Por Gonzalo Maier Julio 31, 2009

Aunque es muy fome, un chiste da vueltas por estos días en el mundo editorial chileno: "La próxima Feria Internacional del Libro de Santiago será tan internacional que ni siquiera asistirán las editoriales chilenas".

Generalmente, la genealogía de un chiste no es gratuita. Éste, por ejemplo, nació porque durante las últimas semanas gran parte de los editores nacionales agrupados en Editores de Chile, una institución gremial que funciona paralelamente a la Cámara Chilena del Libro, ha entablado una singular batalla precisamente contra esta última entidad, la encargada de organizar la feria del libro que, durante los últimos años, se ha instalado fielmente en la Estación Mapocho.

La primera y más visible de las discrepancias es el precio de los stands. A las editoriales no afiliadas a la Cámara Chilena del Libro se les cobra un 40% más que a los socios. Pero lo cierto es que el malestar va más allá. Tanto, que parte de Editores de Chile ya ha hecho pública la idea de instalar un feria paralela e, incluso, circula en internet una carta de rechazo a las políticas de la Cámara Chilena del Libro. En ella hay firmas que van desde premios nacionales como Raúl Zurita o Eric Goles, hasta escritores como Luis Sepúlveda u Óscar Hahn, pasando por cineastas como Orlando Lübbert o senadores como Juan Pablo Letelier. Quienes firman, por cierto, se comprometen a no asistir a la mayor Feria del Libro que se realiza en Chile.
 
La razón detrás del conflicto es sencilla: plata. Pero inmediatamente se descubre que también hay algo más: "Un trato justo",dice Sebastián Barros, editor de Pehuén. "Y ganas de hacer cosas nuevas", agrega Isabel Buzeta, de Uqbar Editores. Mientras, Eduardo Castillo -el presidente de la Cámara Chilena del Libro- afirma que todo este alboroto tiene mucho de desinformación y muy poco de cierto.
El asunto es así: hace un par de meses, cuando recibieron un colorido folleto con los precios que tendrán los stands para la Feria del Libro, los editores nacionales pidieron reunirse con el presidente de la Cámara Chilena del Libro. Para este 2009, un stand comercialmente competitivo, de aproximadamente 10 m2, costará poco más de $ 2 millones para quienes no sean socios de la Cámara. La petición de los  agrupados en Editores de Chile fue similar a la que hicieron durante las últimas versiones de la feria: un descuento que, aseguran, en ocasiones anteriores bordeó el 13,5%.
Hasta ahí lo cierto. Luego vienen las discrepancias.

Según parte de Editores de Chile, la respuesta a su petición fue un llamado telefónico en el que la Cámara Chilena del Libro informó que la solicitud no había calificado para ser analizada en el directorio. En castellano: o se pagaba la tarifa o no podrían asistir a la 29a versión de la feria. Paulo Slachevsky, director de Lom Ediciones y uno de los editores que esperan llegar a acuerdo para poder asistir a la feria, dice que "desde hace un tiempo los editores nacionales recibimos un trato muy poco cordial de parte de la Cámara. Ellos no pueden tratar así a la edición chilena".

Al respecto, Eduardo Castillo asegura que nunca llamó a alguien para decir que la petición no podía pasar al directorio: "Yo cuento la historia como es. En marzo nuestro directorio analizó el presupuesto de la feria y decidimos, a raíz de la crisis económica, no subir los precios respecto a 2008. Quienes hoy deciden no ir a la feria, cosa de la que nos hemos enterado por los medios, son los mismos que el año pasado pagaron los mismos precios sin problemas".

Para una editorial con casa matriz en Chile, asistir a la feria es un asunto serio. No sólo por las ventas que se puedan producir, sino por el trabajo de marca que se realiza, por el contacto que genera la interacción con los lectores y porque, a fin de cuentas, ésa debiera ser la máxima instancia que reúna a libreros, distribuidores, público y editores. Asistir o no a la feria puede marcar la diferencia entre un buen y un mal negocio. Usualmente, para las editoriales, las ganancias generadas en este evento son similares a un mes de venta en librerías. Algunas facturan poco más de $ 20 millones y otras quedan simplemente en cero, pero ninguna pierde. Aseguran que todas ganan, formando parte de la principal Feria del Libro en Chile, una instancia que para 2010 tiene a Chile como país invitado.

Anatomía de un conflicto

Un detalle no casual: el año pasado, para la inauguración de la feria, la presidenta Bachelet decidió entrar por la carpa que suele albergar a los editores locales en vez de hacerlo por la entrada oficial, que es donde están principalmente los grandes sellos. La decisión habría sido negociada directamente con algunos editores independientes como un guiño -similar al que esperan hoy- hacia la producción local.

Sobre la eventual no participación de varias editoriales que, según  datos de Editores de Chile alcanzaría al 70% de la publicación eminentemente chilena, Eduardo Castro -cabeza de Editorial Universitaria- advierte que "lo ideal sería tener una sola gran feria, pero si en la Cámara nos están ahorcando tendremos que irnos y crear otra. Una más pequeña. Finalmente, ellos se van a terminar transformando en la feria de unas pocas editoriales transnacionales y de un montón de librerías, y ese nunca ha sido el espíritu de una feria. En ninguna parte existe una feria de librerías".

El dato de que el 70% de lo que se publica en Chile corre por cuenta de las 45 editoriales afiliadas a Editores de Chile es algo que molesta a Eduardo Castillo. "Creerse dueño de la cultura nacional es de una soberbia sin parangón. ¿O me van a decir que Hernán Rivera Letelier, publicado por Alfaguara, no pertenece a la cultura chilena? ¿Quiénes son ellos para decir quién vale y quién no? Que ellos produzcan el 70% de los libros chilenos es absolutamente falso. Esa arrogancia de presentar los datos así es de una falsedad absoluta", asegura el presidente de la Cámara Chilena del Libro.

La lucha por la Feria del Libro

El diagnóstico del conflicto para Sebastián Barros, de Pehuén, se resume en que "la feria hoy es un referente importante: la inaugura la presidenta, va la ministra de Educación, se invitan países, pero creo que las autoridades debieran repensar su participación si el libro chileno no está ahí. Si la Cámara dice que va el que paga, está bien, pero no sé si las autoridades quieran inaugurar ese tipo de ferias. Si los editores independientes no vamos, el libro chileno efectivamente no estará".

Cuánto aportan los editores independientes a la producción local es un dato central, básicamente porque dirime qué parte de los libros chilenos estaría dentro o fuera de la feria. La discrepancia, por cierto, proviene de las estadísticas que no distinguen claramente, por ejemplo, entre un ensayo sociológico, un poemario, la memoria anual de un ministerio o un libro de matemáticas para cuarto básico. El ISBN, ese código de barras que acompaña a los libros, lo debiera aclarar, pero parte de Editores de Chile también alega que hoy esas estadísticas no ofrecen detalles y que el otorgamiento de ese código está en manos de la Cámara. Aseguran que debiera estar en un territorio neutral, como el Consejo del Libro.

A raíz de todo esto, el pasado miércoles 15 de julio, Editores de Chile concretó una reunión con la ministra de Cultura, Paulina Urrutia, con la idea de informarle lo que estaba sucediendo y cómo ellos veían el tema. A la ministra, relata uno de los invitados a esa reunión, se le contó que el problema no era sólo una discusión entre dos sectores, sino el producto de la independencia de muchos editores respecto a la Cámara del Libro. Urrutia, aseguran, habría escuchado atentamente y habría manifestado su confianza en que el problema terminará por solucionarse.

Isabel Buzeta, de Uqbar, afirma que dentro de todo este embrollo gremial "los auspiciadores de la feria aún piensan que están aportando a la cultura chilena. La lógica de los negocios culturales es que sean negocios, pero también que sean culturales". Y, según ella, esa visión en la Feria del Libro se habría perdido, girando hacia el aspecto meramente comercial. El presidente de la Cámara del Libro disiente: "Decir que la feria sólo mira el lado comercial merece un juicio, una querella. Y si nos hubiéramos equivocado, no llevaríamos 29 años con la feria y su prestigio. Me la he jugado por la diversidad y por el derecho de todos a participar. En todas nuestras ferias hay un stand gratuito para  la Sociedad de Escritores de Chile. Le damos otro stand gratis al Ministerio de educación, al Consejo del Libro".

Desde Chilectra, el principal y más emblemático auspiciador de la feria, dicen que no opinan sobre conflictos puntuales como éste.

La feria del futuro

La actual disputa que se cierne sobre la Feria del Libro de Santiago ha llevado a varios en el mercado editorial a reflotar ideas sobre cómo mejorarla. Una de las que rondan es la opción de moverla en el calendario e instalarla justo antes o después de la de Buenos Aires. Así como apunta Sebastián Barros, "con una feria instalada en abril sería mucho menos complicado atraer a gente de la industria del libro a nuestro país". Esto ayudaría a subsanar uno de los puntos débiles de la feria: su aún incipiente enfoque industrial. De hecho, para el mismo Barros, "a veces la feria se termina transformando en una liquidadora de libros".

Llevando el asunto a números redondos, dentro del mundo de las ferias del libro hay tres grandes tipos: las centradas en la venta, las culturales y las de industria. Las primeras funcionan principalmente bajo la lógica de la venta y la presentación de libros; las segundas, como Parati, en Brasil, apuntan a generar un gran evento cultural que saque a los libros de los estantes y los lleve a la calle (de hecho, Parati no es una feria sino una "fiesta literaria"); mientras que las terceras, ejemplificadas paradigmáticamente en Fráncfort, prácticamente no venden libros: están enfocadas en la transacción de traducciones, en contratos de representación y en la reflexión en torno a las grandes tendencias de la industria. El espíritu de la Feria de Santiago apuntaría a aunar esas tres vertientes, pero algo sucede.
Más allá de la venta, que efectivamente es exitosa y crece año a año, el resto está en entredicho. Isabel Buzeta opina que "culturalmente la feria no se piensa. No tiene onda. De hecho, desde hace un tiempo uno les dice a los autores que tal vez no puedan presentar sus libros en la feria y ellos responden 'bah, qué importa, para qué'". Sobre el tema, Paulo Slachevsky, de Lom, sostiene que lo central para que una feria funcione es lograr "articular actividades entretenidas, no sólo lanzamientos estáticos. Necesitamos abrir más la feria, yo todavía no entiendo para qué sirve el invitado extranjero. Cuando se acaba la feria, ¿qué queda de ese país?".

Ideas y modelos a seguir no faltan. En Parati, por ejemplo, existe una suerte de curador que organiza la feria y la conceptualiza, tal como si fuera una bienal de arte o un festival de cine. En otras, está la posibilidad de disponer libremente del espacio arrendado para ofrecer stands con un diseño novedoso. O, tal como sucedió con los "Bogotá 39" -un apéndice de la Feria del Libro de Bogotá que se realizó en 2007-,  que se saque a la calle a los escritores invitados para que sus intervenciones sean en espacios urbanos. Eduardo Castro, de Universitaria, es tajante: "Hay que reformular la feria de la Estación Mapocho. La Cámara Chilena del Libro tiene una mirada de muy corto plazo a la hora de organizarla".

Eduardo Castillo no pierde la calma. "Cuando alguien me pregunta por qué no han hecho esto o lo otro, yo los tomo de la mano y les muestro que lo hemos hecho 321 veces y les explico por qué no hemos vuelto a hacerlo. Pero ofrecemos toda nuestra disposición, estamos abiertos a recibir las sugerencias de todo el mundo. Por eso hemos logrado lo que hemos logrado. Latinoamericamente, la feria está muy bien. Somos ampliamente reconocidos en el exterior. Estamos en un nivel altísimo. Que a Chile lo inviten hoy a otras ferias es gracias a nosotros".

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