Por Nicolás Alonso Enero 22, 2015

© Marcelo Segura

“Esto es algo físicamente pequeño, pero la promesa de salud pública detrás es gigantesca”, dice Zolezzi. “10 mil personas mueren al día por tomar agua contaminada, y nosotros hemos logrado abatir el 100% de los virus y bacterias en un proceso muy simple. Es unir tecnología con pobreza”.

Lo que vio Alfredo Zolezzi esa tarde, tres semanas atrás, en el patio del hogar Koinomadelfia de Peñaflor, fue a la presidenta agarrar un vaso lleno de agua de pozo, la misma que hasta hace horas contenía los virus y bacterias que enfermaron durante décadas, de manera sistemática, a los niños del lugar, llevárselo a su boca y beber. Y junto a ella, en otros vasos con agua que estuvo infecta, vio hacer lo mismo a la ministra de Desarrollo Social, Fernanda Villegas, y al director de Innovación Social de Avina, Guillermo Scallan. Básicamente, a la mitad de los que lo apoyan. Y bebió él, claro.

Si todo lo que llevaba años afirmando, si su rupturista invento de purificación de agua, el Plasma Water Sanitation System, que le valió ser elegido por Wired una de las 45 personas con mejores ideas de 2013, y recientemente por World Finance entre las 100 empresas claves de 2014, iba a funcionar bien alguna vez, tenía que ser ese día. O Michelle Bachelet se iba al hospital, y con ella el proyecto de su vida, con el que planea dar una solución al problema de acceso a agua potable que afecta a un quinto de la población mundial, y que acaba con la vida de diez mil personas por día.

No se puso nervioso. Más bien pensó que las cosas, por fin, comenzaban a acelerarse. La tecnología de purificación de agua que inventó en su Advanced Innovation Center (AIC) en Viña del Mar, donde desde 2011 utiliza tecnología de alta gama para buscar soluciones a problemas humanitarios, al fin iba a salir de su laboratorio. Y lo haría respaldada por el gobierno, que aportó 170 millones de pesos para la construcción de diez equipos en cinco localidades, que serán el medio de acceso al agua para 410 personas.

Poco después, Bachelet diría: “Quiero destacar la visión de Alfredo Zolezzi. En el agua que hoy les estamos dando a estos niños y niñas, estamos trazando un camino a seguir. Es una tecnología chilena, que pronto va a ser exportada a otros países, como Bolivia y Paraguay, así como Haití y África”.

Más tarde, Zolezzi, diseñador industrial de profesión, pero innovador científico por vocación, ganador de la medalla Yuri Gagarin de la Academia de Ciencias de Rusia y del premio Avonni 2012 a la trayectoria, agregaría: “Esto es algo físicamente pequeño, pero la promesa de salud pública detrás es gigantesca. 10 mil personas mueren al día por tomar agua contaminada, y nosotros hemos logrado abatir el 100% de los virus y bacterias en un proceso muy simple. Convertimos el agua en otro estado de la materia, pero es simple. Es unir tecnología con pobreza”.

El camino que llevó a eso, por supuesto, no fue tan simple.

EL PLAN PILOTO
Es miércoles en la mañana, y en Peñaflor ya van tres semanas con agua. Alfredo Zolezzi, junto a dos ingenieros del AIC, están chequeando el sistema remoto que les permitirá medir el flujo de agua de cada equipo instalado en el país. Visualmente, el invento no es muy impresionante: parecen dos impresoras gigantes sobre bidones de agua de mil litros, con un tubo transparente instalado al frente de cada una. Dos, para que, ante una falla en una, los niños no se queden sin agua. Cuando Zolezzi lo prende, el tubo se torna de un color violeta intenso, y entonces sucede: el agua contaminada pasa a alta presión por el tubo fluorescente, y ahí recibe una descarga eléctrica de alto voltaje, que la transforma en plasma, el cuarto estado de la materia. Al salir, un segundo después, ya no tiene una sola bacteria. El sistema es tan disruptivo que la National Sanitation Foundation de EE.UU. lo testeó 24 veces a principios del año pasado, antes de darle el permiso para operar a nivel mundial: era el primer método que mataba al 100% de las bacterias.

La directora del hogar, Mónica Hernández, se conmueve cuando ve esa luz violeta. “Antes los niños se enfermaban, y ya no tomaban agua. Nos daba miedo. Ahora toman dos litros al día”, dice. “Cuando no has tenido agua por 22 años, el impacto es muy grande. Se trata de la dignidad”.

En el gobierno proyectan el impacto en las 417 mil personas sin acceso a agua limpia en Chile. Por eso, ya se están instalando otros dos equipos en Curacaví, que evitarán el cierre de una escuela rural, y durante el verano se inaugurarán cuatro en los campamentos Longovilo de Melipilla y El Milagro de Quilicura, y dos más en una escuela de Petorca. Es el plan piloto de una solución que podría parecer demasiado buena para ser verdad, en un planeta  en el que se proyecta que, para  2025, 1.800 millones de personas vivirán en zonas de escasez absoluta.

A la ministra Villegas le sorprendió la propuesta de Zolezzi, cuando en mayo del año pasado fueron reunidos por Fernando Paulsen, representante del empresario, junto al abogado Juan Pablo Hermosilla. Bastaron dos reuniones con Villegas, para que les comprometiera su apoyo. Hoy están evaluando los efectos del plan piloto en la salud de los beneficiados, la disminución en tiempo y costo, y el comportamiento de las comunidades frente a la tecnología. Si los resultados son claramente positivos, se plantean multiplicar la apuesta masivamente. “Estamos extremadamente interesados en masificarla”, dice la ministra.

Si eso ocurre, el plan que Zolezzi lleva años echando a andar, y que lo tiene permanentemente viajando entre reuniones con el BID y ejecutivos de compañías como Danone, Jarden y PepsiCo, con quienes está negociando los términos de contratos de colaboración, comenzaría a estar muy cerca de concretarse.

Ese plan, suele decir, no se trata de Chile. Sino del mundo.

El Plasma Water Sanitation System es capaz de purificar mil litros en tres horas.

 

LA ALIANZA DEL AGUA
Alfredo Zolezzi se toma un café y luce, como siempre, sobreestimulado. Acaba de llegar de Villarrica, donde compitió en un Ironman. Alguna vez fue campeón de taekwondo, y antes seleccionado nacional de rugby, pero ahora hace deporte para limpiar la cabeza: pronto debe viajar a dictar una conferencia en el BID, y entremedio hacerse cargo de sus compromisos como asesor de innovación de la Alianza del Pacífico. Si es difícil pillarlo en Chile, más difícil es lograr que suelte el celular.

Está entusiasmado. Dice que este plan piloto era lo que necesitaba para asegurarle al BID y al Banco Mundial la eficacia de su invento, del que pronto instalará algunas unidades en Tanzania, Nigeria y Ghana, y que para fin de año debiera haber al menos 50 funcionando en el mundo, a un costo de un octavo de centavo de dólar por litro de agua purificado. Siempre en zonas marginadas. “Lo vamos a aplicar donde la gente lo necesita, vamos a activar la demanda en lugares donde no hay poder adquisitivo. Antes de eso no la venderé”, dice. “Claro que la empresa tiene que ser rentable, y yo quiero ganar dinero. Pero no a costa de los pobres”.

Esa visión, que le ha abierto tantas puertas de grandes compañías como le ha cerrado las de capitalistas de riesgo, es lo que declara intransable: no vender la patente hasta asegurarse de haberla distribuido por el mundo en los lugares con escasez de agua. Para eso, pretende vender equipos a compañías necesitadas de mitigar su impacto y a gobiernos. Pero el financiamiento ha sido más lento de lo que esperaba. Zolezzi, que en 2010 convenció a la administración Obama de que le cediera tecnología de la NASA para montar su AIC, no ha calado con su discurso en los venture capitals. Pero sí ha entusiasmado a varios empresarios privados, como a los locales Jorge Errázuriz y Raúl Rivera, al norteamericano Vivek Wadhwa, y a un nombre de peso: el magnate indio Ratan Tata. Entre ellos, más otros inversionistas reservados, acaban de aportarle US$ 6 millones para echar a andar la primera etapa de su plan, y tanto Errázuriz como Rivera lo están ayudando a ordenar un centro más preocupado de las ideas que del financiamiento. El presidente ejecutivo de Sigdo Koppers, Juan Eduardo Errázuriz, también se ha reunido con él, y consultado para este reportaje, asegura que pronto presentará la idea al directorio de la empresa. “En esto hay un gran valor, vamos a tener una demanda enorme de privados y estatales, pero tienen que pagar lo que vale”, dice Jorge Errázuriz. “Cuando entramos, el AIC estaba en crisis, y hay que reorientarlo al lucro. Si además el invento ayuda a la humanidad, fantástico”.

Zolezzi dice que tiene ideas para unas 70 aplicaciones industriales, una vez que empiece el periodo de comercialización, pero hay otras cosas que le importan más por ahora. Como el acuerdo que está negociando con la Universidad Mayor para secuenciar el genoma de las bacterias que mata su plasma. Si entiende a ese nivel cómo actúa el mecanismo, dice, podría optimizarlo para hacerlo funcionar con paneles solares. Y eso aumentaría su impacto. Otro tema que lo tiene entusiasmado es el acercamiento de la División El Teniente, de Codelco, que está en proceso de firmar un acuerdo con el AIC para llevar agua limpia a otras localidades. Pedro González-Carbonell, gerente de Innovación, cuenta que hace dos meses fue a visitar el centro con sus mejores ingenieros para ver qué tan bueno era lo que hacían, y hoy están definiendo las condiciones para instalar la tecnología en una localidad cercana a Santiago y otra en la VI Región. También para explorar la utilización de la otra gran área del AIC: los superconductores, materiales que a muy bajas temperaturas no ofrecen resistencia a la transmisión de energía. Aún en fase de exploración, ya han sido capaces de pasar 300 amperes por un filamento de un cable, y hacer pruebas de levitación magnética. “Para nosotros esto es un diamante. Está en nuestra casa, sin ninguna barrera, y con un propuesta más disruptiva que cualquiera del mercado”, dice el ejecutivo de Codelco. “Por eso queremos empujar el carro”.

Zolezzi dice que esto es un sueño. Que hasta hace poco estaba convencido de que sólo iba a poder echar a andar sus inventos fuera de Chile. Sus experiencias no siempre fueron buenas: a fines de los 90, el escándalo de la empresa Inverlink, que invirtió en la empresa de Zolezzi Ultratech II, le significó perder 11 años de trabajo en un invento para aplicar ultrasonido en la fusión de cobre, y tuvo que reinventarse con otras innovaciones. Hoy dice que, pese a haber salido muy perjudicado, aprendió de esa experiencia. “La mayor lección que tuve de eso es que hay cosas que no puedes controlar, que tú no conoces, y por eso hay que ser muy cuidadoso”, dice.

Hoy, que sus ideas parecen entusiasmar a todo el mundo, no sabe definir muy bien desde cuándo, a partir de qué, comenzó a rondar en su cabeza el tema de la innovación con sentido social. Sólo dice que al final es esa vocación, más que cualquier desarrollo, lo que abre las puertas de lo verdaderamente grande. “Simplemente que hay gente que se muere porque no tiene agua, o por tomarla contaminada. Mientras tú y yo vivimos en otra realidad. Y yo creo que puedo cambiar las cosas”, dice. “Tal vez soy un revolucionario. Pero no con piedras, con ideas”.

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