Por Gabriel León Agosto 28, 2015

El señor y la señora McClintock querían un niño. Ya tenían dos hijas y esperaban con ansias que su tercer hijo fuera hombre, pero el destino quiso otra cosa. El 16 de junio de 1902 la señora McClintock dio a luz en Connecticut a una niña a la que originalmente llamaron Eleonor, aunque más tarde cambiaron de parecer: la niña se llamaría Barbara McClintock. Con ese nombre entró en la historia de la ciencia mundial como la citogenetista más brillante que ha vivido. Sin embargo, debió enfrentarse a la indiferencia y suspicacia con la que sus hallazgos fueron recibidos.

La pequeña Barbara era curiosa y no tenía contemplado seguir el camino que la sociedad de la época tenía trazado para ella. Su hermana mayor ya había sido convencida de no ir a la universidad para dedicarse a la tarea de buscar marido. Barbara se resistió tenazmente a ese destino y, luego de graduarse como botánica en la Universidad de Cornell, decidió hacer un doctorado en la misma universidad, especializándose en un área nueva: la citogenética.

Por esa época, el estudio de los cromosomas estaba en pañales. Se sabía que los cromosomas estaban asociados a la herencia de los caracteres de la descendencia, y que era posible predecir la apariencia de un organismo dependiendo de la herencia de zonas específicas de los cromosomas. De esta forma, estaba claro que los genes se ubicaban en los cromosomas. Sin embargo, en ese tiempo la palabra genes representaba un concepto abstracto —esa entidad que determinaba las características de los organismos—, ya que se desconocía su identidad molecular. No se sabía de qué estaban hechos.

Impulsada por su tutor en Cornell, McClintock estudió, entre 1927 y 1931, cómo cambiaban físicamente los cromosomas del maíz durante el desarrollo de los gametos y las semillas.

Las células poseen dos versiones de cada cromosoma, una materna y otra paterna. Ambas versiones son muy parecidas —pero no idénticas— y reciben el nombre de cromosomas homólogos. Durante mucho tiempo se había sospechado que durante la meiosis —un tipo especial de división celular que sirve para generar a los gametos— los cromosomas homólogos intercambiaban trozos entre ellos. McClintock logró asociar una zona de un cromosoma del maíz a una característica física en el grano y, mirando los cromosomas al microscopio, logró asociar esa característica con el movimiento de un segmento de cromosoma desde un homólogo hacia el otro. De esta forma describió las bases físicas del entrecruzamiento o crossing-over, un trabajo considerado como clave en la historia de la citogenética.

En 1931, Barbara McClintock ganó una beca del Consejo Nacional de Investigaciones de EE.UU. para realizar una larga estadía posdoctoral trabajando en las universidades de Cornell, Missouri y el Instituto Tecnológico de California. En 1936 fue contratada como profesora asistente en la Universidad de Missouri, cuando ya era una figura reconocida de la citogenética gracias a sus estudios sobre la variación fenotípica en maíz.

Sin embargo, no estaba cómoda en Missouri. Las actividades docentes y administrativas la alejaban de la investigación experimental y, por otro lado, veía que como mujer sus posibilidades de optar a un cargo de profesora titular eran muy bajas. Al mismo tiempo, debido a su jerarquía académica, era excluida de las reuniones de la facultad, y su puesto de trabajo fue puesto en duda. Se sentía poco apreciada, y su investigación no avanzaba como esperaba. Debido a esto, buscó un espacio en el laboratorio de Cold Spring Harbor en Nueva York, donde trabajó desde 1941 hasta su jubilación, en 1967.

Los genes saltarines

La apariencia externa de los granos de maíz depende del color de la aleurona, el tejido más externo del grano. La aleurona está formada por miles de células y, en el tipo más conocido de maíz, esas células no sintetizan un tipo de pigmentos oscuros llamados antocianinas, por lo que el grano es amarillento. En Cold Spring Harbor, McClintock trabajó con un tipo especial de maíz, en el que el color de los granos no era homogéneo; éstos eran jaspeados: algunas células de la aleurona eran oscuras, ya que sintetizaban antocianinas, pero otras no lo hacían y eran amarillentas. Lo interesante es que este cambio ocurría en cada célula de manera independiente, lo que hacía que los granos de maíz fueran como un mosaico.

Se había hipotetizado que este fenómeno era producido por algún tipo de mutación inestable, que afectaba a los genes de biosíntesis de antocianinas en algunas células de la aleurona. Entre 1949 y 1953, McClintock descubrió —gracias a sus cuidadosas observaciones del color y estructura de los cromosomas de las células de la aleurona— que existía una región de los cromosomas que “saltaba” de un lugar a otro. Cuando lo hacía, “prendía” o “apagaba” a los genes de biosíntesis de antocianinas, cambiando la apariencia de la aleurona. McClintock llamó a este elemento móvil Dissociator o Ds. También descubrió que el movimiento de Ds dependía de otro elemento en los cromosomas, que ella llamó Activator o Ac. Estos hallazgos eran revolucionarios, pues por un lado ponían de manifiesto el fino control de la actividad de los genes y, de manera aún más inquietante, mostraban que el genoma de los organismos era inestable y no la estructura rígida e inalterable que se creía hasta esa época.

Es muy probable que lo revolucionario de sus descubrimientos fuera un impedimento mayor. Debido a la suspicacia e indiferencia con la que sus resultados fueron recibidos, McClintock decidió dejar de publicar sus hallazgos relacionados con los elementos móviles en 1953.

Todos estos hallazgos remecieron a la comunidad científica y chocaron con el escepticismo y la duda. ¿Cuánto contribuyó a esto el que McClintock fuera mujer? Es difícil saberlo. McClintock tenía un gran prestigio en los círculos científicos: en 1944 se había convertido en la tercera mujer en ser electa para la Academia de Ciencias de EE.UU., y al año siguiente en la primera mujer en presidir la Sociedad de Genética del mismo país. Es muy probable que lo revolucionario de sus descubrimientos fuera un impedimento mayor; basta recordar que sólo en 1944 se estableció que los genes estaban hechos de ADN, y en 1953 se determinó la estructura de esta molécula. Debido a la suspicacia e indiferencia con la que sus resultados fueron recibidos, McClintock decidió dejar de publicar sus hallazgos relacionados con los elementos móviles en 1953.

Al fin, los premios

En 1961, los genetistas François Jacob y Jacques Monod publicaron un revolucionario artículo sobre el control de la expresión génica, en el que describían mecanismos de control similares a los descritos más de una década antes por McClintock. A fines de los 60, otros grupos de investigadores describieron la presencia de elementos móviles en el genoma de bacterias, confirmando finalmente todas las observaciones de McClintock. A partir de ese momento, su trabajo fue reconocido como pionero. En 1971 recibió de manos de Richard Nixon la Medalla Nacional de Ciencias, y en 1981 se convirtió en la primera persona en recibir la Beca de la Fundación MacArthur —conocida hasta hoy como la “beca de los genios”—, que consistía en el pago de US$ 60.000 al año de por vida. Ese mismo año ganó la medalla Lasker.

El 10 de octubre de 1983, a los 81 años, Barbara McClintock se convirtió en la primera mujer en la historia en ganar el Premio Nobel de Medicina y Fisiología de manera individual por el descubrimiento de los elementos genéticos móviles. Al enterarse de la noticia, Barbara McClintock comentó: “Es un honor extraordinario. Puede parece algo injusto, sin embargo, recompensar a una persona que lo ha pasado tan bien durante todos estos años haciéndole preguntas al maíz y mirando sus respuestas”.

Barbara McClintock murió el 2 de septiembre de 1992

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