Por Antonio Díaz Oliva Abril 30, 2010

© José Miguel Méndez

Era la confirmación que le faltaba. A comienzo del 2009, Mike Wilson (36) se subió a un auto. Se dirigía hacia el sector alto de Santiago. Su misión: constatar que la novela que ya iba camino a terminar tenía coherencia con la realidad. Que la historia que sucedía en un barrio de nombre La Avellana -el cual es destruido luego de la caída de varias bombas nucleares- no era una intriga salida completamente de su imaginación.

La teoría de Wilson, claro, se confirmó rápidamente. Ahí, frente a sus ojos, en medio de La Dehesa, vio varias casas que parecían haber sido fabricadas en serie, similares a las que había imaginado para su nuevo libro. Para Mike Wilson, esos barrios no eran como los suburbios de su ciudad natal, en Saint Louis, Misuri. No. Eran casas que más bien parecían extraídas de alguna película. "Como una burbuja trasplantada del celuloide. El tipo de paisajes de los suburbios que Spielberg muestra en Encuentros cercanos del tercer tipo o E.T.", dice.

Todos esos lugares, también, distan bastante del Chile al que llegó a fines de los 70, cuando tenía apenas tres años. Un país bajo dictadura, al cual su padre (cartógrafo de profesión y estadounidense de nacionalidad) fue enviado por el gobierno norteamericano. Y donde, durante los cuatro años que estuvo, acumuló sus primeros recuerdos de infancia. El mismo país al cual decidió volver después de haber terminado sus estudios de literatura en la Universidad de Cornell, en el 2005. Lo cierto es que desde ese regreso, varias cosas han sucedido en la vida de este escritor argentino-estadounidense. En esos cinco años Mike Wilson Reginato: (1) empezó  a trabajar como profesor de Literatura Inglesa en la Universidad Católica; (2) fue padre de dos hijos (esta novela está dedicada a uno de ellos: Sabrina); (3) el 2008 publicó El Púgil, una novela ambientada en un Buenos Aires extraño, sobre un tipo traumado después de haber peleado en las Malvinas que deviene en boxeador fracasado; (4) fue fichado por el reconocido agente literario Guillermo Schavelzon, el mismo día que se aprontaba a firmar el contrato para publicar Zombie. Una novela que lanza la próxima semana y que, por lo demás, lo tiene como una de las nuevas apuestas de la editorial Alfaguara.

El tour de las dictaduras

Zombie

Sucede cuando Mike Wilson saca algo de su escritorio. "Mira", dice y muestra una caja con mate. Lo raro, claro, no es el mate. Lo curioso es que Mike diga "mira" y no "mirá". La explicación: pese a que Wilson es mitad argentino (su madre es trasandina), a que cursó gran parte de la enseñanza básica y toda la media en Buenos Aires, poco se le nota. Lo mismo sucede, en todo caso, con su lado gringo, que si bien es detectable por un leve acento, no es demasiado evidente. De esa manera, algo ardua es la tarea de situar a Mike dentro del mapa de la narrativa actual latinoamericana (¿Argentina?, ¿Chile?, ¿Estados Unidos?). Ése es el tipo de problemática que, por ejemplo, tuvo el mexicano Jorge Volpi cuando lo puso en su reciente libro de ensayos El insomnio de Bolívar y, de pasada, lo describió así: "Mike Wilson produce textos extraños e inclasificables que escapan del severo realismo -a veces naturalismo o costumbrismo- que prevaleció en nuestras letras en la última década".

"Mi infancia fue como una suerte de tour de las dictaduras. Chile, Paraguay y Argentina eran espacios raros. Si uno era de afuera, costaba mucho sentirse en confianza con los demás".

Pero antes de desembarcar en Buenos Aires, su padre fue enviado también a Paraguay. "Curiosamente mi infancia fue como una suerte de tour de las dictaduras", bromea. Y luego agrega: "Chile, Paraguay y Argentina eran espacios raros. En Paraguay había un ambiente opresivo y un hermetismo que se sentía en todas partes. Si uno era de afuera, costaba mucho sentirse en confianza con los demás". Y si un costado familiar de Wilson está en Estados Unidos, el otro se halla en Mar del Plata. Ahí es donde su abuelo materno -en un ambiente que podría entrar en la ficción de Ricardo Piglia- trabajaba como mánager de un cine. Ésos son los dos mundos por los que Mike Wilson circula y que compartió con cuatro hermanos que, actualmente, viven en Estados Unidos. El mayor es un camionero que constantemente recorre Estados Unidos.

-¿Y te has ido de viaje con tu hermano camionero?

- Sí. La última vez fue hace como diez años atrás. Es cansador estar en la carretera día y noche. Es un tremendo trabajo. Lo interesante, eso sí, es conocer el Estados Unidos de verdad y no el de fachada. Y de hecho, la otra novela que escribí, que hasta ahora se llama Rockabilly, está dedicada a mis hermanos. Por alguna razón la idea de estar divagando en un territorio medio híbrido, en una suerte de nowhere, siempre estuvo persiguiéndome mientras la escribía.

El señor de los zombies

Demoledor de suburbios

Otro detalle curioso: cuando uno entra en la oficina de Mike, en el Campus San Joaquín, hay muchos cómics y novelas gráficas. Más superhéroes que los héroes literarios esperables para un profesor de literatura de la UC. Eso, por supuesto, va de la mano con la estética y el discurso de Mike Wilson: "Para mí la cultura pop es un vehículo para comunicar algo. No es simplemente citar por citar. Es una forma de sampleo".

Así, un sampleo bastante interesante ha logrado Mike Wilson en sus libros editados hasta la fecha. En El púgil, su primera novela, las referencias van desde la obra y vida de Roberto Arlt hasta la estética de Blade Runner. O desde el clásico cómic trasandino El Eternauta hasta la voz de Orson Welles leyendo La guerra de los mundos. Si nos ponemos minuciosos, habría que decir que El Púgil es una novela argentina. No así Zombie, la cual circula por terrenos radicalmente diferentes. Por eso, una advertencia para los que quieran aventurarse: si bien los protagonistas no superan los quince años, bien poco hay de novela juvenil en estas páginas. Aquí están, conózcanlos: James, Andrea, Fischer y Frosty. Ésos son los pequeños sobrevivientes que deambulan por las calles y el bosque que circunda a la comunidad La Avellana. Los que nos muestran el devastador panorama de lo que alguna vez fueron casas perfectas con patios perfectos para familias perfectas. Algo similar a las imágenes posapocalípticas de La Carretera, de Cormac McCarthy.

De hecho, podría decirse que Zombie es una suerte de El señor de las moscas (el clásico de Golding), pero salpicada con cultura pop a destajo. Y con una amplia presencia de las imágenes de los suburbios que las películas estadounidenses nos han grabado en la memoria. Imágenes que llegan a su fin cuando varias bombas destruyen todo. Como bien sintetiza uno de los personajes: "La felicidad plástica encontró su fin en la forma de un hongo nuclear". La misma felicidad plástica con la que Mike Wilson se encontró, algo curioso por saber qué había detrás de esas colinas encaramadas en el barrio alto de Santiago, aquella tarde a comienzos del 2009.

- ¿Siempre te interesó la idea de destruir un suburbio en esta novela?

- Sí. Quería trabajar con la hipocresía de esos espacios que han proliferado en América Latina. Siempre me pareció algo atrayente y algo hasta un poquito enfermo. Alguien me preguntó en un momento por qué usé adolescentes como protagonistas. Nunca me lo había preguntado, pero fue porque quería cierta honestidad, que se manifiesta con estos chicos que están en ese momento de su vida (infancia) y que intentan volver a la normalidad. Me interesaba correr el velo de ese espacio urbano que es el suburbio y ver cómo se ha ido deteriorando.

- ¿Y cómo te sentiste esa tarde en que anduviste por La Dehesa?

- Muy raro. Estuve fuera de Chile por tanto tiempo y, de repente, estos lugares aparecieron. De hecho, cuando iba en el auto y observaba las casas, sentía que la situación era demasiado extraña. Incluso, en un momento, pensé que estaba en medio de un capítulo de La dimensión desconocida.

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