Por Antonio Díaz Oliva Febrero 20, 2010

© Nicolás Abalo

La división en las editoriales, en ese entonces, era simple y machista. Así lo ha recordado Nan Talese, una de las editoras emblemáticas estadounidenses: "Si es que había mujeres, se les encargaba que editaran libros de cocina o, a lo más, de misterio". Una división, claro, acorde al mundo editorial de los años 40, 50 y 60. Un mundo que más bien parecía la agencia Sterling and Cooper de la serie Mad Men. O sea: con humo de cigarros en las oficinas, vasos de bourbon a media mañana y muchos hombres de negro caminando por los pasillos. En un ambiente así fue donde Nan Talese dio sus primeros pasos. Nan, como si fuera poco, también tenía que lidiar con otro peso: era esposa de Gay Talese, el famoso cronista norteamericano. Pero eso no fue un impedimento para que iniciara su carrera. Al contrario: fue el mismo Gay quien la impulsó a contactar a un editor que conocía en Random House. Poco tiempo después, Nan se catapultaba como una de las editoras más importantes de las letras anglosajonas. En sus cuarenta años ligada a este mercado, ha trabajado con autores como Ian McEwan o Margaret Atwood. Y fue, por ejemplo, la gestora tras el fenómeno James Frey (autor de la polémica En mil pedazos).

Lo cierto es que, hoy en día, los pasillos del mundo editorial ya no están atestados de tipos como Don Draper bebiendo bourbon. Un ejemplo: a fines del 2009 Random House Mondadori España cerró un ciclo con la salida del italiano Riccardo Cavallero, quien dejaba su puesto de director editorial luego de 18 años, y era reemplazado por la española Núria Cabutí. Por primera vez una mujer se ponía al mando del segundo gran grupo editorial español (tras Planeta). Y si bien el gesto podría pasar desapercibido, no fue así. La prensa hispana recalcó la noticia y el medio catalán El Periódico catalogó a Cabutí como "la mujer más poderosa del sector editorial local".

Esto se sumó a la llegada de la colombiana Pilar Reyes al mando de Alfaguara España, el año pasado, luego de haber estado trabajando en el área infantil. "Hace poco Pilar era la directora editorial en Colombia. Ése es un gran salto", comenta Andrea Viu, directora editorial de Alfaguara en Chile.

La industria local tampoco escapa a este matriarcado. Eso se hizo evidente a partir de diciembre, cuando la salida del escritor Carlos Labbé de Planeta (que durante dos años se desempeñó como editor) desató una serie de rumores sobre su reemplazante. Y, hasta el momento, suenan fuertemente puros nombres de mujeres. "Contrario a lo que pasó hace dos años, en que todos los postulantes para el cargo fueron hombres, curiosamente esta vez llegaron muchos currículum de mujeres", confirma Elsy Salazar, gerente general de Planeta. "El asunto de que somos mayoría es una tendencia mundial", comenta Melanie Jösch, editora de Random House Mondadori en Chile. Andrea Viu reafirma: "No sólo en Chile somos más. En todos lados es igual".

Las damas de la edición

Sucedió hace unos años, cuando Sergio Ramírez preparaba su gira de promoción por diversas ferias latinoamericanas. "Al matriarcado Alfaguara", escribió el escritor nicaragüense en el subject del mail dirigido a las cabezas de la transnacional. Desde hace un tiempo que en esa casa editorial hay más mujeres que hombres en los puestos editoriales. Hoy, el gesto de Ramírez se ha extrapolado y, entre la gente relacionada al circuito literario, muchos hablan del "matriarcado Alfaguara".

"Las mujeres suelen ser más abiertas a nuevos imaginarios y más atrevidas. Los hombres tienden a ser más conservadores y a privilegiar el canon", comenta Marisol Vera.

Pero hay más señales a nivel hispanoamericano. El 2008, en Madrid, se hizo el primer encuentro de editoras. Bajo el victoriano nombre Las Damas de la Edición se reunieron editoras de América Latina y España en diversas mesas para debatir su actual papel. "En el mundo editorial, al menos en lengua castellana, en su mayoría son mujeres las que se dedican a la edición", dice Jösch al respecto. Luego de la salida de Germán Marín (quien empezó como editor en Sudamericana y luego derivó a Random House Mondadori hasta el año pasado), Jösch asumió ese puesto en Chile. Periodista con un magíster en Literatura, antes había trabajado como editora durante ocho años en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, en España. Asegura que fue la mejor escuela. De su trabajo reciente, rescata haber editado La fidelidad presunta de las partes, la última novela de Jaime Collyer, y el segundo libro de relatos de Marcelo Lillo.

Andrea Palet es otra de las editoras emblemáticas en Chile. Licenciada de Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, estuvo un tiempo en Ediciones B, luego pasó a free lance y actualmente tomó la dirección del magíster en Edición de la Universidad Diego Portales. "En la edición anglosajona hay una tradición de copy-editors mujeres, porque seríamos más concienzudas, minuciosas, atentas al detalle", dice.

Además de Nan Talese, un caso recordado de editora mítica es el de Pat Kavanagh, fallecida el 2008. Esposa del escritor Julian Barnes, tuvo como clientes a Tom Wolfe, el mismo Barnes y John Irving. Su función era tanto de agente literaria como de editora consultora de sus escritores. Tanto que, cuando se peleó con su casa editorial, se llevó a todas sus firmas literarias e instaló un sello propio. Su última aparición fue cuando Andrew Willy (conocido como el Chachal y quien actualmente maneja el legado de Roberto Bolaño), le levantó al británico Martin Amis, robándole así un cliente de 23 años.

Sin la tradición anglosajona, este matriarcado se ha instalado en Chile lentamente. En la mayoría de los casos, las editoras han llegado a esto después de desempeñarse en otras áreas. Como Andrea Viu, que estudió Periodismo en la Universidad de Chile pero, al poco tiempo de ejercer, se dio cuenta de que el reporteo no era lo suyo. Se fue a Estados Unidos, donde hizo un magíster en Letras. Y, a la vuelta, cayó de rebote en Alfaguara. "No tengo estudios de edición, pero ahora doy clases. Cuando partí en esto no existían cursos al respecto, ni creo que hubiese el interés por la 'edición de libros' que parece haber hoy", asegura. Sus últimos dos trabajos fueron hits para Alfaguara: Missing, de Alberto Fuguet, y Correr el tupido velo, de Pilar Donoso.

El matriarcado editorial chileno

El asunto, claro, no es iniciar una guerra de sexos. Y menos hablar de una "discriminación positiva". Las mismas editoras lo saben. "En este oficio hay hombres extremadamente sensibles y de excelente oído literario, y mujeres brutas como topos, sin sentido del humor ni tacto ni conocimientos mínimos, aparte de saber combinar la ropa", dispara Palet. "Podemos ser más versátiles y completas en la edición en general. Pero los editores literarios hombres, cuando son buenos, son en realidad excelentes, logran rigores y profundidades asombrosas", comenta Isabel Buzeta, licenciada en Literatura de la UC que ejerció como editora en Grijalbo y Random House antes de fundar el sello independiente Uqbar. Desde ahí ha publicado tanto a escritores jóvenes, como Andrea Jeftanovic y Nona Fernández, hasta best sellers como Chile rumbo al futuro, de Edgardo Boeninger y varios de los de autoayuda de Pilar Sordo. "Eso sí, las mujeres somos más creativas en el ámbito editorial, porque somos menos prejuiciosas y representamos más mundos. Podemos ser más versátiles y completas en la edición en general", finaliza Buzeta.

Ellos las piden

Fue a mediados de los 80 cuando, en plena dictadura, comenzó a escucharse el nombre de Pedro Lemebel. Con el sector editorial chileno en su peor momento, los únicos disponibles para publicar a nuevos autores eran las editoriales nacientes y pujantes. Ahí es cuando Marisol Vera -quien llevaba un par de años al mando de Cuarto Propio, un pequeño sello independiente, luego de haber estudiado Economía en la Universidad de Chile y en Maryland- decidió publicar La esquina es mi corazón, el debut literario del miembro de Las Yeguas del Apocalipsis. La apuesta, por supuesto, era compleja. Lemebel hablaba de homosexualidad y de marginación social. Temas conflictivos en tiempos conflictivos. "Decidimos correr el riesgo y si bien no fue requisado, las librerías solían tenerlo bajo sus estantes y mostrarlo sólo bajo demanda", recuerda Vera. Si bien el libro no vendió, causó un efecto boca a boca inédito para la época. Tiempo después, en una Feria del Libro de Frankfurt, Lemebel -ya convertido en firma literaria reconocida- se acercaría a Vera y le agradecería la publicación de aquel título. La historia grafica algo que algunos escritores confiesan: las editoras tienen un olfato editorial diferente -más sensible y acucioso- al de los hombres. Otro ejemplo: Ygdrasil, de Jorge Baradit, una novela que mezcla ciencia ficción con sadomasoquismo, era ciertamente una carta riesgosa para cualquier editor. El manuscrito pasó por varias manos sin mucha suerte. Hasta que Andrea Palet, en ese entonces en Ediciones B, lo leyó y apostó por publicarlo, resucitando el género de la ciencia ficción en Chile. "No quiero decir que sea la editora del freak show, para nada", comenta Baradit. "Ella es muchísimo más que eso, pero claramente tiene responsabilidad en la aparición de estas rara avis de la literatura y, por extensión, en otras más recientes". Asimismo, entre los hits de Palet se cuenta Siútico, de Óscar Contardo (que va por la sexta edición, algo inusual para el mercado chileno), Memorias prematuras, de Rafael Gumucio, e Historia y poder de la prensa, de Raúl Sohr. "Desde el punto de vista del trabajo del 'editor', las mujeres suelen ser más abiertas a nuevos imaginarios y más atrevidas a la hora de diseñar proyectos editoriales, más dispuestas para el trabajo en equipo y con los autores", comenta Marisol Vera. "Los hombres tienden a ser más conservadores y a privilegiar el canon. Si lo piensas, detrás de la instalación del boom latinoamericano, por ejemplo, estuvo la poderosa agente literaria Carmen Balcells". Pese a que asegura que la figura del editor ha cambiado y ya no hay tanto feedback con el escritor, Mauricio Electorat (quien editó su última novela, Las islas que van quedando, con Alfaguara) asegura que "mis manuscritos han sido leídos mucho mejor por editoras que por editores".

"Vamos bien. Pero claro que en los puestos directivos... ya te imaginas que ellos predominan", aclara Andrea Viu. Y luego advierte: "Aunque espérate no más. Ya vamos para allá también".

Fuguet da fe del cambio de pasar de trabajar con editores a alguien como Andrea Viu, de Alfaguara. Recuerda el difícil trato en sus novelas iniciales y agradece la actitud "maternal" de Andrea en la edición de su último libro, Missing: "Me estaba llamando constantemente. Me contaba sobre la crítica que había recibido. Además, me daba en el gusto en cosas que otros editores jamás cedieron, como no tener lanzamiento o lo de dejar en algo ambiguo el género al cual pertenece Missing". "Siempre están y tienen un minuto; saben apagar incendios, saben delegar, son derechas, exigentes y van siempre para adelante", dice Patricio Jara, quien ha trabajado tanto con Palet como con Viu. "Cuatro de mis novelas han tenido editora y siempre fue una muy buena experiencia, sobre todo a la hora de organizar el trabajo, que es tanto o más importante que, por ejemplo, discutir un párrafo". Experiencias muy lejanas a la época en que el escritor argentino Juan Forn llegó a Planeta. Su forma de editar, demasiado brusca para algunos, le valió el decidor sobrenombre de "manos de tijera".

"Aunque hay mayoría de mujeres en la parte editorial, todavía en los puestos de marketing los hombres siguen al mando", dice Melanie Jösch. Pese a eso, aquel escenario podría eventualmente cambiar. "Vamos bien. Pero claro que en los puestos directivos... ya te imaginas que ellos predominan", aclara Andrea Viu. Y luego advierte: "Aunque espérate no más. Ya vamos para allá también."

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