudiaron ahí, a fines de los 60. ¿Lo recuerda?

-Sí, recuerdo a Donoso. Era un hombre sofisticado y muy imponente. Le decíamos Pepe. Y creo que su señora se llamaba Pilar. Todos los estudiantes estaban enamorados de ella.

La era Bush

"Me gustaría que los estadounidenses fuesen verdaderamente multiculturales", responde Irving, cuando se le pregunta sobre los personajes de nacionalidades diferentes en esta historia. De alguna manera, los Estados Unidos que Irving desea se parecen a Canadá. Por eso no es raro que en un momento del libro, Danny se vaya al país vecino. En pleno periodo de Bush, cuando la guerra en Irak se avecina, Estados Unidos parece ser justamente lo contrario. De ahí, también, que al final de la novela las opiniones políticas de los personajes se multipliquen. "No la calificaría como una novela política, en el sentido de que los personajes hablan por el autor", advierte.

-¿Y qué novelas suyas considera políticas entonces?

-"Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra" es política porque todo lo que el doctor Larch dice y cree sobre el aborto en esa novela es lo que yo digo y creo; Larch, en otras palabras, habla por mí. "Oración por Owen" es política porque tanto Owen Maeny como el narrador de esa novela, Johnny Wheelwright, dicen lo que creo acerca de la guerra de Vietnam y Ronald Reagan; esos personajes son mis portavoces. Los personajes de "La última noche en Twisted River" no hablan por mí. Danny no es ni un ápice de lo político que soy yo. Hay varias opiniones evidenciadas en esta novela, pero no son mías.

-De todas maneras, al igual que usted, hay personajes que critican a Bush.

-No puedes escribir una novela sobre esos años y no tener personajes opinando sobre Bush. Todos, en ese tiempo, tenían opiniones sobre Bush. Por eso me gusta decir que no es que me convertí en un escritor "político"; es simplemente ser un escritor realista.

-¿Nunca se le ocurrió que el capítulo final de la novela fuese cuando Obama es elegido?

-No. Es muy temprano para decir qué logrará o no Obama. Además, fue fácil escribir sobre una era tan nefasta como la de Bush.

-¿Cómo ve los dos años que Obama lleva en el poder?

- De nuevo, es muy temprano para juzgar a Obama. Hay muchos conservadores, del ala más derechista (y, a veces, hasta racista), que ya se han decidido sobre Obama. Pero me cae bien el tipo y espero que lo demuestre. A Bush le dimos ocho años para que arrastrase hasta abajo, muy abajo, al país. Obama no puede sacarnos de ese hoyo de la noche a la mañana. Si algo hay que concederle, es tiempo.

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