Por Francisco Aravena Diciembre 30, 2014

© Pablo Sanhueza

“Algo que hemos aprendido con psicópatas adultos es que su cerebro no procesa el feedback negativo. Pero sí procesa muy bien el feedback positivo. Entonces, si tengo un niño con tendencias psicopáticas, debo asegurarme que la educación no se base tanto en el castigo, porque es inútil; sino en reforzar el comportamiento prosocial”.

Cuando el neurocientífico francés Jean Decety dice que ser padre cambió su vida, no lo dice exactamente en el mismo sentido en que lo diría cualquier padre. En su caso, el cambio de vida también tuvo mucho que ver con su carrera, más específicamente con el área de estudio en la que llegaría a transformarse en un experto y referente mundial. Hace 19 años, cuenta, calculando la edad de su hijo mayor, el tiempo que compartió con el recién nacido transformó su formación como neurobiólogo en el inicio de otra cosa. “Me empecé a interesar mucho en las emociones, en la intersubjetividad, en la empatía, en la imitación, en la teoría de la mente (la habilidad para comprender y predecir los pensamientos, emociones y conductas de otras personas)”, explica durante su paso por Santiago, hace un par de semanas, donde expuso en el Simposio Internacional de Neurociencia Social en la UDP.

Su contribución en el área ha sido enorme. Durante su doctorado en Suecia y luego en su laboratorio en Lyon fue uno de los pioneros en  demostrar la activación de las mismas redes neuronales al imaginar y ejecutar una acción. Posteriormente, ha contribuido a una mejor comprensión de las bases neuronales de la empatía. En su laboratorio en la U. de Washington en Seattle y posteriormente en la Universidad de Chicago (donde hoy está radicado), su equipo mostró por primera vez  que las regiones implicadas en el dolor físico (la corteza cingulada anterior y la ínsula) se activan al observar el sufrimiento emocional de un tercero, pero sólo cuando esta persona nos agrada. Junto a quien considera su mentor, el norteamericano John Cacioppo, publicó en 2011 el libro de referencia en la materia, The Oxford Handbook of Social Neuroscience.

Decety ha estudiado profusamente fenómenos como la psicopatía, y ofrece interesantes puntos de vista sobre la contribución que las neurociencias pueden hacer al sistema de justicia, a la educación y a las políticas públicas en general. También, por supuesto, tiene claros los límites, y advierte sobre ellos.

-¿Cree que hoy en día la sociedad espera demasiado de las neurociencias?
-Seguro. Creo que el público general, y todos, tenemos una inclinación a favor de las explicaciones muy simples. La gente quiere la historia fácil. Desafortunadamente, nada es tan fácil. Lo que yo he estudiado es que siempre hay una compleja interacción entre genética y entorno social. Siempre van juntos. Pero existe este mal entendido en el público: que si algo está en el cerebro, significa que es innato. Y eso no es así. Cualquier cosa que yo haga está en el cerebro. No significa que sea innato, porque el cerebro ha aprendido mucho desde el primer día de vida, e incluso antes de nacer.

-¿Cómo define usted la empatía?
-Como un mecanismo mediante el cual podemos entender lo que otros sienten, compartir esos sentimientos hasta cierto punto, y como resultado, interesarnos en ellos. Creo que la empatía ha evolucionado con la necesidad de cuidar a nuestras crías. Vivimos en grupos sociales, así que es muy importante tener empatía porque con ella sobrevives mejor en tu grupo social.

-¿Hay entornos culturales que favorezcan la empatía más que otros?
-Todos estos mecanismos básicos de empatía los encontrarás en cada cultura en la Tierra. Incluso en animales. Pero hay diferencias individuales: hay gente que tiene menos empatía que otros, seguro. Yo he estudiado a los psicópatas porque ellos no tienen empatía. Es una manera de entender mejor los mecanismos neurológicos de los que ellos carecen.

-Cuando estudia psicópatas en una cárcel, ¿puede pasar que algunos busquen argumentos para una eventual apelación a sus condenas?
-Sí, pasa. Las neurociencias sociales desafían una serie de visiones legales y de políticas públicas, y actualmente estamos en los inicios de un gran cambio en eso, seguro. El problema es que quienes sufren de psicopatía saben qué está bien y qué está mal. Y no les importa. Así que normalmente, cuando llevan esto a la corte, les juega en contra. Pero hay que tener mucho cuidado, porque la mayoría de los psicópatas no son criminales, y la mayoría de los criminales no son psicópatas. Un psicópata no es como Hannibal Lecter en las películas. No se trata de matar gente. A veces hay una sobreposición de psicopatía y comportamiento antisocial. Y esa es la gente que vemos (en la cárcel). Pero la mayoría de los psicópatas no son criminales, no te van a matar.

-¿Cómo se vería eso en la población general?
-Algunos vemos la psicopatía como una dimensión: puede ser muy bajo o muy alto. Como la ansiedad. Si ves la psicopatía como un rasgo de personalidad, la gente varía. Si eres un poco psicópata, eso puede traerte ventajas: tienes menos miedo, menos ansiedad, menos apego. Puedes ser un muy buen político, por ejemplo,  puedes mentir sin sentirte culpable. Ser demasiado psicópata no es bueno para nadie. Yo veo la psicopatía como una dimensión de la personalidad.

-¿Qué hay de las causas, genéticas o de desarrollo?
-Son más de desarrollo. Es muy complejo, pero no conozco ningún estudio que pueda localizar o identificar un set específico de genes. Claramente la psicopatía tiene orígenes muy tempranos en el desarrollo.  Puedes observar el comportamiento de niños, incluso a los 5 o 6 años de edad, y puedes ver signos de psicopatía: muy poca ansiedad, poco apego, sin remordimientos, sin culpa. Cuando tienes eso junto, deberías hacer algo por ese niño.

-¿Y qué se puede hacer?
-Muchas cosas. Algo que hemos aprendido con psicópatas adultos es que su cerebro no procesa el feedback negativo. Pero sí procesa muy bien el feedback positivo. Entonces, si tengo un niño con tendencias psicopáticas, debo asegurarme que la educación no se base tanto en el castigo, porque es inútil; sino en reforzar el comportamiento prosocial.

-Volviendo a la empatía, usted ha dicho que hay un “lado oscuro” de ésta…
-Así es. Si la empatía ha evolucionado para que nos hagamos cargo de nuestras crías, significa que cuidamos a nuestros iguales, gente con la que compartimos nuestros genes. El resto no nos importa. Tenemos más empatía por quienes están en nuestro propio grupo: vamos a la misma iglesia, o sinagoga, o hablamos el mismo idioma, tenemos el mismo trabajo. Pero eso también significa que no te va a importar la gente que no es de tu grupo. Hay que ser muy cuidadoso con la empatía, especialmente en lo que se refiere a justicia y moralidad.

-¿Podemos controlar ese lado oscuro?
-Sí, porque estamos conscientes de estos prejuicios. Las sociedades hacen leyes que están por sobre estos instintos de lo que somos por diseño natural. Como sociedad, vivimos en grupos complejos. Lo que no es sano es ignorarlos,  decirnos que no existen. Es parte de la naturaleza humana tener prejuicios, o que tu propio bebé te agrade más que el de otro, eso no debe avergonzarte. Pero puedes controlarlo. La gente es racista, es parte de su naturaleza, pero no significa que eso sea bueno. No debemos ignorar estas diferencias; debemos aprender de ellas y hacer algo al respecto. 

-¿Qué nos puede decir sobre el rol de las neuronas espejo? Se ha cuestionado su importancia...
-Siempre he sido parte del creciente número de personas que piensa que las neuronas espejo no son nada especial, que son neuronas sensoriales motrices, que pueden asociar acción y percepción. Eso es todo. Pero en los últimos 10 años todos se han vuelto locos, en todo el mundo, con las neuronas espejo. Que son la base de la teoría de la mente, de la empatía, del altruismo... Puedo darte una lista, porque en mis clases siempre hablo de esto sólo para burlarme. Se transformaron en el Santo Grial de la psicología. ¡Es una locura! Los (investigadores) italianos empujaron esta agenda: Iacoboni, Rizzolatti, Gallese... Ahora están en problemas, y lo saben. Pero nuevamente: es porque a la gente le gustan las historias fáciles. Finalmente, un colega ha publicado un libro que se llama El Mito de las Neuronas Espejo (Gregory Hickok, 2014). Dice esto mismo: que las neuronas espejo son muy importantes para el aprendizaje motor, y punto. Pero no son la base de la emoción, no son la base del lenguaje, no son la base fisiológica de la teoría de la mente, ¡no es verdad! No hay evidencia para sostener eso.

-¿Qué límites tienen las neurociencias a la hora de abordar la moralidad?
-Las neurociencias nos pueden ayudar a entender qué es moralidad, cómo ha evolucionado para que vivamos en grupo porque es más fácil cooperar si tienes más valores y reglas. Ésa es la explicación evolutiva. Pero cuidado: las neurociencias nunca nos dirán qué es justo y qué es injusto. Esa es una decisión de la sociedad, en un nivel superior, más complejo, y no necesitamos a las neurociencias para ello. Como sociedad debemos decidir nuestras reglas, determinar qué es justo.

-Hace un año usted fundó el Child Neurosuite. ¿Cuál es su misión? 
-Hacemos investigación sobre neurociencias sociales sólo con bebés y niños muy pequeños. Trabajamos mucho en torno a cómo se desarrollan la moralidad, la sensibilidad en torno a la justicia, el comportamiento prosocial, como el compartir. Estudiamos los mecanismos cerebrales que facilitan este comportamiento. Tengo que decir que ser padre me cambió muchísimo. Me hizo valorar la educación, el dar seguridad. Eso es algo que aprendemos de las neurociencias: si quieres que tu hijo esté bien, crezca bien, debe sentirse seguro. Que puedan anticipar. Que su padre no sea a veces bueno, a veces malo... No saber es terrible para un niño, porque no le da seguridad.

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