Por Nicolás Alonso Enero 8, 2015

© Vicente Reinamontes

“Este descubrimiento demuestra que al menos había un grupo que dependía de los recursos marinos hace 11 mil años”, dice Jackson. “Esta gente comía tanto pescado como un tiburón, y este individuo lo viene a comprobar por primera vez. Este hallazgo corrobora la ruta costera”.

Es probable que hayan sido las encías. Décadas de pequeñas heridas sin tratar, de fragmentos de conchas y de arena encarnándose, lastimando. Es posible que las infecciones lo hayan golpeado, quizás dañando sus válvulas cardiacas, volviéndolo demasiado débil para la vida de hombre de mar. Ya había sido un tipo inusualmente longevo para su tiempo: con cerca de 45 años, doblaba en edad lo esperable entre los suyos, los primeros habitantes del continente americano.

Ahora su cráneo está en la mano de Eugenio Aspillaga, con 60 años uno de los antropólogos físicos más importantes del país. Cuenta esas cosas parado en uno de los laboratorios subterráneos de la Facultad de Ciencias Sociales de la U. de Chile, donde dirige el departamento de Antropología. Frente a él, en una caja, cubiertos por espuma, cientos de los primeros huesos de Chile le dicen cosas.

Levanta el cráneo, dejando que el sol que se filtra por una ventana caiga sobre él, revelando el tono madera que genera estar ciento doce siglos bajo la playa de Los Vilos.

-Esta lesión se produce por la otitis -dice, apuntando un agujero-. Tiene una infección crónica en el canal auditivo. Una lesión común en la gente de mar.

Luego repara en sus dientes, que son pocos, dos menos de los que salieron de la tierra, enviados a tres laboratorios en Estados Unidos para chequear su antigüedad.

-Lo importante es la dieta, y éste no tiene tantas caries como los agroalfareros. Los estudios arrojaron que su dieta era de peces y lobos marinos. Y eso que fue hallado a sólo 300 metros de Quereo, otro sitio donde se encontró megafauna. Pero él seguía comiendo de la costa.

Aspillaga habla con el entusiasmo de quien contradice lo establecido: encontrar en Los Vilos a un pescador de hace 11.230 años agrega dudas a la tradicional teoría de que los primeros habitantes americanos habrían bajado únicamente, una vez cruzado el estrecho de Bering, persiguiendo a los grandes mamíferos por el continente. Al menos este tipo, explica, parece haber tenido más sentido común: seguramente bajó en canoa.

-Hace 40 mil años ya había embarcaciones, en esa época se habitó Australia. No hay ninguna razón para no pensar que estas personas pudieron haberlo hecho.

Una alumna lo mira de reojo mientras va sacando de la caja costillas, pequeños fragmentos del rostro, un trozo de pelvis. Enumera lo que ve: una costilla rota, lesiones en los codos por cargar mucho peso -seguramente bolsas de mariscos-, parásitos intestinales. Todos los pequeños dolores con que murió el primer chileno conocido, que hace cuatro años le llegó en una caja a su oficina, en brazos del arqueólogo y también profesor de la facultad Donald Jackson, a sus 54 años responsable de 400 excavaciones en la zona de Los Vilos.

Se habían conocido cuatro décadas antes, cuando Aspillaga era ayudante de laboratorio en la recién fundada carrera de Antropología en la U. de Chile, y Jackson un escolar que llegaba en pantalones cortos a mostrarle las puntas de flecha que tallaba imitando a los primeros hombres del continente. Pero ahora, en invierno de 2010, lo que traía a su oficina era una caja llena de huesos. Estaba entusiasmado: había encontrado en Los Vilos el esqueleto de lo que le parecía un cazador recolector, y pensaba que podía llegar a tener unos nueve mil años de antigüedad. De estar en lo correcto, con esa edad ya hubiera sido el más antiguo jamás encontrado en Chile, y uno de los ocho más tempranos de un continente poco dado a los hallazgos de cuerpos prehistóricos.

Aspillaga abrió la caja y, le pareció que sí, que ese esqueleto amarillo sin rostro parecía lo suficientemente viejo para creer en los cálculos de su amigo. Nunca pensó que se estuviera quedando dos milenios corto.


EL MISTERIO DE LOS MILENIOS

En el estrecho pasillo subterráneo hay cientos de cajas, todas repletas de huesos. La mayoría indica un lugar y una fecha específicos. En otras sólo dice “varios cráneos”. César Méndez, arqueólogo de 37 años y coinvestigador de Jackson desde hace 16 años en Los Vilos, abre una, echa un vistazo a unos huesos silenciosos, y la vuelve a cerrar. Dice que nadie sabe cuántas cajas hay en realidad, pero son miles. Las tienen en containers, en bodegas, en otros pasillos. Un arqueólogo podría hacer una carrera completa investigando sólo entre ellas, pero no encontraría a nadie más antiguo que el “Individuo 1”.

Así lo bautizó Méndez, poco dado al sentimentalismo arqueológico, aun cuando fueron sus manos las que lo encontraron en la tierra. A diferencia de sus compañeros de equipo -entre los que también están el paleoecólogo Antonio Maldonado, el geólogo Ismael Murillo y la conservadora Roxana Seguel-, nunca lo han entusiasmado los restos humanos. Le interesa lo que generalmente tienen alrededor: los objetos cotidianos, los instrumentos de cocina, la forma en que los cazadores de deshacían de su basura. Eso lo motivó especialmente a participar en 2008 en los trabajos en Los Rieles, un sitio con conchales -capas de conchas formadas hace 6 mil años- cerca de la costa. La Municipalidad de Los Vilos iba a instalar por allí una tubería para sacar los desechos, y les pidieron un rescate arqueológico.

Habían trabajado con Jackson en centenares de otros sitios -el más relevante, en 2004, en Santa Julia, donde se anotaron un golpe internacional al encontrar puntas de flechas de 13 mil años de antigüedad, idénticas a las encontradas en Norteamérica, pero sin restos humanos-, y éste parecía uno más. Su objetivo, más modesto, era estudiar cómo los antiguos desechaban las conchas de loco, y para eso decidieron hacer dos piscinas de 60 centímetros de profundidad. Una tarde, cuando ya habían cumplido una semana sacando conchas, un ayudante dijo “aquí hay algo”, y él se acercó a desenterrar, de abajo de un montículo de locos, lo que parecía un hueso. Sin mucho entusiasmo, el arqueólogo sacó una tibia de la tierra, la puso sobre la suya y les dijo a los demás que era un hombre adulto, de algo así como un metro setenta. Le avisaron a Donald Jackson, y éste dio la orden de seguir excavando y dejar ese montículo para el final.

Para alegría de Méndez, surgieron algunas cosas: una punta de lanza dentada y los restos de lo que parecía una fogata ceremonial. También huesos correspondientes a otros cinco individuos, enterrados a poca distancia unos de otros. En la mañana del décimo día, se decidieron a destapar el montículo. Lo que encontraron fue un esqueleto en posición fetal, sin ajuar ni adornos, misteriosamente completo. Los resultados de las pruebas arrojaron que se trataba de un hombre de entre 11.230 y 12.410 años de antigüedad, el más temprano jamás encontrado en Chile o en el continente, según el caso. Pero lo que a Méndez le llamó la atención fue otra cosa: cada uno de los seis individuos había sido enterrado en un milenio distinto, en el mismo lugar. Esa idea no se la ha podido sacar de la cabeza.

-Seis individuos, uno por milenio, en el mismo lugar. Esto no es un cementerio. ¿Era tan fuerte la memoria oral para que por algún motivo enterraran a alguien allí cada mil años?

La pregunta queda sin respuesta. Un mail entrando a su computador llama su atención: es de un desconocido que le avisa que acaba de encontrar un esqueleto debajo de un conchal en un campo de Puchuncaví. Dice que lo vio en la prensa. Que piensa que éste es de la misma época.

-Tendré que ir este fin de semana a pegar un vistazo -dice, con una media sonrisa-. Este individuo abrió la puerta a que haya muchos más antiguos en otros lados.

Cuando supo que tenía al potencial esqueleto más antiguo del continente en sus manos, Donald Jackson decidió hacerle pruebas de carbono 14 en tres laboratorios distintos de Estados Unidos. De los tres resultados, que suelen variar por lo sensible de la técnica, decidió publicar el más conservador, 11.230 años, en la revista internacional Journal of Island & Coastal Archaeology. Había cumplido un sueño como arqueólogo, encontrar el individuo de ese tiempo más completo del continente, luego de décadas rastreando sus puntas de flecha y desechos. Pero el fetiche de la antigüedad pronto quedó relegado por la evidencia incuestionable de que se trataba de un pescador. Eso, en términos de teorías de poblamiento continental, eran palabras mayores.

Jackson cuenta esas cosas en su departamento, mientras revisa unos de sus tantos papers sobre Los Vilos, la zona a la que ha dedicado los últimos 25 años de su carrera. La misma por la que solía caminar durante las tardes de su niñez buscando puntitas de flechas, y donde inició una obsesión que lo llevaría a estudiar Arqueología en México, y luego a transformarse en unas de las puntas de lanza de la escena nacional. Entre sus muchos hallazgos, reconoce, la posibilidad de reforzar que el poblamiento de América pudo ser tanto en canoas como por tierra sería uno de los más grandes de su carrera.

-Este descubrimiento demuestra que al menos había un grupo que dependía de los recursos marinos hace 11 mil años. Esta gente comía tanto pescado como un tiburón, y este individuo lo viene a comprobar por primera vez. Este hallazgo corrobora la ruta costera.

Donald Jackson reconoce que algunas veces ha soñado con esta gente, en la costa de Los Vilos que él tantas veces ha recorrido, y que hace 11.230 años ya lucía casi exactamente como luce ahora. De fondo, una punta de flecha tallada por sus manos adorna el lugar.

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