Por José Edelstein, profesor de Física teórica de la U. de Santiago de Compostela. // Ilustración: Fabián Rivas // Fotografía: Tamar Yustos Mayo 6, 2016

Llevamos en nuestro organismo unos mil cuatrillones de átomos de carbono. Uno por uno fueron creados en la infernal caldera del interior de las estrellas por la fusión de tres núcleos de helio. Sólo allí se alcanzan los cien millones de grados necesarios para cocinar este elemento que alberga seis protones en su núcleo. Cuando una estrella muere, el carbono es expulsado al espacio exterior. Al enfriarse y alcanzar cerca de tres mil seiscientos grados, los átomos se vuelven inestables y buscan desesperadamente formar enlaces con otros.

Si se reúnen grandes cantidades de átomos de carbono, estos adoptan la forma del grafito, esa sustancia sólida y negra que tiñe el papel al tocarlo, y que está en el corazón de nuestros lápices. En condiciones especiales de presión y temperatura, sin embargo, se acomodan en una hermosa estructura cristalina a la que llamamos diamante.

En presencia de otros elementos, el carbono es el átomo más proclive a establecer enlaces químicos. En particular, forma con enorme facilidad largas cadenas en las que se intercalan átomos de otros elementos, propiedad fundamental para que puedan existir moléculas como el ADN y, por lo tanto, para que haya vida.

In memoriam

Retazos de la charla que sostuvimos, junto a Richard Dawkins, el 23 de septiembre de 2014 en Tenerife, impregnan mis recuerdos de Harry Kroto. En una terraza luminosa, frente a la inmensidad del océano Atlántico, nos sumergimos en un diálogo fascinante, en el que se tejen preguntas fáciles de difícil respuesta. Cuando lo encontré tenía muy mala cara. Con una mirada húmeda me dijo que su esposa había tenido un accidente doméstico y no lo había podido acompañar. Ahora sé que había una preocupación bastante mayor en su cabeza. Acababa de recibir un terrible diagnóstico: una enfermedad degenerativa neuromuscular que rápidamente lo postró en una silla de ruedas y el sábado acabó con su vida. Quienes lo conocimos y pudimos disfrutar de su singular ingenio, no lo olvidaremos.

—¿Podría haber vida basada en un elemento diferente del carbono, como el silicio?
—Como químico diría que es altamente improbable. El carbono es excepcional. La diferencia con el silicio, en la misma columna de la tabla periódica, es inmensa. La sutileza de sus enlaces simples, dobles y triples le permite formar todos los compuestos aromáticos. El 95% de nuestra química es orgánica y la del silicio es prácticamente trivial, sólo produce polímeros en lugar de aminoácidos. Creo que la vida es suficientemente improbable y para ella es necesaria la sofisticación del carbono.

—¿Y cuán importante es el agua?
—El agua es muy importante como medio para todas las reacciones químicas. Es importante tener grupos hidrofílicos e hidrofóbicos para constituir la membrana celular y permitir un balance con el exterior. Pero ¿yo qué sé? Nunca he visto otras formas de vida. Ya es difícil hacerse a la idea de que nosotros existamos.

Kroto descubrió en 1985 una molécula de carbono muy singular, una suerte de pelota de fútbol de una millonésima de milímetro de tamaño. Sesenta átomos de carbono que se acomodan en los vértices de los veinte parches hexagonales y doce pentagonales que darían forma al hipotético balón.

—Si a pesar de su improbabilidad la vida pudo surgir en la Tierra, ¿cree que hay vida extraterrestre?
—Si hablamos de vida bacteriana, es muy posible que haya ocurrido muchas veces en los diez mil trillones de estrellas que tienen planetas. Pero la detección es otra cosa. Tiene que haber dos civilizaciones que se hayan desarrollado más o menos al mismo nivel tecnológico. Es probable que eso no haya ocurrido en nuestra galaxia porque tiene un radio de 50 mil años luz, que no es nada comparado con los tres mil quinientos millones de años que lleva la vida en la Tierra. Un auténtico problema es que cuando alcanzas el nivel tecnológico que te permite comunicarte con otros también tienes la capacidad de autoaniquilarte y el empuje requerido para el desarrollo tecnológico acaba alimentando ese afán autodestructivo.

El polen cósmico

La corteza terrestre alberga cerca de un octillón de átomos de carbono. ¿Cómo llegaron a la Tierra? Acarrear semejante cantidad de átomos requiere un sistema de transporte extremadamente eficiente. Los meteoritos contienen minúsculos diamantes, pero son insuficientes para dar cuenta de esa cifra exorbitante. Cualquier otra forma de transporte debe ser capaz de viajar distancias siderales sometida a la destructiva radiación cósmica que permea el universo.

Harry Kroto 2

Harry Kroto descubrió en 1985 una molécula de carbono muy singular, una suerte de pelota de fútbol de una millonésima de milímetro de tamaño. Sesenta átomos de carbono que se acomodan en los vértices de los veinte parches hexagonales y doce pentagonales que darían forma al hipotético balón. Una estructura geométrica que fue explorada en la arquitectura por Richard Buckminster “Bucky” Fuller, quien construyó las llamadas cúpulas geodésicas a mediados del siglo pasado. Kroto, quien tenía un enorme talento para el diseño, admiraba tanto el trabajo de Fuller que incluso quiso trabajar con él. Esta admiración fue providencial a la hora de identificar la estructura de una molécula a la que denominó, por razones obvias, fullereno o buckybola.

La cúpula geodésica ofrece una gran resistencia estructural. ¿Qué forma más segura puede haber de transportar el carbono a través del espacio que en estos vehículos tan resistentes? Kroto sostuvo esta hipótesis hasta el final de sus días y cada día son mayores las evidencias que la respaldan: las buckybolas podrían jugar el papel de una suerte de polen cósmico. Pequeñas semillas que, desparramadas al morir las estrellas, llevan el material del que está hecha la vida a los confines del universo. No son indestructibles pero, como dice Kroto, “son los mejores candidatos para aventurarse en los desolados territorios del cosmos sin ser destruidos por el campo minado de la radiación”.

El espejismo de Dios

Es imposible hablar del polen cósmico y del origen de la vida con Harry Kroto sin derivar en uno de sus temas favoritos: la religión.

—¿Es la religión un corolario inevitable de la conciencia?
—Es muy duro reconocer nuestra mortalidad. Si tienes una industria entera construida alrededor de tratar de convencer a la gente de la inmortalidad del alma y luego gente como yo intentando decirles
que son mortales... tendrán mayor alivio y consuelo allá.

—¿Podría haber resultado la religión evolutivamente favorable?
—La religión es interesante. Una de las cosas que produce es cohesionar a la comunidad. Lo vemos en Estados Unidos, donde la gente va a la iglesia los domingos. Yo no sé cuántos realmente son religiosos. Van con sus hijos, se visten para la ocasión... Y en una parte del país, en las pequeñas comunidades agrícolas, no hay nada más. Así, la religión tiene un valor comunitario. Solía tener el valor de asegurar que la comunidad trabajara cooperativamente para la supervivencia y no creo que eso sea ya necesario. La tecnología ha hecho posible sobrevivir aun sin sentido común. Tenemos teléfonos móviles inteligentes y podemos acudir al supermercado por comida. Estamos yendo cuesta abajo en el nivel general de inteligencia porque la comunidad científica ha creado un marco vital en el que no se necesita ni siquiera el sentido común. Cien años atrás necesitabas tener madera para el invierno, tenías que estar en sintonía con tu entorno. Ya no es necesario.

“Estamos yendo cuesta abajo en el nivel general de inteligencia porque la comunidad científica ha creado un marco vital en el que no se necesita ni siquiera el sentido común. Cien años atrás necesitabas tener madera para el invierno, tenías que estar en sintonía con tu entorno. Ya no es necesario”.

—¿En qué medida la incomprensión de la ciencia que hay detrás de la tecnología alimenta el pensamiento mágico?
—Ese es otro problema grande porque 50 años atrás se podía desarmar la radio, el teléfono… y maravillarse con la ingeniosa brillantez del diseño. Y ahora, cuando algo no funciona, no hay nada que puedas hacer. Las tecnologías que están a nuestro alrededor son simplemente inescrutables para un niño pequeño que aún tiene curiosidad. Ésta acaba por desaparecer de la mano de la gratificación instantánea que brinda la tecnología.

—Esto aumenta la sensación de magia...
—Hace poco caminaba por el campus y conté a un 50% de los estudiantes que estaban con su celular, usándolo o en la mano. Uno no puede dejar de pensar en lo que hacían esos mismos estudiantes veinte años atrás. Hablaban entre ellos mientras caminaban. Ahora la mayor parte de ellos no hablan entre sí. Es una desconexión de la realidad muy curiosa.

—El laicismo creciente de Occidente entra en conflicto con la actualidad del mundo árabe.
—Dentro del islam hay barreras psicológicas extremadamente poderosas para salvaguardarlo de la blasfemia. Y el mayor problema que veo es que el Corán es inmutable: cambiar cualquier palabra es un acto de blasfemia. Mientras que la Biblia no es vista como la palabra inmutable de Dios. Si tienes un concepto psicológico que puede convertir a alguien como Cat Stevens, de un día para otro, en alguien que llegó a sugerir que Salman Rushdie debía ser ajusticiado, tienes que pensar que se trata de algo realmente peligroso.

—Y con aceptación social.
—El asunto es que hay gente susceptible a esto. También hay muchas personas que recogen lo bueno que hay en las base de su religión y no lo malo. Tengo amigos árabes maravillosos, que leen el Corán sin atender a sus partes malas. Mientras que una minoría recoge lo malo y con la tecnología moderna puede hacer mucho daño. Si se unen y construyen una fuerza sinérgica, el mundo tendrá la clase de problema que estamos viendo actualmente en Irak y Siria, donde un gran número de personas son atraídas desde distintas partes del mundo por esta suerte de poderosa fuerza psicológica, profundamente inscrita en las infraestructuras sociopolíticas globales. Eso me tiene un poco inquieto, por nuestros hijos y nietos.

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