Por Álvaro Bisama, escritor y profesor de Literatura Febrero 13, 2010

-Uno-

Escrita en 1989, descubierta hace poco y publicada recién ahora, El Tercer Reich puede ser leída como un policial anómalo, un thriller en sordina, una novela del exilio o una jugarreta de freaks. En todas esas versiones las 360 páginas del libro cumplen con las expectativas -que eran pocas, hay que decirlo: se podría haber tratado de algo como El secreto del mal- y las superan ampliamente con un relato tan extraño como gélido: el diario del peculiar verano del alemán Udo Berger, jugador de wargames (juegos de estrategia que reproducen en un tablero diversas campañas militares) en un balneario mediterráneo. Ese diario describe los días de Udo e Ingerborn, su novia en un hotel de la Costa Brava española. Mientras ella toma sol, él despliega una partida de El Tercer Reich en la mesa de la habitación. El juego resucita los movimientos de las tropas alemanas y aliadas en la Segunda Guerra Mundial. El texto establece una tensión entre el tablero del wargame y lo que pasa afuera: Udo e Ingerborn conocen a Charly y Hannah; Charly hace windsurf y está dañado y martiriza a Hannah de mil maneras posibles; Udo intenta seducir a Frau Else, la gerente del hotel, a quien recuerda desde la adolescencia; conocen al Lobo y el Cordero, habitantes del pueblo que los llevan de paseo de noche; conocen al Quemado, que tiene la cara desfigurada y arrienda botes en la playa. Udo juega, anota las minucias diarias, refiere las intrigas del mundillo de los wargames, escucha los desmanes de Charly, que termina desapareciendo en el mar. En un momento, sobre la mitad de la novela Ingerborn retorna a Alemania y Udo se queda en el pueblo. En algún momento, invita al Quemado a jugar con él. La partida se vuelve angustiosa. Udo, paranoico, comienza a vivir en el infierno.

Por supuesto, este resumen es demasiado breve. En las novelas de Bolaño lo importante nunca sucede a la vista: su marca de fábrica es el anuncio velado de la amenaza que acecha a los personajes más allá de lo legible, el misterio de un orden oculto del mundo que sólo pueden entrever por medio de la locura, la violencia, los sueños o el sexo. En ese sentido, El Tercer Reich no es la excepción. La atmósfera del libro se enrarece paulatimente mientras Udo se pierde en el juego que es, quizás, una metáfora de la Historia: "En resumidas cuentas todos nosotros éramos como fantasmas que pertenecían a un Estado Mayor fantasma ejercitándose sobre tableros de wargames (…) Parecemos sus oficiales, burladores de la legalidad, sombras sobre sombras" .

Así, los wargames de la novela son, en cierto modo, el antecedente de las vanguardias poéticas de Los detectives salvajes y de los serial killers de 2666: sistemas culturales o criminales que esbozan maneras de soportar o procesar lo real, mecanismos de vida artificial capaces de poner en escena la épica desviada de un colectivo, las miniaturas y los fetiches (fichas de una partida irresoluta, cuerpos desmembrados en la frontera) que aspiran a remedar a la vida. Por supuesto, fracasan. Perdido en su partida, Udo anota las señales de su desmoronamiento: mientras los otros viven o mueren en sus vacaciones, el héroe de El Tercer Reich apenas juega. Dice Udo, dice Bolaño: "Comemos envueltos en un silencio interrumpido únicamente por observaciones banales que en realidad son silencios que añadimos al gran silencio que desde hace una hora o algo así rodea al hotel y el pueblo (…) Luego tomaré Londres y lo perderé de inmediato. Contraatacaré en el Este y tendré que retroceder".

-Dos-

Pero hay más cosas en el libro; preguntas, antes que respuestas. La más importante: ¿por qué Bolaño guardó en un cajón el manuscrito?, ¿qué le molestaba en él para que no viera la luz hasta el presente? Imposible de saber. Se me ocurre una teoría: a pesar de que acá ya están puestas sobre la mesa sus obsesiones básicas (las fichas en el wargame que era su literatura: los freaks de la cultura, los cuerpos deformados por la violencia, el deseo como un látigo insoslayable, la parodia de cualquier épica), el formato no alcanzaba aún su punto de cocción. Como novela, El Tercer Reich es quizás demasiado lenta o convencional en términos estructurales: enfocada en el detalle de las acciones de Udo, el libro no se acelera hasta la segunda mitad, hasta el momento exacto en que Ingerborn vuelve a Alemania y Udo se queda en el pueblo, solo y al borde del colapso. Por supuesto, esa morosidad es entendible. A pesar de la coincidencia de temas, Bolaño no ha trazado aún su plan de dominación mundial del campo literario, no ha pensado en los límites y alcances que rebasará su escritura. Cerrada sobre sí misma, El Tercer Reich apenas tiene eso que hace que los bolañistas padezcan sueños mojados: el descubrimiento de los lazos secretos entre sus distintas obras, la sugerencia de una complejísima conspiranoia que vincula sus relatos y poemas como si en el abismo que los une o los separa se escondiera el secreto de nuestra literatura del futuro.

Poco de eso hay en esta novela, tal vez un link con Heimito, el nazi idiota que era amigo de Ulises Lima en Los detectives salvajes. Pero es muy tenue. Por lo mismo, Bolaño acá aún no es completamente Bolaño. Este Bolaño aún cree en la novela como sistema, como forma. Aún no explota en pedazos ni destruye nada. Eso vendrá después, en el borde del cambio de siglo. Aún así, el libro es inquietante. Como en Embalse de César Aira (otra novela perfecta sobre un apocalipsis vacacional), se relatan acá los detalles del tedio de los bañistas y el paisaje lunar de los balnearios en el borde exacto del fin del verano. Bolaño, quizás por experiencia propia, escribe -de un modo tan existencial como policial- del aburrimiento y de la violencia de esos lugares, de los destinos terminales de quienes hacen una economía del ocio de los otros, del paisaje folclórico de una España que es con suerte un parque temático para el resto de Europa. En medio de todo eso, que ya es de por sí terrible, Udo Berger intenta revertir en el tablero los hechos de una guerra ya perdida mientras juega con el Quemado, personaje incierto cuyas cicatrices testimonian un horror simétrico y olvidado en medio de tanto veranito europeo: el cuarto reich de nuestras dictaduras latinoamericanas.

-Y Tres-

Finalmente, una sugerencia de lectura. Se me ocurre que gracias a todo lo anterior, habría que leer El Tercer Reich pensándola como una obra de su tiempo: 1989, el año en que la novela chilena creyó hacer contacto con el resto del universo habitado. Mientras acá los autores de la Nueva Narrativa Chilena se preparaban para tomar por asalto el mercado con todas esas fábulas realistas de reconstrucción nacional incubadas en el taller de un José Donoso que en el fondo los despreciaba, Bolaño escribía en silencio  El Tercer Reich, una novela sobre personajes empecinados en vivir el tiempo horroroso o imposible de una épica en miniatura. Por lo mismo, a pesar de que nunca se encontraron (Bolaño llegó tarde a la fiesta chilena, ya no quedaba nadie en la pista de baile), es inquietante y necesario y reparador pensar y leer esta novela desde esa distancia sólo posible en un universo paralelo de nuestro pasado literario: el abismo habitado sólo por los temblores y el sudor helado que puede llegar a provocar la mejor literatura.


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