Por Gonzalo Maier Agosto 5, 2009

© Marcelo Porta

El trasatlántico lo esperaba en Buenos Aires. En septiembre de 1949, Nicanor Parra acababa de cumplir 35 años y en su maleta llevaba el único libro que había publicado más de una década antes. Se llamaba Cancionero sin nombre. Era un conjunto de poemas influenciado por García Lorca y que le había dado un pequeño nombre en las letras chilenas. En ese momento, cuando ponía sus pies sobre la cubierta, era aún un escritor en ciernes. Desde hacía algunos años trabajaba en el Departamento de Ingeniería de la Universidad de Chile y, gracias a una beca del British Council, pretendía terminar un doctorado en Cosmología en Oxford, Inglaterra. Precisamente por esa razón subía al barco. Pero la historia -siempre imprevisible- diría otra cosa: el que partía era un poeta y el que regresaría, dos años después, sería el antipoeta.

La vida privada de Nicanor Parra, quien el 5 de septiembre cumplirá 95 años, siempre ha sido una suerte de búnker difícil de indagar. El poeta, hoy afincado en Las Cruces, ha sido tan celoso de ella que muchos de sus cercanos ni siquiera manejan los detalles. Durante esa primavera de 1949, la II Guerra Mundial acababa de terminar y en Chile gobernaba Pedro Aguirre Cerda Gabriel González Videla. Parra estaba casado con Anita Troncoso y tenía tres hijos pequeños: Catalina, Francisca y Alberto. Los cinco vivían en una casa de la calle Paula Jaraquemada, en La Reina, y cuando le otorgaron la beca para partir a Europa, Parra habría dejado su familia al cuidado de Julio Ortiz de Zárate, uno de sus mejores amigos.

En un trasatlántico hay tradiciones. Una de ellas, durante los días en que Parra iba a Inglaterra, era la fiesta que celebraba el cruce de la línea del Ecuador. En un texto publicado en 1962, Emir Rodríguez Monegal, uno de los grandes críticos latinoamericanos, cuenta que Parra junto a John Adams, un estudiante uruguayo que partía becado a Cambridge, preparó para esa ocasión una imposible parodia de los famosos hermanos Marx que, más tarde, representaría frente al resto de los pasajeros. Otra anécdota de esos días la cuentan Paz Arrese y Edel Castillo, dos periodistas que en su tesis de licenciatura -a la fecha, el mejor texto biográfico de Parra, pero aún inédito- siguieron paso a paso la vida del poeta. Según ellas, en el barco Parra se encontró con un enviado del British Council que no sólo le corrigió su pronunciación del inglés sino que le aconsejó usar chaquetas tweed para estar a la moda. Un consejo que el poeta tomó al pie de la letra. De hecho, una de las primeras cosas que habría hecho al llegar a la ciudad universitaria fue ir a una tienda y buscar esas famosas chaquetas.

Paradójicamente, la estadía de Parra en Oxford resultaría fundamental no para sus estudios universitarios, sino para su poesía. Sin ir más lejos, casi dos tercios de los Poemas y antipoemas, el libro inaugural de su antipoesía, habrían sido escritos en Inglaterra. Allá leería a Shakespeare, Pound, Eliot y Auden, figuras claves no sólo para entender la obra del chileno, sino que buena parte de la poesía del siglo XX. El viaje a Oxford, sin quererlo, se transformaría en más que un viaje de estudios. Pero para que eso sucediera, tuvo que entrar en escena Edward Arthur Milne.

Milne era un astrofísico y matemático inglés que, durante décadas, enseñó en Oxford. Era un hombre delgado, algo calvo y que paseaba por la universidad con anteojos redondos. Estudiaba la expansión del universo e intentaba proponer una solución paralela a la de Einstein para la teoría de la relatividad. En la ficha que llenó Nicanor Parra para postular a la universidad, ya señalaba que Milne sería el tutor de su tesis, que se titularía "Some unsolved problems on Kinetic Relativity" ("Algunos problemas no resueltos en la relatividad kinética").

El chileno no era un novato en las aulas universitarias. Ya había estudiado Física y Matemáticas en el antiguo Pedagógico y en 1943 viajó por un año a Brown University, en Rhode Island, Estados Unidos, para continuar con un postgrado en Mecánica Avanzada. En Oxford, para resumir su expediente académico, debía terminar la tesis que lo convertiría en doctor.

El 17 de octubre de 1949, el poeta se matriculó oficialmente en Saint Catherine's College. En la ficha de inscripción aparece como estudiante de "Modern Mechanics" (mecánica moderna), aunque su especialidad sería la Cosmología. Ubicado en Manor Road, y casi en las afueras de la ciudad, Saint Catherine's -conocido como St. Catz o sencillamente Catz- era uno de los colleges más nuevos y, de paso, uno de los formalmente más relajados.

Una vez instalado en Oxford, Parra viviría en dos casas. Pero fue en la primera, ubicada en Pembroke Street, una pequeña calle cerca del famoso Christ Church -lugar donde filmaron los interiores de gran parte de las películas de Harry Potter-, en la que  estuvo más tiempo. Allí arrendaría una pieza con vista a un pequeño cementerio y escribiría poemas como "El soliloquio del individuo". Por las mañanas tomaría una bicicleta y pedalearía por la ciudad.

Los desconocidos años de Nicanor en Oxford

"No es un estudiante serio"

Según cuenta Héctor Fuenzalida -especialista en la obra de Parra- en el Boletín de la Universidad de Chile, números 102 y 103, publicado en 1970, el poeta chileno tuvo una variada fauna de compañeros de curso: "Un príncipe hindú, un matemático árabe riquísimo", además de "un japonés, físico y ajedrecista". En todo caso, según revela el mismo poeta en una entrevista con el académico Manuel Jofré, a poco de llegar a Oxford las clases estuvieron lejos de ser su principal preocupación: "Percibía por un lado a Shakespeare y por otro a Newton, y una de las primeras cosas que se me ocurrió fue memorizar el monólogo de Hamlet, y aplanaba las calles de Oxford, repitiendo hasta el infinito 'to be or not to be, that is the question"'.

Así, atrapado por la poesía, Nicanor Parra comenzaría a girar desde la órbita de Newton a la de Shakespeare en una traslación que, en un comienzo, no agradaría a sus anfitriones.

Los años de Parra en Oxford, además, estuvieron bañados de un aire melancólico. Según Arrese y Castillo, echaba de menos y no lograba acostumbrarse al frío protocolo inglés. Solía escribir cartas a sus amigos y, en ese contexto, los poemas se transformaron en su principal aliado. Tanto, que comenzó a faltar a clases y pasó de ser un mero alumno a transformarse en "el caso Parra".

Hasta hoy, en los archivos de St. Catherine's College se conservan las cartas y documentos sobre la suerte que corrió el antipoeta. El profesor Milne informó al censor de la universidad que el chileno lentamente había dejado de asistir a clases y que mostraba poco interés por continuar sus estudios. En un comienzo, las autoridades de la universidad optaron por advertirle que si no lo tomaba con seriedad se verían obligados a cancelarle la beca. Así fue como Milne citó a Parra a su oficina y le explicó la situación.

La creatividad del autor de Sermones y prédicas del Cristo de Elqui, como es de suponer, no es nueva. A esa reunión, según consta en un documento de la universidad, llegó con una antología en donde estaban incluidos algunos versos suyos y se los mostró a su tutor. Parra le habría dicho que no estaba perdiendo el tiempo, que había descubierto la tradición inglesa y pretendía escribir el libro de poemas que planeaba hace largos años. Para eso, claro, necesitaba no terminar el doctorado. Milne, siguiendo el riguroso pragmatismo inglés, informó de eso al censor: "Él no es un estudiante serio de matemáticas. Ha estado asistiendo a mis clases y seminarios, pero pareciera no tomar notas. A mediados del semestre me dijo que estaba usando el tiempo para escribir poesía porque Oxford lo inspira (...), él no está tomando parte en las discusiones de mis seminarios y no creo que pretenda terminar la tesis (...). Sugiero que él haga lo pertinente para aprovechar las oportunidades de Oxford, y que no sea presionado para seguir los cursos".

A los pocos días, a la oficina del generoso profesor de astrofísica, llegó la respuesta del censor. Parra había ganado. Le extenderían la beca por otro año y podría escribir sus versos tranquilamente.

Oxford en el tiempo

Marcelo Porta es, seguramente, uno de los que más saben sobre los años que Parra gastó en Inglaterra. En 1999 comenzó a filmar un documental sobre esa época -que pretende estrenar en 2010- y, para eso, ha viajado dos veces a Oxford. Según él, esos años de formación son esenciales para entender su poesía. Pero también fueron temporadas duras. Una vez, cuenta, Parra fue invitado a comer a la casa del decano de la facultad y sencillamente no apareció. No dio excusas ni nada y, según el protocolo británico, eso le bastó para ganarse la condena dentro de la universidad. Otra vez también fue invitado a comer y en vez de llegar solo, lo hizo acompañado: nuevamente un punto en contra. Porta, gracias a conversaciones con el poeta, supo que Parra además era un buen roommate. En la casa donde alojaba, la puerta se cerraba indeclinablemente a las diez de la noche, pero él dejaba entrar a sus compañeros por la ventana.

Los desconocidos años de Nicanor en Oxford

Durante el viaje que realizó en 1999, Porta se entrevistó con Robert Pring-Mill, una de las eminencias en literatura latinoamericana en Oxford. En esa cita, le mostró un video de Parra recitando a Shakespeare y Pring-Mill, según ha confesado el propio Parra, se animó a postularlo como Honorary Fellow de St. Catherine's. Un grado honorífico que le concedieron en 2000 y que hoy también comparten Noam Chomsky y Benazir Bhutto.

Parra finalmente terminó el libro de poemas que preparaba en Oxford. Lo tituló Poemas y antipoemas.  Exactamente 60 años después, en el actual máster en Literatura Hispanoamericana que se imparte en Oxford, hay un curso llamado "Latin American Avant-garde Poetry: Theory and Practice", donde el chileno es parte fundamental del plan de estudios.

El crítico Rodríguez Monegal cuenta que Poemas y antipoemas durante mucho tiempo tuvo el título provisorio de Oxford 1950, un nombre que no sólo da cuenta de la importancia de la ciudad, sino de la fecha en la que fueron compuestos gran parte de estos textos. La razón de bautizarlos como antipoemas la dio el mismo Parra en una conferencia, realizada en 1982, en el Liceo de Niñas de Temuco. Su intervención fue grabada por una profesora y, años después, reproducida por el académico de la Universidad Austral Iván Carrasco. Allí, Parra revela: "Yo estaba en ese tiempo en la Universidad de Oxford (...) escribiendo, puliendo libros (...). Un día pasé frente a una librería y me llamó mucho la atención un libro que se exponía en ese tiempo, que estaba en la vitrina. El libro se llamaba Apoemas, de un poeta francés, creo que Henri Michette". La idea le siguió rondando en la cabeza. Una vez de regreso en Chile, sus poemas fueron rebautizados. Ahora eran antipoemas.

Inga, la sueca

Héctor Fuenzalida escribe que a poco de llegar a Oxford, Parra "queda vulcanizado por el encanto de dos suecas de celestial pureza y ardor". A una de ellas, hoy nadie la recuerda. La otra se llamaba Inga Palmen. Era rubia, delgada, catorce años menor que el chileno y estaba de vacaciones en la ciudad. El amor fue fulminante. El poeta, como cuenta él mismo en Conversaciones con Nicanor Parra, de Leonidas Morales, se terminaría casando con ella en Londres y, más tarde, la traería con él a Santiago.
En el mismo libro, Parra explica que ya se había separado de Anita Troncoso, pero esa relación formalmente no terminaría hasta que el poeta volvió a Chile. Arrese y Castillo, sin embargo, escriben que la mujer chilena de Parra no se enteraría de la relación con la sueca hasta que, en 1951, su marido regresara a Chile de la mano de Inga. La incómoda situación se resolvería con la nulidad del primer matrimonio y la celebración de uno nuevo.

Parra regresó en junio de 1951, en pleno verano del hemisferio norte. Sin su doctorado, con una nueva mujer y con un conjunto de poemas que lo lanzarían al Olimpo de los poetas. Mac-Iver 22, a un costado de la Biblioteca Nacional, sería la dirección del departamento que durante años compartiría con Inga, una mujer silenciosa y ordenada que siempre encantó a los amigos del poeta.

La aventura de Oxford, eso sí, no concluiría tan fácilmente. Parra volvió a Chile en silencio. De hecho, tuvo una suerte de afasia que le impidió hablar. Por lo mismo, cuando regresó como subdirector de la Facultad de Ingeniería se tuvo que limitar a tareas silenciosas mientras su voz volvía  de a poco.

Al parecer, en Oxford y con los Poemas y antipoemas, Parra dijo buena parte de lo que tenía que decir.

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