Por Alberto Fuguet* Septiembre 5, 2009

1. Parto por la conclusión: de un tiempo a esta parte existe la idea, fundamentada creo, de que ciertas series, de cierta televisión (básicamente HBO y otras señales de cable, aunque hay programas que han nacido de la TV abierta norteamericana), superan con creces lo que se está haciendo en el cine y, si se quiere polemizar, incluso en la literatura. He estado promocionando esta idea. Llevo un par de años en esta cruzada. No tengo claro por qué, pero es cosa de ir al cine comercial para ver que ahí no está lo mejor de lo que se está produciendo. Y pasar ocho horas y ver cuatro cintas muy premiadas y financiadas del cine arte latinoamericano en el último Sanfic te hacen quedar lo suficientemente apaleado como para correr a tu casa a desintoxicarte y ver algo decente y normal e inteligente como, no sé, Nurse Jackie o Hung, una serie acerca de la crisis que hoy vivimos, filmada en el epicentro mismo del desastre: Detroit.

Pocos libros logran conectar de la manera novelística como lo hacen las series. Y es que las series -de nuevo: nada nuevo- son las nuevas novelas. Del siglo XIX nos saltamos al XXI. Novelas por entrega que producen adicción y que nos hablan de la sociedad (todos) en vez de las penas de un autor (él). Ejemplos de series notables existen y son muchas. Mientras los críticos de cine se desgastan colocándoles estrellitas a cintas mediocres y prescindibles (partiendo por aquellas que supuestamente son importantes y premiadas), llama la atención que no exista aún el crítico de series, acaso el nuevo y verdadero arte contemporáneo. Las series fueron realizadas para "otras pantallas" (acaso las nuevas pantallas) y tienen una vocación popular (quieren ser vistas). Como si eso fuera poco, han encontrado un tempo acorde con los tiempos: poco, pero mucho. Una hora semanal durante semanas y semanas y semanas. Mientras una cinta de 90 minutos puede volverse intolerable, hay gente sin tiempo ni para respirar que, sin darse cuenta, ha pasado más de 36 horas seguidas con determinados personajes.

Mad Men

¿Alguien vería un filme de 36 horas?

Desde Los Sopranos y Six Feet Under hasta Dexter y Weeds, pasando por The Wire y The Shield y la notable In Treatment. La TV abierta yanqui, enfrentada a la competencia, ha tenido que subir la calidad de su producción y, cada vez más, está mejorando su oferta (House, The Office, The West Wing). Esto sucede, como suele suceder, afuera. Lejos. Los que están revolucionando la televisión son los norteamericanos y después los ingleses. Ojo: cuando hablo de televisión, hablo de esta televisión. No deja de impresionar que aquel medio que claramente produce lo peor (¿alguien ha visto recientemente Chilevisión?, ¿o ese canal católico que celebra 50 años de debacle?, o a TVN que insiste en ser el canal de todos cuando es el canal de los menos preparados no más) también es capaz de producir lo mejor. El problema no es que la pantalla sea chica (algo, por lo demás, discutible), es lo chica que es la gente que tiende a trabajar para la tele.

2.  Curioso: no me siento fan del mundo de la publicidad ni admiro la estética publicitaria ni considero que uno de los grandes logros audiovisuales locales es un indio tirado sobre el pavimento caliente tratando de escuchar si el camino habla. Un aviso clásico, dicen, creado por artistas, por tipos en extremo creativos (en las agencias hay tipos que son tildados de creativos), por mentes brillantes, rápidas y cool. Me cuesta creer eso. Quizás es una tranca mía, pero creo que existe un leve consenso en admitir que la publicidad puede generar muchas cosas malas y, por cierto, algunas cosas buenas, pero creo que nadie, ni con varios Red Bulls y vodkas-de-moda de más, se atrevería a decir que la publicidad es el octavo o noveno arte y que la gente que trabaja en ese mundo lo hace "por amor al arte", "para expresarse", "porque creen en la revolución". Quizás sí. Una amiga que trabaja "en el medio" me dijo: "Es plata fácil, horarios atroces y pésimas ideas mal copiadas, pero estamos vendiendo salchichas y en treinta segundos, ¿qué esperas? Tampoco hay que tomarlo con gravedad. Es un grupo de gente insegura que, juntos, se sienten seguros. Es un club, como cualquier otro".

Puede ser. No todo en la vida es consecuencia, no todo el mundo puede trabajar en lo que quiere, no todos creen que la honestidad es un bien superior.

Mad Men

Por eso mismo, a partir de ese mundillo de gente que usa zapatillas de moda e insiste en vestirse como si tuviera 17,  Matthew Weiner y su equipo han logrado un nivel de profundidad y verdad asombroso. Quizás uno de los grandes aciertos de Mad Men es que no está ambientada ahora (ya lo veo: mucho sofá rojo, mucha pared verde limón, mucho pantalla plana e iPhones), sino antes que los sesenta se transformaran en los sesenta. En Mad Men los creativos se visten todos iguales y deben inventar todo de cero y cuando les llega una idea de copiar el inicio de un filme con Ann-Margret todos se sienten insultados.

La serie no es acerca del sueño americano, sino de la pesadilla. Aquí la televisión está encendida para exhibir comerciales, pero no es capaz de apagar el ruido interno que plaga las mentes de seres solos, que mienten, que deambulan semiborrachos por las calles de Nueva York.

Mad Men es Mad Men, la notable y premiadísima serie fetiche-de-los-críticos creada por AMC, una cadena de cable menor, para darle un golpe a HBO y Showtime (aunque, por esas cosas, en América Latina la transmite HBO). Su tercera temporada acaba de partir en Estados Unidos (se puede conseguir vía modos no precisamente legales, pero totalmente habituales utilizando la red) y más pronto que tarde empezará a transmitirse por estas latitudes. En todo caso, las dos temporadas anteriores (unas 26 horas) están disponibles en estuches retro design.

Mad Men es acerca de la publicidad pero, usando ese microcosmos, trata del país que inventó el eslogan de que todo se puede vender, sobre todo aquellas cosas que uno no quiere o no necesita. Y por ser tan intensamente norteamericana, tan intensamente capitalista, la serie hace algo sencillamente genial: deconstruye lo que publicistas nos quieren vender. La serie no es acerca del sueño americano, sino de la pesadilla. Aquí la televisión está encendida para exhibir comerciales, pero no es capaz de apagar el ruido interno que plaga las mentes de seres solos, que se mienten y mienten, que deambulan semiborrachos por las angostas calles de un Nueva York que poco y nada tiene que ver con el de hoy.

Gente demente

3. Lo voy a decir, aunque sea peligroso y arriesgado afirmarlo: Mad Men ha llegado donde nunca una serie ha llegado porque es quizás la gran novela literaria norteamericana del trabajo del siglo XX y una de las indiscutidas obras maestras artísticas del siglo XXI.

Tenía que suceder, iba a suceder, sucedió.

Un medio supuestamente menor (la televisión, y la televisión por cable) se fija en una actividad dudosa y resbalosa, y la combinación es inspirada, intensa, notable. Entre las miles de gracias de Mad Men está justamente la de abordar el mundo de la publicidad no como un sitio de personas geniales y muy-al-tanto, sino como un trabajo donde prima el engaño, la concesión, la deslealtad y la mentira. Donde nueve de cada diez veces gana el lugar común y donde el cliente, por imbécil que sea, casi siempre tiene la razón y es clave estar siempre seduciéndolos. Mad Men no es La Hechizada. Nada de Larry Tate ni el suburbio como copia feliz del Edén. Dick Draper (el otrora desconocido Jon Hamm, hoy el nuevo Gregory Peck) es el director creativo y centro de la serie. Y pocas veces un personaje ha sido capaz de lograr ser una metáfora y un ser de carne y hueso. Draper no es Draper. Es un tipo que, con mentiras y estrategias, ha trepado. Pero él lo sabe. Engaña a todos, pero no a sí mismo. Como en una novela de Richard Yates (la serie es muy Richard Yates y un capítulo al azar coloca en ridículo a la mediocre adaptación de Vía Revolucionaria de Sam Mendes), Mad Men tiene clara una cosa y ahí está su fuerza y su riesgo: no importa lo que se gana, lo que se tiene, lo que se conquista… al final todos se van a quedar solos, porque ya lo están. No importan las mujeres, los niños, los autos, las cuentas, la ropa alucinante. Esto va a terminar mal o sin un final feliz. Esto es televisión, sí, pero no es Hollywood.

4. Mad Men (el título significa Tipos escindidos o enajenados, pero también implica los Hombres de la calle Madison, pues durante un tiempo las principales agencias estaban en la Madison Avenue de Manhattan) es acerca de la publicidad, y pocas veces el llamado placement ha sido mejor usado. Perturbador que uno de los grandes monólogos que se ha visto en cualquier tipo de pantalla tuvo que ver, como sucedió al final de la temporada uno, con un carrusel para ver diapositivas fabricado por Kodak (verlo en You Tube). A diferencia de otras series o películas, en Mad Men los publicistas trabajan, no hacen casi otra cosa, y es en ese proceso supuestamente creativo donde vemos cómo funciona el engranaje que mueve al sistema, pero, más que nada, nos enteramos del mundo interno de cada personaje. Porque para Matthew Weiner (uno de responsables de escribir Los Sopranos, pero HBO no fue capaz de creer en él a la hora de firmar el contrato para crear Mad Men), un personaje no es sólo su vida interior sino aquello que tiene que hacer para ganarse la vida, le guste o no.  Dime en qué trabajas y te diré, más o menos, quién eres. En Mad Men, tal como en la vida, muchas de las crisis son provocadas por el trabajo más que por los afectos. Por eso Mad Men es un deleite: a diferencia de las teleseries, donde alguien es contador, abogado, médico o profesor, pero su norte siempre está ligado a sus conquistas amorosas, en Mad Men lo que importa es el trabajo y, de hecho, son los afectos los que complican el trabajo. Peor aún, como en el caso de casi todas las mujeres, la falta de trabajo o un trabajo indigno arruina la vida afectiva.

Draper y su guapísima mujer (una suerte de doble de Grace Kelly) van un día de picnic y dejan todo el parque lleno de desechos. Es en esas escenas en que uno ama Mad Men. Es tal la confianza que tiene Weiner en sus personajes y en su historia, que los deja hacer de todo. Los deja vivir como vivieron. No intenta agradar a la platea.

5. El factor retro: se ha hablado mucho. Hay directores de arte que se masturban capítulo a capítulo. Sin duda, está instaurando una moda (Banana Republic empezó a vender ropa Mad Men). Pero aquí el arte está usado como pocas veces se usa y como siempre debería. Las marcas de los productos están en el fondo y son parte de. Y no da la impresión, como en Los 80, que todos están usando lo que está de moda. Porque si bien Mad Men es retro, es un retro brillante y no sonso. Ya la idea de que esté ambientada en los 60, pero que aún estén lejos de los hippies y Woodstock, es magistal. Weiner y su equipo se basaron en las cintas de Hitchcock (Intriga internacional) y en ciertas películas de Jean Negulesco y Vincente Minnelli para lograr el look. Uno de las grandes aciertos es que las mujeres parecen mujeres y los hombres, hombres. Pero quizás lo que más excita y encandila es que, a diferencia de tantas cintas y serie de época, los personajes no saben que están viviendo en otra época que la suya.

Mad Men

Esto parece básico, pero es una de las claves de Mad Men. A diferencia de buena parte de nuestro arte, donde 1973 es la fecha clave y siempre es el pasado, el momento del quiebre en Mad Men -1962 ó 1963- es simplemente eso. No están condenados por lo que pasó antes ni están esperando lo que el espectador sabe que viene: el asesinato de Kennedy, Vietnam, etc. Pero eso no es todo. Los personajes no saben que los están mirando personas del siglo XXI. O quizás sí, pero no piden perdón por ser como son. En Mad Men los chistes homofóbicos o contra los judíos son pan de cada día. Que un compañero salga con una mujer negra es imperdonable. Las mujeres embarazadas fuman y toman, y dejan que los niños jueguen con bolsas plásticas en la cara. En la oficina, los martinis empiezan a las 10.30 AM. Acosar secretarias es casi un mandato y la idea que una mujer pueda ser algo más que un cuerpo provoca la carcajada general.

Por algún motivo, se tiende a romantizar el pasado. Los creadores creen que, quizás por la ropa o los autos, todo tiempo pasado fue mejor. En Mad Men la gente vive como vivía la gente. Los niños son como mascotas y siempre están viendo TV. Claramente no mandan en la casa ni son una preocupación clave. Draper y su guapísima mujer (una suerte de doble de Grace Kelly) van un día de picnic y dejan todo el parque lleno de desechos. Es en esas escenas en que uno ama Mad Men. Es tal la confianza que tiene Weiner en sus personajes y en su historia, que los deja hacer de todo. Los deja vivir como vivieron. No intenta agradar a la platea. Algunos dicen que la gracia de Mad Men es que es cinematográfica. Algo tiene, por cierto, pero lo que realmente posee en un tiempo televisivo. Mad Men se demora, se fija en detalles, observa, respira y deja respirar.

Como fumarse un cigarrillo con un martini. Para eso hay que tener tiempo y hay que tener estilo.

Mad Men lo tiene.

Le sobra.

* Periodista, escritor y cineasta

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