Por Yenny Cáceres Abril 9, 2010

"¿Podremos tener plantas?". La pregunta golpea a Josep-Maria Martín, un catalán que ha dado la vuelta al mundo con sus proyectos artísticos, desde la frontera de Tijuana hasta Japón. Josep viene de vuelta, pero aun así la pregunta lo remece. Porque cuando se vive en medio del desierto, almacenando agua en tambores porque el camión aljibe pasa cada 10 días, eso no es trivial.

La pregunta se la hicieron hace una semana. Justo en la víspera del feriado de Semana Santa, Josep emprendía viaje a Caleta Chipana, un lugar en medio de la nada, a medio camino entre Iquique (130 km al sur) y Tocopilla (100 km al norte). Ahí se vive de la pesca, de mariscar o de recoger huiros. Las primeras familias llegaron en los 80 y fueron construyendo sus casas a pulso. Primero vivieron en carpas. Y luego, cuando pasaron los años y nacieron los hijos, las carpas mutaron a improvisadas viviendas armadas de a poco con planchas de cholguán.

Pese a la cercanía del mar, es un paisaje desértico y con suerte llueve una vez al año. Aquí tener plantas es un pequeño tesoro. Por eso, cuando Josep-Maria Martín llegó a presentar el proyecto de desarrollar en Caleta Chipana un prototipo de una vivienda social, sus habitantes, un poco desconfiados y aburridos de escuchar promesas, preguntaron si esta vez era cierto. Si esta vez podrían tener agua potable y ver florecer sus plantas en el desierto.

Made in Chile

Josep-Maria Martín es un hombre que no sabe de temblores. Cuando sus amigos en España se enteraron que viajaría a Chile, un país recién terremoteado, trataron de disuadirlo. Pero no podía echar marcha atrás. Menos aún cuando llevaba ya dos años en este proyecto, que nació como una invitación para exponer en la Galería Gabriela Mistral con motivo del Bicentenario. Chile en la cabeza de este catalán es Allende y Alfredo Jaar. Josep es parte de esa generación que vivió con admiración la llegada democrática al poder de un presidente socialista. Y como vuelta de mano, fue uno de los gestores de un proyecto de Alfredo Jaar que intervino en 1999 una plaza de Barcelona en homenaje a Allende.

El catalán Josep-Maria Martín realizó una residencia el fin de semana pasado en Caleta Chipana. Se reunió con la comunidad y escuchó sus inquietudes: la falta de luz y agua.

Pero ése no es su único nexo con Jaar, el artista visual chileno más importante hoy a nivel internacional. Además de ser amigos, comparten la cualidad de ser artistas de proyectos donde la estética y la ética caminan por el mismo carril. "No me interesa estetizar la urgencia. Me interesa proponer cosas desde el arte. Hay un problema de credibilidad de todo, de los políticos, de la prensa. Lo mismo pasa con el arte. Me interesa recuperar la credibilidad de la estética y del arte", dice el catalán, que arma sus proyectos in situ, en un trabajo estrecho con la comunidad. "Mis trabajos son horizontales, teniendo en cuenta el contexto; y verticales, porque sumo a profesionales de otras áreas".

Gestionar un locutorio móvil para inmigrantes en Barcelona o construir una parada de autobús en Inubuse, Japón, han sido algunas de sus iniciativas. Milutown se llamó esa parada de autobús. Un proyecto que a la distancia parece irrelevante, hasta que uno se entera que allí los inviernos son crudos, con más de 6 m de nieve acumulada, y donde una parada de autobús habilitada con televisión y café puede convertirse en un refugio.

Made in Chile

Otro de sus proyectos lo llevó a Tijuana, en México, casi en la frontera con Estados Unidos. En la sede de la YMCA conoció la realidad de los cerca de 500 chicos que llegan allí luego de haber tratado de cruzar ilegalmente la frontera. Así, ideó el prototipo de un centro de formación e información juvenil sobre la frontera, pero finalmente la iniciativa fue retirada de la exposición InSite_05, bajo el supuesto de que incitaría a la inmigración ilegal.

Está claro que las obras de Josep no terminan colgadas en una galería o en un museo. El proyecto para la muestra Bicentenario de la Galería Gabriela Mistral tampoco sería la excepción. "Soy un españolito que 200 años después (de la Independencia) viene a presentar un proyecto", fue lo primero que pensó cuando lo invitaron a exponer. Cuando aterrizó en Santiago, en noviembre de 2008, ya sabía lo que  preguntaría aquí: ¿Quiénes son ustedes?

La mediagua del arte

Durante un mes, realizó entrevistas con más de 50 personas. Con políticos, como el senador UDI Hernán Larraín y la ex vocera de gobierno Carolina Tohá. Con los escritores Alejandro Zambra y Rafael Gumucio. Con el historiador Alfredo Jocelyn-Holt y el arquitecto Alejandro Aravena. Con el publicista Tomás Dittborn y la artista visual Voluspa Jarpa. Con una cartonera y una tarotista. Le intrigaba saber con qué se sentían identificados los chilenos. "No somos como los argentinos ni como los brasileños", le respondieron. También le inquietaba crear un proyecto que tuviera un componente de desarrollo humano, tema en el que su inspirador es el economista Manfred Max-Neef, a quien también entrevistó. Y así, entre conversa y conversa, llegó a la idea de diseñar el prototipo de una vivienda social: Made in Chile. "Si la primera casa del individuo es su cuerpo, su segundo hogar es su casa", reflexiona, al explicar cómo esta propuesta intenta ligar la problemática de la identidad con la necesidad de construir viviendas de emergencia dignas. "La gente tiene que sentir que su casa los representa".

Desde un principio, y por iniciativa de Ernesto Ottone, director de Matucana 100, se quiso contar con el apoyo de Un Techo para Chile. "Uno de los íconos de Chile es la mediagua. Es una respuesta muy sencilla a una situación de emergencia. El problema es que es una solución que se alarga en el tiempo. Si vamos a construir viviendas de emergencia, tienen que ser la base de la vivienda definitiva. Una mediagua siempre te recuerda que eres de clase baja", asegura Josep.

La meta de Un Techo para Chile de erradicar los campamentos durante el 2010 encajó perfecto con la propuesta del catalán. Sólo faltaba elegir el lugar. Visitó campamentos en San Bernardo, Valparaíso y Valdivia. Como era una propuesta experimental, debía aplicarse en una comunidad pequeña. A fines del 2009, luego de viajar más de dos horas desde Iquique, el catalán supo que lo había encontrado. Ahí, de espaldas al mar y como un lunar en medio del desierto, divisó unas 50 casas, algunas armadas con planchas de cholguán. Un lugar sin flores. Era Caleta Chipana.

Vivir en Chipana

"Dormimos en sus casas, nos duchamos en sus baños, comimos su comida", cuenta Josep-Maria Martín, ya de vuelta de una estadía de cuatro días en Caleta Chipana. Lo que dice Josep no es gratuito. Porque las cosas funcionan de otra manera en Chipana. Como no cuentan con energía eléctrica, se las arreglan con un generador que mantienen encendido 5 horas al día, hasta las 12:30 de la noche, y por el que cada hogar paga mil pesos diarios.

Made in Chile

Esta puesta en marcha del proyecto incluyó reuniones en Iquique para coordinar la acción conjunta del municipio, el Ministerio de Bienes Nacionales y Un Techo para Chile. En la actual etapa de diagnóstico se definirá quiénes pueden optar al subsidio habitacional y quiénes realmente están interesados. Porque como apunta Claudia Zaldívar, directora de la Gabriela Mistral, que también viajó a la zona, algunas familias se ven enfrentadas a una encrucijada: el colegio más cerca está a 40 km. Frente a ese escenario, para algunos padres es mejor alternativa optar a un subsidio en Iquique.

Al menos 19 familias querrían sumarse a esta iniciativa. "Tengo la sensación de que hubo buen feeling. Todos me querían regalar amuletos de buena suerte o que probara sus mariscos. Es un proyecto complejo, ellos viven ahí por elección, por la tranquilidad, pero saben que tienen que mejorar", dice el catalán.

Lo que viene son unas jornadas de reflexión sobre Desarrollo Humano que se realizarán en mayo en Matucana 100. Y en septiembre será exhibido en la Galería Gabriela Mistral el prototipo de esta vivienda, que será diseñada por los arquitectos Roberto Benavente (Chile) y Teddy Cruz (Guatemala), más la asesoría del uruguayo Rafael Viñoly. Aún no hay bosquejos, porque antes se quiso conversar con los vecinos y conocer sus necesidades.

La prueba de fuego la tendrán en agosto, a cientos de kilómetros de Santiago, cuando Josep-Maria Martín nuevamente viaje a Caleta Chipana. Ahí aprovechará de testear el prototipo en terreno, con las familias de los pescadores, ocupando un modelo a escala real que se construirá en cartón. El primer paso para que Chipana deje de ser un lunar en el mapa y tenga su propio desierto florido.

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